Mon Laferte tenía solo nueve años cuando sintió la magia por primera vez. No el tipo de magia estilo “Mindfreak” de Criss Angel, que requiere delineador de ojos y un ataúd de plexiglás, sino el tipo que parece otorgado por el universo y que cambia la forma en que ves el mundo. Planta una semilla dentro de tu cuerpo que crecerá y crecerá hasta que sea más grande que tú; te dice claramente que tu vida nunca volverá a ser la misma. Para la cantautora chilena, sucedió en una competencia de canto escolar, en una noche fría en su ciudad natal de Viña del Mar.
Aquel momento le cambió tanto la vida que recuerda hasta el más mínimo detalle: subió al escenario vestida con una blusita y shorts que su abuela había elegido para ella. Las luces brillantes la cegaban mientras observaba a una multitud de compañeros de escuela, familias y maestros. “Toda esa experiencia del escenario, de las luces, de la banda tocando en vivo, el frío, la gente, todo eso me impactó demasiado”, dice.
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Esa noche cantó en el aire fresco y nada volvió a ser igual.
“Creo que desde ahí, desde los nueve años, decidí que quería hacer esto siempre”, me cuenta por Zoom, sus característicos brazos tatuados cubiertos por una blusa plateada y su cabello anaranjado radiante recogido en un nudo. “Subirme al escenario y vivir esa adrenalina. Para mí, tiene una magia súper especial cantarle a alguien”.
Laferte, cuyo nombre completo es Norma Monserrat Bustamante Laferte, ha actuado en escenarios mucho más grandes desde entonces. La cantante y compositora de 38 años se ha convertido en una de las estrellas más importantes de la música latina, una diosa alternativa del folk-rock conocida por expeler emociones crudas y aflicción gutural en su álbum de 2017 La trenza, que le valió cinco Grammys Latinos, y en Norma de 2018, con el que ganó un Grammy Latino al Mejor Álbum de Música Alternativa. Ambos discos han obtenido platino varias veces en Latinoamérica, lo que la llevó a presentarse en Coachella en 2019 y la consolidó como una potencia en la escena latina alternativa. Éxitos como “Amárrame”, “Tu falta de querer” y “Antes de ti” la consolidaron como una de las voces más emocionantes del pop rock latino y el rock en español, siguiendo un linaje de artistas como la Shakira de la era de Pies descalzos y ¿Dónde están los ladrones?, Julieta Venegas, Café Tacvba, Tijuana No!, Los Tres y Aterciopelados.
Justo cuando su popularidad ascendía, Laferte rompió Internet cuando en los Grammys Latinos 2019 caminó por la alfombra roja con un pañuelo verde —el símbolo internacional del derecho al aborto— y se bajó la blusa negra que llevaba puesta, exponiendo sus senos desnudos con un mensaje garabateado en el pecho: “En Chile torturan violan y matan”. El mensaje —una protesta contra la brutalidad policial en su país— le mostró al mundo otra cualidad de Laferte: no tiene miedo de alzar la voz contra la injusticia. A lo largo de los años, tanto en sus canciones como en las calles, ha protestado por los derechos de las mujeres, los derechos LGBTQ y otras causas de justicia social en Latinoamérica, así como contra la violencia de género, la violencia doméstica y la corrupción.
Laferte dice que ser una defensora abierta de las personas marginadas es algo que la ha acompañado toda su vida, no solo como una artista que tuvo sus inicios cantando en las calles de su natal Viña del Mar, sino también como una mujer que navega por los espacios del rock dominados por hombres. “Para mí, el pertenecer y estar ahí ya es un acto súper revolucionario, sin siquiera darme cuenta”, dice. “Tuve que esforzarme el doble para ocupar un espacio. No es que ande por la vida pensando o queriendo denunciar algo pero me sale, así ha sido naturalmente”.
Luego, cuando la pandemia de COVID-19 puso al mundo en crisis en 2020, Laferte se retiró a su casa en Tepoztlán, un pequeño poblado de Morelos a una hora y media al sur de la Ciudad de México, donde ha residido durante los últimos dos años. Rodeada por los paisajes desolados y exuberantes de la zona, comenzó a trabajar en su sexto álbum, acertadamente titulado SEIS, y creó un cuerpo de canciones basado en los géneros tradicionales de la música latina, especialmente los que prevalecen en México —su país adoptivo—, incluyendo música regional (mariachi, banda, ranchera), cumbia, corrido tumbado y bolero.
El proyecto resultante, lanzado en abril de este año, se sintió arrancado directamente del pecho: Laferte descarga expresiones melancólicas de dolor (“Amado mío”), la intensidad del amor y el dolor que conlleva (“Se me va a quemar el corazón”), La corrupción que azota los gobiernos (“La democracia”), las injusticias de la feminidad (“La mujer”) y la fuerza contenida en las mujeres (“Esta morra no se vende”). “Todas me hacen llorar”, dice de cada canción en SEIS. Sí, Laferte es Tauro.
El álbum tuvo un éxito aplastante en Latinoamérica. En Estados Unidos recibió innumerables elogios, no solo de las publicaciones enfocadas en la música latina, sino también de la prensa convencional, que en general ignora a las megaestrellas musicales latinas hasta que ya no puede evitarlo. Los implacables periodistas de música latina en Estados Unidos y Latinoamérica han puesto al aire la música de Laferte y otros artistas latinos durante años. Tengan en cuenta que Bad Bunny solo apareció en la portada de Rolling Stone hasta que se convirtió en la superestrella musical más grande del mundo.
En vísperas de una tercera gran gira por Norteamérica, le ha llegado el momento de brillar a una escala aún mayor; la inverosímil historia de cómo llegó aquí, con sus giros y vueltas casi cinematográficos, es nada menos que extraordinaria.
Laferte creció rodeada de mujeres que se esforzaron por salir adelante y dejaron una impresión duradera en su propia ética de trabajo. Ella y su hermana pequeña fueron criadas por su madre y su abuela en el campo, a 122 kilómetros al noroeste de Santiago, la capital de Chile. Su madre tenía trabajos ocasionales; su abuela, a quien describe como una Cáncer con un corazón que a menudo estallaba de emoción, se desempeñó como su cuidadora.
“Nuestra vida fue muy dura”, cuenta. “No teníamos dinero, nos costaba mucho”. Laferte y su madre tenían una relación tensa. “La culpaba de muchas cosas”, dice. “Hoy la veo con otros ojos, la veo como adulta. Es una mujer que ha tenido sus aciertos y errores en la vida”.
Aún así, siempre hubo música en casa. Laferte recuerda haber escuchado la voz de Edith Piaf flotando en la casa de su familia; su madre contándole sobre la legendaria cantante y artista folclórica chilena Violeta Parra; su abuela tocando boleros. Después de aquella presentación escolar trascendental, Laferte dio su primer concierto como cantante a los 13 años, interpretando versiones de artistas latinos populares para un senador. Pronto comenzó a viajar todos los días a Valparaíso, una ciudad cercana conocida como la capital cultural de Chile, para presentarse en la calle con una amiga. “Ella tocaba la guitarra porque yo no era muy buena”, cuenta riendo.
Durante cinco años, continuó tocando en las calles y presentándose cada vez que podía: en bares, fiestas infantiles, un circo drag queen donde interpretaba canciones de Thalía. Fue un trabajo agotador, pero Laferte estaba motivada a hacer algo con el talento que había recibido. “Me di cuenta de que mi voz tenía algo especial, que me abría muchas puertas por la forma en que la gente reaccionaba de manera positiva”, dice. “Pensé, bueno, me tengo que esforzar mucho para hacer que funcione. Es una cuestión de supervivencia”.
Cuando era adolescente, Laferte viajaba a Santiago con la esperanza de conseguir su gran oportunidad. Sin embargo, financiar la búsqueda de sus sueños no fue tarea fácil. “Era muy pesado invertir en el viaje”, dice. “Era muy de película, pero toqué miles de puertas”. Luego, en 2003, finalmente se abrió una puerta: después de audicionar exitosamente para la competencia de canto Rojo: Fama contrafama, transmitida en la televisión chilena, Laferte, de 19 años y entonces conocida como Monserrat Bustamante, se convirtió en una sensación de la noche a la mañana.
Se volvió una de las favoritas de los fans al cantar canciones románticas clásicas de íconos como Ana Gabriel y Luis Miguel, y logró conquistar al público con su sentido del humor y su voz retumbante y maleable. (En una especie de truco que realizaba cuando estaba al aire, podía alterarla sin esfuerzo para imitar cantantes famosos). Si bien no ganó, se convirtió en una estrella en Chile y consiguió protagonizar una serie derivada y una película de Rojo.
Mirando hacia atrás, Laferte dice que hacer versiones de canciones de su juventud, temas que son estándares en Latinoamérica, le dio una comprensión de cómo la música impactó su identidad como persona y artista. “Empecé a tener conexión con mi persona a través de las canciones”, revela. Pero también le hizo querer hacer su propia música, cantar sus propias historias. Para que eso sucediera, sabía que tenía que tomar la difícil decisión de dejar atrás su estatus creciente de celebridad en Chile y comenzar de nuevo.
En 2007, decidió empacar su vida y mudarse a México. “[En Chile], cantaba canciones de otros artistas”, dice. “Estar en la tele era el máximo en ese momento, pero no me estaba desarrollando como artista de la manera que yo quería”.
Cuando llegó a la Ciudad de México, siguió el mismo camino que había tomado en Chile: cantar en las calles; trabajar en bares cantando covers de The Cranberries, Yeah Yeah Yeahs y James Brown. Cada semana viajaba seis horas en autobús para llegar a un bar en Veracruz, donde cantaba los viernes y sábados por la noche. “Tenía 24 años cuando llegué acá”, cuenta. “Sé lo que es estar solita en una ciudad, un país que no conoces”.
Ese cambio también le dio la oportunidad de reinventarse a sí misma, dejando atrás la imagen de niña buena con la que sintió que tenía que conformarse cuando participó en Rojo. Para finales de la década de los 2000, se había convertido en una punk de pelo negro azabache con un toque vintage similar a Amy Winehouse, con una voz más áspera y lastimera y empezó a coleccionar tatuajes en el brazo. En ese momento, la industria de la música había cambiado. Las plataformas de redes sociales como MySpace y SoundCloud permitían a los artistas distribuir su música sin el control de una disquera importante, y ella comenzó a grabar música en casa y a publicarla en internet. “Para mí, esa fue la mayor bendición”, dice. “Sin las redes, no habría logrado vivir de mi música”.
Aún así, esos primeros días sola en la Ciudad de México fueron extremadamente difíciles. La carrera de Laferte se detuvo abruptamente en 2009 después de que le diagnosticaran cáncer de tiroides. “Fue uno de los momentos más tristes y difíciles de mi vida”, publicó en Facebook en 2017. “Sin familia cerca, todo es más difícil”. Sus cirugías la dejaron completamente inmóvil del lado derecho, y después de tres meses, a pesar de no estar completamente curada, volvió a los escenarios. “Alguien tenía que pagar la renta y las medicinas”, escribió. La experiencia la llevó a cambiar su nombre artístico de Monserrat Bustamante a Mon Laferte como símbolo de un nuevo comienzo.
En 2011, lanzó su primer álbum bajo ese nombre, Desechable, una colección de pop rock siguiendo la línea de Garbage. Se sentía más orgullosa de ese disco que de todo lo que había grabado antes, iba a los parques locales o al metro a tocar y regalar discos. “No sabía qué más hacer con él”, le dijo a VICE en 2015. “Ahí hice mis primeros fans. Con el metro y las redes sociales”.
Los años siguientes la vieron hacerse de un nombre en la escena indie de México y divertirse en el camino: hacía música que cruzaba géneros como el folklórico y el ska. Lideró una banda de metal llamada Mystica Girls durante tres años. Cuando su tercer álbum autoeditado, Volume 1, le consiguió un trato con una disquera, finalmente pudo pagar la renta con su música, mientras tenía acceso a estudios e ingenieros que podrían ayudarla a hacer cualquier cosa que se imaginara.
Así siguió su álbum de 2017 alabado por la crítica La trenza, múltiples premios Grammy y giras, luego llegó Norma otro álbum alabado por la crítica en 2018, que la llevó al momento del pañuelo verde en 2019. Cuando llegó la pandemia, estaba lista para regresar al campo y comenzar a trabajar en SEIS, una amalgama de la música con la que creció y el lugar donde se encuentra ahora, literal y musicalmente.
SEIS está inspirado en su mayoría en el ícono de la ranchera Chavela Vargas, la cantante costarricense que se fue a México a los 17 años, y finalmente pasó sus últimos años en Tepoztlán hasta su muerte en 2012. Es allí donde Laferte también echó raíces y, después de ver un documental sobre Vargas, se sintió atraída por la idea de crear algo conectado espiritualmente con ella. Como tal, el álbum incluye features con varios artistas mexicanos icónicos, incluidos Gloria Trevi, Alejandro Fernandez y La Arrolladora Banda El Limón de Rene Camacho. Al igual que con la música de Vargas, parece que este disco debería ir acompañado de mucho mezcal y un corazón roto. Te da escalofríos, ya que no necesitas saber español para conectar con su emoción. Es una lengua romance, después de todo.
En “Se me va quemar el corazón”, canta sobre un “carnicero emocional” que la deja tan devastada que todos le dicen que ha perdido peso. Pero quienquiera que sea esa persona que le rompió el corazón, recibe su merecido en “Aunque te mueras por volver”, una balada arrolladora, al estilo James Bond, en la que le dice a su amante que es demasiado tarde.“Entenderás / Que ya no hay vuelta atrás / No has podido olvidarme / Pero ya te solté,” canta.
Al escuchar estas historias de amor y melancolía, aquí y en gran parte de su trabajo, me sentí obligada a preguntarle sobre su experiencia con el desamor. “Yo soy y he sido una mujer muy entregada al amor”, dice Laferte. “No supe lo que era eso de, ‘ten cuidado, llévatelo con calma’. También me fui súper jovencita de mi casa a vivir la vida y a viajar, entonces, no tuve una escuela, un ejemplo; aprendí con la vida. Entonces, llegaba a un sitio, conocía a alguien y me enamoraba como loca. Y eso tiene consecuencias, vivir sin frenos. Ahora me la estoy tratando de llevar más tranquila, pero siempre he sido muy enamoradiza”.
Estilísticamente, SEIS es su trabajo más clásico hasta la fecha, fusiona la sensibilidad del punk rock de Laferte con elementos de la música regional, sonidos que mantendrán una nostalgia especial para los fanáticos latinxs, como la música de nuestros padres y la música de nuestra juventud rebelde. Su descaro y valentía como cantante se presta maravillosamente al romance conmovedor de los violines y las guitarras del mariachi.
Laferte nunca le ha tenido miedo a experimentar. Pero también, como muchxs chicxs latinxs alternativxs, siempre ha estado rodeada de una cacofonía de géneros y artistas, nuevos y viejos, de Estados Unidos y Latinoamérica. Juan Gabriel, Rocío Durcal, Trevi, Los Panchos, Nirvana, Beyoncé, Shakira, Björk y Alanis Morrissette son artistas que ella considera inspiradores; sus historias y su música han dejado una marca indeleble, no solo en el álbum, sino también en la artista en la que se ha convertido. “Me enseñaron que podía hacer lo que quisiera sin importar lo que pensara la gente ni cómo me veía ni de dónde venía”, dice. “Siento que soy una mezcla de todas estas influencias musicales que han marcado mi vida y que me enseñaron que no era rara”.
La pandemia la ha dejado extrañando esa adrenalina que le da al cantar frente a un público. Pero pronto volverá a sentir esa embriagadora fiebre: el 14 de septiembre, se embarcará en una gira por 24 ciudades que comenzará en Seattle, y una vez más se sentirá como cuando tenía nueve años: nerviosa y emocionada. A esas emociones se suma otra gran noticia: Laferte está embarazada, lo anunció en redes sociales el 17 de agosto.
“Después de un año de intentarlo, ¡por fin!”, escribió. “Un año de hormonas. Tengo apenas 10 semanas y miedo a perderlo, pero ya no me aguantaba”, escribió. “Me siento diferente, tengo el pelo muy feo y mi peso es una montaña rusa, pero lo más importante es que ¡SOY FELIZ! Seré mamá”.
Mientras se prepara para la maternidad, también se prepara para darle vida a SEIS en el escenario. “Ha sido un lío armar un set”, dice vía Zoom. “Siento que sí, lo que tengo que tocar es el último álbum, pero después de tanto tiempo sin dar conciertos, como que quiero cantar más canciones. Para mí, los conciertos durarían como cinco horas”.
Hasta entonces, se encuentra rodeada de las comodidades de su hogar, lo que viene acompañado con más de esa magia que Laferte conoce tan bien. Tepoztlán ha sido designado como Pueblo Mágico por el gobierno mexicano por tener cualidades culturales, históricas e incluso místicas especiales. “Dicen que aquí, Tepoztlán, es super mágico y que se han visto avistamientos de ovnis”, me dice. “Sí siento esa energía especial, como mágica. No puedo explicar qué es, pero es cierto”.
Mientras hablamos, ella se sienta a la mesa rodeada de sus pinturas (también es artista visual, y abrió una galería de arte en Tepoztlán en 2020), algunas curiosidades, su gato, Euladio, y su perra, Nina, los cuales hacen apariciones especiales durante nuestra videollamada, paseándose despreocupadamente frente a la cámara. A veces, Nina ladra tan incesantemente que hay que callarla.
El ladrido de los queridos perros forma parte integral de la sinfonía de la vida en México. Escucharlo de inmediato me transporta a las fincas familiares en las que he pasado años de mi vida en México. Durante nuestra llamada, nos desconectamos un par de veces debido a que el servicio de internet es deficiente en el poblado, pero Laferte considera que eso es parte del encanto de Tepoztlán: te ves obligado a desconectarte, incluso en el sentido más literal.
“La vida en provincia tiene otro ritmo, es más lenta”, agrega. “Me doy el tiempo de mirar las mariposas y entiendo cuándo crece el árbol y cuándo le salen sus frutos y las flores”.
Mientras comienza la siguiente etapa de su carrera y su vida, Laferte se mantiene de pie con firmeza, sintiendo la tierra fértil debajo de sus pies y el desgaste de un largo camino recorrido. Ha sido un viaje inverosímil a cada instante, y ella tiene una manera asombrosa de sintetizar cómo cada paso que ha dado en el camino la ha traído hasta aquí.
“Miro con mucho cariño y con mucho respeto todo mi camino, todo mi pasado”, dice. “Siempre pensé que iba a tener una carrera, que iba a cantar mis canciones, que iba a viajar por el mundo dando conciertos. Ese era como el resumen en mi cabeza. Y trabajaba para ello; pero cuando ya empieza a suceder… es como… no sé. Me superó en algún momento el compromiso, la responsabilidad, el trabajo.También es como: ‘Hey, lo que querías está pasando. Entonces, ahora tienes que hacerlo bien’”. Continúa: “Cuando tengo que tomar decisiones en la vida, pienso en mí como viejita, viejita, viejita. Y pienso: ¿Qué diría yo a los 85 años? Miraría atrás y diría ‘Qué vida divertida, qué chingona’“.
Pero aún tiene mucho por hacer. Quedan por venir la gira, su maternidad e incluso más música. Ese álbum, que saldrá en una fecha desconocida en el futuro, fue grabado en Los Ángeles durante el confinamiento. Del mismo modo que SEIS fue escrito con la energía mágica de Tepoztlán, el siguiente disco, dice, estará imbuido de la “atmósfera y energía” de Los Ángeles. “Los Ángeles es una ciudad brutal. Te come. A mí me come la ciudad. Es hermosa, es enorme”, dice. “Siento una melancolía con esas luces, ese sol. Me puso en un mood muy especial. Aproveché el encierro en Los Ángeles para cambiar de atmósfera y energía también, y ahí salió un álbum nuevo”.
Al hablar con Laferte, parece que ha vivido 20 vidas. Ella también se siente así, como una chavarruca, alguien mayor con la tendencia a actuar como si fuera joven. Y está bien con ello. Tiene la intención de vivir cada día conforme a su verdad, mantenerse franca y continuar buscando provocar las fuertes emociones que surgen en los conciertos en vivo. Le digo que sus presentaciones le sacan lágrimas al público, y me dice que a ella le pasa igual.
“Lo voy a seguir haciendo”, dice, “porque es mágico”.
Alex Zaragoza es escritora en VICE.