Visitamos un laboratorio sicodélico

Luego de varios intentos fallidos prendí el encendedor y lo escondí bajo mi chaqueta para proteger la llama del viento. A los lejos, un farallón de unos 100 metros de altura dominaba el paisaje rural de Suesca, Colombia. Frente a mí, una enredadera verde se descolgaba desde la copa de un árbol. A mi lado estaba la casa donde Carlos Mario Díaz vive y trabaja, y entre mis piernas cruzadas, una pipa de vidrio llena de extracto puro de Salvia divinorum, un potente alucinógeno cuyo mecanismo de acción en el cerebro difiere del de cualquier sustancia sicoactiva conocida hasta hoy.


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La imagen familiar de una brasa roja creciendo en el hornillo de la pipa desató un extraño vacío en mi estómago. Sentí mis pulmones llenarse de humo y —tal y como me lo había indicado Mario— traté de aguantar la respiración el mayor tiempo posible. Exhalé. En cuestión de segundos, me encontré preguntándome de dónde venía esa extraña presión que sentía sobre todo mi cuerpo. La parte de mi cerebro encargada de asignarle al mundo las etiquetas “árbol”, “copa”, “farallón” y “enredadera” se había desactivado. Ahora me enfrentaba a una franja vertical de color verde intenso que ocultaba parcialmente un paisaje desconocido que yo contemplaba suspendido en el aire con la espalda pegada a una enorme pared que se alzaba sobre un mundo que parecía haber perdido una de sus dimensiones.

Un minuto después olvidé que estaba en Suesca y que había venido hasta acá para conocer el laboratorio casero en el que Mario prepara y comercializa extractos de una decena de plantas sicoactivas que aún no han sido prohibidas por la ley. No recordaba qué había hecho esa mañana ni durante esa semana. De hecho no recordaba ningún otro momento. Tampoco recordaba la pipa y la brasa; olvidé que había decidido probar en carne propia los efectos de la salvinorin A, quizás el más poderoso de los extractos que prepara Mario.

Tres horas antes me había encontrado con Mario en el parque central de Suesca. Moreno, bajito y de pelo corto, con una pinta más cercana a un escalador que a un científico aficionado, me saludó y me pidió que lo acompañara a comprar unos cigarrillos antes de empezar a caminar hacia su finca, veinte minutos “loma arriba”.

La Salvia divinorum fue presentada al mundo occidental por Richard Evan Schultes, etnobotánico estadonidense, quien publicó en 1979 el libro Plantas de los dioses en colaboración con el descubridor del LSD, Albert Hofmann. En dicho libro, Schultes se refirió a ella como la “pastora”, nombre con el que llaman los indígenas mazatecas de la Sierra Oriental de México a la Salvia divinorum. Según los testimonios de chamanes aportados por Schultes, la“pastora” es usada en ceremonias de sanación en ocasiones en las que resulta imposible conseguir los hongos que tradicionalmente son usados por los mazatecas con este propósito. La salvia es descrita en este libro como un alucinógeno de menor potencia que los hongos de psilocibina. Sin embargo, a diferencia de su uso contemporáneo, los mazatecas acostumbraban mascar las hojas frescas de salvia, lo cual produce un efecto menos potente y de acción más prolongada que el que yo y los demás clientes de Mario experimentamos al fumar su extracto.

En el camino a su casa, mi anfitrión me contó cómo llegó a la salvia, hace poco más de cinco años, durante un viaje para visitar algunos familiares en California. Mario, quien había cultivado mariguana y experimentado con hongos, ácidos y éxtasis, conoció en ese viaje una nueva sustancia, una que se comercializaba de manera legal en muchas tiendas de parafernalia para fumar mariguana. Se trataba del extracto de hojas de la planta Salvia divinorum.

Debido a que no está incluida en el Acta Federal de Sustancias Controladas, la salvia es comercializada de manera legal en Estados Unidos desde finales de los años noventa. Según la Encuesta Nacional de Salud y Consumo de Drogas de ese país, para cuando Mario conoció la salvia un 6.1 % de las personas entre los 18 y los 25 años declaraba haber consumido su extracto alguna vez en la vida. Sus consumidores, usualmente personas que tenían previas experiencias con la marihuana, los ácidos y los hongos de psilocibina, se sentían atraídos hacia la salvia por su potente efecto alucinógeno que, convenientemente, desaparece tras unos diez o quince minutos. Hoy en día la salvia ha sido prohibida en 29 estados de ese país, pero su porte y venta sigue siendo legal en lugares como Nueva York, Massachusetts, Arizona, Nuevo México, Nevada y California.

Mario intuyó que este alucinógeno, hasta entonces desconocido por él y la gran mayoría de los colombianos, podría tener una acogida similar en su país. Fue entonces cuando fundó, junto con tres socios, una empresa llamada Caapi, bajo la cual comenzó a importar y comercializar estos extractos preparados en Estados Unidos, que, al no estar incluidos en el Convenio de las Naciones Unidas para las Sustancias Psicotrópicas, también son legales en Colombia.

El autor de este artículo junto a Carlos. Foto por Alejandro Rebolledo.

La mayoría de estas preparaciones, que se comercializan en algunas partes de Estados Unidos y prácticamente cualquier lugar del mundo donde haya Internet y un servicio de correo confiable, está clasificada de acuerdo con su potencia en una escala de X. Existen extractos que van desde una potencia de 5X hasta 80X. El número indica la cantidad de gramos de hoja de salvia que se utiliza en cada preparación. “Lo que pasa es que esa escala no es del todo confiable”, contaba Mario mientras me daba la bienvenida a su casa. Un rancho pequeño de dos habitaciones, cocina, baño y sala, ubicado en ladera con vista a un farallón que durante los fines de semana es muy popular entre los escaladores. Fue aquí donde hace tres años Mario empezó a extraer y a purificar por sus propios medios la salvinorin A, el componente químico que produce los efectos psicoactivos de las hojas de Salvia divinorum.

“Lo que pasa es que las hojas de Salvia divinorum tienen concentraciones de salvinorin A que suelen variar mucho”, decía mientras me mostraba una planta de salvia que había sembrado en una maceta. La planta, que tenía un tallo delgado y hojas verdes que alcanzaban el tamaño de la palma de mi mano, había sido enviada directamente desde México, donde es endémica. “A veces nos llegaba una salvia de 40X que en realidad no era muy potente y a veces una de 15X que era fuertísima”, continuó. “Fue hace tres años cuando decidimos intentar cristalizar nosotros mismos la salvinorin A a partir de la hojas de la planta. Tuvimos que enseñarnos solos, a punta de ensayo y error y probando los resultados en carne propia”.


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El procedimiento de recristalización, el cual toma un par de días trabajando con implementos básicos de laboratorio, produce un par de gramos de salvinorin A , un compuesto cuyos efectos psicoactivos fueron evaluados en un estudio realizado con sujetos humanos en la Universidad de Johns Hopkins, de Baltimore, basado en la Escala de Evaluación para Alucinógenos. La escala, que consiste de un cuestionario de 99 preguntas diseñado para medir la potencia de drogas alucinógenas, arrojó un resultado que, según los médicos encargados del estudio, ponen la salvinorin A en la categoría de la psilocibina y la dimetiltriptamina (DMT), principios activos de los hongos alucinógenos y la ayahuasca, respectivamente.

Mario, quien impregna 2,5 miligramos de este extracto en una diminuta cantidad de hojas de salvia secas que empaca en pequeñas capsulas plásticas, afirma que preparar su propio extracto cambió la naturaleza de su negocio: “Cuando dejamos de vender los extractos importados cambió nuestra clientela. Antes eran chinos que querían probar de todo y cuanto más fuerte mejor. Hoy en día muchos de nuestros clientes son gente más madura, varios de ellos profesores que nos dan una retroalimentación muy valiosa”. Las ventas de este extracto y las de otras tres plantas psicoactivas que aún no han sido prohibidas —la chagropanga, uno de los ingredientes del bebedizo llamado yagé; la Argyreia nervosa, cuyos efectos y composición son similares a los del LSD, y la ruda siria, una planta cuyo principio activo es similar al de la ayahuasca—, producen utilidades suficientes para mantener a Mario y sus dos socios.

***

Me olvidé de todo esto y mucho más tan pronto como la salvinorin A hizo efecto en mi cerebro. Estuve un par de minutos tendido inmóvil sobre el pasto frente a la casa de Mario sin saber bien qué estaba sucediendo. Sentía que una fuerza extraña ejercía una presión grande sobre mi cuerpo, y dudaba si este podría responder a mis órdenes. “De todas maneras”, pensé, “¿de qué me sirve mi cuerpo en este estado?”.

No soy el único que piensa que los efectos de la salvia son tan potentes y conducen al clímax tan rápido que dejan de ser placenteros. Youtube está lleno de videos de jóvenes que, tras inhalar salvia una sola vez, quedan paralizados durante algunos segundos con la expresión de terror congelada en sus ojos mientras sus amigos ríen a carcajadas. Incluso Mario, quien ha experimentado durante cinco años y la defiende como una herramienta de gran utilidad para la meditación y la introspección, se ha llevado sus sorpresas de cuando en cuando.

“Eso fue hace un par de semanas. Ya era de noche y estaba aquí en mi cuarto viendo televisión. No quería fumar salvia, pero ya había preparado el extracto y tenía que hacerlo porque los pedidos tenían que salir al otro día temprano y no iba a despachar algo sin haberlo probado. Así que sin mucho misterio apagué el televisor y llené la pipa. Lo siguiente que recuerdo es estar muerto. No recordaba haber fumado salvia, solo era consciente de haber muerto. Luego tuve visiones, eran dioses y me estaban reclamando por haber muerto antes de que llegara mi hora. La cosa se puso tan fuerte que tuve que llamar a un parcero que vive aquí cerca. Cuando el man llegó yo ya había recordado que había fumado salvia y me fui calmando”.

Foto por Santiago Mesa.

Cuando la salvia fue presentada por Schultes en 1979, se ignoraba por completo cómo actuaba en el cerebro. Hoy en día sabemos que se trata de una droga única. Por un lado, la salvinorin A es el primer alucinógeno conocido por el hombre que no pertenece a la familia de los alcaloides. Por otro lado, actúa en el cerebro sobre los opioides kappa, un grupo de receptores que, según Bryan Roth, profesor de farmacología especializado en el desarrollo de nuevos medicamentos de la Universidad de Carolina del Norte, cumple funciones de regulación del dolor, los mecanismos de adicción, los estados de ánimo y la percepción de la realidad (hasta la fecha, no se conocía ninguna otra droga psicoactiva que tuviera acción sobre estos receptores).

Actuar en una parte del cerebro que hasta hace poco fue un enigma para la ciencia y tener una composición química única han hecho que, en la última década, la salvia esté en la mira de investigadores de universidades y laboratorios farmacéuticos de todo el mundo. De hecho, tan solo en los últimos cinco años la Biblioteca Nacional de Medicina e Instituciones de Salud de Estados Unidos ha registrado 81 nuevas investigaciones acerca de la Salvia divinorum. Por su parte, la Oficina de Patentes de Estados Unidos ha pasado de registrar tres patentes asociadas con la salvinorin A en 2010 a registrar 39 en la actualidad. Esto muy probablemente se deba a que científicos como Roth sospechan que, a partir de la salvinorin A , se podría sintetizar toda una nueva familia de analgésicos, antidepresivos, antipsicóticos y medicamentos para tratar la adicción. Sin embargo, hasta el momento es más lo que desconocemos acerca de la salvinorin A. Por ejemplo, no se han realizado estudios sobre el impacto de su uso a largo plazo y nadie sabe aún por qué sus efectos son de tan rápida acción ni cómo se metaboliza la sustancia en el cuerpo.

En Colombia existe una comunidad pequeña pero muy unida de personas dedicadas a la experimentación con salvia y otras plantas psicoactivas que tampoco están prohibidas. Algunos de ellos han cuestionado a Mario porque consideran un sacrilegio el hecho de preparar un extracto a partir de una planta que algunos indígenas ven como sagrada, y ponerlo a disposición de cualquiera que tenga un computador en la casa y unos cuantos billetes en su bolsillo.

Pero Mario hace caso omiso a estos juicios morales. Hace poco volvió a la universidad para estudiar química y así aspira aprender a sintetizar nuevos compuestos a partir de esta y otras plantas en su laboratorio casero. “Yo creo que en este punto la exploración con drogas psicodélicas (porque yo les digo así: drogas, gústele a quien le guste), no debe estar reservada a chamanes o grandes eminencias”, me dijo Mario mientras me mostraba sus ejemplares de peyote y cactus de San Pedro, otras dos plantas sagradas que mantiene junto a su arbusto de salvia. “Creo que todo el mundo debería tener la oportunidad de iniciarse en esta exploración sin que nadie le diga qué debe buscar ni cómo encontrarlo”.


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A Mario le gusta hablar de una metáfora de Timothy Leary, quien comparaba la exploración psicodélica con pescar con una red en el océano. Si vamos en busca de respuestas universales a todos nuestros problemas, es como tirar al mar una red con huecos enormes; probablemente no vamos a traer nada de vuelta y lo poco que traigamos será demasiado grande como para digerirlo. Si, por el contrario, tiramos una red con huecos muy pequeños, entonces vamos a traer de vuelta una serie de anécdotas y alucinaciones poco relevantes del tipo: ¡vea cómo se me están derritiendo los dedos, parcero!

“La idea es poder recordar lo vivido bajo los efectos de la droga y sacar de ahí algo que sea útil en el día a día”, me dijo Mario mientras nos fumábamos un cigarrillo y en la cocina se quemaba el tinto. Mario ha conocido de primera mano casos de personas que tienen grandes epifanías bajo los efectos de las drogas psicodélicas pero como no logran aplicarlas en el mundo real, prefieren quedarse reviviendo una y otra vez sus alucinaciones. “Eso es lo que llaman quedarse en el video”, me decía mientras miraba de reojo hacía el cuarto trasero que adaptó como laboratorio. “A veces”, continuó sonriendo, “me pregunto si no será que yo también me quedé en algún video”.

¿Pero a qué se refiere la gente con esa palabra tan gastada, “video”?

Según químicos como Albert Hofmann y Alexander Shulgin, botánicos como Richard Evan Schultes, psicólogos como James Fadiman o Timothy Leary y empresarios como Carlos Mario Díaz, el LSD, la psilocibina, la salvinorin A, la mescalina y el DMT hacen todos parte de una familia de sustancias químicas llamadas enteógenos, las cuales tienen la facultad de conectar a quienes las usan, bajo las circunstancias y en la dosis correcta, con algo llamado “su divinidad interior”. El término, que le sacaría una carcajada a cualquier ateo, racionalista, materialista o nihilista, fue explicado de manera más elocuente por el filósofo británico Allan Watts, recordado por haber popularizado en Occidente las ideas de Oriente.

Según Watts, la experiencia enteogénica se divide en cuatro etapas: la primera se caracteriza por una distorsión en la percepción del tiempo. Según Watts, esto nos ayuda a entender lo irrelevante que es tratar de controlar el futuro y lo importante de vivir en el presente. Luego viene lo que Watts llama “conciencia de polarización”, etapa en la que el sujeto comprende que no hay día sin noche, policía sin ladrón, luz sin oscuridad, ni yo sin los demás. En palabras más sencillas, que todo lo que percibimos como polos opuestos son en realidad una misma cosa. La tercera etapa es la “conciencia de la relatividad”, y es entonces cuando el sujeto comprende que todas las formas de vida son, en realidad, infinitas variaciones de un mismo motivo y que todos los individuos no son sino partes de un mismo ser.

Un gramo de salvinorin A cristalizado. Foto por Santiago Mesa.

Finalmente la experiencia enteogénica llega a la cuarta etapa, una en la que el individuo se hace consciente de una energía universal eterna que usualmente se presenta en forma de una luz blanca e intensa que fluye por los propios nervios. Para Watts, comprender que todos hacemos parte de esta pulsación infinita, que no es otra cosa que crestas y valles, libra a quien tiene una verdadera experiencia enteogénica de la preocupación por la vida y la muerte.

En cuanto a mi experiencia, el impacto de la droga fue tan súbito y violento que sólo podría dar fe de la primera etapa descrita por Watts. Recordé que sólo era un periodista jugando a pescar en un mar psicodélico con una red de salvia cuando me percaté de las voces de Mario y Alejandro, un amigo fotógrafo, quienes conversaban a pocos metros de donde yo yacía aplastado por la excitación de unos diminutos receptores en mi cerebro. Habrían pasado unos cinco minutos en total. Recordé que todo, la presión, la desorientación y esa especie de amnesia transitoria que había experimentado hace un par de minutos, no era nada más que el producto de una droga cuyo efecto desaparecería más temprano que tarde.

Recuperé el control de mi cuerpo y empecé a caminar por la trocha que nos había traído a la finca de Mario. A pesar de lo aterrador que resulta ese despegue instantáneo que produce la salvia, la bajada resulta agradable. Tras unos minutos de caminata, llegué a la conclusión de que esa extraña presión que me había elevado contra una pared de pasto que se alzaba varios metros por encima de un paisaje en dos dimensiones era una fuerza que había tratado de sacarme por completo de mi estado normal de conciencia.

¿Sacarme de ahí para llevarme adónde? ¿Hacia una alucinación aterradora con potencial de viralizarse en Youtube? ¿A un mar psicodélico lleno de experiencias que debo filtrar para aplicar en mi vida cotidiana? ¿O tal vez a un encuentro con la pulsación universal que habita en algo llamado mi “divinidad interna”? No lo sé. Pero algo, puede haber sido mi falta de experiencia o mis propias prevenciones al respecto, me había mantenido de este lado de lo que Aldous Huxley llama “las puertas de la percepción”. Sí, la idea de escapar por un rato de la tiranía de la carne, el hueso y sus cinco sentidos parece muy atractiva en las palabras de Huxley, de Watts y hasta de una página de Wikipedia, pero en la práctica cruzar este umbral es una experiencia incómoda y casi dolorosa. Es ingenuo pensar que salir de nuestra propia conciencia sea tan sencillo como sacar a pasear a un perro.