Música

Cuatro veces al año, los Rolling Stones cantan el ‘Cocksucker Blues’

Después de haber visto Cocksucker Blues, el documental de Robert Frank sobre la gira en Estados Unidos de los Stones en 1972, se dice que Mick Jagger le comentó al director: “Es una súper buena peli, Robert, pero si la pasan en EEUU no nos van a dejar regresar nunca”.

Es verdad que este documental​ sólo se podía ver si su director Robert Frank estaba presente, pero dicha regla se ha vuelto más laxa con el paso de los años. Sigue siendo cierto que, legalmente, la película sólo puede ser exhibida cuatro veces al año y que, para muchos, existe en una bruma de lujurioso misterio rockero. Cocksuker Blues es, en su obscuridad, el filme más conocido de Frank, anteriormente reconocido como pionero de la fotografía. 

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El revolucionario​ libro de fotografías de Frank, The Americans, fue lo que inicialmente atrajo a los Rolling Stones hacia él. Sus temas de soledad y deterioro de la sociedad encajaban tan cercanamente con el último álbum de la banda Exile on Main Street, que decidieron invitarlo a que diseñara su portada y a filmar después un filme sobre la gira de su promoción en 1972. No tenía relevancia que los Rolling Stones no hubieran tocado en Estados Unidos desde 1969, cuando sucedió su famoso concierto en Altamont en el que un hombre fue apuñalado (documentado en el filme Gimme Shelter de Albert y David Maysles y Charlotte Zwerin), evento con el que llevaron la cultura del amor libre a uno de sus puntos más álgidos. La gira de 1972 fue importante: fue la ola en la que se montaron para regresar a Estados Unidos. Los Stones amaron el trabajo que hizo Frank con la portada de Exile, así que le dieron al fotógrafo acceso ilimitado al backstage y en realidad le permitieron entrar a cada esquina de la vida de la banda y de los otros 30 músicos, groupies y turistas que llevaban consigo. 

Con su Super 8 en mano lista para fotografiar la totalidad de la gira (con todo y algunos extras), Frank aprovechó la oferta de los Stones al máximo, a pesar de la decepción que le generó a los chicos cuando vieron el resultado final: Ahí estaban con sus visitantes en la pantalla, formando parte de todo tipo de actos sexuales y consumiendo todo tipo de drogas, mientras reventaban los escenarios ataviados con terciopelo y estolas, en uno de los más legendarios tours de rock n’ roll de la historia.

A pesar de que los Stones nunca han negado los eventos que narra la película —​tiempo después, Keith Richards le dijo a The New York Times que esa “fue una forma muy sincera de documentar todo por lo que pasamos”—​, la agrupación llevo el caso a la corte, con la esperanza de evitar que fuera exhibida, apoderándose de los derechos. Mick Jagger creía que el copyright le pertenecía, porque él fue quien encargó el trabajo; pero Frank pensaba lo contrario: al ser el creador, los derechos descansarían con él. La corte falló en favor de Jagger y no se permitió la proyección de la película hasta 1979, siete años después de filmada y planeada para su estreno. Posteriormente, en una inusual cesión de derechos que le dio a Frank parte de la propiedad de la cinta, le fue permitido al director mostrarla cuatro veces al año, siempre y cuando estuviera presente y la banda acordara su exhibición —​esto sigue, en gran parte, siendo verdad actualmente. No hay copias de Cocksucker Blues a la venta,  aunque ocasionalmente han surgido copias pirata. Puedes checar unos bootlegs en Youtube aquí​ y aquí​.

El título del documental proviene de una canción nunca lanzada que los Stones escribieron para cumplir con una obligación contractual generada con el sello Decca (con quienes odiaban trabajar), antes de dejarlos para comenzar su propia disquera​, Rolling Stones Records. La canción “Cocksucker Blues” fue escrita deliberadamente para ser censurada. (Letras como “Where can I get my cock sucked?/Where can I get my ass fucked?” simplemente no se podían publicar en los años 70). La imposibilidad de lanzar esta rola, también involucró al filme.

Así que las personas que saben de la existencia de la cinta saben por qué vende tanto, por qué atrae a aquellos que siempre han querido verla pero nunca han tenido la oportunidad, y por qué las personas que apenas escucharon de ella, quieren ser parte de este gran secreto de la historia del rock. 

Cocksucker Blues tuvo una rara aparición en la Academia de Música de Brooklyn este fin de semana pasado, agotando la venta de boletos desde días antes. El espacio de arte, conocido por su sensibilidad para captar cosas alejadas del radar, fue el hogar perfecto para la cinta. Un ejército de personas vestidas de negro y con lentes de pasta dura, llenaron los asientos. Por la forma en la que la sala de cine se arquea, los únicos espacios disponibles estaban en las orillas del teatro, y daban una visión parcial de la pantalla. Pero no importaba. 

Cocksucker Blues comienza con una pantalla en negro que dice “A excepción de los números musicales, los eventos mostrados en la cinta son ficticios. No existe intención alguna de representar personas o eventos reales”. La sala se llenó de risas sarcásticas. Este es otro de los resultados de la demanda en contra de Frank: tuvo que poner un anuncio al principio del documental para sugerir que las secuencias no-musicales fueron actuadas. Pero no engañaron a nadie. 

La película abre con algunas escenas de los Stones practicando detrás de escena: un Jagger de cabello alborotado, en toda su gloria canta, con su chillido particular, a un igualmente alborotado Charlie Watts. Lo que sigue es una deliciosa crónica de la vida en el camino, desenfocada de vez en cuando, y deliberadamente imperfecta. Los Stones y su séquito se muestran, la mayoría del tiempo, extremadamente aburridos en backstage. Se masturban y fuman marihuana, cogen y se inyectan heroína. La sala se llenó de silencio mientras un groupie en la pantalla encajaba agujas en sus venas, primero sosteniendo con fuerza una tela alrededor de su brazo para encontrar el punto exacto de acceso. Jagger toca sin rumbo un piano escondido en su ropa interior, más tarde responde preguntas que parece haber escuchado infinitas veces de algún grupo de periodistas que creen estar cuestionando algo nuevo. La audiencia se retuerce incómoda en sus asientos cuando una mujer, llena de gemidos y risitas, es desvestida en un avión privado por algunos hombres que acompañan a los Stones, mientras la banda los anima a hacerlo con panderos. Los Stones tratan de ordenar un plato de fruta fresca al Room Service, sólo para ser saludados por teléfono por el más tenso miembro del staff: “¿Qué tal fresas y moras azules?” pregunta una voz sin rostro desde una de las habitaciones. El teatro se llena de carcajadas. Risas de nuevo. Mucho de lo que sucede en pantalla parece anticuado para esta audiencia, incluyendo los saludos a Tina Turner, Truman Capote y Andy Warhol detrás del escenario, así como el estruendoso sonido de un estallido cada que suben al mismo. 


Frank simplemente captó​ lo que vio, le dijo a The New York Times décadas después: “No me importaba la música. Me importaban ellos. Era genial observarlos, su entusiasmo. Pero mi trabajo comenzaba después del show. Lo que yo fotografié era un tipo de aburrimiento. Es muy difícil ser famoso. Es una vida horrenda. Todos quieren sacar algo de ti”.

A pesar de esto, los momentos de aburrimiento son señalados con algunos efectos eléctricos positivos, momentos que ponen la piel de gallina. Jagger le hace el amor a una armónica que resuma la voz gangosa de un corazón doliente, el rímel se corre por su rostro y un anillo de diamantes vibra en su mano con cada respiración. Stevie Wonder, quien a sus 22 años le abrió a la banda en el tour para su ahora icónico disco Music of My Mind, rompe con una enérgica rendición de “Uptight”, y sus manos palpitan a través del piano mientras una caliente representación se desarrolla a su lado. Jagger baila, luego lo invita al micrófono para que canten un estremecedor dueto de “Satisfaction”. Los picos de la película hacen que valgan la pena todos sus valles.

Cocksucker Blues muestra lo profundo y lo humano en la trivialidad, tanto como lo hace el resto del trabajo de Frank. A pesar de que la cinta pueda caer en algunos momentos (yo me encontré a mí misma observando mi reloj cuando llevábamos una hora de los 93 minutos que dura la proyección), el documental es un acto de honestidad. Las presentaciones musicales, a pesar ser pocas, intoxican. Los Stones muestran su faceta más honesta e inédita como personas, no sólo como estrellas de rock. Y no, ver Cocksucker Blues a pedazos en Youtube no es lo mismo que verla en vivo: la forma en la que la banda fue siempre y la forma en la que película debía de ser mostrada. Para cualquiera que quiera ver y que realmente entienda lo que los Rolling Stones eran en esa época; lo que significaba ser humano y rockstar al mismo tiempo, en toda su gloria, decepción y aburrimiento; es esencial ver la película en un teatro cuando la oportunidad se presente, aunque sólo sean cuatro veces al año.

Elyssa Goodman está en Twitter – @MissManhattanNY