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El renacimiento italiano de los espadachines, la lucha y el boxeo

La caída del Imperio Romano no significó la muerte de las artes marciales en Italia. Los romanos eran hábiles con el filo, y de hecho, muchos de los maestros medievales utilizaban las tradiciones del combate con cuchillos romano en sus propios sistemas. En la Edad Media, cada persona, especialmente aquellos que tenían obligaciones como parte del sistema feudal, habrían estado obligados ser hábiles para el combate, especialmente como medio de combate. Aquellas habilidades, en ese entonces, las enseñaban a nivel local, pasaban de generación en generación y las practicaban como parte de la comunidad, la tribu, la granja o la familia.

Entre el siglo XIII y el XVII, el combate cambió dramáticamente en Italia y en el resto de Europa debido a una gran cantidad de factores. La expansión del uso de armas en la guerra canceló la necesidad de recurrir a estilos anticuados de combate de los ejércitos de la antigüedad y el medioevo. Eso no quiere decir que en el Renacimiento solo se combatía usando armas de fuego, pero sí que las armas y los cañones cambiaron el rango de combate en el siglo XVI. A lo largo de Europa, la necesidad de una aproximación científica y racional al combate incrementó, y en vez de entrenamientos militares específicos, los espadachines expertos, conocidos como los Maestros de la Defensa, entrenaron en artes marciales a los caballeros y oficiales militares. Los Maestros de la Defensa eran instructores de artes marciales del más alto pedigrí, y sus tácticas de combate significaron un cambio cultural en los países en los que habitaban. En Italia, los Maestros de la Defensa redactaron largos manuales sobre sus técnicas de combate, operaban escuelas de esgrima que incluían acondicionamiento y sparring, y crearon un estilo que sería estudiado por otros entusiastas de las artes de combate, y sin embargo los injuriaban los Maestros en otros países, en especial en Inglaterra.

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Cuando concluyeron la oscura Edad Media e iniciaba el Renacimiento en el horizonte cultural, el estudio del uso de la espada se convirtió en una búsqueda de caballeros, no necesariamente de militares, y los Maestros de la Defensa enseñaban tácticas que serían utilizadas en combates entre dos individuos y no necesariamente en una pelea de muchas personas en el campo de batalla. En el siglo XV, la demanda de escuelas de combate creció y en Milán, Venecia, Verona y Bolonia había escuelas en las que daban clases los Maestros de la Defensa. Bajo el tutelaje de estos Maestros, las metodologías de combate se volvieron más sofisticadas y precisas, en parte debido a los avances tecnológicos en armas de combate, así como a la proliferación de las armas de fuego, y una creciente clase media educada y armada. Usando materiales nuevos, los fabricantes de espadas produjeron armas más ligeras que sus antecesores medievales y por eso el florete se convirtió en la principal espada utilizada por los Maestros de la Defensa. Debido a su ligereza y a lo delgado de su hoja, el florete cambió de ser algo de golpes amplios, a una aproximación más precisa y delicada. Se necesitaba una mano precisa para conectar adecuadamente.

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Los avances en la tecnología de combate llevó a una caída en el entrenamiento militar en el uso del sable y otras armas de filo o lanzas. En cambio, el arte del uso de la espada se volvió el interés de los caballeros. Según el historiador de las artes marciales Thomas Green, los manuales de combate producidos por los Maestros de la Defensa proliferaron entre el siglo XI y el siglo XVI, primero escritos a mano y más adelante impresos. UN Maestro de la Defensa no debía confundirse con un diletante, ni siquiera con un practicante “regular” del combate. Un Maestro de la Defensa era hábil con todas las armas del periodo, incluida la espada, el bastón, la daga, el escudo y el combate a mano limpia. Un Maestro inglés George Silver escribió en 1599: “Un Maestro de la Defensa es aquel que puede salir al campo de batalla y saber que no recibirá ninguna herida”.

Los Maestros de la Defensa eran una versión iluminada del Caballero medieval. Como su antecesor, el Maestro de la Defensa no solo era dotado en el arte del combate, también debía poseer “razonamiento, valentía, fuerza, destreza, conocimiento, discernimiento y experiencia”. Dado que un Maestro era un instructor, debía saber de pedagogía, ser capaz de “explicar sin confusión lo que desea” que su estudiante haga en algún momento particular. Claro, un Maestro de la Defensa debe ser original siempre, y nunca hacer pasar la técnica de otros como propia.

Resulta interesante que la popularidad del entrenamiento con un Maestro de la Defensa dio lugar a una discusión epistémica acerca de la resonancia pedagógica del aprendizaje mediante el tratado y no a través de la instrucción en persona. Hacia finales del siglo XVI e inicio del siglo XVII, y durante muchos años más a futuro, el debate continuó acerca de si uno podía aprender las sutilezas del combate a través de la palabra escrita. Idealmente, claro, un estudiante se consagraba a un Maestro de la Defensa, pero no todos los interesados en las artes bélicas tenían acceso a un profesor. Los Maestros por unanimidad consideraban que los estudiantes debían aprender en persona, pero seguía habiendo una demanda de textos que detallaran técnicas específicas, formaciones y teorías, que uno podía estudiar y más adelante implementar en la práctica. Esta demanda, junto con el renacimiento en el aprendizaje que coincidió con la llegada de la invención de la prensa de tipos móviles, exigía que los Maestros de la Defensa fueran hábiles no solo para enseñar en persona, sino que pudieran articular claramente sus experiencias por escrito. Este nuevo requisito de instrucción de las artes marciales a través de las letras, llamado la communicative, recordaba la metodología socrática. Los Maestros de la Defensa a veces escribían sus tratados como si se tratara de una sesión de entrenamiento, y ofrecían un diálogo en el que el pupilo planteaba preguntas al maestro. Casi cada Maestro experimentó con el arte de la explicación en sus textos, aunque la aproximación más efectiva habría sido la claridad universal de los diagramas y los dibujos, más que solo el texto..

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La fascinación de las distintas técnicas en el uso de la espada a través de Europa significaba que los Maestros de la Defensa publicaban sus manuales de combate en su propia lengua, y daban también su propia traducción a otras lenguas. Los practicantes ingleses se interesaban particularmente en aprender los métodos de combate “extranjeros” y por eso, los Maestros de Italia, España y Alemania tradujeron sus manuales, bastante mal, al inglés. Aunque los ingleses estudiaron los manuales de combate extranjeros, no siempre estaban de acuerdo con esas aproximaciones.

Aunque casi todos los países europeos tenían su propio grupo de expertos, los Maestros italianos y españoles eran los que estaban de moda entre los jóvenes de clase media y alta, especialmente en Inglaterra. En Romeo y Julieta, publicada por primera vez en 1597, Tybal, el primo de Julieta, es descrito como hábil en el nuevo arte italiano de combate. Shakespeare distingue entre el estilo italiano y el estilo inglés, cuando Mercucio describe el estilo de combate de Tybal así:

Se bate como el que modula una canción musical: garda el compás, la medida, el tono; os observa su pausa de mínima, una, dos, y la tercera en el pecho. Os horada maestramente un botón de seda: un duelista, un delista, un caballero de la legítima, principal escuela, que en todo funda su honor. Sí, el sempiterno pase, la doble finta, el ¡aah! (Acto 2, escena 4)

Según el especialista en Shakespeare, Neil MacGregor, Mercucio critica el estilo italiano de Tybal al citar al Maestro de la Defensa inglés George Silver, quien, en su tratado sobre el uso de la espada, criticó el estilo italiano. Para el público de Shakespeare, el arte de la espada italiano de Tybal revela la otredad de los Capuletos, mientras que los Montescos, aún cuando son personajes italianos, están alineados más con el estilo sólido (impasible) de combate de los ingleses. Los ingleses tenían su propia grupo de Maestros de la Defensa, quienes, a nadie sorprenderá, no estaban encantados con el arte italiano del combate. Sin embargo, a muchos de los Maestros italianos se les recuerda hoy como los árbitros de este conocimiento en pos de la supremacía en el combate.

Pietro Monte (algunas veces escrito Monti) fue un espadachín del siglo XV que enseñaba a pelear a los caballeros de Italia y España. Monte redactó varios textos sobre artes marciales y estrategia militar en general, así como tratados sobre los beneficios del ejercicio. Leonardo da Vinci, cuando consideraba la trayectoria de las jabalinas lanzadas desde una especie de honda, escribió una nota para preguntar a “Pietro Monti” su opinión. Además de ser amigo de Leonardo da Vinvi, Monte enseñó lucha a Galeazzo da San Severino, según lo recuerda Baldassare Castiglione en su Libro del Cortegiano. San Severino era miembro de la famosa familia milanesa de los Sforza que gobernó durante el Renacimiento y recibió muchos elogios por su habilidad atlética y su facilidad para manejar varias armas; Monte fue su profesor de todas.

Del Flos Duellatorum de Fiore (Wikimedia Commons)

Monte mismo venía de una gran familia de Maestros italianos, muchos de ellos eran eruditos fuera del mundo de las peleas. El Maestro Filippo di Bartolomeo Dardi operó una escuela de esgrima en Bologna, donde fue profesor de matemáticas y astrología en la Universidad de Bologna a inicio del siglo XV. Bologna también era el hogar de Fiore dei Liberi, maestro de la espada larga y utor del manual de combate ilustrado Flos Duellatorum de 1410, que en latín quiere decir “Flor de batalla”. Dardi estudió originalmente con los Maestros alemanes, pero en sus casi cincuenta años como espadachín experimentado, creó su propia aproximación al manejo de la espada larga, que se volvería sinónima con la escuela italiana de combate.

El Flos duellatroum de Fiore incluía estrategias para pelear utilizando una serie de configuraciones distintas de armas, incluidos el combate con cuchillos, cuchillo contra mano limpia, sistemas para usar la lanza y el bastón, técnicas del uso de la espada a dos manos para los caballeros y técnicas para el combate a mano limpia. Fiore discute dos aproximaciones distintas a la lucha, una recreativa y otra deportiva, y dice que la lucha debe usarse en momentos de “ira”, cuando la vida está realmente en juego. En el caso de esta última, instruía a los lectores en las sutilezas de las llaves (ligadure) para someter al oponente o las fracturas (roture) para destruir un brazo o una pierna.

Las instrucciones que da Fiore para la lucha, que incluyen sus métodos para la defensa desarmada en contra de un oponente que sí trae un cuchillo son completas y brutales. Sus técnicas no son únicamente lucha, sino lo que hoy llamaríamos, defensa personal. Su tratado incluye fracturas de cuello, golpes a la entrepierna, y hundir la nariz del enemigo con la palma de la mano, y de inmediato arañarle los ojos. Todas sus técnicas incluían un contra ataque, y un contra ataque del contra ataque. El Flos Duellatorum fue el único texto italiano de la época que incluía técnicas de combate a mano limpia. Los alemanes e ingleses crearon muchos manuales de combate a mano limpia, sin embargo a quien se recuerda es a Pietro Monte, uno de los Maestros de la Defensa más famosos de la época y uno de los pocos que enseñaron una aproximación holística al entrenamiento en artes marciales.

Monte creía que la lucha era la base de todas las artes marciales, y dado que todos los sistemas armados que enseñaba incluían técnicas para desarmar al rival, creía que los practicantes debían entender lo básico de la lucha para que, si se hallaban sin armas, pudieran defenderse. El texto más interesante de Monte, Exercitiorum Atque Artis Militaris Collectanea, o “Artes Marciales y Ejercicios Reunidos“, también conocido como Collectanea, es particularmente útil para los historiadores del combate porque incluye sus escritos sobre la forma física así como las técnicas de artes marciales. Un producto de su tiempo, Monte promovía la salud en general utilizando la teoría medieval de los humores para articular su aproximación. Los Cuatro Humores eran elementos de los que estaba hecho el cuerpo —flemáticos, coléricos, melancólicos y sanguíneos— y lidiaban con distintos aspectos de la condición humana. Creía que no solo debían estar en equilibrio, los humores, sino que un peleador hábil necesitaba ser particularmente equilibrado para evitar errores al ser demasiado agresivo, impetuoso o pasivo. La aproximación de Monte, que era el epítome del estilo italiano, enfatizaba la ligereza de pies, requería que los peleadores fueran ligeros y ágiles, en lugar de musculosos y enormes. Quizá esto era lo que disgustaba a los Maestros ingleses, que el hombre en esencia debía ser pequeño y no fornido.

No todos los italianos tienen esta constitución, no todos los italianos se regodeaban en la delicadeza del combate con floretes. El emperador Maximiliano I, que gobernó el Imperio Romano de 1493 a 1519, en su autobiografía es retratado como participante en lo que parece ser una competencia de patadas, en la que Su Santidad dejó de lado las reglas y el decoro al golpear los chamorros del rival, patearlo en la rodilla, pisarle los pies y golpear con el puño su rostro. Es interesante que la agresión del Emperador está más cercana a los estilos de combate de las masas que los de las élites.

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Para mediados del siglo XVI, las ciudades italianas de Venecia y Pisa, así como otros pueblos más pequeños, se volvieron famosos en Europa por sus eventos de combate masivo, conocidos como battagliola. Estos “juegos de guerra” estaban diseñados tanto como práctica para la batalla y como una experiencia catártica para las clases bajas. La primera versión y la más popular de las battagliola italiana era una pelea masiva con palos, conocida como la guerre di canne, y tuvo lugar entre dos grandes facciones que peleaban por la conquista de un puente. Según el historiador Robert Charles Davis, la battagliole fue, por momentos, una batalla campal orquestada que incluía magistrados y aristócratas, creada para servir como entretenimiento de visitantes distinguidos, como el rey inglés Enrique VIII, quien desdeñó estas peleas por no ser la guerra propiamente pero ser muy sangrientas para ser un deporte. La otra variante más frecuente de la battagliole era espontánea; hombres se reunían en un puente, con palos en mano y peleaban, sin reglas ni regulaciones, y para muchos espectadores, sin propósito tampoco.

Los juegos bien podían volverse mortales si los peleadores intercambiaban los palos por lanzas, cosa que lograban al afilar las puntas y sumergirlas en agua hirviendo para endurecerlas. Para esquivar los golpes, los hombres se colocaban una especie de armadura, cubiertas para el torso hechas de cuero, o piezas de malla de cota. Protegidos con estas armaduras toscas, blandiendo palos y peleando sin propósito aparente, la battagliole parece haber sido en verdad un pasatiempo de los italianos del medioevo en varias ciudades, una catexis social que, al tiempo que era popular, eventualmente se volvió muy violenta (y quizá inútil) para los administradores de la ciudad. La guerre di canne fue prohibida al final del siglo XVI (aunque siguió ocurriendo en pleitos subterráneos), solo para ser reemplazada por la guerre di pugni, combates masivos de boxeo.

La guerre di pugni tenía mucho más en común con Pietro Monte y otros Maestros de la Defensa italianos que con su primo armado, la guerre di canne. Los peleadores de pugni, aunque estaban desarmados, eran rápidos y precisos. Algunos participantes de las battagliolie, pugni y canne terminaban enfrentados, ya fuera por diseño o porque quedaban desarmados. Los pugni supuestamente podían superar a los peleadores de canne, la mayor parte de las veces, porque no estaban impedidos por las armas pesadas ni por la armadura. Los pugilistas venecianos en particular eran hábiles al tirar jabs rectos y cruzados, algo que aparentemente confundía a los peleadores que no estaban entrenados en el combate a mano limpia. Porque tiraban golpes curvos y alocados, los boxeadores sin entrenamiento eran derribados rápidamente por los pugni venecianos. Incluso los soldados que se unían a la battagliolie y que eran hábiles con el uso de la espada y la lanza, aunque no con el combate a mano limpia, estaban perdidos cuando se enfrentaban a la precisión de un boxeador italiano bien entrenado. Los mejores en las guerre di pugni eran, a su manera, una versión humilde de un Maestro de la Defensa.

El combate en la Italia medieval y renacentista estaba tan estratificado como las clases sociales en general. Los escalafones superiores buscaban una aproximación más chic, más afectada, la que enseñaban los Maestros de la Defensa, mientras que las clases bajas peleaban en masa, en las battagliole, con palos y puños. Ambos grupos estaban, quizá, entrenando para la versión de pelea que enfrentarían durante su vida. Las clases medias y altas se preparaban para el combate contra un solo oponente y para la exactitud requerida para los duelos de caballeros. Los hombres de las clases bajas mientras tanto, vivían en áreas congestionadas, y estaban expuestos a pleitos y batallas campales, y era probable que los reclutaran para formar parte del ejército. Solo en el deporte del boxeo y la lucha, la clase, la fuerza y el tamaño del peleador se convertía en algo secundario a la habilidad.

El renacimiento italiano no solo trajo consigo un renacimiento en el arte, la música y la cultura, sino un renovado interés en la ciencia del combate. Los Maestros de la Defensa son recordados como los especialistas de esa época; compartían su conocimiento con los estudiantes que tenían el tiempo y el dinero para pagar por su educación. Pero incluso los más pobres de Italia experimentaban con métodos de combate, ponían a prueba sus técnicas en el laboratorio que era la calle y no en las sesiones controladas en la escuela de esgrima. Y todos parecen, a su manera, haber llegado a la misma conclusión. Que la habilidad triunfaba por sobre la fuerza, y que el cerebro le gana a la músculo. Y que el boxeo quizá era el gran equilibrador.