Yo ya era sexualmente activa y mi mamá me llevó al ginecólogo
Por Gabriela Wiener
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La primera vez que fui al ginecólogo me llevó mi madre. Yo ya era sexualmente activa y, lógicamente, no quería que lo supiera mi mamá. Eso pasó hace 30 años, claro, una época en la que todo era mucho más hostil para las adolescentes poco vírgenes. Yo no sé, pero recuerdo que se veía como una revisión obligatoria, de rutina, en el bochornoso tránsito de niña a mujer. No sé por qué en ese tiempo las madres se arrogaban el derecho de acompañarte a que otros te miraran el coño. Lo cierto es que, aunque yo no era aún muy madura que digamos, me pareció tremendamente invasivo y pensé que alguien debería habérmelo preguntado antes. Ahora sé que salvo algún asunto como una regla dolorosa u hongos vaginales, tampoco hay necesidad de que te lleven a revisión a los 15 años.
Yo creo que había tenido hasta algún aborto. Y sexo grupal. Tenía una pareja cuatro años mayor que yo que me hacía ver porno de la Ciccolina. Mi mejor amiga se llamaba Culpa. Vivía dos vidas. Y en esas condiciones mi mamá me iba a llevar de la manito a donde ese ser capaz de leer en mi cuerpo toda mi autobiografía sexual.
Cada vez que entro a una consulta médica siento que me van a hacer la prueba del polígrafo y cuento toda la verdad, incluso ahora cuando ya no es necesario. Mi bella madre entró en la consulta y se mantuvo a mi lado todo el tiempo mientras yo era auscultada por el médico, que aprovechaba que estaba “relajadita” para hacerme el interrogatorio policial de rigor en el que decidí prudentemente mentir en todo. “¿Ha tenido relaciones sexuales?”. No. ¿La fecha de su última regla? El día. 11. ¿Realiza prácticas sexuales de riesgo? Nunca. ¿Ha tenido candidiasis, herpes o algún tipo de ETS? Jamás. ¿Tiene pareja estable? No. ¿Ha tenido abortos? No. ¿Utiliza métodos anticonceptivos? Sí.
Después de esa primera vez, comencé a ir por mi cuenta a uno de esos centros de paternidad responsable, que se llaman así supongo que irónicamente porque ahí solo iba con mi novio para pedir condones y hacerme pruebas de embarazo. Hoy no se me ocurriría llevar a mi hije de 14 años, conspicua representante de la generación zeta, al ginecólogo, y quedarme ahí dentro solo porque toca. Son otros tiempos y ya hemos acordado mi hije y yo que no hay necesidad de compartirlo todo, que no necesitamos saber esas cosas la una de le otre. Sin embargo, hubo una vez en que esos mundo se encontraron, mejor dicho colisionaron, pero mejor que lo cuente elle.
Y así fue como conocí a mí madre más profundamente
Por Coco Wiener
Una tarde, cuando no tenía nada mejor que hacer, acepté acompañar a mi madre al ginecólogo. ¿Por qué no? Además, no había escapatoria; yo rondaba los 11 años y ella no tenía con quién dejarme. Era un lugar oscuro y deprimente que me hizo dar cuenta de lo mal que está el sistema sanitario en España. Tardaron mil años en llamarnos y, cuando por fin entramos al consultorio, vi a esa señora con la mirada amarga, la doctora, deseando estar jubilada, una mujer digamos “típica” española, con pinta de ser de derechas.
Empezó haciéndole a mi madre unas preguntas, cuyas respuestas, como podéis imaginar, me traumaron de por vida. “¿Cada cuánto tiene relaciones sexuales con penetración?”. Mi madre respondió, no sé, creo que dijo que cada dos semanas o dos meses. Yo me burlé de lo horrible que era su vida sexual para intentar no pensar demasiado en que estaba escuchando algo sobre la vida sexual de mi madre. La ginecóloga siguió preguntando: “¿Ha tenido algún aborto?”. Sorprendentemente para mí, respondió: “Sí, tres”. Fui testigo de cómo la doctora intentaba no decir nada sobre ello. Al salir del consultorio mi madre me diría que era mentira, que lo había dicho sólo para molestar a la doctora, pero aún no le creo.
Como seguía desconcertada con lo de los abortos, le empecé a hacer millones de preguntas a mi madre, pero la doctora me miró en plan “cállate de una puta vez” y continuó: “¿Cuándo fue la última vez que tuvo la menstruación?”. Mi madre se quedó un buen rato pensando mientras que la ginecóloga y yo nos mirábamos incómodamente. Después de un rato se cansó y le dijo a la ginecóloga: “Espera, voy a llamar a mi novia”. Con una mirada de desprecio máximo, la médica dijo en un tono que iba más allá del sarcasmo: “¿¡Ja, tienes que llamar a tu noviaaaaaa (resaltando la “a”) para saber cuándo tienes la regla!?”. Mi madre, avergonzada, se rio en plan “sí, jajaja”. Habló con Roci y le dijo a la doctora la fecha.
Por fin acabaron las preguntas incómodas y pasaron a lo que de verdad había que hacer. Aún no lo tengo muy claro pero era una especie de máquina rara, o algo. Mi madre, haciéndose la graciosa, despatarrada en la camilla, no paraba de decir: “Ay, qué frío, ay, ay”. Y yo, bueno, me partía de risa. Tanto que la doctora con todo el valor del mundo y la mano metida en el coño de mi madre, me gritó: “Cállate”. Me asusté tanto que decidí no hacer un escándalo y callarme.
Y así, en el ginecólogo, fue como conocí a mi madre más profundamente. Una buena, pero también traumática e inapropiada experiencia madre e hije.