Este artículo fue publicado originalmente en Broadly, nuestra plataforma dedicada a las mujeres.
Siendo una niña de trece años que creció en Riosucio, un pueblo ubicado en las profundidades del bosque del Darién en el municipio de Chocó, Sofía Reyes vivió acostumbrada a ver al Frente 34 de Las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (Farc), formándose frente a su casa. “Los veía desde la distancia”, recuerda Reyes. “Había algo en ellos, sus uniformes. Nunca había visto a una mujer vestirse de esa manera”.
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Un par de años después, Reyes se vio a sí misma portando ese uniforme, sentada en un campo guerrillero en la selva, escuchando a un grupo de estudiantes universitarios enseñarles sobre educación sexual a los hombres y mujeres jóvenes, miembros de la guerrilla marxista.
En sus cinco décadas de guerra contra el gobierno colombiano, los rebeldes de las Farc crearon una red de apoyo que logró mantener a un ejército de casi 11.000 personas, completamente alfabetizado y relativamente saludable. Incluso estando aislados en la selva colombiana.
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Ahora que el conflicto armado llegó a su fin y que los exguerrilleros de las Farc transitan hacia la vida civil, el mundo ha aprendido sobre los servicios que se mantuvieron activos al interior de la lucha guerrillera. En lo que respecta a la salud reproductiva, los guerrilleros concibieron una política de educación sexual que tenía poco margen para la maternidad, la elección o la mojigatería sexual de su país devotamente católico.
“Hasta entonces yo no sabía nada de sexo”, dice Reyes de cuarenta años. Tenía quince años cuando recibió su primera clase de educación sexual en las Farc, por allá en 1992. “Fuimos al salón comunal del campamento y ahí los [estudiantes] nos enseñaron sobre los métodos anticonceptivos”. Fue desde entonces que empezó a usar Yadel, una marca local de implante subdérmico, como método anticonceptivo elegido. Reyes cuenta que la planificación era obligatoria para todos los subversivos sexualmente activos.
Durante los primeros años de Sofía en las Farc, los universitarios impartieron con regularidad clases en temas tan variados como educación sexual, contaduría, o español. En los últimos días de sus veintiséis años con la milicia, la generación de soldados a la que ella perteneció tenía la tarea de educar a los miembros más jóvenes.
Durante el conflicto luchado por dos (incluso tres) generaciones de guerrilleros, las Farc creó su propia versión de la igualdad de género, inscrita dentro de los valores tradicionales machistas del campo y la sociedad colombiana: en el ejército las mujeres luchaban a la par que los hombres y podían ascender al rango de Comandantes, como Elda Neyis Mosquera (alias “Karina”), quien fuera la comandante del Frente 47 de las Farc.
En el Frente 34, dice Reyes, los hombres y las mujeres recibían lecciones de educación sexual juntos, aunque solo los hombres tenían el privilegio de tener relaciones sexuales por fuera de las Farc. A las mujeres solo les proveían diversos métodos de anticoncepción, mientras los hombres recibían cosas como condones que además de evitar el embarazo, prevenían enfermedades de transmisión sexual.
En cualquier caso, al interior de las Farc tanto hombres como mujeres podían cambiar de compañeros tanto como quisieran. “Aunque éramos libres de escoger y formar parejas, muchos preferíamos seguir solteros”, dice Reyes. “Las operaciones [militares] significaban que los guerrilleros se separaban por meses, y las personas (especialmente los jóvenes), no eran capaces de aguantar”.
Jorge Enrique Botero, un periodista local conocido por su profundo reportaje sobre las Farc, recuerda: “En la oscuridad de la noche en un campamento guerrillero, no era extraño escuchar a las parejas compartiendo momentos de intimidad”. En sus múltiples expediciones a los campamentos, Botero dice haber presenciado a una comunidad en la que el sexo “era un asunto perfectamente normal”.
Pero el sexo entre los guerrilleros estaba lejos de ser lo que el New York Times llamó “amor libre”. Testimonios de mujeres guerrilleras (a menudo reclutadas antes de cumplir los quince años) revelan que había una presión implícita dentro de las Farc de relacionarse con sus comandantes, usualmente más viejos que ellas.
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“Cuando las niñas se unían a las Farc, los comandantes escogían entre ellas. La mujeres tenían la última palabra pero por lo general querían estar con un comandante para sentirse protegidas. Les daban dinero y regalos. Cuando estás con un comandante, no tienes que hacer el trabajo duro. Así que la mayoría de mujeres atractivas están con comandantes”, dijo en 2003 la exguerrillera Carolina a Human Rights Watch. Ella se unió a la guerrilla con tan solo trece años.
En julio de 2016, el Fiscal General de la Nación declaró que aunque haya sido un régimen militar donde la contraconcepción era obligatoria, las Farc tiene que responder ante la justicia transicional por las 232 investigaciones de violencia sexual entre sus rangos. Los cargos incluyen aborto forzado, esterilización forzada y violación. El Fiscal General resaltó que este no es un caso aislado, sino una “política de la guerrilla exigida desde los altos mandos”, según Human Rights Watch.
Aunque Human Rights Watch y la Universidad Sergio Arboleda han publicado testimonios de primera mano, en donde mujeres señalan haber sufrido otras formas de violencia por los altos mandos de la guerrilla, las Farc ha negado los cargos de violencia sexual sindicados. Una declaración oficial emitida por el grupo dice: “La violencia sexual es seriamente castigada en nuestra normatividad interna. Estos crímenes son tratados en un consejo de guerra que en la mayoría de casos se sancionan con los castigos más fuertes”.
Los accidentes también pueden pasar, aun estando bajo un régimen militar donde la planificación es obligatoria. En 2007, Reyes descubrió que tenía cuatro meses de embarazo. No era la primera vez que esto le sucedía a un soldado de las Farc.
En 2006, Jorge Briceño, alias “Mono Jojoy”, uno de los principales miembros de la cúpula de las FARC, envío un correo a todos sus comandantes: “La anticoncepción es obligatoria y en caso de embarazo será practicado el curetaje”. Según una declaración hecha bajo juramento por Marco Fidel “Garganta” Giraldo, el comandante del Frente 47 de las Farc, el grupo adopto la práctica de aborto forzado desde 1993.
En enero de 2017, las autoridades colombianas acusaron a un hombre llamado Hector Arboleda de se miembro de las Farc; este fue extraditado desde España. En julio, Arboleda (alias “El enfermero”) fue formalmente acusado por el Fiscal General de la Nación por realizar abortos forzados en mujeres guerrilleras desde 1997 hasta 2004.
“La áreas de hospitales deben ser secretas, los pacientes deben evitar ver el equipo que tenemos ahí. Solo en casos muy extremos recomendamos que sean trasladados a la ciudad”, añadió Briceño en su correo electrónico. Según los testimonios de veintidos exguerrilleros incluidos en la acusación, la mayoría de estos procedimientos se llevaron a cabo en condiciones insalubres.
“En caso de embarazo, teníamos que decidir si practicar un aborto o dar a luz un niño”, la alta funcionaria de las Farc, Olga Marín, dijo en una conferencia de prensa de 2016. “Elegir dar a luz significaba asumir la responsabilidad de cuidar de un niño y de exponerlo a las acciones del enemigo”.
“Para mí, era o tener un aborto o ser castigada con trabajo duro por haberme negado a tenerlo”, dice Reyes. Si hubiera escogido desobedecer a un superior y continuar su embarazo, Reyes declara que el niño habría sido entregado a una familia de civiles a los cuarenta días del parto. Los padres rara vez volvían a ver a sus hijos, y las mujeres eran castigadas con un periodo de trabajo manual por insubordinación.
Según una declaración de prensa hecha por el Fiscal general de la Nación en Diciembre de 2015, las FARC estaba siendo investigada por realizar abortos forzados a “al menos 150 mujeres“. Mientras Oxfan resalta que 1.810 mujeres de las Farc, fueron forzadas a practicarse abortos para el 2011.
“Las mujeres de la guerrilla eran tan conscientes de sus derechos reproductivos que sabían que no tenían ninguno de estos derechos en las Farc”.
Las Farc ha negado la práctica de abortos forzados y su involucramiento con el “enfermero” en varias ocaciones. “El aborto no era forzado dentro de las Farc, era voluntario”, declaró en una entrevista el mes de septiembre de 2016, Erika Montero, la única mujer del Estado Mayor Central de las Farc. Voceros de las FARC y su organización de mujeres Mujer Fariana, no hicieron ningún comentario cuando tratamos de contactarlos.
¿Fue el aborto de Sofía Reyes voluntario? “No”, dice ella. “No quería tener un aborto”.
Según un reporte hecho por la Policía colombiana, el ochenta por ciento de las mujeres que desertaron de las Farc en 2011, habían sido víctimas de abortos forzados. Reyes, quien continuó como una guerrillera activa hasta el momento de la desmovilización grupal, dice que su aborto no tuvo un impacto de largo plazo que afectará su compromiso con las Farc.
“La mujeres de la guerrilla eran tan conscientes de sus derechos reproductivos, que sabían que no tenían ninguno de estos derechos en las Farc” señaló Jorge Enrique Botero. “La idea de ser una madre no [guardaba sinonimia con el significado] de estar en la guerrilla”.
¿O, sí?
En 2009, cundo Elda Neyis Mosquera (alias Karina) se entregó a las autoridades colombianas, su única petición fue que le permitieran ver a su hija de diecisiete años. Según las autoridades policiales, su hija, quien vivía una vida normal en Medellín, mantuvo contacto con ella hasta los doce años, cuando la presión militar puso un alto a sus reuniones periódicas.
“La mujeres de los comandantes sí podían tener hijos y cuidar de ellos. Muchas los mandaban a las ciudades a que vivieran con todas las comodidades y los visitaban según quisieran. Las mujeres normales no tenían estos privilegios”, dijo Marcela, una mujer que desertó después de trece años con las Farc, durante una entrevista con la estación de radio del Ejército Nacional colombiano.
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Para Sofía Reyes, la maternidad está por fuera del panorama, al menos en este momento. “A veces creo que sería lindo tener un hijo”, dice Reyes, quien todavía sostiene una relación con su compañero de las Farc. “Pero no creo que sea inteligente tener uno sin un trabajo estable o una casa”.
Reyes y su compañero viven actualmente en Quibdó, Chocó. Ella recibe un estipendio mensual de 620 mil pesos (algo así como el noventa por ciento de un salario mínimo), que el gobierno paga a los exguerrilleros durante sus primeros veinticuatro meses como civiles. Espera poder concluir sus estudios de enfermería, que inició gracias a las clases impartidas por los universitarios que visitaban su campamento.
“Ellos me enseñaron todo lo que sé sobre contraconcepción y siempre fui libre de escoger con quien quería estar”, recuerda Reyes. “Es solo que no podíamos dar a luz por razones obvias; quiero decir, ¿quién podría amar a un niño en medio de una guerra librada en la selva?”.