Hace menos de una semana se celebró en la Basílica del Pilar de Zaragoza, una misa-homenaje a los caídos de la División Azul en la batalla de Krasny Bor, uno de los capítulos más negros del terrible cerco de Leningrado, de la que se cumplían 72 años este viernes pasado.
Para aquellos que no lo sepan, la Virgen del Pilar tiene una gran colección de mantos que han sido regalados por asociaciones o personas a lo largo de su historia. Cada día lleva un manto diferente que depende en muchas ocasiones del día o de que se conmemore algún hecho relacionado con la persona u organización que le regaló el manto. Por ejemplo, el día de la Cruz Roja, se le coloca el manto regalado por la Cruz Roja.
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Pues el caso es que este viernes, la Virgen lució un manto que fue regalado en 1961 por miembros de la División Azul, en el día en el que fue elegida patrona de los soldados españoles enviados por Franco a echarle una mano a Hitler con los comunistas en 1943. El manto es de color claro y lleva el escudo de la División Azul, así como un montón de simbología fascista: el yugo y las flechas de la Falange y varias cruces de hierro nazis.
En el cerco de Leningrado murieron de hambre y frío más de un millón de personas debido al bloqueo nazi. Y en la batalla de Krasny Bor, fueron unos 4.000 los españoles que murieron a la mayor gloria de Adolf Hitler.
Parece ser que esta misa se celebra todos los años el primer viernes tras el 10 de febrero, fecha de la batalla, pero el Arzobispado intenta ocultarla. Según ha informado la agencia de noticias aragonesa Arainfo, el Arzobispado no citó el acto en el horario de misas que publica habitualmente.
Da pena y rabia que en una ciudad como Zaragoza, que se promociona como un centro cultural e internacional, nos sigamos encontrando con estos ramalazos del franquismo más rancio. Ni el Arzobispado ni el Ayuntamiento (gobernado por el PSOE) han puesto nunca ningún problema a este homenaje nostálgico a los soldados fascistas españoles que supone una clara vulneración de la Ley de Memoria Histórica y celebra uno de los capítulos más negros de la historia de España.
Este tipo de actos y la tolerancia existente desde el poder político y eclesiástico de, en este caso, la ciudad de Zaragoza. No hace sino profundizar en la sensación de que la transición española hizo suya aquella frase de El Gatopardo de Lampedusa: “que todo cambie para que todo siga igual”.