El mal negocio del juego de pelota

“El 2 de octubre no se olvida” es el estribillo que nos impide borrar de nuestra memoria lo que pasó alrededor de Tlatelolco, los estudiantes asesinados, Díaz Ordaz y todo aquello de lo que a mí no me compete hablar. El 2 de octubre que me atañe en esta entrega, es el de hace ocho años, cuando México ganó, en Perú, su primer mundial de futbol de FIFA: el torneo de la sub17. Pero aún así fue un mundial, y en él la selección mexicana destrozó contundentemente 3 a 0 a Brasil, y fue ahí donde se consolidaron nombres como Giovanni Dos Santos y Carlos Vela.

Al día de hoy, la selección mexicana está por sufrir un descalabro monumental e histórico con el alto riesgo de no clasificar al mundial de futbol de Brasil 2014. Este viernes a las ocho de la noche, en el estadio Azteca, el equipo mexicano se enfrenta a Panamá y el martes también en la noche la selección va contra Costa Rica de visita. La Cascarita ya explicó todas las combinaciones que tienen que pasar para que México vaya o no al mundial (incluido un partido de repechaje contra Nueva Zelanda).

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Si hoy estuviera en un pub en Londres platicando tonterías de futbol con algún local, no les cabría en la cabeza que México esté al borde de ser eliminado en una confederación con países como Panamá, Costa Rica, Jamaica, y un largo etcétera de rivales. El amigo inglés me argumentaría hasta el cansancio que en México tenemos al Chicharito, jugadorazo del Manchester; a Giovanni que juega en España junto a Aquino, Guardado, Moreno, Paco Memo… que ganamos las olimpiadas en Londres. ¿Cómo podía ser?

La cultura mexicana desde nuestro pasado prehispánico siempre ha sido un poco bizarra. Ya los aztecas y los mayas se echaban sus cascaritas en estas canchas de piedra que podrían asemejarse al futbol (¿quién jugaba fucho desde antes, pinches ingleses?) El problema de estos juegos de pelota era: o el ganador se convertía en el líder de la ciudad o región, o de plano lo sacrificaban a los dioses. “¡Genial! Vamos a matar al humano con mejor capacidad física para que sigamos siendo feos y chaparros”. Ese güey debió de haber sido semental.

El caso es que hoy en día nuestra cultura no es tan diferente de aquella, sólo que ahora los sacrificios son mediáticos. Aquellos niños que ganaron con todas las de la ley, ante potencias globales del futbol hoy han sido convertidos en vedettes y seres tan alzados y desatados de la realidad que verdaderamente se les olvidó cómo jugar futbol con el corazón, inteligencia y pasión por lo que representa la camiseta. Hoy estos jugadores no quieren arriesgar sus piernitas cuando traen la camiseta verde puesta.

México tiene que demostrar que llega al mundial de manera contundente, ganando bien y con muchos goles y existe el talento para hacerlo, pero no ha habido nadie que pueda mantener este proceso de jugadores íntegros no sólo física sino —más importante— mentalmente. Toda la CONCACAF está en contra de nosotros, y no debemos sorprendernos si Honduras y Costa Rica negocian un empate, y Panamá le gana fácil a Estados Unidos el martes y nos botan del mundial. Estamos pagando todas las arrogancias que México tiene ante sus rivales centroamericanos, como cuando nos dejamos ganar por Trinidad y Tobago para que Guatemala no fuera.

Ese es el mal negocio del juego de pelota: si antes se sacrificaba al mejor jugador ante los dioses, hoy lo sacrificamos ante los medios dejándonos llevar por sus acrobacias de mercadeo, mientras creemos que ya somos campeones del mundo cuando ni si quiera estamos cerca. Espero que no se me cumpla mi pronóstico de por qué México no va a llegar al mundial, pero sí estoy seguro de que esto sigue siendo una jugadita mediática y un gran guión de telenovela, para que continuemos consumiendo este gran producto que se llama la selección mexicana de futbol. Eso dejará de suceder el día en que nos demos cuenta de que nos siguen vendiendo humo, y cuando los medios descubran el mal negocio que es el juego de pelota.

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