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“Debo guardar ayuno o mi salud puede estar en riesgo”: Comer como brujo de Catemaco

“¿Qué come un brujo?”, le pregunté al mesero de un restaurante en el centro de Catemaco, Veracruz. Al no poder responder, sugirió que visitara a Pedro Gueixpal, uno de los pocos verdaderamente brujos que quedan en el pueblo, según él.

Al interior de una casa enrejada, Pedro me recibe en su sala de consultas. Nos rodean figuras de santos, animales disecados, velas y muros tapizados con fotografías que no dejan ni un espacio vacío. Políticos, actores de televisión, mujeres y más retratos cuelgan de los miles de amarres y protecciones que ha realizado en sus 35 años de trabajo.

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Unas telas de colores cubren el muro detrás de su escritorio. El pliego amarillo representa dinero, el rojo poder, el blanco paz y el verde equilibro, naturaleza y estabilidad. El aire acondicionado está encendido. Es para el humo de las velas encendidas o el techo se comienza a chamuscar.

Pedro es séptima generación de una familia de curanderos o espiritistas. Todos llevan el sobrenombre del salto o poder del tigre. Por su capacidad de impedir daño a los demás y destruir a sus atacantes. Al fondo, hay un gato montés disecado. Fue regalo de un paciente que vino desde Mérida, Yucatán.

También tiene un oso hormiguero embalsamado. Sus clientes llegan de todos lados. Decenas de enfermos y gente dañada desfila por su sala de consultas, pero los martes y viernes son exclusivos para curación. Entonces debe guardar ayuno o su salud puede estar en riesgo. Así se protege, agarra fuerza espiritual y hace la curación que sus pacientes necesitan.

Los pacientes entran solos o con toda la familia. Los que están lejos, como en Estados Unidos, le llaman por teléfono o mandan mensajes. En una ocasión, la curación duró 12 horas y fue por chat.

Catemaco es conocido por su energía y misticismo. “Estamos rodeados de varias montañas y entre ellas hay encantos”, me explica Pedro, “no cualquiera puede visitar la sierra y la selva”. Los que cazan pueden comer ahí, pero sacar a un animal y llevarlo a casa significa quedar encantado, no regresar.

“Es como perder la mente”, continúa, “tu energía se queda con los duendes, se absorbe, pues hay poderes sobrenaturales”. Pedro nunca ha sido cazador. Se alimenta con plantas, verduras, frutas, carne blanca y roja que compra.

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Come venado, armadillo, iguana. La víbora la disfruta. Debe cocerla primero para sacarle la carne y separarla del hueso. Luego la prepara como si fuera pescado desmenuzado, en pedacitos. La acompaña con jugos de mango y manzana.

Los días de ayuno puede beber agua. De pronto, cuando está trabajando, le llega un olor como de muerto, como si estuviera destapando un ataúd. Horrible. Entonces sabe que el daño que tiene esa persona es por un trabajo negro a través de un panteón. De no guardar ayuno vomitaría, se enfermaría y nunca se volvería a levantar.

El ayuno le da fuerza, lo hace más ligero, lo aleja del peso de la tierra. Cada trabajo dura entre seis y ocho horas. Alrededor de las dos o tres de la tarde termina y rompe el ayuno con una sopa de verduras y carne blanca, como pollo.

Pedro trabaja con distintos niveles de energía. Abajo, me explica, están los seres de oscuridad, ahí habita Satanás, luego están los seres de media luz, de luz y de alta luz. Positivo y negativo. El negativo lo utiliza para causar daños, maldad, para hacer un amarre, para que una persona en vida se muera, para trastornar.

El positivo lo emplea para quitar los trabajos negros, para curaciones, para desenterrar o sacar a una persona adelante. Cada ayuno se lo ofrece a Dios, a los seres de luz, a los arcángeles, querubines y serafines. De ahí agarra la fuerza para seguir.

Por las mañanas, a las cinco, acude a la iglesia y reza. Pasa dos horas hincado, pidiendo perdón por lo que hace, pues sabe que a algunos los ayuda, pero a otros los perjudica. Si no es día de curaciones, al terminar de rezar, su madre le prepara un café de olla.

Al medio día almuerza. Casi siempre cocina su madre, las recetas son de familia, de su abuela y sus tías. Su favorita es la cochinita pibil. También el pambazo. En el centro del pueblo preparan uno gigante que intenta no perderse.

Usa limones, ruda, albaca y romero durante sus consultas. La canela con azúcar es para embalsamar a una persona. Si sus pacientes buscan amor, o son una pareja problemática, les recomienda endulzarse con miel de colmena. Lavarse bien las manos con ella, como si fuera jabón, pero debe ser miel virgen, de la buena. También funciona para jalar dinero y mejorar los negocios.

El caldo de olla o estofado también es predilecto. Lo condimenta con axiote rojo, coliflor, zanahoria, rábano y hueso de res con carne. Los días que se le junta mucho trabajo no le da tiempo de comer.

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Entonces toma agua de avena, de manzanilla o un refresco. Por la noche, antes de dormir, un vaso de leche. No bebe alcohol. “¿Y las botellas de loción siete machos?”, pregunto. Son para las limpias, por su olor fuerte, para salvar a los negocios que están en quiebra.

En otros frascos guarda un líquido verde. Un preparado de siete plantas para reumas. Muchos han entrado y se sorprenden al ver su fotografía en la pared. Entonces, Pedro debe darles una explicación, pues no todas son limpias.

Desde afuera, una voz llama a Pedro. Es hora del almuerzo. Su madre ha puesto la mesa y preparado “mole de olla o mole blanco con bolitas de masa”. Ella lo sirve junto con un elote y tortillas. Agua de Jamaica y de postre gelatina de ladrillo y flan napolitano. “Pero para bajar de peso no hay brujería, toca hacer dieta”, bromea Pedro y enciende el televisor.


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