Así salen de fiesta los jóvenes filipinos de Barcelona

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“Yo soy un falso filipino, os lo dije”. Así, en broma, responde Danjie a sus colegas cuando le hablan de platos tradicionales que no conoce. Él es hijo de español y filipina, y en buena medida se ha criado durante sus veintipocos años en la comunidad pinoy (que es como se llaman a ellos mismos) del barrio del Raval de Barcelona. Aunque no va siempre de fiesta con ellos, tiene un grupo de amigos con los que me ha invitado a salir este fin de semana.

Viernes en el Myramar

Quedamos por primera vez el viernes y de buenas a primeras me advierte de que no pinta bien: al final, del grupo de colegas que en principio estaba dispuesto a todo, solo viene Benjie. Algo haremos. El plan es cenar en el Myramar, un bar de la calle Valldonzella que acostumbra a estar reventado de gente y que a veces alarga la juerga hasta las tantas.

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Para nuestro chasco, hoy está muerto: solo hay una familia al fondo, acaba pronto la fiesta, y hay un camarero que, por lo que me dicen mis acompañantes, ni siquiera es el habitual; en vez del carismático Bong, hay un chaval eficiente pero anodino al que ni Benjie ni Danjie conocen. En la tele las noticias, de fondo suenan una radio musical catalana cualquiera y la tragaperras de detrás. A nuestro alrededor, cuadros de parajes filipinos idílicos y, presidiendo el local, una foto de una metrópolis asiática que podría ser el fondo de pantalla del ordenador de tu padre pero que es Manila.

Quizá es pronto. Mientras esperamos que los pinoy acaben de currar y se vaya llenando el bar, pedimos la cena y hablamos de comida y bebida.


Danije


Benije

Para acojonarme Danjie me habla del balut, que es una cosa que “hasta a ellos [sus colegas filipinos] les da asco”: un huevo de pato fertilizado, con el embrión dentro y al parecer se lo comen sin mirar. “A mí me flipa”, asegura, pero por suerte o por desgracia aquí no es fácil encontrarlos. Al fin y al cabo es solo lo más vistoso; como los caracoles para un guiri.

En realidad, me dicen, la cocina filipina es variada y sana, con mucha verdura y pescado, aunque a juzgar por lo de esta noche, está visto que cuando salen la cosa es diferente. Nos traen tres platos de carnes diferentes: pollo, ternera y el sisig de cerdo, con huevo encima, que augura fiesta loca del colesterol en las arterias, y arroz hervido y frito con ajo para acompañar, que estamos hablando de cocina asiática y aquí el pan ni está ni se le espera. Benjie me dice que el día que no come arroz, se le hace todo muy raro. Nos ponemos hasta el culo y, de postre, un polín casero de mango.

La gente no llega. Solo otro chaval bajito, que deja un casco en la barra y nos saluda a los tres; hace de repartidor para la empresa de Kuya Ciril y es hijo de la madrina de Danjie.


Manila

Ahora ha venido al Myramar a por comida, porque se dedican a llevar a domicilio cualquier cosa que pida el cliente. “Mira”, nos enseña el teléfono, “un special delivery que ha llegado hoy”. Para nuestro horror vemos en la foto dos recipientes de plástico, uno con ratones vivos y el otro con cucarachas. Cuando dicen cualquier cosa es cualquier cosa.

Como ya hemos acabado, salimos a la calle a fumar un cigarro con el repartidor, mientras llega otro chaval, el Gallen, que trabaja en el bar de sus padres. “Oye, ¿vosotros sabéis por qué está esto tan vacío?”, pregunta Danjie con mala conciencia por haberme traído. Se ve que precisamente hoy era un mal día. Ayer cuando cerró el local acabaron todos de fiesta, Kuya Bong incluido, en el City Hall, en una sesión de trap.

Mañana sábado seguramente estarán nuevamente los habituales bebiendo como de costumbre. Pero hoy, precisamente hoy, Kuya Bong daba un concierto en un garito del Paralelo y todo el mundo ha ido a verle. En ese mismo momento, me surgen dos incógnitas que quiero resolver: la primera es quién es ese fabuloso Bong que ahora te llena un bar con su carisma, ahora canta y te vacía su propio local; la segunda es qué diablos significa el Kuya delante de cada nombre. Esto último me lo explican en seguida: se llama Kuya (o Ate, en el caso de las mujeres) a las personas algo mayores que tú a las que quieres mostrar cierto respeto, de hermano menor a hermano mayor.

A la gente de más avanzada edad se les llama Tito o Tita, aunque no les hayas visto en tu vida. Para la primera incógnita, voy a tener que esperar.

Ahora la única opción que proponen es ir al Pasa Pasa, un karaoke al que van familias y pinoys mayores, pero Benjie dice que él no canta ni loco, y además nos dicen que tampoco vale la pena, que también es un páramo. No sé si por el efecto de la voz proyectada del todopoderoso Bong o porque la lluvia a media tarde ha amuermado al personal. Definitivamente, disolvemos la comitiva por hoy, pero quedamos mañana con la promesa de que lo vamos a petar.

Sábado en el Myramar

Hoy llego expectante al Myramar y, tras la barra, moviéndose sandunguero, con una gran sonrisa, mofletudo y cara de buen tío, esta vez sí, está Bong, sin parar de servir botellas de cerveza a todo el mundo. San Miguel concretamente, que cabe recordar que es una cerveza de origen filipino y aunque Danjie y sus colegas pidan ésta u otra marca indistintamente, tengo la sensación de que aquí es lo que toca, por aquello de bailar sobre el estereotipo.

En la mesa, me esperan Benjie, un chaval al que me presentan como Benju —aunque luego me entero de que se escribe Ben Hur—, y Danjie con Nika, su novia dominicana. Están enseñando los libros que se han regalado por Sant Jordi: una guía del Studio Ghibli para él y un libro de Albert Espinosa para ella.

Las relaciones entre dominicanos y filipinos son habituales en Barcelona, porque comparten barrio y toda una cultura urbana que pivota, sin ir más lejos, alrededor del hip hop y el baloncesto. La plaza de Josep Maria Folch i Torres y la calle Reina Amàlia, junto al instituto Milà i Fontanals, donde hace tiempo estuvo la prisión de mujeres de la ciudad, han sido siempre lugar de encuentro de lo que Danjie llama sin ánimo académico, la comunidad filipino-dominicana.

Más tarde llegan Kathleen y su novio Dani, un chaval también del barrio pero de padres españoles, y como vienen sin cenar piden pansit, unos fideos acojonantemente buenos. Ella propone ir a la Feria de Abril, que había abierto el día anterior y en la que iba a haber mucha gente conocida. Al resto de mis acompañantes no les apetecía demasiado todo el rollo de las atracciones y las casetas, que además está realmente lejos del centro.

De momento seguimos en el bar. Recuerdan noches pasadas y alguna pelea que otra pelea en la puerta de algún local, como aquella en las Ramblas en la que un cabrón descerebrado le estampó un vaso de cristal en el cuello al Benjie. Casi no lo cuenta.

Aparece Parker, un chaval del que me dicen que es un tomboy, es decir una chica que subvierte los roles de género vistiéndose de chico. Me comentan que no es una práctica infrecuente en la comunidad filipina y no hablan de ello de modo despectivo, aunque me queda por saber si es un término que Parker reivindicaría o no.

Sin embargo, lo importante es que toca en la banda de Kuya Bong y que ayer estuvo en el concierto. “¿Qué tipo de música tocáis?”, nos dice que hacen versiones de Andrea Bocelli. No sé si lo decía en serio o se estaba quedando con nosotros. Es posible que sea una banda de versiones bastante heterodoxa: algo más tarde, Bong, en uno de sus trayectos de la cocina a la barra oye que suena Losing my Religion y la canta emocionado, apretando los ojos y doblando las rodillas.

Echan la persiana y, mientras Kuya Bong recoge las sillas y de los baffles solo sale house, nos quedamos hablando con Kuya Ciril, el dueño de la empresa de servicio a domicilio. Es un tío simpatiquísimo y algo mayor que Danjie y sus colegas, que nos cuenta cómo montó el negocio con su hermano, un negocio con el que sirven por toda la ciudad; no solo a pinoys, naturalmente. A saber quién sería el de las alimañas.

De la cancha a la discoteca

Una vez fuera, deciden que acabaremos en Boulevard, una discoteca de las Ramblas. Pero antes vamos a las canchas cercanas al MACBA —oficialmente, plaza de Terenci Moix aunque nadie las llame así— a tomar algo en la calle.

Si de día es el lugar donde juegan ininterrumpidamente a baloncesto, de noche es el espacio donde beben a su manera. Y a su manera la llaman tagay tagay, algo tan sencillo como compartir un solo vaso de alcohol y un solo vaso de refresco del que van bebiendo todo el grupo a chupitos.

Al que reparte el líquido y controla que nadie beba más que nadie se le llama tanguero y, ojito, es una figura importante. Hoy, sin embargo, no hay tagay que valga. Le compramos seis latas a un tío en la calle y nos las bebemos a cierta velocidad. Había que ir tirando a la discoteca que eran ya casi las cuatro. Soy incapaz de tomar las notas que estaba tomando en ese momento. Gallen, un tío elegante, quiere pasar por casa a ponerse una gorra, que con esos pelos no puede ir a Boulevard. Pilló la moto y se adelantó con otro amigo.

Rambla abajo, Ben Hur me cuenta que se llama así por la peli de Charlton Heston, como no podía ser de otra manera, porque a su padre le gusta un montón el cine. Y así acabamos hablando de los “Últimos de filipinas” que es una película tremendamente colonialista en la que los malos son los filipinos que se rebelan contra la ocupación española. Una peli española, claro, filmada en 1945.


Ben Hur

Entramos en Boulevard donde nos tomamos un cubata y unos chupitos que acabarán por matarme. Allí, en la sala donde pinchan hip-hop, y estamos rodeados de guiris y, en general, de toda la fauna que acostumbra a poblar el centro de Barcelona.

Resulta que Gallen es un bailarín de hip hop de la hostia que incluso ha ganado algún campeonato. Somos los reyes de la fiesta. En un apartado nos hartamos a chupitos de tequila. En ese momento ya no sabía ni como iba a volver a casa.


El autor, el segundo por la izquierda, junto a sus nuevos colegas

“Poca broma con el aguante de los filipinos”, me dice Danjie. Aguantan más que yo, descaradamente. Como son gente de diez y además estamos afectados por la antológica fraternidad de los borrachos, quedamos efusivamente en volver a vernos. La próxima vez exigiré ir al karaoke, a cualquiera de los muchos que conocen, que yo de rap no tengo ni idea. Y Benjie cantará por mucho que diga que no.

Sigue a Adrián en Twitter en @crespix