En el microcosmos de los bares de carretera brilla con luz propia Casa Pepe, una venta ubicada en mitad de la cordillera de Despeñaperros, orilla la carretera de Andalucía y que con el paso de los años se ha convertido en una suerte de museo oficioso de la memorabilia franquista y falangista. Un mausoleo facha sin complejos cuyos propietarios observan con temor cómo el legado de la reserva espiritual de Europa se resquebraja a ojos vista.
Elegí un mal día para venir a entrevistar al heredero del Emporio Casa Pepe, Juanjo Navarro, hijo de Juan Navarro y nieto del fundador (el Pepe del rótulo). En la tele están anunciando la victoria de Syriza en las elecciones griegas, quizá un anticipo de lo que le toca a España: la victoria de la “izquierda radical”.
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Me pido un vino y un bocata de jamón serrano con tomate mientras espero a que me reciba Juanjo. Junto a mí, un tipo intenta enseñar el saludo fascista a su pequeño para la foto bajo el escudo del águila. La madre de la criatura se enfada: “¡Así no os saco!”. El padre porfía, entre risas. La criatura no entiende nada.
Investigo las baldas y las paredes de la tienda-museo: botellas de vino con la efigie de Franco, chocolatinas con la letra del Cara al Sol, espárragos marca “El yugo y las flechas”, gorros de la legión y un sinfín de banderas y escudos “preconstitucionales”, por usar un término melindroso, invaden cada rincón del enorme local, no apto para progres, republicanos y comitivas gaditanas camino del Orgullo Gay. “Rojo que vuela, a la cazuela”, era el lema de Juan Navarro, fallecido en 2013, hijo del fundador de la venta y verdadero alma máter del negocio.
La primera vez que paré en Casa Pepe, hará unos cinco años, reconozco que pasé miedo al verme rodeado de tanta iconografía facciosa. Temía que tarde o temprano los camareros se iban a dar cuenta que no era uno “de los suyos” y me iban a echar con cajas destempladas. Esta vez, en cambio, he logrado traspasar con mis rayos-X la capa de falangismo de clientes y empleados y he vislumbrado seres humanos como yo, con sus costumbres, dudas y miserias.
Juanjo Navarro lleva actualmente las riendas de Casa Pepe. Desde el primer momento me deja claras dos cosas:
1. Casa Pepe sigue siendo un mausoleo facha hasta el tuétano y
2. Aquí se atiende respetuosamente a todo el mundo, sin discriminación de raza o color político.
Bajo el escudo del águila preconstitucional hablo con Juanjo en un día aciago (para él). En la tele anuncian la victoria de Syriza. Un fantasma recorre Europa y pronto puede ser que asome su roja faz en España. “No tengo la más mínima confianza en estos partidos de la izquierda radical, porque no creo que sean la solución a los problemas, ni de Grecia, ni de España. La gente se va a dar de boca, ojalá me equivoque”.
Ojalá se equivoque, sí, porque “si gana Podemos lo primero que van a hacer es cerrarnos el negocio”. Aunque, eso sí, “si es necesario recurriremos al mejor abogado de España para mantenerlo abierto”.
Menos mal que Casa Pepe está en la provincia de Ciudad Real y no en la limítrofe de Jaén, porque entonces puede que los temores de Juanjo Navarro (el cierre, la nacionalización) ya se hubieran hecho realidad bajo la égida de los sociatas andaluces. Al día siguiente comento mi visita al alcalde de Guarromán, el pueblo con el nombre más divertido de España, apenas 40 kilómetros al sur. “No entiendo cómo ese sitio puede seguir abierto”, me responde. ¿Alegoría del franquismo? “Toma claro”, responde desde otra dimensión espacio-temporal el heredero del Emporio Pepe: “Puede que Franco no hiciera alguna cosa bien, pero ahora nos lo quieren pintar como si todo fuera malo”.
El mismísimo Franco estuvo aquí. No hay foto de tan icónico momento, porque en los años 50 del siglo pasado aún no se estilaba el selfie, pero según relata el estremecedor libro ‘Casa Pepe, 90 años al servicio de los españoles’ (Memoralia), Franco honró a Casa Pepe con una visita personal en los años 50, “uno de los momentos más memorables para el restaurante y su fundador”. Con la excusa de la visita, el autor (el dueño, vaya) se marca un párrafo antológico: “En 1936 España se asomó a un abismo que podía haber reducido su tradición milenaria y la cultura cristiana a escombros de un ‘gulag’ totalitario, materialista y ateo, en extremo degradante”. Hasta que llegó Paco con la rebaja y todo lo demás ya lo conocen ustedes por el Cuéntame.
Remato mi provechosa visita a Casa Pepe con una tarta de la casa, concretamente la tarta nacional, elaborada en el inconfundible rojigualda de nuestra enseña. ¿Quién podría preferir un postre extranjerizante como el tiramisú frente a este manjar patriota?
Han pasado 40 años desde la muerte del sátrapa y lo que en aquel entonces resultaba provocativo hoy entra en la categoría de kitsch. La memorabilia franquista, como la soviética, huele a alcanfor, pero la nueva generación de los Navarro que lleva el negocio lo mantienen por un motivo inapelable: es la seña de identidad del local, un rincón auténtico (por más que pueda provocar arcadas) entre la pléyade de fast-foods, cadenas de cafeterías y gasolineras clónicas que trufan las autopistas de la Piel de Toro.
Iñaki Berazaluce dispara cada día sus soflamas desde Strambotic.