Enero ya está aquí. No nos hemos dado cuenta y casi nos hemos cargado una semana del nuevo año. Los diputados ya saben el sueldo que van a cobrar desde este mismo mes, casi 3.000 euros, sin contar las dietas, o cómo se llamen a los complementos, que si no van a ir demasiado justos a final de mes. No han empezado aun a currar, es probable que no se lleguen a sentar en los escaños -no tiene pinta de que vaya a haber un pacto en los próximos días-, y su cuenta corriente ya ha cogido el color del dinero gracias a todos nuestros bolsillos.
El resto de los mortales empezamos el año con una caída masiva del WhatsApp que nos ahorró un buen montón de gilipolleces y también provocó más de un amago de infarto esperando que el relojito se convirtiera de una puta vez en el ansiado “doble check”. El nuevo mes ha llegado y ha dejado una buena cantidad de hígados a punto de firmar la carta de renuncia. Trabajan más que los diputados, más que Spotify reproduciendo la cancioncita de fin de año de Mecano. Enero ya está aquí y ha llegado para empujarnos a las calles, asaltar las tiendas en busca de los regalos de última hora y quedar bien-cumplir-limpiarse del marrón de la Noche de Reyes. Hacer temblar nuestras tarjetas de crédito y desafiar a la jungla de las compras. Porque eso es lo que es el centro de Madrid, y del resto de las ciudades, los primeros días de año. La auténtica jungla que, por supuesto, tiene unas reglas que debes conocer si quieres volver a casa para contarlo. Esto no es un juego amigo, la cosa va muy en serio.
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La primera ley es una ley no escrita, pero que sabe todo el mundo. Responde a una sola palabra que lo explica todo: paciencia. Apúntate estas nueve letras, tatúatelas o ponte una alarma en el móvil. Lo que quieras, pero ármate de paciencia. Primero con tus iguales, con el prójimo. Parece que estos días han abierto la compuerta de los gilipollas y han salido todos a la calle. En masa. Ocupan las aceras y no te dejan andar, el paisaje parece un capítulo de The Walking Dead, con zombis con los ojos inyectados en sangre. No fueron al colegio el día que explicaron eso de que “antes de entrar, dejen salir”, y no lo entienden ni aunque se lo pongan en cartelitos en el Metro. Y si llueve corres peligro de perder un ojo por la intervención de sus paraguas, que manejan como si fueran aprendices de Jedi con sus espadas láser. Un auténtico riesgo. Así que paciencia, mucha paciencia.
Una vez que logras superar la acción de tus semejantes, los compradores, te tienes que enfrentar a otra dura prueba. El duelo con los vendedores, el verdadero uno contra uno de estos días. De acuerdo, están hasta los huevos, llevan sin tener ni un día libre desde hace un mes, cobran una mierda, doblan los turnos y no han disfrutado de las navidades. Su vida es un jodido y triste cuento de Dickens, pero es que nosotros no tenemos la culpa. Aunque sí lo sufrimos. Preguntas por una talla, respuesta: “Lo que ves ahí”. Preguntas por un color, respuesta: “Te he dicho que solo lo que ves ahí”. “Ya, pero es que ahí lo que tenéis es muy poco”. Respuesta: “Lo que nos queda”. Con sonrisa de “te jodes, haber venido antes, no es mi culpa, lerdo si lo has dejado todo para última hora”. La ropa es el nuevo besugo, vamos a tener que comprarla un mes antes de la Navidad. Así que sales con tu bolsa de papel, después de haberte comido una cola de más de media hora para pagar, sonrisa de gilipollas, porque vas a regalar algo que no te gusta a ti, y con el ticket regalo bien guardado, como oro en paño. Pero repitiendo para tus adentros, “paciencia, paciencia, paciencia…”, como si fueras un monje tibetano.
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La siguiente lección que tienes que tener aprendida, muy bien aprendida, antes de salir al infierno consumista es: “No existen las gangas”. Porque las rebajas todavía no han empezado. Y aunque veas carteles de todo al 50%, lo que está al 50% es todo una puta mierda. Hombre, si no te importa mucho la persona a la que vas a regalar, estas gangas pueden ser para ti la salvación, pero si no quieres quedar de cutre, huye de esas estanterías donde la ropa no está expuesta, está tirada, arrojada directamente sobre un soporte asqueroso. Eso es así. Te vas a sentir como que te han robado, o que intentan hacerlo.
Si no es dentro de una tienda, en Madrid te pueden robar perfectamente fuera, en las calles. Entre los ‘caminantes’ compradores hacen su agosto en enero los chorizos ‘volcadores’. Los que levantan carteras, móviles y cualquier objeto que a ti te parezca preciado y que a ellos también. Siguen estando de moda los trucos clásicos de hacerse pasar por turista con un mapa de la mano o arrinconar entre varios al incauto de turno. Y no falla lo de darte un empujón y que cuando te repongas tus bolsillos estén más vacíos que los asientos del Congreso de los Diputados. Así que precaución y seguridad son otras de las palabras que debes incorporar en tu vocabulario. No sirve solo con mirar los precios, esquivar a los agresivos competidores e intentar sacar una “sonrisa” a tu vendedor, también tienes que estar muy atento de los ladrones.
En los últimos años ha surgido un nuevo problema, un agujero negro en el mundo de las compras navideñas. Un espacio que atrae a los compradores como si fuera el reverso tenebroso de la Fuerza de Star Wars. Son las pop-up store, los locales cuquis que se alquilan en el centro de la ciudad, y que tan pronto son un outlet (donde solo hay tallas muy grandes o pequeñas, como de bebé) como sirven para que una editorial de libros de lujo los saque a un supuesto buen precio. Este año hemos descubierto una modalidad que nos fascina, los locales que venden los restos de las teletiendas: vajillas, bicis, cosas para ponerse en forma e, incluso, maravillosos televisores con Dvd’s incorporados, una Enciclopedia del Mundo Animal con 30 años de vida y las obras completas de Mortadelo y Filemón. Si compras allí, ni aceptan devoluciones, ni creemos que vayas a poder reclamar nunca si la tele no se enciende. Así que mucho cuidado.
Y esto lo escribe alguien que, ahora mismo, todavía tiene que salir a comprar los regalos de Reyes, y lo va a hacer con miedo. Sin tener muy claro si va poder cumplir sus propios consejos y que teme acabar llevando a casa algo que no quiere. Solución: cheque regalo.