El otro día estaba viajando en tren cuando escuché una conversación que me llamó la atención. Cerca de mí estaban sentados unos adolescentes —tres chicas y un par de chavales— que estaban hablando sobre novios, líos, rollos y cosas de estas de las que habla la gente que tiene entre 3 y 90 años. El caso es que no pude evitar escuchar atentamente parte de su conversación. La transcribo aquí sin su permiso para todos vosotros:
—”David me pregunta que si la Marta tiene novio”.
A lo que una de las chicas le contesta.
—”Sí, sí…”.
Entonces otra chica la interrumpe puntualizando:
—”No, no. Lo acaba de dejar. Dice que estaba agobiada con la relación y, claro, ahora se acerca el verano y ya sabéis”.
La otra chica asiente.
—”Claro, lo típico de cortar antes del verano”.
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Entonces pensé, joder, es que realmente la gente gestiona esta vil estratagema de cortar expresamente con la pareja justo antes de que empiece el verano para lanzarse hacia una potencial temporada de idilios amorosos, hacia una ensalada de casquetes infinitos y variados. La mítica proyección hacia un futuro en lo que todo es posible y todo resplandece bajo una luz amelocotonada y preciosa. ¿Es ese ensueño el que hace que tantas parejas decidan cortar en el momento justo antes de darle la bienvenida a la tercera estación anual? ¿O es otra cosa?
“Algunas parejas que ya están mal y que tienen experiencias de veranos anteriores desastrosos, a medida que se va acercando el verano les entra una especie de fobia porque anticipan que el verano volverá a ser horroroso”
Todos conocemos a gente que ha dejado a su pareja o que la han dejado tirada en ese regazo veraniego. Marta, de 28 años, me comenta que en su caso “pasó lo típico, te das cuenta de que eres joven, de que la pareja con la que estás no es la adecuada porque no compartís gustos ni tenéis objetivos de verano conjuntos. Cambias la rutina infernal por el gozo y disfrute propios del verano”.
A Carlos, de 27 años le han dejado a las puertas del verano dos veces. “Y por dejar, me refiero a ‘Pfff, para qué siquiera empezar con este tipo’ . Llevaba meses liado con ella para que al final, justo antes del verano, NADA. No sé si ella se enrolló con peña durante el verano, solo sé medias verdades pero tiene toda la pinta de que puto sí”.
¿De dónde sale esta tendencia a la escisión veraniega? ¿Son los cuerpos desnudos, el buen tiempo y la felicidad general lo que provocan estas rupturas forzadas? Con sus casi 30 años, Elena piensa que “lo de dejarlo antes del verano me parece demasiado optimista, como que la gente con pareja piensa que los solteros nos pasamos el día follando y tampoco es así; follamos muchísimo pero a veces también tenemos ‘tristes domingos por la tarde’”.
Existen dos grandes periodos de crisis a lo largo del año: antes o después de las vacaciones de verano y justo después de las vacaciones de Navidad
Pere Font, psicólogo y director del Instituto de Estudios de la Sexualidad y la Pareja me comenta que es bastante normal que sucedan este tipo de situaciones y que pueden suceder antes o justo después del verano. De hecho existen dos grandes periodos de crisis a lo largo del año: antes o después de las vacaciones de verano y justo después de las vacaciones de Navidad.
Al contrario de lo que pueda parecer en un principio —me refiero a esa búsqueda de libertad sexual durante los meses calurosos— estas rupturas responden a otro tipo de pulsiones. “Algunas parejas que ya están mal y que tienen experiencias de veranos anteriores desastrosos, a medida que se va acercando el verano les entra una especie de fobia porque anticipan que el verano volverá a ser horroroso” afirma el psicólogo.
Y es que a lo largo del año existen muchas formas de escaparse de los problemas de pareja. Uno puede llegar tarde a casa porque tiene “mucho curro en la oficina” o también puede apuntarse a un curso de cine y crítica en las redes sociales, por lo que durante el día a día tampoco pasan tantas horas juntos. Llegas tarde a casa, cenas y te quedas mirando la tercera temporada de Fargo para no tener que follar, realmente hay poquísimos minutos de convivencia real.
Según Pere Font, el verano supone pasarse todo el día juntos, es más, varias semanas juntos durante 24 horas de horror. Algunas parejas intentan pasar el verano sin que los problemas se noten demasiado pero al tercer día estos ya estallan en su cara. “Como la convivencia diaria tiene poco recorrido, de golpe te encuentras con la pareja al lado. Y todo lo que se ha ido escondiendo durante el año sale a la luz. Hay más tiempo para hablar, discutir y pelearse. El verano lo que hace es multiplicar lo que haya, si estás de buen rollo, pasas el verano de tu vida; pero si estás mal, el verano multiplica ese horror”, sentencia Font.
“Como la convivencia diaria tiene poco recorrido, de golpe te encuentras con la pareja al lado. Y todo lo que se ha ido escondiendo durante el año sale a la luz”
“Es por eso que la gente, cuando ve que se acerca el verano y que eso no va a ir bien y que tienen experiencias terribles acumuladas de veranos anteriores, deciden, antes de que la cosa sea un calvario, dejarlo. Esto sucede sobre todo con parejas de largo recorrido, gente de más de 30 años. En la gente joven, como las relaciones tienen menos recorrido, es más fácil romper. A esa edad las relaciones se hacen o se deshacen. Con una pareja que lleva 12 años, ahí la cosa se complica más cuando se acerca el verano”, dice el psicólogo de parejas.
La sexóloga Carme Sánchez Martín piensa que en el caso de los adolescentes, estos toman estas decisiones por una falta de compromiso y por unas inherentes ganas de pasarlo bien y descubrir su propia sexualidad, cosa que no es, para nada, reprochable. Además, la idea que tienen ellos respecto al tiempo y a la duración de las relaciones es muy distinta. “Durante esa edad, las relaciones de tres meses ya son como media vida, las monogamias seriadas en los adultos son más largas que en los adolescentes y esto es algo sano, quizás más que esas parejas de 16 años que tienen relaciones muy dependientes. Es una época para experimentar”, comenta Sánchez.
Los adolescentes toman estas decisiones por una falta de compromiso y unas inherentes ganas de pasarlo bien y descubrir su propia sexualidad
En estas decisiones también influye mucho la expectativa que puede ofrecer el verano, “No deja de ser una fantasía, si los adultos las tenemos, los adolescentes aún las tienen mucho más”, me dice la sexóloga. Pero claro, lamentablemente, “los adultos somos más realistas y miramos más qué nos conviene y qué no, ellos, por lo contrario, no elucubran tanto al no tener, realmente, tantas responsabilidades, y esto está muy bien”, piensa Sánchez.
Pese a todo, seguiremos teniendo amigos como Rubén, de 32 años, que apostilla que “en una ocasión me dejaron al final del verano para volver con un exnovio, así que supongo que yo era el ligue de verano”.
A Ana, de 29, “sí que me ha pasado de ennoviarme en enero un poco para aguantar el invierno (que enero y febrero son meses muy jodidos). Ahora me estoy viendo con un chico desde mayo, por ejemplo, y no nos estamos comprometiendo demasiado porque es el verano del amor. Si hubiéramos empezado pongamos que en noviembre, ya estaríamos muy comprometidos. Es de locos ennoviarse en verano”.
Estas actitudes en jóvenes de veinte y pico o treinta y pocos pueden responder, según Sánchez, a una tendencia a la dilatación de la adolescencia y primera juventud, que se puede extender hasta más de la treintena, algo que sucede debido al contexto sociocultural actual, en el que las relaciones tienen un valor mucho más líquido.
Y bueno, si en verano todo sale mal, siempre nos quedará volver con el ex en septiembre.