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De niño, fui a uno de los internados más lujosos del mundo

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Artículo publicado originalmente por VICE en francés.

El primer día de clase, un helicóptero aterrizó en el césped exterior del estadio deportivo. De él salió el hijo de un productor cinematográfico famoso como si fuese la cosa más normal del mundo. Unos segundos más tarde, llegó un Hummer amarillo brillante con el hijo de un magnate hotelero turco.

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Yo soy de un pueblo cerca de París y mi medio de transporte no es tan lujoso: el Renault Clio de mi madre. Tras un primer año caótico en el instituto, mis padres decidieron enviarme a École des Roches, el internado más caro del país, que cuesta 20.000 euros al año, en Normandía (Norte de Francia). Mi familia es de clase media-alta, pero el precio era bastante alto para nosotros. Lo vieron como una inversión a futuro después de que me acosaran en la escuela pública.

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ESTUDIANTES POSANDO EN FRENTE DE LA CASA DE LOS PINOS, PORTANDO UN PENDÓN CON EL ESCUDO DE ARMAS

Al principio, me sentía como un pez fuera del agua. Todo era nuevo para mí: los edificios antiguos, los paisajes normandos de telón de fondo y las casas en las que dividían a los estudiantes, cada una con su propio escudo de armas. El campus de 60 hectáreas era tan grande que los estudiantes tenían que tomar un autobús para ir a clase. Había una pista de tenis, una piscina, un teatro y una pista de go kart. También, se podía hacer equitación y tomar clases de aviación.

Me encontraba en uno de los colegios más elitistas y lujosos del mundo. La gente solía preguntar primero quiénes eran tus padres antes de preguntar tu nombre. Niños ricos de todas partes del mundo llegaban a École des Roches para aprender sobre la cultura francesa. En las aulas, se podía escuchar chino, árabe y ruso. Yo disfrutaba en ese mundo multicultural de clase alta.

Mi padre es dueño de una compañía y mi madre es médica, pero como todo niño de padres aburridos, me inventé una historia sobre mi familia y me convertí en el hijo de un gran diseñador de moda. Algunos se lo creyeron fácilmente. Otros estudiantes de clase media se inventaban historias aún más disparatadas para encajar.

Poco a poco, aprendí a vivir en este mundo: las marcas que debía llevar, los nombres de las estaciones de esquí y cafeterías de moda. Conocí a los hijos de dictadores, proxenetas y actores famosos. En el primer año de secundaria, el hijo de un dictador africano desapareció de repente. Habían dado un golpe de estado en su país de origen y, esa misma tarde, vimos en las noticias a sus conciudadanos siendo masacrados. Un año más tarde, más niños llegaron de ese país que estaba a punto de colapsar, todos con sus maletas de Louis Vuitton.

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ÉCOLE DES ROCHES. “J’AGIS AUJOURD’HUI POUR MON AVENIR [TRABAJO EN MI FUTURO AHORA]”

Había dinero por todas partes. Una tarde, un director de una de las casas llamó a todos los estudiantes. Habían encontrado un fajo de billetes de unos cuantos miles de euros. Con 13 años, no me escandalizó. Pero, con el paso del tiempo, ese alarde tan ostentoso de riqueza comenzó a molestarme. La gente se te acercaba y comprobaba la etiqueta de la chaqueta que llevabas; era difícil encajar si no tenías los mismos medios económicos que ellos.

Yo estuve en esa burbuja durante tres años. Con el tiempo, entendí que la mayoría de estos niños habían sido enviados allí porque sus padres eran demasiado importantes como para cuidar de sus hijos. Un amigo solía pasar las vacaciones con una familia de acogida en vez de con la suya, como si no tuviese padres.

Muchos niños ricos tienen problemas similares a los de las familias pobres: padres ocupados y negligentes, problemas de drogas y depresión. La diferencia es que estos tienen dinero para consolarse. Los profesores y empleados del internado eran muy conscientes de que éramos mocosos consentidos y podíamos sembrar el mismo caos que los estudiantes de un colegio público.

Cuanto más mayores se hacían, más se metían en cosas peligrosas. En el primer año de secundaria, varios amigos estuvieron a punto de sufrir una sobredosis después de tomarse una decena de antidepresivos. El internado se enteró cuando uno de ellos cayó inconsciente durante una clase. Si no les hubieran lavado el estómago, estarían muertos.

La mayoría de los estudiantes iban a casa los fines de semana y volvían en autobús el domingo por la noche desde Avenue Foch en París. El ambiente era bastante triste: nadie hablaba y la mayoría tenía una expresión seria. Una de esas noches tan deprimentes, una estudiante sufrió un coma etílico justo después de marcharnos de Avenue Foch. Unos años después, la vi en un programa de telerrealidad francés parecido a Gran hermano llamado Secret story.

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UN COLLAGE FOTOGRÁFICO DE UNA FERIA DE DEPORTES Y CULTURA

El aburrimiento y las absurdas reglas del colegio nos invitaban a portarnos mal de forma cada vez más original. Uno de mis amigos se había especializado en defecar desde la ventana del dormitorio y en escribir su nombre en las paredes con un trozo de caca que había recogido previamente con mucho cuidado. Sin embargo, guardo algunos recuerdos con mucho cariño: nuestros primeros besos en el campo o los primeros cigarrillos en el ático de la casa en mitad de la noche.

Pero estar rodeado constantemente de una riqueza extrema siendo tan joven es increíblemente tóxico. Creces pensando que el dinero no tiene valor, porque lo ves en todas partes. Empiezas a pensar que ser pobre significa no tener zapatillas Gucci, sin darte cuenta de que representan el salario de todo un mes de algunas personas.

El colegio no nos preparó en absoluto para el mundo exterior. Al final, no hay atajos para el éxito; la única forma en la que estos niños podían lograr algo una vez fuera era con la ayuda de sus familias. Mis amigos del colegio tomaron direcciones muy diferentes: uno se enlistó en el Ejército israelí, otro abrió un centro vacacional de lujo con el dinero de sus padres y se hizo actor. Hasta ahora, las cosas me han ido bien, pero no importa el dinero que pueda ganar, jamás enviaría a mis hijos a École des Roches.