Derrapes, carreras e incendios de coches en Tolyatti

Todo aquel que ha encontrado videos hechos por rusos en YouTube sabe que no son cualquier cosa. Los borrachos en medio de carreteras a punto de ser atropellados o manejando son garantía de éxito viral y han convertido en clásicos a colecciones tipo Meanwhile in Russia, Russian Fails Compilation y casi todo lo que empieza o acaba con “Rusia”.

Lo que no todo el mundo sabe es que, en este gigante país transcontinental, existe una ciudad específica que destaca de entre las demás por ser capaz de sorprender a los propios rusos. Este epicentro de la locura en la carretera se llama Tolyatti y es “la ciudad de los coches rusos”. Como una versión rusa de Detroit, es una urbe gigantesca construida en torno a la fábrica de coches más grande que existió en la URSS, alguna vez fue símbolo del bienestar y progreso socialista. Tras el fin del comunismo y la crisis del sector, la ciudad se ha convertido en la más pobre del país y, gracias a la falta de alternativas de ocio, una flota infinita de coches viejos y las avenidas enormes del diseño soviético, ha puesto en práctica una fórmula explosiva que hace de este lugar el Hollywood de videos caseros virales.

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En un intento por conocer a las estrellas de estos videos, decidí ir hasta allá para experimentarlo por mí mismo y responder, de una vez por todas, a la gran pregunta existencial: “¿Qué chingados tienen los rusos con los coches?”. Llegué un viernes y salí dispuesto a conocer gente. Me alojé en Avtozavodsky, el distrito que está cerca de la fábrica de coches, e intenté buscar el centro y preguntar por la zona de bares. Pero en una ciudad diseñada según el plan urbanístico soviético de micro distritos, esa lógica no sirve. En Tolyatti, técnicamente, no hay un centro y mucho menos zonas de bares. Las avenidas son rectas y parece que no llevan a ningún sitio, sólo dividen bloques idénticos de edificios grises que se repiten en un patrón de perfección artificial. Lo que un día fue el orgullo de la república, ahora parece haberle perdido ritmo al tiempo hasta convertirse en el decorado de una película ochentera.

Cada bloque de edificios tiene un supermercado, una licorería y su propia tienda de cerveza de barril a granel, pero pocos lugares en los que reunirse. Sólo cerca del río encontré un par de restaurantes/antros poco atractivos, con hombres mayores y mujeres espectaculares vestidas como para desfile de moda. A punto de asumir que esa sería la noche (y el viaje) más aburrido de mi vida, descubrí que la diversión, en realidad, estaba afuera, en el estacionamiento. Un grupo de rusos gigantes y sin camisa estaban celebrando un cumpleaños con un altavoz sobre una mesa de picnic. Al acercarme, me ofrecieron vodka y pollo. El más grande de todos, con un machete en el cinturón y una cicatriz en el pecho, me dijo que es campeón de lucha -“de lucha”, así, en general- y me invitó a subirme a la mesa para ver quien era más fuerte. Educadamente, acepté la comida pero no el reto.

Después, escuché detrás de mí el ruido de un coche derrapándose. Había dos niñas sentadas en el marco de la ventana como en un video de trap.

Al ver que estaba tomando fotos, ofrecieron derraparse mientras yo me quedaba parado en el centro y el coche giraba a mi alrededor dejando un rastro de humo. ¡Acababa de llegar y ya estaba en un video de YouTube! El conductor, al que le caí bien por ser tan idiota como para haberme quedado parado en medio, se interesó en lo que yo estaba buscando. Él me habló por primera vez del Boyevaya Klassika, un club de coches antiguos que, según él, era lo que yo quería: gente que se reúne para hacer todo tipo de tonterías con coches. “Combate de clásicos”, es la traducción del nombre del club. A través de VK, el Facebook ruso, me puse en contacto con ellos y, muy dispuestos desde el principio, me invitaron esa misma tarde.

Me pasó a recoger un viejo y enorme Volga ruso con una estrella de sheriff pintada en la puerta. Venía manejando Arsentyi, el administrador del grupo en internet y líder de todos ellos en la vida real. En el estacionamiento de un centro comercial estaban los miembros del grupo bebiendo, sentados en los capós de sus coches personalizados con aerosol.

Aquí en Tolyatti, para ser alguien, necesitas cumplir dieciocho y comprarte tu propio Zhigulí, el modelo clásico de LADA. Me contaron que ese era un día especial para Boyevaya Klassika, una especie de rito funerario automovilístico. Uno de ellos acababa de cambiar de coche y quería deshacerse de su Zhigulí destartalado. “¿Deshacerse cómo?” pregunté. “Ya verás”, me contestó Arsentyi señalando con la mirada un coche que se estaba acercando. Todos arrancaron para seguir al coche en solemne procesión hasta una zona más vacía. Allí, se estacionaron en media luna y prendieron al mismo tiempo los faros. Entonces empezó la fiesta: derrapes, derrapes con alguno de ellos metido en la cajuela, con dos metidos en la cajuela, con todo el puto mundo encima saltando y un carrito de súper amarrado a la defensa… Yo, alucinado, no podía dejar de tomar fotos, cada vez más cerca del coche y cada vez más cerca de protagonizar mi propio Meanwhile in Russia: Español idiota atropellado: un millón de likes.

Afortunadamente, el motor del coche se rindió y una nube de humo blanco les indicó a todos que la fiesta ya se había acabado. “Pero no duró nada” se quejó Arsentyi, y propuso cambiar el motor allí mismo por otro extra que, no me preguntes por qué, traía en la cajuela. Entre todos, volcaron el Zhigulí a pulso y Arsentyi, con una llave inglesa en una mano y un cigarro encendido en la otra, empezó a sacar las piezas una por una. Mientras tanto más coches llegaban para unirse.

Me llamó la atención un grupo de gente, algo más mayor, con coches deportivos espectaculares que se veían carísimos -nada que ver con los Zhigulí-. Según Max, un tipo que me presentó, son algo así como el club némesis del Boyevaya Klassika: “Nosotros usamos LADA, coches rusos de verdad. Ellos son unos mamones con Mustangs, Chevrolets y pura mierda americana”. Es la Guerra Fría de los coches, como la pelea final de Rocky IV. O estás de un lado o del otro. Al regresar, ¡el Zhigulí se estaba quemando! Arsentyi, frustrado por no poder cambiar el motor, decidió incendiarlo. Allí mismo, sin más, en el centro comercial. A nadie le importó demasiado, así que yo también me senté tranquilamente con ellos a contemplar la fogata.

Durante los días siguientes me reuní diario con Arsentyi, Max y los demás. Me invitan a sus casas, tomamos Blazer, un licor barato que sabe a Calipo e hicimos caballitos con el coche. Un día, cuando estaba casi convencido de que todo era quemar y joder cosas, me sorprendieron invitándome a un recital de poesía en medio del bosque.

Se me olvidó decir que Tolyatti tiene un bosque en medio de la ciudad, y no un parque grande, un bosque-. Se recita por turnos en un ambiente muy respetuoso, pero mis nuevos amigos, que estaban tomando mientras esperaban el turno de Andrej, un un poeta amigo de ellos, cada vez se ponían más ruidosos y todo el mundo terminó por encabronarse. Una amiga -ex amiga- de Andrej se acercó ofendida para entregarle un poema que acababa de improvisar y que él mismo me tradujo: “Dice que soy un bastardo y que ustedes -me incluyó- también”. Una forma muy lírica de mandarnos a la mierda.

Por la noche, Arsentyi me contó que hacía unos días, en su fiesta de cumpleaños, se le fue la mano con el Blazer y acabó robandose una lanchita en el río. A mí, que lo de observador imparcial y lo del cinéma vérité se me da bastante mal, sólo me sale un “te faltan huevos para llevarme allí”. Una hora después, tras una caminata hasta un embarcadero improvisado, estábamos remando en medio del río con la luz de mi celular como único faro. Ahora sí: Russian fail, español imbécil ahogado en el Volga. Otro millón de likes.

Cada día hablábamos de la proxima reunión del club de coches. Se había convocado un nuevo evento en VK y estaba levantando mucha expectativa. Quemar el Zhigulí había dejado la barra bastante alta y Arsentyi, obligado a superarse, necesitaba encontrar nuevas ideas. “¿Quieres ver un coche volando?” me dice inspirado. Yo, por si acaso, contesto que, si es desde lejos, sí.

Y por fin, llegó el gran día. Había luna llena y si el cielo contaminado de Tolyatti nos hubiera dejado, estoy seguro de que hubiéramos visto como las estrellas se habían alineado especialmente para nosotros. “¡Hoy se arma la grande!” era la actitud general. El punto de encuentro era el estacionamiento más grande en el distrito de Komosomosky, al otro lado de la ciudad. Aunque llegué temprano para no perderme nada, varios Zhigulí ya estaban en primera fila. Además de los miembros habituales del Boyevaya Klassika, había otros conductores de ciudades cercanas -cercanas en la escala rusa- y algunos curiosos con coches no tan clásicos que decidieron unirse a la fiesta. “No sé quién chingados es toda esta gente” me confirmó Max. Parece que el boca a boca ha acabado por desmadrar el evento.

La llegada del coche de Arsentyi fue épica. Allí, en medio de todos, se bajó dispuesto a ejercer como un verdadero Sheriff y desde lo alto del capó dio por iniciada una de las noches más surrealistas de mi vida en la que hubo derrapes, peleas entre coches “encadenados” y aparición de la policía. Ese fue sólo el punto de partida de Tolyatti Adrift , un teaser documental (junto con Laura Sisteró y producción de Roberto Castrillo) que puedes ver abajo y aspira a convertirse en largo con el apoyo necesario y en el que, a través de Arsentyi y el Boyevaya Klassik, conoceremos como viven los jóvenes de esta ciudad heredada. Un lugar donde un acto irracional de destrucción es capaz de revelarse como una forma de creación llena de significado. Como la llama viva de una ciudad muerta.