En un día normal el Rey del Pavo es una romería. Hoy no es un día normal y, de todas formas, los fieles devotos de sus mesas —disponibles desde 1910 y reconocidas por ofrecer el pavo más legendario de la Ciudad de México— están anclados en sus lugares de siempre.
El sitio está a oscuras. La luz se fue hace cerca de una hora en varias cuadras del Centro Histórico de la capital mexicana, y los meseros del restaurante intentan salir a flote en medio de la vorágine de órdenes de los que esperan con hambre en la penumbra.
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Afuera, la hora de la comida refulge bajo un sol agobiante. Adentro, la sombra los deja a todos alimentarse a sus anchas. Unas sincronizadas de pavo por aquí, una sopa de cebolla por acá, una orden de bacalao con ensalada más allá y, en casi todas las mesas, casi como mandato religioso: la torta de pavo.
Se trata de la opción más vieja y solicitada de la carta. A la que se debe gran parte de la fama del local y la que, en palabras de propios y extraños, sabe mejor. Incluso a oscuras.
Crecer cerca de una cocina
La fama del restaurante nunca le da tregua a estar vacío por mucho tiempo. No obstante, a pesar de que su leyenda revive continuamente sobre planchas calientes, no puede dejar de percibirse que el lugar rezuma nostalgia.
Hay algo en sus paredes color turquesa, los cocineros con mandil de taquero y hasta las repisas pobladas por pavos miniatura de todas las procedencias, sabores y colores, que sugiere una profunda añoranza del pasado.
Carlos Moreno es el actual dueño del negocio, pero fue su abuelo, Salvador Avellana, quien lo abrió. Él era un catalán que llegó a México con una tendencia natural a las estufas, y con tal melancolía de España, que decidió no sólo iniciar en México al Rey del Pavo, sino que también inauguró El Saturno, otro restaurante de sabores ibéricos.
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Por eso es que Moreno, a sus 74 años, se recuerda cerca de una cocina desde que era niño. Le tocaron dos cambios de sede del Rey del Pavo en el mismo Centro—inicialmente estaba en la calle Gante, y ahora reside en Palma—, así como el momento en que su padre tomó las riendas del negocio. Tampoco olvida la noche en que murió su abuelo, ni la mañana en que se decidió que el restaurante quedaría bajo su responsabilidad.
El hombre es alto y de andar pesado, pero al momento de reconstruir aquellos tiempos sus pasos se aligeran y va sin dificultad de un extremo a otro del negocio. Con una sonrisa que tiembla por momentos señala fotos antiguas que hablan solas de lo que pasó antes ahí: la primera cocina; su madre, mirando tranquilamente a la cámara; una cuadrilla viejísima de meseros; pósters de todos los chiles del mundo; más pavos pintados en las paredes.
Si hay alguien que sea testigo de todo lo que esa estancia con eterno olor a carne frita ha visto, es justamente él. Y con dicho respaldo de vivencias aventura una frase que, aunque le cuesta reconocer, tampoco puede negar: “con todo, el Rey del Pavo ya no es lo que alguna vez fue”.
Reincidir en el pavo
Sin importar apellidos, montos en cuentas bancarias o el número de portadas en revistas de sociales, el encanto de este sitio ha logrado que infinidad de gente famosa aterrice sobre sus sillas centenarias.
Moreno asegura que le ha tocado ver hincándole el diente a sus opciones del menú —que es prácticamente el mismo desde siempre— a actores como Marga López y César Bono; cineastas como Arturo Ripstein; actuales candidatos a la presidencia de la república, como José Antonio Meade, y muchos más a quienes ya no recuerda.
Eso sí, dice que a los que no podría olvidar es a sus clientes de toda la vida. A los que reinciden. Y reinciden. Y reinciden.
“Una de las cosas que me parecen más maravillosas y entrañables de este lugar es que, incluso a pesar de que nos hemos mudado, tenemos comensales que vienen a comer o a tomarse una cerveza desde hace años”, cuenta.
El señor José es uno de ellos. El apagón de luz también lo sorprendió a unas cuadras de ahí, en el Centro Joyero donde trabaja, y ha venido a la hora de siempre, para ordenar también lo de siempre: la torta de pavo, una ensalada y agua fresca del día. Según hace cuentas el dueño, el señor José pertenece al club de clientes frecuentes al que le tocó vivir la época dorada del restaurante.
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“La mejor etapa de nuestro negocio fue entre 1950 y 1968”, afirma Moreno. “Daba gusto ver cuánta gente llegaba. A veces se quedaban en lista de espera un buen rato; otras, decidían comerse de pie una torta, en lo que se desocupaban mesas. Pero eso sí: siempre se iban satisfechos y se ve que nos seguían recomendando, porque con frecuencia habían caras nuevas”.
Además, Moreno asegura que sus clientes incluso se hacían amigos, de tanto verse. Que venía gente de interior del país, diciéndoles que alguien les había hablado de su famosa especialidad. Que, más que nunca, sintió que honraba la labor iniciadora de su abuelo.
Sacudidas y Navidades
Luego llegó el año de 1985 y el conflicto estudiantil, que con mucha frecuencia convertía al Centro casi en una zona de guerra, le bajó la clientela drásticamente.
“En ocasiones abríamos a las ocho de la mañana y teníamos que cerrar apenas una hora después. Nuestros comensales tampoco se podían dar el lujo de exponer su vida por una torta. Eso es claro”, dice.
La situación fue normalizándose con el tiempo, pero la afluencia al Rey del Pavo no volvió a ser la misma jamás. Y aunque desde entonces la ciudad ha seguido convulsionando, el restaurante volvió a sentir el puño de la adversidad después del terremoto de septiembre del año pasado.
El desastre hizo que confirmaran una teoría: gran parte de sus clientes llegaban porque salían del estacionamiento contiguo y lo primero que veían era la vitrina donde se exhibían los pavos cocinados del día.
El edificio del restaurante salió ileso. Sólo se cayeron unas estatuillas de las repisas. Pero el estacionamiento se dañó tanto, que cerró por reparaciones y ahora las mesas del restaurante revelan que sus clientes de toda la vida serán siempre sus clientes de toda la vida.
“Creo que parte de su cariño por este lugar tiene que ver con que todo el año pueden comer platillos que son casi exclusivos del fin de año. Me gusta pensar que en el Rey del Pavo es como si todo el tiempo fuera Navidad. Por eso nunca tenemos apagadas las planchas calientes. Ni siquiera ahora que se fue la luz”, dice el hombre con una sonrisa.
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