Día 44 de cuarentena. Igual deberíamos inventarle un nombre nuevo a esto, que ya hemos pasado el umbral de los 40 días. Ayer lo hablaba con mi amiga Cynthia: si me dicen cuando todo esto empezó que me iba a pasar dos ciclos menstruales sin salir de mi casa salvo para ir al súper no me lo creo. Dos días antes de la declaración del estado de alarma quedé con ella y al despedirnos me miró muy seria y me dijo: “disfruta de este momento porque probablemente no vayamos a vernos en mucho tiempo“.
Estábamos en la terraza del Mavi, nuestro bar de confianza, que tiene la barra metálica y servilletas y palillos por el suelo. Desde que empezó todo esto en nuestras conversaciones ha salido varias veces ya a colación el Estefan, que es el dueño del Mavi, y nos hemos preguntado ya varias veces si podrá volver a abrir con la que está cayendo y si volverá a llevarse a su niña al bar, que lleva siempre unos coleteros muy chulos y a la que siempre que le digo que qué coleteros tan chulos alza la mirada del vídeo de Dora la Exploradora que está viendo en el móvil, porque siempre está viendo vídeos de Dora la Exploradora en el móvil, y me sonríe.
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Ojalá Estefan pueda volver a abrir. El sábado me decía mi padre por teléfono que Paquito, un amigo suyo que además de un apasionado de la cultura clásica es camarero y dueño de La Frontera, el bar que hay entre la carretera de Ontígola y Aranjuez, las está pasando putas. Ojalá Paquito también pueda volver a abrir La Frontera y podamos ir a verle y a comernos una paella y en la sobremesa se ponga a discutir con mi hermano, que tiene 19 años y estudia Ciencias y Lenguas de la Antigüedad, sobre si la arqueología es una disciplina científica o sobre si el busto de Nefertiti es auténtico o una falsificación.
El caso es que el día que Cynthia me dijo lo de “disfruta de este momento porque probablemente no vayamos a vernos en mucho tiempo” en la terraza del Mavi pensé que era una exagerada pero ahora cuando me acuerdo me dan ganas de llorar porque tenía razón. Llevamos mucho tiempo sin vernos. Pero entonces todo eran jajas y clubes de lectura de los que no se hizo ni la primera reunión obviamente, y reuniones por Zoom para hacer deporte que, también obviamente, solo se quedaron en el mundo de las ideas. Entonces aún no estábamos hasta los cojones de Zoom ni había miles de muertos ni entierros de tres personas por caja de pino y aún creíamos que esto duraría dos, tres semanas, a lo sumo y que había alguien al volante en las instituciones.
“El día que nos dejen salir la calle va a parecer una orgía de mocos y lágrimas y gente abrazándose”
Además de que Paquito el de La Frontera le había dicho que las estaba pasando putas mi padre me contó el sábado que mi hermano y él se acababan de apretar un cocido y eso también me dio ganas de llorar. De hecho es que lloré un poco cuando les colgué y pensé mientras lloraba en que fíjate, llorar porque se habían apretado un cocido sin mí y en que seguramente cuando les vea sin pantallas de por medio por vez primera también llore y entonces lloré más todavía, caí en un metallanto un poco extraño, en chándal y en mi cocina.
El día que nos dejen salir, pensé, ignorando lo que es obvio y es que no nos van a abrir las grandes alamedas de golpe, la calle va a parecer una orgía de mocos y lágrimas y gente abrazándose y mirando mucho a los ojos hasta a los desconocidos. Que no va a ser así, pero los caminos de la imaginación y los relatos que uno quiere inventarse, a presente, pasado o futuro, son inescrutables.
Esta semana han pasado cosas. Cosas como que el Gobierno ha decidido, por fin, que los niños podrán salir a darse un voltio. Legalmente, quiero decir, porque desde hace unos días empiezo a ver por el balcón cómo hay padres a los que se la empieza a sudar, como a Alberto Olmos, y sacan a pasear a sus críos y hacen bien. Son los únicos insurrectos a los que respeto, porque total para que luego te lleguen “los expertos” y te digan que lleves a esos organismos ultracontagiosos al súper, que es lo que dijeron en primera instancia “los expertos” que había que hacer, llevar a los niños únicamente a los recados y no a pasear, pues que hagan lo que la razón y no la ciencia les mande.
Que esa es otra, “los expertos”. También lo hablaba con mi amiga Cynthia ayer. Las dos nos imaginamos a “los expertos”, esa entelequia, ese becerro de oro, como a los protagonistas de Bob Esponja, con los ojos inyectados en sangre y muy gritones, como alucinados y yendo todo el rato de un lado para otro voceando “que si la 100cia que si la 100cia”, pero resulta que basta aplicar un poco la lógica y la presión popular (“¿de verdad me estás diciendo que solo puedo sacar a la criatura al súper después de llevar dos meses dándome la turra con que tengo en casa la puta bomba atómica?”) para que “los expertos”, y con ellos un Gobierno que solo se rige por lo que dicen “los expertos”, recule.
“Nos imaginamos a ‘los expertos’ con los ojos inyectados en sangre y muy gritones, como alucinados y yendo todo el rato yendo de un lado para otro voceando”
“Calla, amigo Sancho -respondió Don Quijote-; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza”.
Esto es lo que le dice Quijote a Sancho cuando vuelve malherido de darle una somanta de palos a los gigantes y Sancho le responde, humildemente, que se lo dijo, que eso eran aspas y no brazos, joder, que no eran gigantes sino molinos. Y eso es lo que nos dicen los expertos, que nos callemos, que no entendemos nada de las cosas de la ciencia, que son cambiantes, igual que Quijote reprendía a Sancho por no entender nada de la guerra. El fragmento continúa así: “Aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes molinos por quitarme la gloria de su vencimiento”. Igual en unos días también nos dicen eso “los expertos”, yo que sé.
Cuando lo leí, cuando leí ese fragmento de El Quijote, que es lo que me estoy leyendo ahora, a mi edad, me reí en alto. Ayer fue su cumple -el de Cervantes, quiero decir- y también el de Shakespeare, que como todos sabemos porque nos lo ha dicho Jesús G. Maestro no puede compararse desde ningún punto de vista al autor de Las novelas ejemplares porque el segundo es “un polizón, alguien que viaja de paquete, fraudulentamente, en el canon literario occidental como resultado del imperialismo académico del mundo anglosajón” y el primero un genio de las letras.
Sea como sea menuda semanita, con el día del libro en medio, un día del libro sin poder ir a comprar libros y sin rosas y sin libreros, como decía Eva Serrano, la editora de Círculo de Tiza, en un vídeo. Además de la editora de Círculo de Tiza Eva es la editora del que será mi primer libro y la última vez que la vi, para revisar la primera mitad, me habló del relato como cárcel o como salvoconducto, porque puede ser las dos cosas. También me dijo que veía la realidad, y así la escribía, como un retablo gótico, desde una perspectiva ingenua y poniendo todo al mismo nivel, y tenía razón.
Me acordé entonces de un fragmento de Rayuela en el que he vuelto a pensar estos días, porque mi amigo el que dice que no le llame amigo porque no somos eso y tiene razón, no somos eso, me quiere meter en la categoría de realismo mágico El laberinto del fauno y otras historias en las que aparecen hadas y brujas y yo con eso no trago, así que mantenemos desde hace semanas un debate encarnizado sobre la diferencia entre la fantasía y el realismo mágico.
El fragmento, que es del capítulo dos y que subrayé cuando en cuarto de la ESO me leí por primera vez Rayuela, dice así: “Acabo siempre aludiendo al centro sin la menor garantía de saber lo que digo, cedo a la trampa fácil de la geometría con que pretende ordenarse nuestra vida de occidentales: Eje, centro, razón de ser, Omphalos, nombres de la nostalgia indoeuropea (…) Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto. A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho por ocho es la locura o un perro. Abrazado a la Maga, esa concreción de nebulosa, pienso que tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos. El péndulo cumple su vaivén instantáneo y otra vez me inserto en las categorías tranquilizadoras: muñequito insignificante, novela trascendente, muerte heroica. Los pongo en fila, de menor a mayor: muñequito, novela, heroísmo. Pienso en las jerarquías de valores tan bien exploradas por Ortega, por Scheler: lo estético, lo ético, lo religioso. Lo religioso, lo estético, lo ético. Lo ético, lo religioso, lo estético. El muñequito, la novela. La muerte, el muñequito. La lengua de la Maga me hace cosquillas. Rocamadour, la ética, el muñequito, la Maga. La lengua, las cosquillas, la ética”.
Y lo último que querría sería compararme con el cronopio jefe, eso jamás, pero lo que nos estaba diciendo ahí Cortázar es que él también veía a veces la realidad como un retablo gótico, casi sin perspectiva, poniéndolo todo al mismo nivel. Qué semana más rara esta, con lo Kim Jong Un que casi estira la pata -o eso dicen las malas lenguas- y con tanto natalicio y con un día del libro sin libros y sin libreros. Y qué extraño que haya tenido que llegar un coronavirus para contradecir a Cortázar y ordenar la realidad, al menos por un tiempo, en lo esencial y lo prescindible, en centro y periferia, y qué dirían “los expertos” si se enteraran de que ocho por ocho es la locura o un perro.
Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.
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