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El negocio que se esconde detrás de los vídeos virales de internet

Supongo que ninguno de vosotros se ha preguntado nunca qué hay detrás de los vídeos de gatitos y cachorritos que nos pasamos el día viendo en internet. Porque aceptémoslo, eso es lo que hacemos en la oficina cuando creemos que nadie nos ve, o para fingir que estamos trabajando. Los vídeos virales son sólo otra vía de escape más que nos ofrece el inmenso y extraño mundo de internet, para no pensar en nuestras neurosis o en nuestra torpe y malograda trayectoria vital.

En los últimos meses, he escuchado constantemente lo afortunada que soy por tener el trabajo de ensueño que todo friki de YouTube desearía: ver vídeos de adorables pandas retozando en la nieve durante nueve horas al día. Sin embargo, tengo que admitir que llegué a este trabajo por casualidad, ya que yo era todo lo contrario a la típica millennial obsesionada con el mundo Tumblr y el espacio entre las piernas de las chicas Instagram y obviamente tampoco tenía ni idea de cómo funcionaba una agencia de licencia de vídeos, ni del negocio que tienen montado alrededor de las historias virales.

Videos by VICE

Para los que como yo, creéis que el mundo dejó de molar a partir de los años setenta y andáis medio confusos en la era del selfie, una agencia de este tipo se dedica principalmente a buscar vídeos que tienen el potencial de hacerse virales en internet, contactar con el dueño de la grabación y ofrecerle la oportunidad de licencia. El contrato de licencia consiste en lo siguiente: la agencia le ofrece al creador un porcentaje de todo lo que obtengan distribuyendo el vídeo a sus clientes, entre los que se incluyen desde páginas de humor de Facebook hasta grandes empresas de comunicación. Aparte de los beneficios que obtienen vendiendo la licencia a distintas compañías, muchas agencias son socias de grandes páginas como YouTube y generan dinero por número de visitas. Aunque los derechos los sigue teniendo el dueño de la grabación (es libre de quitar el vídeo cuando quiera), las agencias se llevan un gran porcentaje por este trabajo, que varía entre un 30 a un 50% del total de los beneficios. Lo cierto es que a pesar de que muy pocos vídeos consiguen hacerse virales, los que lo consiguen pueden llegar a generar muchísimo dinero.

Dada mi ignorancia sobre el mundo del vídeo viral, los primeros días como becaria en esta empresa me recordaron a aquella semana en la que me encerré en mi habitación con el único propósito de acabarme los siete libros de Marcel Proust. De repente, los minutos se convirtieron en horas y las horas en días y aquello no había forma de que pasase más rápido. Cómo no tenía ni idea de lo que tenía que hacer, me pasaba el día poniendo hashtags en Instagram para ver si alguno colaba y de repente me encontraba con el vídeo del año. Pero no pasó, y desgraciadamente el único vídeo que logré licenciar fue el de un pobre señor conduciendo un camión quitanieves en un pueblecito perdido de Alaska (creo que empaticé de manera muy profunda con ese incomprendido ser humano, cuyo trabajo era quitar inútilmente la nieve del que probablemente es el pueblo más solitario del mundo).

Sin embargo, esta época de sequía no se prolongó más allá de las primeras semanas y al cabo de un tiempo empecé a licenciar algún que otro vídeo interesante. De repente, Reddit se convirtió en mi Dios, seguido muy de cerca por las páginas de Facebook de adorables gatitos y sus análogas dedicadas a los perros. El hecho de inundar mis escasas redes sociales de contenido viral se convirtió en un problema porque el trabajo no terminaba en las horas laborales.

Ver vídeos en internet es sólo la parte divertida del trabajo, lo aburrido empieza cuando tienes que buscar el vídeo original y acosar al dueño de la grabación a través de todas sus plataformas sociales (y eso incluye desde Facebook a Badoo). Cuando veía un vídeo interesante, sentía la necesidad de rastrearlo e intentar licenciarlo porque era consciente de que si esperaba a llegar a la oficina, cientos de periodistas de otras agencias ya lo habrían comprado. No es que fuese a comisión (eran unas prácticas no remuneradas) es que esto de conseguir vídeos es como la vida: depende de la suerte y va por días. Y lo cierto es que los días que no conseguía ningún vídeo me sentía bastante inútil. No es que los jefes me presionaran de manera directa para conseguir vídeos; es que creaban una determinada atmósfera en la que si no eras lo suficiente productiva te podías acabar sintiendo muy aislada.

Que no nos engañe el término startup, el ambiente de las agencias de vídeo se asemeja más al mundo de Wall Street que al de una pequeña empresa. Para empezar, el jefe de ventas tiene una campanita en su escritorio que hace sonar cada vez que se ha vendido un vídeo y los viernes suelen premiar al que mayor número de licencias ha conseguido. Normalmente, después del ding-dong, el vídeo aparece en una pantalla gigante que cuelga en el centro de la oficina, y todos giramos el cuello 180 grados para ver si hemos tenido suerte y es el nuestro. Con la intención de promover esta cultura del vídeo, cada mañana organizamos una reunión para mejorar la comunicación entre el equipo y aportar ideas. Sin embargo, estos meetings acaban pareciéndose más a carreras por ver quien tiene el mejor vídeo o la historia más original. La cultura startup se ve nublada por ese american way of working en el que el éxito se mide por el dinero que ingresas, y no por las ideas que aportas.

Pero de entre todas estas americanadas, lo más extraño es la actitud que reina en el departamento de periodistas. Uno puede pensar que trabajar en una agencia que licencia vídeos virales debe ser el lugar menos competitivo del mundo. Sin embargo, lo cierto es que mis compañeros se muestran bastante herméticos a la hora de compartir las técnicas que utilizan para conseguir vídeos o las páginas en las que encuentran contenido viral.

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