El machismo y el porno determinan cómo follamos

Siempre se ha dicho que los hombres tienen más deseo sexual que las mujeres, que los hombres son infieles por naturaleza y también que los hombres siempre tienen ganas. Con todas estas afirmaciones lo que también se está expresando, entre líneas, es que las mujeres no tienen tanto deseo sexual, que las mujeres tienen la capacidad de no ser infieles (por tanto, si cometen una infidelidad va a tener mayor repercusión ya que sí está en sus manos controlarse) y que no tienen tantas ganas como los hombres o, mejor dicho, como a los hombres les gustaría.

El hecho de vivir en una sociedad patriarcal ha determinado en gran medida nuestra manera de vivir la sexualidad, ya no solo por dar prioridad a los intereses y necesidades de los hombres sino también por hacernos creer que somos tan diferentes y, en consecuencia, educarnos de manera distinta. Y en materia de sexualidad también se nos enseña a desear de diferente manera según se sea hombre o mujer. Como dice Fina Sanz, doctora en sexología, la ideología dominante se plasma también en las vivencias corporales desarrollándose, en líneas generales, dos grandes formas de percibir las sensaciones, de manifestar el erotismo y comportarse sexualmente. En la erótica de la mujer destaca lo que la autora llama globalidad, que es la capacidad de disfrutar del cuerpo en su totalidad. El cuerpo produce placer porque es algo que han desarrollado durante el proceso evolutivo con otras mujeres (hacerse cosquillitas, tocarse el pelo…). Por otro lado, la sexualidad del hombre es básicamente genitalista porque los mensajes recibidos han centrado su atención en esa parte del cuerpo. Existirían pues, dos códigos eróticos.

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Más allá del hecho de ser hombre o mujer, se nos señala qué es lo deseable y qué no es digno de ser deseado. Nuestro deseo está encapsulado y hay unos límites bien definidos hasta los que está permitido desear dentro de la «normalidad»; un claro ejemplo de ello son las parafilias que nos muestran cuándo el deseo está perturbado y necesita reparación.

Pero cuándo decimos que un hombre siempre tiene ganas, ¿de qué tiene ganas realmente?

Derivado de éste código erótico centrado en la genitalidad, en muchos de los casos esas ganas se traducen en querer penetración, en querer un orgasmo como forma de descarga y liberación de tensiones, en buscar el placer de la entrepierna y todo esto, en definitiva, es una sexualidad centrada en la genitalidad, como marca el porno mainstream. Y es que es, principalmente a través del porno, cómo aprendemos a «hacer sexualidad».

Este tipo de sexualidad que se nos vende y que, por tanto, consumimos está pensada para el hombre y no porque la mujer no disfrute de la genitalidad sino porque no se contempla el otro código erótico en el que la mayor parte de mujeres ha sido educada.

La sexualidad que dicta el patriarcado es una sexualidad centrada en la genitalidad y, si no comulgas con ello, corres el riesgo de ganarte la etiqueta «Deseo sexual inhibido». Pero acaso ¿querer romper con la rutina sexual centrada en los genitales y dejar de hacer lo de siempre porque «esto ya me lo sé» no es desear? ¿Querer conquistar otro cuerpo desde la exploración sin mapa ni lugar al que llegar, tampoco lo es? O ¿ansiar caricias desde los pies a la cabeza? El problema está en el baremo con el que se mide el deseo que, en este caso, se tiene deseo si se quiere la penetración.

Y no es que a los hombres les apetezca siempre lo mismo o que a las mujeres les gusten solo las caricias y los abrazos. Todas las personas necesitamos recibir y dar afecto, sentirnos deseados, desear, jugar, experimentar… Pero a unos y a otras se nos educa para que sintamos que somos intrínsecamente diferentes y con necesidades dispares. Desde ese rol que se nos atribuye, en el que ya viene determinado cómo debemos comportarnos y sentirnos, se hace difícil reclamar sentir lo que no es propio de la condición que nos ha sido dada. A día de hoy, ¿cómo se vería el hecho de que un hombre dijera «Hoy no quiero tener penetración, prefiero que nos demos un masaje»? Nos guste más o menos, se sigue viendo extraño porque en el contexto sociocultural en el que vivimos, ser hombre y este tipo de sexualidad, deben ir de la mano casi de manera obligada.

Algunos de los mecanismos de los que se dota el patriarcado para condicionar nuestro deseo son los productos culturales como el porno, las novelas o el cine. Esto me hace pensar en la película alemana «Un juego de inteligencia» en la que se manipulan los índices de audiencia de la televisión para que programas sobre literatura, programas culturales o concursos de preguntas y respuestas resulten los más populares. El resultado que se consigue en la población, pese a ser exagerado, es interesante: tras consumir programas de este tipo, la gente empieza a aficionarse a la lectura y a tener charlas filosóficas en cafés. Entonces… ¿qué pasaría si cambiáramos los productos culturales que condicionan nuestra sexualidad? Y mejor aún… ¿Te imaginas cómo cambiaría tu sexualidad?

Marta Villar es psicóloga especializada en Sexualidad y Terapia de Pareja