Música

De laceraciones existenciales y The National

Prólogo

Ya tiene muchos días que estoy bien pinche triste. Como desde el 2008. Tal vez antes. No sé bien. Igual y ya es un grillete del que no me puedo deshacer a menos que me ampute una pierna. Si ese es el caso, que esto sirva para lo que no han servido las sesiones incontables con mi analista. No se confundan. Esto no se trata de hacer reflexiones serias sobre cosas que a nadie le importan. Se trata de lo que más les gusta, leer de primera mano lo miserable que puede llegar a ser la condición humana. Recorrer sus enfermedades y pitorrearse de sus síntomas desde la desgracia de un imbécil que pone la cara en Internet para que lo vean medio-morirse pero no morirse del todo. Es casi un reality show. Aquí pueden ver a alguien muy desgraciado retorcerse en sus peores pesadillas, tropezarse con su propia miseria y embarrar la cara en el suelo sin amortiguadores. Caer en un limbo entre medicamentos psiquiátricos y drogas ilegales. Que en cualquier caso son lo mismo. Solo cambia el dealer.

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La tristeza es un espacio habitable. Se llena con los tumores de humanidad de quien la reside. Con pedacitos de infancias rotas, adolescencias problemáticas y relaciones tormentosas. La música tiene la posibilidad de trasportar a quien sea a ese espacio. Aunque algunos lo tengan más cerca. A veces la música es la forma de llegar ahí. Otras veces es la forma en la que se pueden vestir sus paredes. La tristeza es un lugar cómodo. Se puede estar ahí durante largos periodos de tiempo. Aquí vamos a recorrer sus pasillos, fumar marihuana en sus salas, contemplarla desde afuera y tal vez, si se puede, un día abandonarla. Bienvenidos a éste pedacito de infierno.

De laceraciones existenciales y The National

Estaba valiendo madres. Tenía una especie de trabajo que más bien insultaba un poco mis capacidades productivas. Entonces estaba casi segura de que sí tenía. No le encontraba ningún sentido a mi existencia. Todavía no me daba cuenta de que no lo tiene. Me dolía el cuerpo. Fumaba marihuana todo el tiempo y me emborrachaba todas las veces que podía. Estaba gorda. Me gusta mucho comer, pero entonces me gustaba mucho abusar de la comida. Tomaba un antidepresivo y un ansiolítico al día, con el café de la mañana, que no servían para mucho. Tal vez no servían de nada. Iba en picada hacia el fracaso y no había mucho que hacer al respecto. Sólo repetir “Sorrow” de The National miles de veces hasta que me quedara claro algo. O más bien, hasta ahogarme.

Me largué. Fui a visitar a una amiga que entonces estudiaba fotografía en Nueva York. Vivía en Brooklyn. En una zona llena de turcos y puertorriqueños. Ella probablemente tampoco estaba en su mejor momento. Había dejado de fumar. O eso decía. Su papá se había muerto pocos meses antes. Y se acercaba a Nueva York uno de los inviernos más duros de la década. Llegué a su casa de madrugada. Ella ya había puesto dos vasos y una botella de whisky en la mesa. Conecté el iPod a la bocina y empezó a sonar el High Violet. Ese disco de 2010 que trae las tres canciones más cabronas que The National ha escrito jamás. Ella me contó que unos días antes había estado escuchando ese disco mientras trabajaba en el cuarto oscuro revelando unas fotos y se había puesto a llorar.

Sacó una cajetilla de cigarros que guardaba en un cajón. Marlboro rojos. “Son los que fumaba mi papá. Esta es su última cajetilla.” Nos pusimos a fumar lo que quedaba de su papá y a tomar lo que quedaba del whisky. Your voice is swallowing my soul soul soul se repetía mil veces en el aire mientras vaciábamos nuestros pulmones llenos de humo. Fue un episodio bastante penoso que terminó en aterrizaje forzoso. Un movimiento catártico del que Alejandro Jodorowsky estaría orgulloso. Nos revolcamos en toda nuestra desgracia hasta que amaneció.

Meses después corrió el rumor de que The National iba a tocar en PS1, el espacio del MoMA dedicado exclusivamente a proyectos experimentales de arte contemporáneo. No era un rumor. Como parte de las Sunday Sessions de esa temporada, la idea del artista islandés Ragnar Kjartansson era poner a The National a tocar un loop en vivo de “Sorrow” sin descanso, una y otra vez, durante seis horas. El rollo del artista era hacer una pieza sobre la presencia escultural del sonido de título A Lot Of Sorrow. Y de paso cotorrear con un toque de ironía con la idea del sufrimiento y el dolor. Lo que pasa cuando pones a unos tipos a tocar la misma canción de sufrimiento una y otra vez se vuelve chistoso y luego se pone más chistoso. Miren:

Esa pequeña maquetita de sufrimiento que hicieron en el PS1 para burlarse de mi en mi cara es la razón por la que tengo los ojos rojos y a media asta todo el tiempo. Yo suelo hacer ese ejercicio tortuoso de meterme en un torbellino de sorrow. Una vez no está mal. Pero durante seis horas y sin parar es ridículo. Sorrow found me when I was young / Sorrow waited, sorrow won. Ese es el pretexto perfecto para mandarse al diablo y caer derrotado a un tiradero de basura infinito. Ok. Escuchar canciones tristes para torturarse a uno mismo es patético, aunque la idea de hacerlo sea para ver de frente a los demonios más atascados de las pesadillas más horrendas. Ni modo. The National hace canciones para borrachos melancólicos. Para destruirse a uno mismo correctamente hay que saber pegarse en donde a uno le duele y ésta banda de Ohio entiende perfecto eso. Y entonces sí, it takes an ocean not to break.

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Mira el video de “I Need My Girl” de The National.