Este artículo aparece en la edición de octubre de la revista VICE.
Cuando Daniel Timofeev tenía tres años, se envolvió en las mascadas de su madre y comenzó a bailar en su cuarto, en el pueblo de Balvi, en Letonia, a unos 32 kilómetros de la frontera con Rusia. Sus padres, horrorizados, le gritaron para que se detuviera. El asunto no se discutió abiertamente, sin embargo, este comportamiento fue considerado como el primer signo de su homosexualidad que, para ellos, era una enfermedad. Sus compañeros de escuela eran más explícitos y le decían “marica” o “niña” cuando él trataba de ir al baño de niños o cuando hacía deporte.
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Cuando era adolescente, Timofeev comenzó a frecuentar Riga, la capital letona, para conocer a otras personas como él. Eran los inicios del nuevo milenio, justo una década después de la independencia de la URSS, y el país aún estaba tratando de distanciarse de su pasado soviético.
Timofeev conoció a otros homosexuales y estuvo en contacto con la cultura gay por primera vez en los clubes nocturnos de Riga. “Riga era el País de las Maravillas comparado con mi pueblo natal”, dijo, aunque lo asaltaron en su primer viaje a la ciudad y en otra ocasión, cuando la persona con la que había arreglado un encuentro sexual no se presentó, tuvo que dormir en la calle. Contrario al resto del país, en Riga había dos clubes gays, en donde la comunidad LGTB podía refugiarse. Pero cuando Timofeev dejaba atrás los muros de seguridad de los clubes, volvía a encontrarse con la misma violencia verbal a la que se enfrentó en Balvi.
Cuando Timofeev se graduó de la preparatoria, empezó a idear una forma de salir de su pueblo natal, en donde no podía decirle a nadie quién era en verdad. Empezó a chatear en el sitio Draugiem.lv con un hombre que vivía en Riga y quería conocerlo. Timofeev, bromeando, le preguntó si podría pasar por él a Balvi y horas después, el hombre llegó. Timofeev le dijo a su madre que saldría un rato, empacó y se mudó a Riga esa misma tarde.
Cuando Timofeev llegó, se encontró con una comunidad gay post soviética. Esta comunidad se habían esforzado mucho por mantener sus vidas en secreto. En la URSS había un mito: “No hay homosexuales dentro de este territorio”. Bajo el código penal, el sexo entre hombres ameritaba cinco años de cárcel. De acuerdo con el primer y único manual de sexo de la URSS, En el nombre del amor, escrito por el psicoterapeuta letón Janis Zalitis la homosexualidad era una enfermedad que podía curarse mediante la hipnosis. La Letonia nueva e independiente revocó el código penal y fue testigo de la apertura del primer club gay oficial a principios de la década de los 90, pero debido a los cientos de años de ocupación, a su historia de fascismo y una nueva y poderosa iglesia, el país era profundamente nacionalista y xenófobo. Tenían sospechas de aquellos que consideraban “fuerzas externas”, con un comandante homosexual entre ellos. En 2003, Letonia llevó a cabo un referéndum para considerar la entrada del país a la Unión Europea (UE) como parte del grupo de expansión que incluiría a varios estados del antiguo Bloque del Este el año siguiente. Aquellos que votaron en contra, alegaron que el país no tenía por qué renunciar a su soberanía poco tiempo después de haber obtenido su independencia, pero la parte a favor resultó victoriosa, argumentando que el movimiento protegería al país de la influencia rusa. Cuando una pequeña comunidad de activistas gays emergió durante la creación de la EU, los políticos descartaron su influencia ya que, oficialmente, no había gays en Letonia.
Con un estilo andrógino, cabello lila, atuendos femeninos y un característico toque de maquillaje, rubor y bronceador para acentuar sus facciones, Timofeev no encajaba. Hace unos meses, descubrió en Facebook el reality show RuRaul’s Drag y empezó a experimentar con el drag. “My drag is very fishy”, dijo, citando al programa, para afirmar que su personificación de una mujer es tan femenina que “huele a pescado”.
Sin importar lo cómodo que se siente consigo mismo, todavía lucha cuando camina por las calles. “Esta semana iba caminando cuando alguien pasó junto a mí, me dijo ‘maricón’ y se fue. Y si uso el transporte público, esto es una constante ‘¿Es niño? ¿Es niña? ¿Por qué es gay?’” dijo. “Tengo que vivir con eso”.
El pasado enero, Letonia aceptó la presidencia rotatoria del consejo de la UE por primera vez en la historia. Los activistas gays decidieron utilizar la importancia de este momento para hacer una declaración. Los derechos de los gays avanzaron rápido en Europa del Este en la década pasada. Mientras tanto, Europa Occidental se quedó atrás, dejándose llevar por la fuerza de sus movimientos nacionalistas y el evidente régimen homofóbico de Rusia. Los grupos gays tuvieron éxito con la introducción del EuroPride a Riga (orgullo europeo), una celebración para la comunidad LGBT europea que se lleva a cabo año con año durante una semana. Fue la primera en 24 años en la que se celebró en una nación postsoviética que compartía fronteras con Rusia. Además de tener un sentido simbólico contra la opresión del otro lado de la frontera, el evento le dio difusión a la causa y a la organización a la pertenecen personas de estados postsoviéticos como Ucrania, Georgia, Kirguistán e incluso, Rusia. EuroPride Riga pretendía ser un evento “histórico” con una marcha por los derechos humanos como centro de atención: el más grade de la historia, con personas de la comunidad LGBT y sus aliados letones.
A unos días de su difusión, el evento se enfrentó a la resistencia extrema. Los políticos locales y los grupos ultraderechistas que se hacen llamar “no homo” y “antiglobalistas” empezaron a sabotear el EuroPride. Sin el apoyo del gobierno, los organizadores se vieron forzados a lanzar una campaña de financiamiento colectivo o crowdsourcing para cubrir los gastos.
Pero cuando Timofeev se enteró de que el EuroPride iría a Letonia, se decepcionó. Él quería que el gran evento de Riga fuera más una celebración “con drag queens, alas de ángel y plumas” que una marcha por los derechos humanos. Él ya arriesgaba mucho con su vida cotidiana y en su rebelión contra las expectativas de género. Para celebrar el Orgullo Gay, quería algo más que mera supervivencia. “Yo ya hago declaraciones políticas cada vez que salgo de mi casa”, dijo. “Yo protesto todos días”.
Kaspars Zalitis, activista de Moza ̄ıka.
Tenía la idea de que era tiempo de que la comunidad gay de Letonia celebrara en sus propias calles. La intención no era política; como Timofeev, Strautinš y sus amigos esperaban que fuera. Letonia se acababa de adherir a la UE un año antes y el permiso para el evento fue otorgado rápidamente. Eso fue todo lo necesario para que la homofobia se manifestara. El primer ministro de Letonia, Aigars Kalvitis, se opuso al evento y dijo en una estación de televisión local: “La manifestación de las minorías sexuales en el corazón de Riga, junto a la catedral, era un hecho inaceptable”. El consejo de la ciudad le retiró el permiso a los organizadores, argumentando que temían que el desfile detonara eventos violentos, sin embargo, la corte revirtió la decisión, permitiéndole a los participantes abrirse paso por las calles de la ciudad. El alcalde de Riga, Juris Lujans, dimitió en forma de protesta.
Los 70 simpatizantes que se reunieron en la iglesia anglicana de la ciudad se enfrentaron a un grupo de tres mil ultraderechistas que los atacaron con huevos y jitomates. La policía formó una cadena alrededor de los marchistas y redirigieron su ruta para protegerlos de la oposición, pero los homofóbicos lograron romper la barricada y atacaron a los participantes de manera violenta. Kaspars Zalitis, quien se había proclamado activista, fue golpeado en el estómago por el actual secretario del parlamento del Ministerio de Justicia, Janis Iesalnieks. “Quizá él no lo recuerda”, dijo, “pero yo, sí”.
Para Kirstine Garina, el horror del primer desfile del Orgullo en Riga fue un gran shock. Garina, una mujer heterosexual de ahí, había asistido al desfile en otras ciudades y la había pasado muy bien. No iba al de Riga con la intención de marchar, pero cambió de opinión rápidamente. “Cuando llegué, vi a un grupo pequeño de marchistas y una cantidad impresionante de manifestantes a su alrededor y pensé: No puedo quedarme sin hacer nada, tengo que unirme”. Una de las cosas que más impactó a Garina fue ver a una de las heroínas del movimiento independentista de Letonia, Elita Veidemane, lanzarles un huevo a los marchistas. “¡Estamos hablando de una mujer que yo respetaba!”, dijo. “Pensé que era una mujer astuta, inteligente, inspiradora”.
En el desfile, Garina conoció a Zalitis y a otros participantes horrorizados. Intercambiaron números de teléfono y, durante los meses siguientes, se reunieron en cafés y restaurantes para idear formas de mejorar la calidad de vida de los LGBT en el país. En febrero del año siguiente, decidieron formar Mozaīka, la única organización letona por los derechos de la comunidad LGBT, con la finalidad de fortalecer la unión entre ellos en el país.
Después del primer desfile del Orgullo, el clima político se volvió aún más hostil. El parlamento se negó a implementar el veto de la discriminación por orientación sexual en el lugar de trabajo, lo cual había sido un problema desde su adhesión a la UE en 2004 y creó una ley en la constitución para definir el matrimonio como la unión exclusiva de un hombre y una mujer.
Los grupos neonazis, ultranacionalistas y cristianos también unieron sus esfuerzos contra los gays. Se ayudaron de la llegada de Scott Lively, un famoso evangélico estadunidense que promueve la ley “Muerte a los gays” en Uganda. Lively se alió con un grupo religioso local para prevenir la propagación del góspel homosexual en Letonia.
En 2006, Mozaīka solicitó que se realizara otra marcha con el nombre de Días de Amistad. Los organizadores del primer Orgullo dejaron el país, repudiando el evento como un espectáculo vergonzoso que hacía que Letonia fuera el hazmerreír del mundo entero. El consejo de la ciudad de Riga intentó prohibir de nuevo la marcha, pero Mozaīka apeló un fallo y se acordó que podían congregarse en el Hotel Reval Latvija. En esta ocasión fue peor, ya que opositores bloquearon la entrada del hotel durante horas, amenazaron y agredieron a las personas; pero los asistentes luego pudieron ingresar e integrarse al evento. La policía no hizo nada. Luego de que se celebrara un oficio religioso por el Orgullo de Riga esa mañana, los participantes fueron agredidos con una lluvia de fruta podrida, heces y agua bendita.
Decidido a, Mozaīka organizó marchas nuevamente en 2007 y 2008. En la primera reunió a 800 simpatizantes y acudieron mil ultraderechistas. En ambas marchas, los participantes extranjeros sobrepasaron a los locales. En 2009, Mozaīka colaboró con organizaciones afines en Lituania y Estonia para dar inicio a un Orgullo Báltico giratorio que comenzaría en Riga; una vez más, el consejo de la ciudad intentó prohibir la marcha, pero un tribunal revocó su decisión. En el Orgullo Báltico de Riga 2012, asistieron alrededor de 600 participantes y ningún tribunal intentó prohibir la marcha; sólo asistieron alrededor de 100 ultraderechistas. El sueño de hacer algo aún más grande para el Orgullo 2015 inició entonces. “Éste fue el año en el que Letonia tenía la presidencia de la UE, era el décimo aniversario del primer Orgullo y era el vigésimo quinto aniversario de la caída de la URSS”, mencionó Garina. “Pensamos: Éste es un buen momento para que el EuroPride se realice en Riga”.
El EuroPride inició en Londres en 1992, en el punto más álgido de la epidemia de sida para que las comunidades gays de Europa se reunieran y mostraran su poder colectivo. Los desfiles realizados en Riga han creado conciencia sobre la población gay en la ciudad, pero su impacto ha sido limitado y reprimido por la homofobia del país. Llevar el EuroPride y su cátedra de participantes tiene el potencial de llevar el escrutinio de Europa hacia la lucha de la comunidad LGBT de Letonia. En comparación con ciudades como Barcelona, Manchester y Milán, Riga no parecía la opción más obvia. “No contábamos con el apoyo del gobierno como en el caso de Manchester y no sería una fiesta tan grande como la que se haría en Milán o Barcelona. Además, ¡el clima de Riga es terrible!”, afirmó Garina.
Sin el apoyo del Estado, los organizadores tuvieron que depender casi por compelto de la urgencia política de su oferta. Mozaīka decidió manejar la propuesta como una oportunidad de hacer que Letonia se convirtiera en un “faro de esperanza para otros países de Europa Oriental”, mencionó Hans De Meyer, presidente de la Asociación Europea de Organizadores del Orgullo (EPOA, por sus siglas en inglés), que se encarga de llevar a cabo el EuroPride. Ellos querían hacerle saber a los gobiernos de la región y al suyo propio, a pesar de que éstos se habían empeñado en pensar lo contrario: “Existimos”. Ansiosos por presentar argumentos también, la EPOA eligió Riga, a pesar de su terrible clima. Cualquier persona que no esté familiarizada con el Orgullo y que piense que no es más que una fiesta podría sentirse abrumado por toda la responsabilidad y exigencia; el EuroPride Riga se dijo a sí misma: “¡Cambiar el curso de la historia es apasionante!”
El Centro Cultural Kanepes se ubica en el centro de Riga, en medio de puntos de referencia culturales, como la iglesia de Santa Gertrudis, el Museo Judío y el antiguo edificio de la KGB (agencia de la policía secreta de la Unión Soviética). Para la celebración del EuroPride, Mozaīka trasformó el centro, que originalmente era usado por aristócratas rusos y bálticos como un lugar bohemio de reunión, en Pride House (Casa del Orgullo), un lugar de reunión para los participantes. En el patio se izó la bandera arcoíris. Ésta es la primera ocasión en la historia de Letonia en que dicha bandera ha ondeado en un lugar público, de acuerdo con el sitio web del EuroPride.
Conocí a Zalitis y a Garina ahí el 17 de junio, que era tanto el tercer día del EuroPride como un día feriado de Letonia, en el que se conmemora el inicio de la ocupación soviética en 1940. En honor a aquel día, cada propiedad debía colocar la bandera letona con un listón negro atado. Muchos letones que se opusieron al EuroPride estaban molestos debido a que se organizó el evento para que coincidiera con el día feriado. Un pastor colocó una bandera negra afuera de su iglesia en forma de protesta, comparó a la comunidad LGBT con comunistas y nazis; además prometió que algún día ellos también tendrían que responder por lo que le han hecho a la sociedad. Zalitis, que iba de camino a hacer una aparición en televisión esa misma tarde, se mostró indiferente por la condena: “Estoy harto de llorar todo el tiempo. Los letones son expertos en sufrir. Si quieren vivir con esa URSS mental, está bien, pero yo quiero hacer de mi país algo mejor. Quiero que la gente venga a este país y se dé cuenta de lo hermoso que es”.
Miles de extranjeros le tomaron la palabra y vinieron desde todo Europa para participar en una semana entera de eventos: la primera exhibición sobre la historia de la comunidad LGBT letona, el primer performance gay en una galería importante, obras de teatro, proyección de películas y talleres sobre temas como los derechos de los transexuales y la organización de la comunidad LGBT en Europa Oriental. Por supuesto, también hubo fiestas durante la noche, incluyendo dos que se extendieron hasta las primeras horas del evento más importante del sábado: el Desfile del Orgullo, que, sin importar cuántos miembros de la comunidad local LGBT o ultraderechistas se unieran, sin duda fue el desfile del Orgullo más grande en la historia báltica.
Además de llevar el EuroPride a Riga, Mozaīka había estado realizando una campaña legal y social para hacer de los derechos gay una realidad en Letonia. En los últimos diez años, se creó un grupo de juventud LGBT, Skapis (que significa “clóset” en letón), el cuál organizó una biblioteca LGBT y creó el primer equipo femenino de básquetbol en Letonia. Mozaīka también propone la adopción de una ley de unión civil, que aplicaría a todas las parejas que cohabiten, sin importar su género; y se ha estado generando una base de datos de crímenes de odio hacia la comunidad LGBT, que el gobierno no reconoce.
Con el tiempo, el Parlamento prohibió la discriminación laboral basada en orientación sexual con el fin de asegurar su lugar en la UE, pero ése es el único rubro de la sociedad en el que dicha discriminación es ilegal. Hoy en día, la ley aprobada en 2006 se aplica rara vez debido a que, con el fin de hacer valer sus beneficios se debe estar en el clóset. “Esto hace que sea imposible documentar la discriminación”, explicó Garina. Así que Mozaīka decidió que debía lograr que los homosexuales tengan “confianza en sí mismos” para salir. Desde su perspectiva, si la gente no se reconoce, la comunidad LGBT no puede desarrollarse. “Pienso que nuestra lucha más grande por el momento —porque el clima político es muy cambiante— es hacer llegar el mensaje a la comunidad que no sale”, me dijo Garina.
Existen unos 50 voluntarios locales del EuroPride y, según Garina, probablemente son sólo 50 personas en todo el país quienes se sentirían cómodos para asociarse abiertamente al movimiento LGBT. “Como mínimo, la mitad de los activistas LGBT en Letonia son heterosexuales”, dijo Garina. Según ella, quizá hay 150 personas que van a bares gays, pero la mayoría no ha salido del clóset y viven a escondidas. Me contó sobre una mujer transgénero que llama a Mozaīka una vez al año totalmente ebria. “Ésta es la única manera en que puede expresar lo que siente, porque nadie la escucha”, dijo. Los voluntarios de Mozaīka motivan a la mujer para que vaya a visitarlos a su oficina, pero ella prefiere emborracharse demasiado, por si en algún momento pierde la cabeza y decide ir, esté demasiado embriagada para caminar.
Antes de ir a Letonia, le encomendé a un amigo mío trabajar en el sitio de la red social DudesNude.com para que encontrara algunos hombres letones y pudiera entrevistarlos. De los siete hombres a los que les escribimos, sólo uno contestó. “Nunca iría al Orgullo de Riga, hay mucho odio”, afirmó. “Estaré en Barcelona”. Cuando le conté a Garina sobre eso, se quedó en silencio y luego dijo: “Eso me duele un poco porque él sólo está esperando que otros peleen sus batallas, pero también entiendo su postura”.
En el primer día del EuroPride, Tālivaldis Kronbergs, editor del sitio Pride.lv, publicó una carta en internet: “Fuera del clóset, por fin y de manera pública: porque estoy harto del dominio de Kārlis Streips como el único homosexual en Letonia”. Durante muchos años, Streips, un periodista y comentador de televisión, era la única persona que había salido oficialmente del clóset en los medios de comunicación de Letonia. El pasado noviembre, el ministro de Relaciones Exteriores, Edgars Rinkēvičs, salió del clóset en Twitter, convirtiéndose en la segunda figura pública abiertamente gay del país. Mozaīka apoyó a Rinkēvičs en Twitter, pero los índices de aprobación del canciller cayeron 20 por ciento desde que salió del clóset.
Poco tiempo después, el director de la Ópera Nacional de Letonia, Zigmars Liepiņš, publicó un artículo burlándose del ministro, dando a conocer que era un hombre blanco cristiano heterosexual, una identidad que según él se encuentra en peligro de extinción. Hoy en día en Letonia, la homofobia se contagia a través del odio expresado en los comentarios en internet. “Si te metes a los sitios más populares en internet, como Apollo.lv, con leer cinco comentarios es suficiente”, me dijo Annija Sprivule, líder del grupo juvenil de Mozaīka, de 27 años. Lo más preocupante y tal vez lo más peligroso es el hecho de que la mayoría de los letones no dicen nada. “Es una cultura silenciosa”, dijo Sprivule.
La carta que Kronbergs escribió decía: “Estoy harto de quedarme callado y escuchar idioteces… sobre mí y sobre otros homosexuales”. Decidió que el EuroPride era el momento para salir del clóset. “Muchos de ustedes tal vez digan, ‘¿Y qué?’”, escribió, pero le recordó a sus lectores que Letonia no es Europa Occidental. En Letonia, la gente está obligada a vivir escondida, lo que la orilla a llevar una doble vida por miedo a perder su trabajo. De acuerdo con Kronbergs, los letones necesitan tener la libertad para asumirse, porque el país está en peligro de perder “a otro pueblo de migrantes… Nos quedaremos con la sociedad que sembramos”.
Desde el primer desfile, muchas personas de la comunidad LGBT de Letonia han migrado a países más tolerantes en la UE. Una persona que huyó era uno de los miembros fundadores de Mozaīka: Māris Sants, maestro y clérigo, quien se fue de Riga justo después de que no se le permitiera trabajar en una escuela y lo excomulgaran de la Iglesia Evangélica Luterana. Para empeorar las cosas, en el cuarto día del EuroPride, el Parlamento de Letonia aprobó una legislación dirigida a los profesores del país parecida a la infame ley contra la propaganda gay de Rusia. La ley de “enseñanzas inmorales” decía: “El sistema educativo garantizará la crianza moral de las personas que están siendo educadas de acuerdo con los valores establecidos y protegidos por la Constitución de la República de Letonia, en particular con respecto a los temas relacionados con el matrimonio y la familia”. A pesar de que la redacción de la ley era vaga, el mensaje no se perdió en las comunidades liberales y gays: los maestros que forman parte de la comunidad LGBT y sus amigos están siendo vigilados.
La estrategia de Mozaīka de animar a la gente a salir del clóset y ser más abierta sobre el tema, en gran parte surgió como respuesta a las leyes y actitudes que pretendían evitar que las personas se expresaran y afirmaran su identidad. De hecho, en los últimos 40 años en países desarrollados de Occidente, las comunidades gays han progresado en la obtención de los derechos fundamentales, en parte, mediante campañas para llamar la atención: desde los disturbios de Stonewall, la defensa del ACT UP (acrónimo de AIDS Coalition to Unleash Power, un grupo de apoyo a personas con sida) y hasta la estrategia de medios de comunicación que ayudó a que el matrimonio gay se hiciera realidad. Sin embargo, muchas personas que conocí en Riga renegaban de esta estrategia, poniendo en cuestión si una política de expresión de preferencias sexuales era un acercamiento a la liberación gay, o no. Incluso Kronbergs me dejó claro que él no tenía la intención alentar a la gente a actuar de “manera gay” en público. En Pride House, conocí a un trabajador que estaba encantado de hablar con una periodista de VICE siempre y cuando permaneciera en el anonimato. A pesar de que era voluntario en el EuroPride, no pensaba portar una camiseta con propaganda o publicar en Facebook que asistiría al evento. Se opuso a la idea de que había algo raro en él al no querer que nadie se enterara. “¿Cuáles son las causas de que se crea que salir del clóset es lo correcto?”, preguntó. “¿Todos deberíamos salir del clóset? ¿Lo que es mejor para la comunidad, también lo es para cada uno de nosotros? ¿Quién dijo eso?” Cuando le pregunté qué esperaba lograr al ser voluntario del EuroPride, me dijo: “No sólo se trata de animar a la gente a salir del clóset. Creo que más bien se trata de hacer que las cosas exploten”.
Para muchos activistas de Europa del Este, uno de los grandes atractivos del EuroPride en Riga fue tener la oportunidad de conocer y discutir estrategias para perseguir los derechos legales en sus países, los cuales están muy rezagados de los de Europa Occidental. Afuera de un hotel donde se celebró un debate sobre los “logros y desafíos” de los movimientos LGBT en Europa Oriental y Central, conocí a Armen Buonarroti, activista armenio y periodista, y a Olena Shevchenko, director ejecutivo de la organización de derechos de la comunidad LGBT ucraniana. Ellos iban a reunirse con Kaspars Zalitis en la televisión letona para hablar de los derechos de las comunidades LGBT en sus países. Su objetivo era alinear sus movimientos y sus países con la UE en lugar de con Rusia. Shevchenko me dijo que era el momento adecuado en Ucrania para establecer un estándar de la igualdad de derechos ahora que habían elegido por votación un gobierno europeísta. “[Estamos] moviéndonos hacia Europa y hacia las normas europeas de derechos humanos”, dijo.
En el interior, otra activista de Ucrania, Anna Dovgopol, estaba dando una presentación sobre el más reciente desfile del Orgullo de Kiev que había ayudado en la organización. El desfile tuvo lugar unos meses después del derrocamiento del gobierno proMoscú de Ucrania, y muchos de los que participaron habían estado en la protesta Euromaidán el año anterior a la derrota de la vieja guardia. Al igual que los manifestantes del Euromaidán, muchos de los activistas homosexuales fueron acusados de ser infiltrados occidentales. “Pero, ¿cómo es que los derechos humanos son un concepto occidental?”, preguntó Dovgopol, confundida. “Los derechos humanos no deben ser percibidos como un asunto occidental”. Hubo actos vandálicos en el desfile del Orgullo de Kiev, y 25 manifestantes fueron arrestados después de que casi 20 personas, entre ellas nueve policías, resultaron heridas. Uno de los policías heridos se topó con un petardo que los atacantes arrojaron, cortándole una arteria en el cuello. A pesar de que fueron los provocadores quienes habían causado la lesión, los participantes del desfile recaudaron dinero para cubrir el costo de la cirugía.
Cuando terminó su presentación, Dovgopol habló conmigo acerca de la lucha a la que los grupos de derechos de los LGBT se enfrentan al pedir un espacio en la sociedad europea del Este. Además de lidiar con los manifestantes homofóbicos en las calles, el desfile del Orgullo de Kiev también se había enfrentado a las críticas de izquierda que decían que su marcha era demasiado mainstream. “Nos acusaron de homonacionalismo y querían que utilizáramos consignas anticapitalistas”, dijo. “Pero estoy hablando de [una población] a la que ni siquiera se le puede decir feminista. Si impulsamos una agenda más de izquierda, menos nos van a entender. No hemos resuelto esto”.
Aun así, el plan para mejorar la vida de las personas homosexuales en Europa del Este, y las ideas que circulan en el EuroPride —al asumirse, en los desfiles del orgullo y en campañas de visibilidad pública— son estrategias occidentales. Activistas de la comunidad LGBT de Europa del Este se encuentran en un círculo vicioso: aceptar las estrategias occidentales de los derechos de los homosexuales y ser criticados por la derecha, por ser demasiado occidentales, y por la izquierda, por ser demasiado hegemónicos. Pero en una región en la que el participar en el desfile del Orgullo a veces es un crimen (en el desfile gay extraoficial en Moscú de este año, por lo menos diez manifestantes fueron detenidos, entre ellos dos organizadores que tuvieron que cumplir una pena de cárcel de diez días), el hecho de que los gays que se reúnan para manifestar que “existen”, en cualquier formación, sigue siendo radical.
Antes de llegar al EuroPride, la última vez que había estado en Riga fue en 2008, cuando visité a mis abuelos. Mi abuela a menudo me llamaba solterona, examinaba mi cara y cuerpo antes de exclamar: “No sé qué es, ¡simplemente no le gusta a los hombres!” Bajo su cuidado, no sólo no se me permitía salir por la noche, tampoco se me permitía ser gay.
Antes de ese viaje, encontré en internet un bar llamado Purvs, (“pantano” en letón), anunciado como un club para “gejiem, lesbietēm, biseksuāļiem, transvestītiem (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, en letón)”. Yo estaba fascinada por la subversión potencial de los espacios para gays, y estaba decidida a ir a Purvs en cuanto llegara a Riga. Unos días antes de llegar, me metí a MySpace para buscar lesbianas letonas. La mayoría de las mujeres que encontré parecían estrellas porno, hasta que vi a Marina, una punk anarquista mucho más mi tipo. A pesar de que me dijo que en realidad no era lesbiana, accedió a ir conmigo.
El Purvs estaba en un edificio cerca del parque Ziedoņdārzs sobre Matīsa, una calle con un teleférico. Una ventana color arcoíris adornaba la puerta. Una vez pasando la entrada de plexiglás, mientras me revisaban la bolsa, podía ver cómo Purvs resplandecía en rosa, azul y púrpura fluorescente. Flores que brillaban en la oscuridad delineaban las paredes de la pista de baile, mezclándose con las luces que bailaban como luciérnagas.
Para mí Purvs era como si estuviera en otro mundo y rápido recordé que no era en lo absoluto un indicativo de la vida afuera de estas paredes. Una mujer en la pista de baile me dijo: “Es muy divertido estar aquí. Pero una vez que salgamos de aquí ni siquiera podemos darnos la mano. Nos golpearían”. En Purvs fue donde escuché por primera vez acerca de las heces en el desfile de 2006, las violaciones a los derechos humanos y las iglesias homofóbicas. Aun así, bailé toda la noche con Marina, con la esperanza de que cambiara de opinión y decidiera ser gay por mí.
Los primeros clubes gay en Riga eran informales, en lugares que durante el día se ocupaban para algo distinto. Durante la URSS, las personas se reunían en un bar apodado El Clóset, cerca del Monumento a la Libertad en el centro de la ciudad. El primer bar gay, después de la URSS, se abrió en 1991 en la casa de algún desconocido, y el segundo en 1992 en el sótano de alguien más. Luego hubo un lugar de reunión en una fábrica de juguetes. “Para llegar allí, había que subir unas escaleras con gente mirando a través de sus puertas”, me dijo Karlis Streips, una celebridad. “Luego había un pasillo arriba del cual pasaban las tuberías, así que teníamos que caminar muy agachados”. El bar de al lado, Apceina, que significa “pequeña farmacia”, estaba en el sótano del Museo de Historia de la Medicina, lo que tenía sentido porque el director del museo era gay.
Los primeros clubes gays formales de Riga eran el Purvs y un bar llamado 818, ambos abrieron en 1995. Luego, vino el XXL, una discoteca gay de unos ucranianos, en 1999, y luego el Golden, en 2005. De acuerdo con Streips, Riga sólo puede tener dos clubes gay al mismo tiempo, por lo que a los pocos años de la apertura de Golden, el Purvs cerró.
A pesar de que XXL ahora es el bar gay más viejo de Riga, éste no fue sede de ningún evento del EuroPride. Decidí venir para ver cómo era la parte de la cultura gay de Riga que los visitantes europeos no aprueban. Fuera del bar, un letrero con un arcoíris y la palabra “sauna” colgaba por encima de la puerta. Al igual que el Purvs, hay un control de seguridad al entrar: los invitados tienen que tocar el timbre que dice “Face Control” (así se le llama a la política utilizada en clubes exclusivos para restringir la entrada de acuerdo con la apariencia de la persona) y luego tienen que pagar una cuota de diez euros para poder entrar. En la esquina de la barra, un musculoso bailarín —disfrazado con una peluca negra, un corsé, unos pequeños shorts de mezclilla, medias de red, y unos Toms— hacía un movimiento trivial de lado a lado en el tubo. Al final de un pasillo había habitaciones oscuras con agujeros gloriosos (agujeros en la pared para observar o mantener relaciones sexuales) y laberintos, una habitación donde se hacían pruebas de VIH gratis, y una pista de baile con un mural con la imagen de Madonna, de perfil, metiendo su rostro en un trasero muy blanco.
He escuchado a más de uno de los locales decir que se puede ver la diferencia entre los letones y los rusos étnicos en los bares gay. “En XXL hay más gente que habla ruso, habitaciones obscuras, y más personas que viven en el clóset”, un gay letón me dijo. “En el Golden, las bebidas son caras, el ambiente es relajado, más privado, sin tanto ruido, y la gente es muy abierta”. En XXL ponen música rusa, lo que muchos clubes letones se niegan a hacer, evidencia de la animosidad persistente durante la ocupación soviética. El Golden es un gran club y, por su parte, unas cuantas noches puso música báltica para el EuroPride.
Para Ruslans Kaflevskis, copropietario del XXL, tanto el nacionalismo letón como el sentimiento europeísta son preponderantes en la comunidad gay en Letonia. “Gay es gay. No importa si eres de Rusia, Letonia, Ucrania o EU. Los gays no tienen nacionalidades”. Su novio, Sergejs Rimss, quien se levantaba cada cinco minutos para dejar entrar a personas “pacíficas”, dijo que Mozaīka sólo trabajó con el club Golden “porque no somos lo suficientemente nacionalistas para ellos”. Un vocero de Mozaīka me dijo que el XXL tenía fama de estafar a los turistas europeos, cosa que los comentarios en internet confirmaban; definitivamente no era el lado gay de Riga que el EuroPride quería mostrar. La atmósfera del XXL, por toda la diversión obscena, es tan clandestina que te sientes ligeramente intimidado. A los pocos minutos de llegar al club, un patrocinador intentó atacar al fotógrafo con el que estaba, después de que éste le preguntara si podía tomarle una foto. Muchas personas en el XXL no quieren que se sepa que son gays sobre todo si están dentro de esas paredes.
El Purvs había sido como un refugio donde todo parecía ser posible: un hogar para los gays de Letonia después de la caída de la Unión Soviética y en los primeros años de la muy anhelada independencia del país. El XXL y el Golden, en cambio, muestran una Letonia presionada por el nacionalismo y la demanda regional a elegir entre Rusia y la UE. Este enfrentamiento machista entre los dos clubes no había dejado mucho espacio para que las mujeres lesbianas se reunieran. En el Purvs ambos sexos eran bienvenidos, pero ni en el XXL ni en el Golden el ambiente era acogedor para las mujeres. Un mes antes de que comenzara el EuroPride, el H-People, un nuevo bar gay, y el primero especialmente para lesbianas, abrió sus puertas. No es más que un “proyecto” por ahora, está ubicado en el antiguo centro de la ciudad, y hasta ahora atrae a un público étnicamente variado. Será interesante ver, de acuerdo con la teoría de Streips, a cuál de los actuales bares gay suplantará H-People.
En la mañana del día del desfile, los participantes se reunieron en el Parque Vērmanes, que los organizadores renombraron como Pride Park (Parque del Orgullo) durante esa semana. Vērmanes es un parque grande, céntrico, y fácil de proteger. En todo el perímetro del parque había barricadas y policías con equipo antimotines. Transeúntes locales con una expresión inescrutable en sus rostros miraban a través de las vallas a los marchistas que se dirigían hacia el parque. Habían representantes de la UE, de la Embajada de EU, de los disturbios de Stonewall y de organizaciones políticas como Amnistía Internacional y la Asociación de Lesbianas y Gays (ILGA, por sus siglas en inglés) de Europa, también, representantes de diversos Orgullos (de Copenhague, Hamburgo, del condado de Queens). Muchos de los activistas de la comunidad LGBT de Europa del Este que conocí en la semana llegaron con vestimentas tradicionales. Un grupo llevaba una pancarta que decía: “EuroPride, ¡vengan a Moscú después!” Cerca de ellos había un grupo de hombres rusos en tiaras y tutús quienes me aseguraron que no eran activistas, que sólo estaban ahí para divertirse.
En Letonia, las manifestaciones de esta magnitud —llámense celebraciones o protestas— no son comunes. “Los letones no están acostumbrados a marchar por sus derechos”, me dijo un trabajador gay del gobierno. “Ellos están más interesados en las ceremonias con flores y en conmemoraciones tranquilas”. Las marchas políticas todavía se asocian con la época de la URSS, cuando obligaban a las personas a participar en las celebraciones del Estado, si no lo hacían se arriesgaban a perder sus trabajos. Debido a que nunca antes se habían hecho algo similar a este movimiento —en el que se admite públicamente que se es gay, ya sea saliendo del clóset o marchando por los derechos— en el país, muchos activistas estaban ansiosos por ver cuántos letones se sentirían cómodos en una gran demostración como ésta. “Lo más emocionante sería ver a un montón de locales”, me dijo Annija Sprivule.
Mientras la marcha salía del parque, conocí a una mujer con cabello largo blanco, traía una gargantilla con púas y lentes de contacto púrpura. Me contó que había venido con un grupo de mujeres heterosexuales para apoyar a sus amigos gays, quienes estaban muy asustados como para venir. “No quieren que les arrojen mierda”, dijo.
Llegando a la primera curva de la ruta, un pequeño grupo de homofóbicos sostenían carteles que decían: “No se acerquen a nuestros traseros” y comenzaron a hacer señas de desaprobación. En el camino, quienes desfilaban tenían que hacerse a un lado para esquivar un huevo roto que yacía solitario sobre el adoquín; arrestaron rápidamente a la persona que lo había arrojado antes de que pudiera lanzar más. Era evidente que habían más de las dos mil personas que Mozaīka esperaba que asistieran, y los contingentes opositores, apenas eran unas 40 personas.
Después de 30 minutos de que comenzó la marcha, la multitud estaba completamente entusiasmada. De los coches salía música de Beyoncé, Queen y ABBA, los diferentes grupos de todo el mundo mostraban sus pancartas: “Gays feministas contra las categorías”, “Gays contra la austeridad”, “El Orgullo no se cambia por sufrimiento”. Cuando la marcha pasó por el Outlet Optika, Daniel Timofeev miraba desde el interior de éste. A pesar de que no había planeado unirse a la marcha, al ver el tamaño y la vitalidad del desfile tuvo que salir corriendo de la tienda donde trabajaba y bailar al ritmo de la canción “Happy” de Pharrell.
Al final, Riga no tuvo el desfile violento que muchos se esperaban, pero la comunidad gay de todo el mundo no se encontraba en las mismas condiciones. Apenas unos días después del EuroPride, la policía utilizó tanques y bombas de agua contra los marchistas del desfile en Estambul. Y en julio, en Jerusalén, un israelí ortodoxo extremista de Cisjordania apuñaló a seis personas que participaban en el evento anual del Orgullo de la ciudad, matando a uno de ellos. Israel se ha esforzado por mostrarse como un ejemplo a seguir de los derechos de los homosexuales en Oriente Medio, por lo que el primer ministro, Benjamin Netanyahu, prometió llevar al autor del crimen ante los tribunales.
Cuando el desfile finalmente regresó al Vērmanes Park, Zalitis dio un discurso desde el podio. “Hace diez años éramos 70 contra tres mil opositores. Este año, somos cinco mil y 40 opositores”, dijo. “En 2006, nos arrojaban cosas, esta historia se acabó al igual que el clóset”.
Zalitis alentó a todos a firmar una petición que Mozaīka estaba haciendo para abogar por la ley de convivencia. Si la petición reunía al menos diez mil firmas, el Parlamento estaría obligado a llevar a cabo una deliberación. Un trabajador del gobierno me dijo que a pesar de que parecía que Mozaīka obtendría todas las firmas que necesitaba, era muy probable que la ley no fuera aprobada. Dzintars Rasnačs, el ministro de Justicia del país, dejó claro que iba a hacer todo lo posible para detenerla. “La unión civil es el primer paso hacia el reconocimiento de los matrimonios entre personas del mismo sexo”, dijo Rasnačs en una entrevista. “Y el siguiente paso será la adopción de niños”.
Después del desfile, en un bar, conocí a algunos expatriados que habían regresado a su país para el EuroPride. Liene Dobraja, una diseñadora que vive Nueva York, estaba a punto de llorar. “Éste es el día más importante de mi vida”, dijo. Margo Zalite, una directora de ópera que se trasladó a Berlín en gran parte debido a las condiciones a las que se enfrentaban las personas LGBT, dijo que el desfile le había hecho pensar que podría vivir de nuevo en Riga. Pero Kaspars Vanags, quien vino a organizar una exposición para el EuroPride, pasó casi toda la noche peleando con algunos opositores de la marcha en Facebook. Tal vez los opositores se habían quedado en casa, pero eso no iba a detenerlos de hacer escuchar su voz en internet. El EuroPride había logrado que la comunidad LGBT de Letonia fuera visible y que una cantidad de personas nunca antes vista saliera del clóset; sin embargo, la homofobia no desapareció de la noche a la mañana. Al salir los gays de su escondite, los homofóbicos se metieron al suyo. Puede que ya no estén en el centro de la conversación, pero siguen ahí. A los pocos días, Dobraja me escribió y me contó que había tenido una pelea con su familia: al día siguiente del desfile, de nuevo tuvo que explicarles la diferencia entre un pedófilo y un gay. “Esto demuestra lo grande que es la brecha que se tiene que cerrar”, dijo.
LEY DE CONVIVENCIA
En el vuelo de regreso a Nueva York, estaba sentada entre un hombre ucraniano y un adolescente ruso que se dirigía a un campamento para aprender inglés en Connecticut. Una vez que el avión despegó, el ucraniano y yo comenzamos a charlar, el adolescente se entrometía de vez en cuando en la conversación. El ucraniano me dijo que estaba por cerrar sus negocios en Nueva York y por mudarse a Rusia, por motivos políticos. “EU no es un lugar en el que pueda seguir viviendo”, dijo. “¿Por qué hay tropas de EU en Ucrania? Mucha gente cree que va a haber guerra entre nosotros, y si así fuera, yo lucharía del lado ruso en contra de EU”. Él y el adolescente se lanzaron de lleno a explicar por qué Ucrania estaba bajo el dominio ruso. Cuando le dije que era letona, criticó la decisión de Letonia de adherirse a la UE y sancionar a Rusia. “Nadie en la UE quiere comprar sus pescados ni nada de lo que tienen para comercializar”, dijo. “Es el mayor error que pudieron haber cometido”.
Su crítica del imperialismo me pareció refrescante, y se lo dije. Me preguntaba si eso significaba que era progresista en otras áreas, así que le pregunté sobre su postura de temas sociales en Rusia, como sobre ley en contra de la propaganda homosexual. “Odio ese tema”, dijo. “No hay gente gay en Rusia”. Me acordé de los rusos en tutús y tiaras en el desfile y de un grupo que cantaba “Rusia será libre”. “Conocí a un montón de gays rusos en Letonia”, le dije. Se inclinó hacia delante, inquieto en su asiento. “¿Siquiera has leído la ley? ¿Lo has hecho? No dice nada malo”. Me arrepentí de haber traído el tema a colación. “Sí, la ley es sólo para que los niños no tengan que verlo”, intervino el adolescente con tono serio. Me vino a la cabeza una pancarta de la marcha que decía: “No soy propaganda”.
El ucraniano se alteró más y me contó una historia sobre las dos golpizas que había dado en dos momentos de su vida. “En algún momento, fui muy guapo”, dijo. “Si me pusiera violenta cada vez que algún hombre me presta atención no deseada”, le expliqué, “ya estaría en la cárcel”. Estaba sorprendido: “Svetlana, ¿cómo puedes comparar eso? Déjame preguntarte, ¿eres gay? No me molestan las lesbianas, incluso me agradan”. Yo no quería responder la pregunta. “Soy activista”, le dije. Sus ojos azules ardían de furia, y dijo sin restricción: “Si un hombre gay se acercara a mi hijo, lo mataría”. Me estaba agrediendo, y lo sabía. El adolescente miraba por la ventana. Yo estaba llorando y tratando de ocultarlo. “No quiero hablar más”, le dije.
En Riga, quería escuchar atentamente las distintas y variadas voces de la comunidad LGBT de Letonia. Tomé la decisión de evitar entrevistas con los racistas y los homofóbicos, pero durante las últimas ocho horas de mi viaje, estuve sentada entre la violencia verbal y el silencio indiferente. El EuroPride había cumplido su misión de dejarle claro a la región que existen personas homosexuales. Fue en ese momento, estando atrapada entre dos hombres de Europa del Este que querían decirme que no era cierto, que me di cuenta de lo imposible que era hacerlo uno solo.