Este artículo fue publicado originalmente en Broadly, nuestra plataforma dedicada a las mujeres.
“Sálvennos”, gritan en coro varias voces desde el escenario de un teatro del centro de Atenas, Grecia. Entre las tres oradoras se encuentra Yasmin, una mujer transgénero de Túnez que se dirige al público para contar su historia como parte de una producción que documenta las experiencias de los refugiados LGBTI. Esta bailarina de 25 años de edad abandonó Túnez hace un año, cuando la violencia homófoba ―en aumento con el auge del islamismo tras la revolución sucedida en 2011 en el país― alcanzó un nivel letal. Los extremistas irrumpieron en su casa y la atacaron con un cuchillo, explica. “Intentaron matarme a puñaladas”.
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Pero incluso antes de estas amenazas, la juventud de Yasmin se vio definida por los abusos y la marginación. La expulsaron del colegio por su comportamiento característicamente afeminado y después, a los 17 años, la encerraron durante más de dos meses en una prisión para adultos, donde la violaron y golpearon. “Mi dolor empezó al nacer”, explica. “Crecí con problemas familiares porque era afeminada, de modo que el problema fue primero la reacción de mi familia y después la de las personas de mi país que no aceptan a la gente como yo”.
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Igual que Yasmin, incontables personas LGBTI han escapado de las amenazas de muerte y la brutalidad en sus países natales para buscar refugio en Grecia. Pero aunque es posible que Europa se enorgullezca de su supuesta aceptación de la diversidad y su tolerancia, la mayoría de los recién llegados han encontrado muy poco alivio a su miedo, a los prejuicios o a la inseguridad. “Este es un país fantástico, con buen clima y buena energía”, dice Yasmin. “Pero no es lugar para una mujer transexual”.
Tras el punto álgido en 2015 de lo que se bautizó como la crisis europea de los refugiados, tan solo en el año pasado más de 200.000 personas cruzaron el Mediterráneo o tomaron rutas por tierra hasta la frontera de la UE situada en Grecia. La mayoría se encuentra ahora atrapada en campos de refugiados o en residencias no oficiales en las islas o en la península; sin lugar a dudas, unas condiciones desoladoras que se convierten en un auténtico infierno para quienes “se desvían” de las normas culturales y sexuales imperantes.
Aunque países como el Reino Unido han registrado un incremento enorme del número de personas LGBTI que solicitan asilo, calcular el tamaño de esta población específica de refugiados en Grecia ―o en todo el mundo― es una tarea imposible, debido a las barreras legales y culturales que impiden que estas personas se identifiquen en los países anfitriones. Tal y como indicaba un reciente informe realizado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), “las personas LGBTI desplazadas a la fuerza sufren un riesgo superior de mantenerse invisibles en los países de asilo, debido al miedo de ser perseguidos por agentes estatales y no estatales”.
“Mi padre me llevó a un psiquiatra porque pensaba que tenía una enfermedad mental”
Estos individuos son también “objeto de una severa exclusión social y una enorme violencia en los países de asilo tanto por parte de la comunidad anfitriona como por parte de la más amplia comunidad de refugiados y solicitantes de asilo”, indica el informe. Los abusos y la discriminación son más violentos en los campos de refugiados, pero el informe también explica las dificultades a las que los refugiados LGBTI deben enfrentarse para acceder a la justicia y los servicios de apoyo debido al extendido prejuicio entre las fuerzas de orden público y los organismos judiciales de los países anfitriones.
“Las personas LGBTI se enfrentan a diversos riesgos de protección en los países de asilo, incluyendo persecución adicional por parte de las autoridades”, explica el informe. Las amenazas se extienden a todos los aspectos de la vida diaria de los refugiados, incluyendo su capacidad de asegurarse “un lugar adecuado para vivir, acceso a los servicios sanitarios y mantenerse protegidos de la violencia”.
Estos hallazgos se reflejan en relatos de primera mano por parte de detenidos en campos de refugiados en Grecia. Describiendo su experiencia de abusos y alienación en uno de los centros de detención más famosos del país, situado en la Isla de Lesbos, Yasmin afirma que “seguía estando siempre asustada. Incluso aquí en Grecia. Tuve muchos problemas con personas que me maltrataban; por ejemplo, un tío borracho [otro refugiado] siempre me estaba amenazando con hacerme daño”.
En 2015, ACNUR desarrolló un programa de formación centrado específicamente en personas LGBTI para su personal y otras agencias que trabajan con refugiados. Sin embargo, el resto de organizaciones han hecho muy pocos esfuerzos por garantizar protección especial a los refugiados LGBTI. Hablando desde un campamento situado en la remota isla de Leros, Ali, un antiguo estudiante gay de ciencias de Bagdad, describe sus visitas diarias al mar para contemplar la idea del suicidio. “Todavía no lo he hecho porque soy un grandísimo cobarde”, dice este hombre de 31 años, “pero espero tener éxito algún día”.
Ali llegó a Grecia en enero, tras más de una década de amenazas de muerte por parte de su propio hermano, un fanático religioso. “Cuando tenía 13 años, mi hermano entró en mi habitación y me vio con un amigo. Después de aquel día mi vida se convirtió en un infierno”, dice Ali. “Mi padre me llevó a un psiquiatra porque pensaba que tenía una enfermedad mental. El médico me puso inyecciones y me dio un tratamiento que me hacía estar como muerto, sin ningún tipo de sentimientos”.
“En Grecia tienen cierta idea preconcebida de Siria, creen que todos somos iguales”
Los padres de Ali llegaron a aceptar tácitamente su sexualidad y su padre hizo un esfuerzo por protegerlo de su hermano y del grupo extremista y homófobo al que pertenecía este último. “El grupo de mi hermano no conoce el sentido de la humanidad. Mataron a muchos de los homosexuales que conocía en Irak”, explica Ali, señalando imágenes bastante explícitas de sus víctimas colgadas en Internet. “Un día de 2009 mi padre viajó a otra ciudad y me dejó solo en casa con mis hermanos”, continúa. “Por la noche, [mi hermano] entró en mi habitación y prendió fuego mientras yo dormía”.
Cuando su padre falleció en noviembre, la madre de Ali le advirtió de que ella no sería capaz de protegerlo y que su única opción era huir. “Así que me marché de Irak y hoy estoy aquí”, afirma, “pero por lo que a mí respecta, no hay diferencia entre aquí y allá”.
Aunque Ali ha escapado a una amenaza inminente de violencia, el hostil y desesperado entorno del campo de refugiados ―sin recursos médicos ni psicológicos― no ha hecho sino acrecentar su trauma. Sus medicamentos no funcionan y a menudo son recetados erróneamente. No tiene información alguna acerca del progreso de su solicitud y, a pesar de haber sido hospitalizado numerosas veces por autolesionarse, no tiene acceso a terapias regulares. Mientras tanto, las cada vez más estrictas políticas sobre refugiados de la UE implican que tendrá que declarar en su caso de solicitud de asilo en Grecia, enfrentándose a un riesgo real de denegación y deportación de vuelta a Turquía.
Pero para algunos de los que han conseguido escapar del limbo castigador de los campos de refugiados y de los procedimientos de solicitud de asilo en Grecia, Europa les ha supuesto cierto alivio, incluso una liberación. “Era mi secreto más celosamente guardado”, afirma Rima, una farmacéutica bisexual de 26 años que llegó a Grecia desde Siria en 2016. “Jamás podría haber hablado de ello, incluso ser atea era mucho más fácil”.
Rima tenía 15 años cuando empezó a cuestionarse su sexualidad. Recuerda que la primera vez que oyó hablar de la homosexualidad fue en la radio, en Siria. Y después preguntó a sus padres qué significaba el término. “Mi padre estaba profundamente enfadado porque yo había descubierto que existía algo prohibido y quería saber sobre el tema”, dice. A pesar de su investigación sobre la sexualidad, Rima no sintió cómo su dolor y su sensación de aislamiento disminuían hasta que llegó a Europa. “Aquello era para mí una pesadilla. Estuve sufriendo durante 10 años y jamás imaginé que existieran otras personas como yo”, explica. “Pero cuando llegué aquí y vi gente hablando sobre sexualidad con total normalidad, entonces fui capaz de hablar sobre el estigma y expresar mi identidad”.
“Creen que los bisexuales no sufren porque tienen dos opciones en cuanto a quién pueden amar”
A pesar de todo, se muestra crítica con la estrechez mental hacia los refugiados LGBTI que se ha encontrado en Grecia por parte de la sociedad y en concreto del sistema europeo para los refugiados. Dice que los asistentes sociales le dieron instrucciones para que solicitara asilo como lesbiana y no como bisexual, una categoría que, comparada con las identidades homosexual o trans, se observa con muy poca credibilidad. “Creen que los bisexuales no sufren porque tienen dos opciones en cuanto a quién pueden amar”, dice. E indica que incluso entre las comunidades de lesbianas y gays en Grecia y Siria, la etiqueta se contempla con escepticismo.
También apunta a la lucha de los lugareños para contabilizar la existencia de comunidades LGBTI en Oriente Medio. “En Grecia tienen cierta idea preconcebida de Siria, creen que todos somos iguales”, afirma.
Las críticas de Rima coinciden con las de los activistas griegos que perciben varias tendencias de prejuicios culturales contra los refugiados en el país, incluyendo dentro de la misma comunidad LGBTI. “Por supuesto, en ciertas cosas los refugiados sienten que pueden expresarse con mayor libertad aquí, pero existen límites”, indica Sophia Zachariadi, una de los miembros fundadores de un grupo LGBTQI+ con sede en Atenas para refugiados que ofrece material y apoyo social. “En los entornos favorables a las personas LGBTI todo va bien, pero si van, por ejemplo, al mercado, pueden tener problemas: desde recibir insultos o abusos hasta que soliciten sus favores sexuales, o incluso pueden llegar a violarlos”.
Gran parte de esta intolerancia radica en la limitada aceptación por parte de los griegos de la diversidad sexual, continúa. “Siempre eres un espectáculo, incluso como lesbiana. Todo el tiempo me sorprendo a mí misma pensando en a quién beso en la esfera pública. Muchos refugiados afirman que siguen sintiéndose como si estuvieran todavía en Arabia y no en Europa”.