En el cortometraje de Peter Collins Fly in the Ointment, el autor narra su anhelo de recibir contacto humano ―las caricias de su mujer― mientras una mosca revolotea monocromáticamente en el interior de un frasco cerrado. “Sentí su suave dedo dibujar una línea a lo largo de mi espalda mientras me susurraba palabras de amor… Soñé que me abrazaba, me tocaba y me amaba”.
Collins, uno de los presos que más tiempo lleva cumpliendo condena en Canadá, ha pasado largos períodos confinado en soledad desde su encarcelamiento en 1984 por asesinato en primer grado. Fly in the Ointment narra su experiencia de estar confinado solo en una celda de 1,80 por 2,70 metros, privado de todo contacto humano, de toda intimidad y de cualquier tipo de contacto físico. Pero las personas que no pertenecen la población carcelaria ―personas por lo demás sociables y bien conectadas― también pueden desear con todas sus fuerzas sentir el contacto físico con otras personas.
Videos by VICE
Lo que algunos psicólogos denominan “sed de piel” (también conocida como “sed de contacto”) es la necesidad de contacto humano físico. Aunque muchas personas sacian su hambre de piel mediante el sexo, este trastorno no es exactamente una necesidad sexual. Satisfacer la sed de piel precisa tener un contacto físico significativo con otra persona y quienes no son capaces de reconocer su necesidad de contacto humano pueden sufrir profundas consecuencias a nivel emocional e incluso físico.
Los científicos empezaron a investigar la sed de piel poco después de la Segunda Guerra Mundial. En unos controvertidos experimentos llevados a cabo por el psicólogo norteamericano Harry Harlow, se separó a macacos rhesus bebés de sus madres y se les ofreció la opción de elegir entre dos sustitutos inanimados: uno hecho de alambre y madera y otro cubierto de tela. Los bebés de mono preferían abrumadoramente el abrazo del sustituto de tela, incluso cuando era la madre de alambre la que sostenía un biberón de leche.
Los seres humanos necesitamos contacto físico casi con tanta fuerza como necesitamos cubrir necesidades básicas como alimentarnos o beber agua
A partir de esto, Harlow dedujo que los macacos bebé necesitaban de sus madres algo más que nutrición para sobrevivir. Él lo bautizó como “consuelo por contacto”. Como resultado de la investigación de Harlow, hoy sabemos que los seres humanos necesitamos contacto físico, especialmente durante la infancia, casi con tanta fuerza como necesitamos cubrir necesidades básicas como alimentarnos o beber agua.
“Tocarnos entre nosotros permite que haya una convivencia pacífica”, explica la Dra. Tiffany Field, del Instituto de Investigación sobre el Contacto Físico perteneciente a la Universidad de Miami. Field, pionera en el campo de la sed de piel, lleva mucho tiempo defendiendo la reintroducción del contacto físico en los sistemas educativos, donde el miedo a los abusos sexuales y a posibles querellas ha llevado a algunos colegios de EE. UU. a implementar políticas de “no contacto”. “El contacto facilita la intimidad y la mayoría de las personas a las que tocamos no responden con agresividad”.
Es posible tener sed de contacto sin siquiera saberlo, o confundir los síntomas con algún problema de salud mental. “Las personas que tienen sed de contacto normalmente parecen individuos deprimidos”, afirma Field. “Son retraídos, el perfil de su tono de voz es plano”. Y añade que las personas que sufren depresión clínica pueden también sufrir con frecuencia sed de contacto, y esto puede verse en una zona del cerebro llamada vago. “Cuando esas personas reciben masajes, sus niveles de depresión descienden y su actividad vagal se dispara”.
El Dr. Terry Kupers, psicólogo y escritor que lleva décadas testificando en calidad de experto a favor de quienes están encarcelados en régimen de aislamiento, ha visto los efectos de la sed de piel de primera mano. “El contacto físico es un requisito del ser humano”, indica Kupers. “Hay algo sanador en ello. El contacto físico no está solo relacionado con el ser humano: es lo que nos define”.
El contacto físico es un requisito del ser humano. Hay algo sanador en ello
Kupers tiene permitido dar la mano a los presos cuando les examina en el estado de Mississippi, donde testifica con frecuencia. “Cuando toco a algún preso en la unidad de aislamiento de Mississippi, este me dice ‘Es usted la primera persona que he tocado aparte de los agentes que me han esposado. Aparte de ellos, nadie me ha tocado en los años que llevo en el pabellón de aislamiento’”.
Describe los textos psiquiátricos que muestran que el confinamiento aislado provoca duraderos problemas mentales como “voluminoso”. Como los problemas de salud mental que sacuden a los presos en régimen de aislamiento son tan numerosos, resulta difícil aislar la ausencia de contacto físico como un importante factor contribuyente, pero la neurocientífica Huda Akil identifica la falta de contacto físico ―junto con otros factores― como un aspecto que potencialmente podría desembocar en una reconfiguración del cerebro y a la aparición de problemas psicológicos. Los testimonios de presos como Peter Collins y la denunciante de Wikileaks Chelsea Manning ponen de relieve cómo la ausencia de contacto físico intensifica la experiencia del confinamiento solitario: en un artículo para el Guardian, Chelsea Manning lo describe como una “tortura libre de tacto”.
Aparte de los presos en régimen de aislamiento, existe otro sector demográfico que ilustra los efectos debilitantes de la sed de piel: los ancianos. Estar extremadamente solo puede desembocar en una afección médica crónica que tiene más probabilidades de aflorar en los últimos años de nuestra vida, conforme nuestros amigos y familiares van falleciendo. Un estudio descubrió que las personas de 50 años de edad o más que estaban solas tenían dos veces más probabilidades de fallecer que las que no lo estaban. En unas declaraciones publicadas en el USA Today, la psicóloga Janice Kiecolt-Glaser indica que los ancianos necesitan contacto físico prolongado mucho más que las generaciones más jóvenes: “Cuanto más mayor te haces, más frágil te vuelves físicamente, así que el contacto se convierte en algo cada vez más importante para mantener una buena salud”.
Diversas investigaciones muestran que las personas de las sociedades occidentales se sienten abrumadoramente más solas. Según el Estudio Social General de 2014 realizado por la Fundación Nacional Norteamericana de Ciencia, un cuarto de los estadounidenses siente que no tiene a nadie con quien hablar de sus problemas. Un estudio realizado por la organización benéfica británica centrada en las relaciones interpersonales Relate ha revelado que casi el diez por ciento de las personas carece de amigos cercanos y un 20 por ciento de quienes mantienen una relación rara vez se sienten “amados”. A esto hay que sumar que actualmente pasamos más tiempo online que nunca: los adultos británicos pasan una media de 21,6 horas a la semana en la red, según una estadística reciente.
El saber popular asegura que la tecnología nos está convirtiendo en torpes seres solitarios incluso aunque debería, en teoría, hacer que estuviéramos más conectados. Si cogiéramos lápiz y papel y trazáramos el perfil de la presencia online de una persona media, tendríamos que esbozar toda una red de conexiones que se expanden, demasiado numerosas para contarlas. Millones de cables de fibra óptica nos conectan con nuestras redes sociales: amigos, seguidores, conocidos con quienes nos comunicamos por email, incluso acechadores. Así que, ¿por qué nos sentimos más aislados que nunca? ¿Podría tener algo que ver con el hecho de que ninguna de esas conexiones implica contacto humano físico?
¿Por qué nos sentimos más aislados que nunca? ¿Podría tener algo que ver con el hecho de que ninguna de esas conexiones implica contacto humano físico?
El Profesor Kory Floyd, de la Universidad de Arizona, es experto en la comunicación de afecto en las relaciones cercanas. Después de estudiar el afecto durante casi dos décadas, Floyd cree que la comunicación verbal o escrita no son sustitutos del contacto físico. “El contacto posee una cualidad de inmediatez que las palabras no tienen. Y existen determinados beneficios para la salud que parecen acrecentarse cuando se expresa el afecto mediante el tacto”.
Como cuando se mira por el lado equivocado a través de un par de prismáticos a los que se ha dado la vuelta, internet puede tener el efecto de acercarnos más a los demás o alejarnos de ellos sin remedio, dependiendo de cómo se mire. Ningún movimiento ilustra esta cuestión de forma más poderosa que la iniciativa Abrazos Gratis, que comenzó en 2004.
La mayoría de nosotros hemos visto a alguien paseándose con un cartel en el que puede leerse “Abrazos Gratis”, pero muy pocos sabemos que quien se esconde tras la campaña es una persona que reside en Sidney y que responde al seudónimo de Juan Mann.
“Empecé a dar abrazos gratis sobre todo porque, en aquella época, yo no tenía a nadie. Nadie me abrazaba ni socializaba conmigo”, me explica por email. “Entonces, durante una fiesta, apareció una mujer como de la nada, se me acercó y me abrazó. Por primera vez en meses me sentí vivo y aquello me hizo pensar en todas las demás personas que se sienten solas en el mundo y que podrían necesitar o querer un abrazo”.
Un músico llamado Shimon Moore vio a Mann dando abrazos en un centro comercial de Sidney y pensó que aquello era una idea que surgía de algo puro. Volvió al centro comercial, filmó a Mann y finalmente empleó la grabación para el vídeo musical de su banda. El clip se hizo viral (actualmente tiene 77 millones de reproducciones) y el proyecto de Mann se hizo famoso en todo el mundo, para su sorpresa.
“¿Esperaba que sucediera esto? Ni en esta vida ni en la siguiente”, me dice Mann. “Solo esperaba ser ese excéntrico chico solitario de una ciudad situada en un rincón del mundo que se dedica a abrazar a completos desconocidos. Pero ver que hay tantísimas personas en todo el mundo dispuestas a posicionarse a favor del amor y la humanidad proporciona una sensación increíble”.
Tal y como demuestra la demagogia de Trump, las teorías que más adeptos suman son siempre las más simples de entender: la inmigración es el motivo por el que no tienes trabajo, el extremismo islámico existe porque todos los musulmanes son terroristas y la tecnología nos está desconectando de los demás. Pero el movimiento Abrazos Gratis nos demuestra que las teorías más simples no siempre son las correctas. Si no fuera por internet, Mann no sería más que un tipo solitario que sostiene un letrero cursi en un centro comercial.
La tecnología no tiene la culpa de que vivamos vidas cada vez más libres de contacto: la culpa es toda nuestra. Pero los gestos electrónicos de amor y apoyo vía mensaje de texto o chat no son sustitutos de un abrazo dado con amor. ¿La solución? Desde luego no es eliminar completamente la tecnología, pero sí emplearla como complemento para reconectar con todas las personas que se sienten solas ahí afuera y que podrían estar necesitando desesperadamente un abrazo.