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El activismo de Buba Aguiar para sobrevivir entre balas y el coronavirus en una favela de Río de Janeiro

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En 2016 Buba Aguiar fue secuestrada durante unas horas y amenazada de muerte por agentes de la Policía Militar en Brasil. Había denunciado el comportamiento violento de los miembros del 41º Batallón de Policía, que según un estudio de Amnistía Internacional es el que más civiles mata en Río de Janeiro. “Cambié por completo mi rutina, viví en distintos lugares, mi armario eran dos maletas siempre listas para alguna mudanza repentina”, recuerda la socióloga, quien a sus 28 años es una de las voces más importantes de la juventud periférica brasileña. 

El miedo volvió a golpear a la puerta de Buba cuando asesinaron a la concejala Marielle Franco, en 2018. Un exoficial de la Policía Militar fue arrestado por el crimen; sin embargo, este no ha sido esclarecido aún. Los últimos posts de la concejala en redes sociales fueron justamente quejas sobre las acciones del 41º Batallón, hechas a pedido de Buba. La socióloga se vio obligada a dejar su casa en el barrio de Acari, en Río de Janeiro, y permaneció meses sin regresar. 

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Hoy quedarse en casa no es una opción para ella y sus colegas del Colectivo Fala Akari. Situado a 30 kilómetros de la playa de Copabacana, Acari es un barrio típico de la periferia en Brasil, donde falla la estructura del Estado y se acumulan los problemas. Sus 28 mil habitantes se distribuyen en regiones más o menos urbanizadas, y en gran medida no hay suministro de agua ni alcantarillado. Gracias al activismo de los jóvenes del colectivo, desde que en marzo la pandemia se instaló en la ciudad 1.200 familias vulnerables han recibido donaciones de comida, tapabocas y productos de aseo personal. 

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Integrantes del Colectivo Fala Akari montan kits de donaciones para los niños de la favela de Acari. Foto por: Matias Maxx.

No sólo el Covid19 y sus consecuencias económicas arrasaron con Acari este año, sino que la violencia policial también se agravó. En los primeros cinco meses de 2020 Río de Janeiro registró 741 muertes  como consecuencia de acciones policiales, el número más alto en 22 años. 

El 18 de mayo, cuando la ciudad tenía 2.852 muertos por Covid19, un joven negro de 21 años fue torturado y asesinado a balas por agentes de la policía que después sacaron el cuerpo de la favela. La familia de Iago César dos Reis Gonzaga tuvo que salir a buscarlo para llevarlo a su  funeral. 

Iago no fue el único joven negro que perdió la vida ese día en Río. En São Gonçalo, otra localidad de la periferia carioca, João Pedro Mattos Pinho, de 14 años, fue asesinado dentro de la casa de su tía. La policía disparó 70 veces contra la estructura en la que João se protegía de la pandemia con su familia.

Tras ese baño de sangre, la Corte Suprema prohibió acciones policiales en favelas durante la pandemia. El relato de Buba sobre lo que sucedió en Acari el día de la muerte de Iago incidió en esa decisión. “Fue una operación policial bien violenta. Hemos recibido algunos mensajes reportando invasiones de domicilios y agresiones físicas a los habitantes de la favela”, escribió ella en Twitter, donde la siguen 24 mil personas. 

Al lado de otros jóvenes activistas, Buba organizó dos manifestaciones, el 31 de mayo y el 7 de junio, en contra de la violencia policial. Al grito internacional “Black Lives Matter” (Las Vidas Negras Importan)  en Brasil se ha sumado el slogan “Las Vidas en la Favela Importan”.  

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Buba Aguiar llega al espacio cultural del Colectivo Fala Akari, al lado de un alcantarillado a cielo abierto. Foto por: Matias Maxx.

VICE visitó a Buba en la víspera de su cumpleaños 28, en la sede del Colectivo Fala Akari. El cobertizo queda al lado de un alcantarillado a cielo abierto. Servía de espacio cultural en tiempos prepandémicos; ahora es utilizado para almacenar y organizar donaciones para los más necesitados del barrio. Buba habló sobre las dificultades de sobrevivir en medio de amenazas de muerte continuas  —el virus y la violencia de la policía— y, como cualquier persona de su edad, lamentó no poder celebrar su cumpleaños con una gran fiesta.

VICE: Este año la Policía Militar de Río de Janeiro alcanzó su récord de asesinatos. ¿Cómo está la situación en Acari hoy?

Buba Aguiar: Fuimos la favela con el número más alto de personas asesinadas por la policía al principio de la pandemia. Mientras en otras favelas el número bajó en marzo, aquí ha subido. Tuvimos una conversación con la Defensoría de la Policía Militar. Hay una preocupación también porque nuestro equipo está todo el día en la calle repartiendo donaciones, trabajando con los habitantes. Fuimos sorprendidos más de una vez con una operación policial que no siempre fue oficial, pero que se volvió oficial después de que expusimos la situación. El batallón que opera en  nuestra zona es muy problemático, siempre ha sido muy letal. Les llaman “Basureros de la PM”, porque a los agentes de la policía que cometían fallas graves los suspendían  y después los enviaban a trabajar aquí. En 2018 y en 2019 el número de muertos bajó, pero volvimos a ver un crecimiento de las acciones policiales. Entran a cualquier hora [puede pasar incluso durante el horario de salida de las escuelas], siempre con el Caveirão [el temido vehículo blindado de la policía, así conocido porque originalmente llevaba pintada una calavera, la insignia del Batallón de Operaciones Policiales] y disparan al azar. En este momento, las operaciones están detenidas por la decisión de la Corte Suprema, entonces la gente logra trabajar de manera más tranquila. Pero cuando pase la pandemia y esa decisión no esté ya vigente, empezará una nueva lucha, porque creo que van a regresar mucho peor que antes. 

¿Qué justifica el alto número de acciones policiales?

No existe una justificación admisible. Cuando contactamos al comando de la PM, nos contestaron que las operaciones policiales no existían. Sólo cuando esas operaciones aparecieron en los medios grandes presentaron una justificación: que habían sido atacados en las entradas de la favela o que habían visto un carro entrar a alta velocidad y que por eso salieron a averiguar. Sabemos que eso no sucede, que fueron operaciones no oficiales y que ellos intentaron “oficializarlas” después.

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Buba Aguiar a la víspera de cumplir 28 años después de una tarde de trabajo voluntario en el espacio cultural del Colectivo Fala Akari. Foto por Matias Maxx.

Formas parte de un grupo que convocó dos actos “Black Lives Matter”. Aunque tuvieron una gran adhesión popular, hubo quienes criticaron que se organizaran actos durante la pandemia y quienes intentaron descartarlos diciendo que eran actos influenciados únicamente por lo que sucedió en Estados Unidos…

La comparación con las protestas de Estados Unidos es inevitable, y hubo, sí, un poco de inspiración. Sobre todo en el modus operandi de pensar la cuestión sanitaria, del distanciamiento y todo lo demás. Sin embargo, estamos en la calle hace mucho tiempo. Dos años atrás, también colaboré con la realización de una manifestación Black Lives Matter  y Las Vidas en las Favelas Importan. Muchas veces actuamos recién sucede un asesinato, pero eso no quiere decir que no sea algo organizado de la manera más segura posible. Esos dos últimos actos sucedieron así. Estábamos muy cansados, no sólo de las acciones para combatir la pandemia, sino cansados de ser acorralados por la policía varias veces en esas acciones. Entonces nos reunimos y decidimos que no era posible quedarnos en casa, que en casa ya no estábamos más seguros, que teníamos que hacer alguna cosa. Teníamos que mostrar  que incluso en una pandemia la policía está dentro de nuestra favela y matando a nuestros jóvenes, a nuestros niños, a nuestros hermanos. 

Le pedimos a todo el mundo que usara su mascarilla, que evitara el contacto. En el segundo acto logramos marchar manteniendo un distanciamiento de 1.5 metros entre las personas, fue muy lindo. Salimos a la calle y mostramos que siempre estuvimos allá y que de allá no vamos a salir, pero que no somos irresponsables. Somos militantes serios. Fue todo muy bien pensado, hubo diversas reuniones y muchas noches sin dormir, mucho llanto. Es complicado ver a mis amigos deteriorándose del cansancio y del estrés por toda esa situación. La gente se queja  mucho por todo lado: desde “Ah, no lo hagan” hasta “Y entonces, ¿dónde están ustedes?”.

Enviamos un mensaje. No por nada el primer acto fue reprimido y en el segundo hubo 15 agentes de la policía por cada manifestante. 

Toda esa represión demuestra un racismo estructural en las instituciones brasileñas…

Brasil tiene su particularidad en el racismo, tenemos todo un sistema armado sobre el sistema de la esclavitud. El sistema económico, cultural y social, todo está dirigido a que nos miren con prejuicio. Es una mirada que nos construye como enemigos públicos. Y los enemigos públicos tienen que ser asesinados, no importa la justificación. En la cuestión de las drogas, por ejemplo, muchas veces un joven blanco adinerado puede estar involucrado con el tráfico y es registrado como consumidor, mientras que un joven negro no carga ni un porro y termina respondiendo por tráfico. 

Muchas veces la violación de derechos por parte del Estado está relacionada con  intereses del empresariado. Ya vimos operaciones policiales realizadas para garantizar la instalación de televisión por cable u otros servicios privados, por ejemplo. ¿Cómo sucede eso? ¿El empresariado también es responsable de la violación de derechos?

La gente piensa que la falta de insumos y el abandono de las estructuras públicas de salud se deben  sencillamente a una indiferencia del poder público, sobre todo dentro de espacios pobres y “favelados”. No lo veo como una simple desatención, sino como un proyecto muy bien armado que beneficia a los empresarios de los servicios de salud. Y es lo mismo con la mercantilización de la educación. Está todo muy bien planeado, incluso para que la gente no se rebele: “Ah, eso siempre fue así”; “Eso es así, sucede”; “La culpa es del enfermero, del médico”. La gente nunca piensa en los dueños de las empresas, que lo manejan todo. Existe una coligación político-empresarial y mediática. Río de Janeiro es una vitrina. Venden, por ejemplo, la violencia; le muestran al mundo cómo está de violenta la ciudad para lograr la aprobación de un plan de seguridad que no va a combatirla, sino a fomentarla. Nadie habla de lo que causa la violencia urbana entre los individuos. Son recesiones, son crisis. 

Una de nuestras misiones es transmitir eso a los habitantes de las favelas. No es una cuestión de asistencialismo, de solo distribuir donaciones. Lo hacemos incluso como una manera de crear una conexión más fuerte con los habitantes, para que en el futuro logremos traerlos a nuestras actividades, en las que hablamos de todos esos temas. 

¿Cómo son las actividades del Colectivo Fala Akari?

Tenemos un proyecto que son las salidas culturales, en las que llevamos a los jóvenes al cine, al teatro o al museo. Siempre intento conversar. La idea es llevarlos a lugares donde les podamos despertar el pensamiento crítico, para que ellos vean que en esos lugares no hay muchas personas como ellos, pero que no es porque no sean espacios creados para ellos. Todo lo dificultan para que no tengan el acceso a ellos, pero necesitamos a individuos que rompan esas barreras, y ellos son esos individuos. Todas las distintas acciones que organizamos tienen el objetivo de despertar el pensamiento crítico en la población.

Ustedes realizan acciones en conjunto con colectivos y con militantes de otras favelas, como Complexo do Alemão, Complexo da Maré y Ciudad de Dios. ¿Cómo se organizan?

Tenemos una interlocución con colectivos de otras favelas no sólo de Río, sino de Brasil. Aquí en Río de Janeiro estamos interconectados hace mucho tiempo, antes de la pandemia, a través del Movimiento Favelas na Luta [Favelas en la Lucha]. Ya hemos recibido varios galones de agua del Gabinete de Crisis del Complexo do Alemão [una favela ubicada a 10 km de Acari], hemos distribuido algunos a los habitantes y otros han sido donados a la Clínica de la Familia y al Hospital Ronaldo Gazzola, que al principio de la pandemia era el hospital de referencia para el tratamiento de pacientes graves de Covid19 y estaba sin suministro de agua. También hemos recibido de otros colectivos de favelas jabón, verduras y alimentos orgánicos, y nosotros mismos ya hemos donado alimentos básicos a otros lugares. Ese apoyo mutuo se va manteniendo. La favela trabaja mucho con la autogestión. Las personas se reúnen para pavimentar las calles, por ejemplo. Eso no debería venir de la misma gente, pero si no lo hacen, lo hacemos nosotros. El lema principal de los movimientos de favelas es “Nosotros por nosotros”. 

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Kits con galletas, bocadillos y chocolate donados por comerciantes locales a los habitantes del barrio Acari. Foto por: Matias Maxx.

¿Cómo funciona la campaña de distribución de donaciones en la pandemia?

En nuestras primeras donaciones de insumos básicos hicimos un registro de las personas más cercanas al centro cultural. Después, fuimos a otras localidades más necesitadas, donde la infraestructura de las casas es muy precaria, no hay instalaciones sanitarias o suministro de agua —simplemente no existe la estructura o fue hecha de manera artesanal por los mismos habitantes—. Las casas están hechas en madera, el piso es de tierra. Si estalla un tubo, se arma un lodazal en el medio de la calle. Los niños caminan descalzos. Las casas no tienen dirección, las calles no llevan el nombre. Fuimos a esos lugares presencialmente y conversamos con cada uno de los habitantes, hicimos el registro de  cuántos niños había, si habían logrado recibir el auxilio de emergencia del gobierno o no… Al otro día salimos a llevar las donaciones. Llevamos todo lo que había aquí, además de algunos alimentos orgánicos que habíamos recibido de colectivos de otras favelas. Intentamos optimizar al máximo esas donaciones para que fueran bien direccionados. 

¿De qué manera las recomendaciones básicas de la OMS en la pandemia, como lavarse las manos o quedarse en casa, se vuelven un problema en la favela?

Un punto que el colectivo destaca hace muchos años es el derecho a una vivienda digna. Cuando hablamos de violaciones de derechos dentro de las favelas las personas automáticamente piensan en una operación de la policía, pero hay otras violaciones. Cuando una persona acude al sistema de salud pública y no la atienden, o la atienden con precariedad, eso es una violación de sus derechos. No tener saneamiento es una violación de los derechos humanos. Entonces, en un momento de pandemia, vemos que ninguna de las medidas de protección o de prevención al Covid19 se encaja en la favela, porque son territorios donde esas medidas ya no existen. 

En enero de este año hubo un problema de contaminación del agua de la ciudad. El agua llegó turbia a muchos barrios, y a las favelas simplemente dejó de llegar. ¿Hay todavía localidades de Acari sin suministro de agua?

Las favelas sufren una falla histórica en el suministro de agua. Vivo en una calle que casi nunca se queda sin agua, pero en aquella época estuvimos algunos días sin suministro, tuvimos que comprar agua mineral. En varias localidades de la favela los habitantes tuvieron que financiar la instalación de tanques de agua colectivos. La favela se fue organizando de acuerdo con su propia necesidad, porque el poder público no estaba presente para garantizar los derechos, sólo para violarlos. Es bueno señalar que eso no sucede de la nada. Vivimos en un sistema elitista, racista y machista, y la favela es todo lo que los molesta. La favela es negra, es pobre y tiene una cuota muy grande de mujeres cabeza de familia.