Música

De Bob Dylan a J Balvin: Los tiempos (y los festis), están cambiando

Bob Dylan J Balvin Bad Bunny Coachella 2019

Como cada año, el popular festival de Coachella anuncia los primeros días de enero su alineación a realizarse en Indio, California durante el mes de abril y estas jornadas inaugurales del 2019 no fueron la excepción. La expectativa siempre es grande entre los aficionados a la experiencia festivalera y la discusión que se genera una vez anunciado el lineup no tiene parangón: todxs opinan por qué tal o cual banda no debería ser incluida o cuáles deberían ser los actos principales. Es una batalla encarnizada en la que todxs sienten la necesidad imperiosa de compartirnos su opinión, bajo el supuesto, claro, de que nos importa. Lo hemos repetido en innumerables ocasiones: la lucha es real.

El cartel recién anunciado ha sido uno de los que más ha dado de qué hablar por este lado del mundo. ¿El motivo? La inclusión de Bad Bunny y J Balvin como actos estelares, que provocó que varios soldados se rasgaran las vestiduras, argumentando que ninguno tenía los “méritos” para ser incluido, o que no eran actos de “rock”. “¿Cómo podía faltar Radiohead?”, “¿Por qué no los Queens of the Stone Age?”, “La herencia de rock del festival está siendo mancillada con esos participantes”: prejuicios, resistencia al cambio y opiniones musicales propias de adultos responsables y maduros, inundaron nuestros timelines. Los opinionados no tomaron prisioneros.

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Por un lado, Coachella nunca ha sido un festival exclusivo de actos de rock. Aunque en menor grado, actos de hip hop, pop y del universo de la electrónica, han alimentado las alineaciones del festival por años. Por el otro, la tendencia en esta década es que festivales tan grandes como Coachella, se ven obligados a cubrir gustos apelando a las ofertas más generales. Es decir, la única idea acá es y ha sido siempre incluir actos que se van a traducir en ventas millonarias de boletos. Nada nuevo bajo el sol.

Que Bad Bunny o J Balvin se presenten en Coachella este año obedece a su popularidad mundial, como antes fueron populares Radiohead y Pearl Jam. Recapitulemos: las bandas de rock y el desgastado sonido del género ya no son relevantes. Si el cartel de Coachella representa uno de los ultimísimos clavos en el desvencijado ataúd donde yacen sus putrefactos restos, no es por el rock en cuanto tal. Dicho de otro modo, Coachella solo incluía actos de rock porque eso garantizaba ventas de boletos. (Y vaya, hablar de la erosión del rock es hablar de un tema ya bien documentado y zanjado con anterioridad).

Bad Bunny y J Balvin en Coachella 2019
Foto: ABC/Image Group LA

Las ridículas reacciones de los creyentes del rock y los acólitos de la “buena música” ––el llamado “buen gusto” no existe; cf.: Música de mierda de Carl Wilson–– me recordaron aquel indispensable capítulo en la historia de la música popular protagonizado por Bob Dylan en el festival de Newport en 1965.

Los tiempos, ellos ¿están cambiando?

El festival de Newport, que aún se realiza en Rhode Island cada año, comenzó como un festival de jazz. Existen varias grabaciones trascendentales de presentaciones en vivo en Newport, como la de Miles Davis y Duke Ellington a mediados de los cincuenta. Además de los pesos pesados mencionados, pasaron nombres como Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Count Basie, entre muchos otros. A finales de los cincuenta y dentro del marco del renacimiento de los sonidos folk americanos, los organizadores decidieron establecer el Newport Folk Festival.

A partir de 1959 el Festival de Newport presentó un cartel y un calendario de talleres en el que figuraban actos de folk americano representado por grupos de gospel, blues y otros géneros rurales. Artistas como Mississippi John Hurt, Odetta, Pete Seeger, Joan Baez y John Lee Hooker, se presentaron a partir de la inauguración del festival.

Una vez que el movimiento por los derechos civiles cobró mayor fuerza en los Estados Unidos, a principios de los años sesenta, los organizadores del Newport Folk Festival se alinearon con sus demandas y lo incluyeron en el espíritu del festival. Actos como Peter, Paul & Mary, Joan Baez y Pete Seeger, hicieron suya la bandera de este importante movimiento social y el festival funcionó como una especie de plataforma musical pseudo oficial de dicha batalla.

Sin lugar a dudas, la edición más famosa del festival de folk de Newport es la de 1965. Y a continuación comento por qué.

Para ese año el festival estaba en la cima de su popularidad y público de toda la nación americana peregrinaba año con año a Rhode Island para presenciar el espectáculo. En esa edición, el lineup incluyó los siguientes nombres: Joan Baez, Son House, Donovan, Memphis Slim, Willie Dixon, Lightnin’ Hopkins, los Chambers Brothers y los hermanos Fariña, entre muchos otros. Una mezcla con lo mejor del blues y folk de la época, conformaban la oferta.

Bobby Dylan era un participante recurrente en Newport, presentándose en el escenario principal y participando en los talleres que programaban los organizadores. (Los talleres eran lo que hoy podríamos llamar showcases, donde los actos del festival interpretaban dos o tres canciones junto con el público y otros músicos. Con la diferencia de que en esos talleres los asistentes se familiarizaban y aprendían otras canciones y técnicas para tocar sus instrumentos).

La participación de Dylan es indispensable para la popularización del festival. Fue durante esos años que Bobby fue depositario de la esperanza y renacimiento del folk americano y comienza su leyenda como el más grande poeta de la música popular del siglo XX. Incluso para la edición del 65, una buena cantidad de público se presentó en Newport con la única intención de ver el acto en vivo de este joven que tocaba las más sublimes canciones “temáticas” ––de protesta–– con su guitarra acústica, Bob Dylan.

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Durante el domingo de clausura del festival, y en medio de una lluvia moderada, se presentaron Mimi y Richard Fariña como parte de la sección dedicada a nuevos talentos. El acto de los Fariña presentó su folk con influencias de rock y hacia el final del set la lluvia aumentó; muchos de los asistentes se alejaron del escenario para buscar refugio, pero otros se quedaron a disfrutar del resto del concierto bajo la lluvia. Esto provocó la primera escena clásica festivalera en la historia de la música popular: algunos se despojaron de sus ropas, otros se montaron en los hombros de sus vecinos asistentes, chicas con flores en sus orejas comenzaron a danzar descalzas, y todos entraron en éxtasis al compás del folk imbuido de rock de los Fariñas, inaugurando así una parte fundamental del mito del verano del amor, que duraría hasta fines de la década.

Esta escena que se ha repetido cientos de veces y representa de alguna forma el espíritu de juventud, rebeldía y libertad que muchos encuentran en los festivales musicales. Y sucedió justo antes de la esperada presentación de Bobby Dylan.

Mientras llegaba el momento de la presentación de Bobby la ansiedad en el público aumentaba así que para cuando llegó el momento la tensión y ansiedad eran palpables. Dylan había tomado la decisión de presentarse esa noche con una banda de blues integrada por algunos miembros de la Paul Butterfield Blues Band (entre ellos Al Kooper). Los motivos por los que Dylan decidió presentarse con una banda amplificada estaban asociados a su carácter rebelde y de desafío a la expectativas que se tenían de él. Seguramente la influencia de las bandas inglesas y su creciente popularidad estuvieron presentes pero la decisión es generalmente considerada como un golpe en la mesa que dio Dylan para desmarcarse del rancio y ortodoxo grupúsculo que tiraba de las riendas del folk americano principalmente representado por Alan Lomax y Pete Seeger.

La presentación enchufada de Dylan duró cuatro canciones en las que la banda evidenció el mínimo tiempo que tuvieron para ensayar el acto. Las deficiencias técnicas y la expectativa por presenciar un acto acústico como el que había popularizado Dylan causó cierta decepción y molestia entre los organizadores y una parte del público: la gente quería escuchar a Dylan interpretar ‘Mr. Tambourine Man’ solo en el escenario acompañado de su guitarra, no una banda de blues eléctrica. De acuerdo a los estándares del folk y los organizadores del festival el rock eléctrico representaba una traición a la verdadera tradición del festival y aunque había otras excepciones en el cartel (los Chambers Brothers eran conocidos como la respuesta del Mississippi a los Beatles) los organizadores y asistentes pretendían mantener el espíritu del festival presentando actos de folk como Peter, Paul & Mary, Joan Baez y la versión desenchufada de Dylan. El rock, para ellos, no era más que un artilugio comercial que amenazaba la verdadera tradición musical americana.

Dylan no se volvería a presentar en Newport hasta el 2002 y las historias de lo que sucedió detrás del escenario mientras Dylan empuñaba su guitarra eléctrica no son pocas y forman parte de la mitología del rock americano. Basta solo mencionar que incluyen a Pete Seeger en su momento de mayor rabia, un hacha y cables cortados.

Bob Dylan en Newport, 1965
Bob Dylan en Newport, 1965

Que el público de Newport se haya molestado con Dylan y se haya rasgado las vestiduras porque tocó un set enchufado, me recuerdan a la inconformidad que mostraron los aficionados al festival de Coachella porque J Balvin y Bad Bunny se presentarán en su edición del 2019.

Los supuestos dueños del folk americano y sus seguidores de principios de los sesenta se enojaron porque Dylan dio un paso hacia el género que dominaría la música popular en las décadas por venir. Lo que le dijeron fue exactamente lo mismo que le dicen a Balvin y el conejo: que su música es basura, que eso no es música. A la postre, el festival se mantuvo presentando lo que los organizadores y el público consideraron que se ajustaba a las reglas del folk y Dylan inauguró en ese momento lo que terminaría siendo conocido como ·contracultura”.

Puristas de ahora vs Puristas de antes

El fenómeno se repitió hace algunos días cuando los amos del “buen gusto musical” y sus aliados rockeros se negaron a aceptar que “los tiempos, ellos están cambiando” y que la dirección que mantiene la música popular (desde hace décadas) no está alineada con sus anticuados y totalitarios gustos.

Lo que les puedo adelantar, basándome en la experiencia que nos otorgaron otros géneros que han sido subestimados antes, es que algunas de esas personas que sometieron a juicio la inclusión de José Balvin y el Conejo Malo en el festival de Coachella, comenzarán a incluir canciones de ese par en sus playlists y pronto exclamarán: no me gusta el reggaeton pero me gusta J Balvin.

Las ansias por pertenecer no pueden ser subestimadas.

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