Este artículo fue publicado originalmente en i-D, nuestra plataforma de moda.
¿Eres un fister (el que mete el puño en el culo) o un fistee (el que se lo deja meter)? En el distrito Castro, San Francisco, a la altura del año 1970, la respuesta estaba justo ahí, en el culo: un pañuelo rojo en el bolsillo de atrás. Y ya.
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El código del pañuelo de la comunidad gay pre-Sida de San Francisco está cuidadosamente documentado en Gay Semiotics, un trabajo del fotógrafo Hal Fischer, publicado originalmente en 1977 y republicado este mes. El libro es una guía de campo clásica: culto del estilo y la expresión gays.Todas cuestiones exploradas en fotografías de hombres desnudos, parados en árboles, con artilugios sadomasoquistas.
“Toda la serie y mi obra posterior de ese período era sobre mí, sobre mi lugar en el tiempo, y la comunidad en la que estaba”, explica Fischer. La serie Gay Semiotics, que fue recopilada, escrita y expuesta en el transcurso de unos pocos meses, representa lo que Fischer describe como: “codificar cosas, comunicarlas, y que no se malinterpreten”.
Fischer llegó a San Francisco en 1975 para hacer una maestría en fotografía. Allí conoció a la escena artística emergente. Lo que comenzó como un proyecto para hacer una crónica de la comunidad gay se convirtió en una exposición de arte, luego se volvió un libro (la primera serie de 5.000 ejemplares se agotó) y después dio lugar a subvenciones del National Endowment for the Arts así como a exposiciones internacionales.
Las fotografías de Fischer (aquí es donde la parte de “semiótica” que hay en el título cobra sentido) van acompañadas de un texto explicativo: por ejemplo, una imagen de un “street fashion forties fun” (algo así como moda callejera de un cuarentón funky) es diseccionada elemento por elemento: “bufanda de seda”, “camiseta sin mangas”, “pantalones grises de franela”. Gay Semiotics decodifica el lenguaje visual de la comunidad gay de Castro, San Francisco, y rastrea su origen en The Wild One de Marlon Brando y a Leaves of Grass de Walt Whitman, por poner dos ejemplos.
“El look gay básico consistía en adoptar ciertos signos masculinos, como camisas de franela y jeans”, dice Fischer. “Fuera de contexto, tal vez si te pusieras eso en Billings, Montana, no necesariamente te identificaban como gay. Y eso era porque todas estas cosas fueron adoptadas después por la cultura mainstream (…) pero, el cuero, esa es otra historia”, añade.
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Aún hoy sigue siendo entretenido leer Gay Semiotics de principio a fin. Hace de la jerga académica algo fácil de digerir. Una página doble, por ejemplo, muestra a un modelo con ropa de BDSM y la descripción dice: “El pecho negro y peludo del agresor es el complemento perfecto para el look de dominación”.
Estos cambios de tono están presentes en toda la obra, abordando la preocupación permanente de Fischer: “¿Cómo tomas algo que es complejo, lo pones frente a la gente para explicarlo en un tono que no sea excesivamente didáctico, pero que a la vez le permita a la gente aproximarse de una manera muy positiva?”.
Según Fischer, la reimpresión de Gay Semiotics llega en el momento perfecto. “Al hablar con gente joven, había mucho interés en esto. Dentro de la población gay también ha habido mucha nostalgia por la era pre-Sida, y por el sentimiento general de diversión que se vivía en la comunidad de San Francisco”.
Las generaciones más jóvenes no son las únicas interesadas: Fischer siente que hay un movimiento generalizado. “Una de las cosas que ha estado pasando en el mundo del arte es un redescubrimiento del arte de los años 70”, explica.
Noah Michelson, comentarista de Gay Voices en el Huffington Post, dice que “no era lo suficientemente grande para obtener Gay Semiotics la primera vez que se publicó, y tal vez lo estoy idealizando de alguna manera, pero hay algo increíblemente satisfactorio en tener un código secreto que solo tú y los demás miembros de tu sociedad secreta conocen”.
El libro exalta a una cultura gay en evolución: hoy en día los códigos de la calle se han sustituido por aplicaciones de celular como Grindr y Scruff. “Puedo reconocer a otros queers como yo y puedo buscar y pedir lo que quiero en la cama (o en la cocina o en el asiento trasero de un Uber) sin depender de un código de pañuelo”, dice Michelson, “pero no puedo evitar sentir que ha desaparecido una especie de camaradería. Y tal vez la reimpresión de Gay Semiotics es la manera perfecta para recordar eso y empezar a pensar en lo que hemos perdido”.
Fischer ve este trabajo como una captura instantánea de su comunidad y como un texto que inmortaliza una lengua perdida: un vocabulario de lugar y de deseo que ya no se habla en nuestro tiempo. Mejor dicho: un código formado por la necesidad. “En los años 70 acercarte a un hombre heterosexual, dependiendo de las circunstancias y el lugar, podía no ser algo tan bueno”, dice Fischer. “El código tenía una legitimidad muy seria”.
El “look gay” ahora ha explotado en el mainstream. “Toda esa gente que ves por la calle ni siquiera sabe que el origen de todo lo que están usando viene de la cultura gay”, dice Fischer.
Gay Semiotics tiene las mismas posibilidades de funcionar o bien como una guía de trucos para un estilista o como el adorno de una biblioteca. Y las dos opciones son buenas. Quizás Gay Semiotics deba difundirse de la misma manera como lo hicieron sus estilos. De lo contrario, muchas personas de distintas de edades jamás sabrán que sus jeans subidos son muy, muy gays. Y lo que es aun más importante, ¿de qué otra manera recordaremos a una generación dinámica que bien podríamos haber perdido?
A pesar de la difusión del street style, le pregunto si la semiótica gay todavía sobrevive en Castro. No. “Ha desaparecido por completo. Ya no puedo saber quién es gay”, comenta Fischer. “Todo esto fue antes de que las imágenes pudieran capturarse y difundirse ampliamente. No es sólo una forma diferente de cómo existía una subcultura en ese entonces, sino de un [modo] diferente de comunicación. Ahora es tan diferente”.