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El trabajo de minero de sal boliviano es brutal

A menos que seas un indígena boliviano viviendo en el pueblo minero de Uyuno, el llegar al Salar de Uyuni es una pesadilla. La ciudad más cercana es Potosí, es un viaje de cuatro horas en la noche y es el mismo que los mineros hacen diariamente, tomando el bus a las 1 de la mañana cubiertos de hollín.

Viajaba a Uyuni para visitar la cooperativa Colchani, responsables de manejar la extensión de sal más grande del mundo que cubre unas 4000 millas cuadradas de tierra cerca de la cumbre de los Andes bolivianos – a 11995 pies de altura sobre el nivel del mar.

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La minería es una fuente de trabajo crucial para los hombres bolivianos, pero las condiciones son notorias. Entre reportes de días de trabajo de 24 horas y jefes corruptos en minas de oro y carbón, sólo hay palabras generosas sobre la cooperativa Colchani que exporta sal de mesa a Brasil.

Mi guía, Javier, me espera afuera en su 4×4. Ha viso mejores días y no estoy lleno de esperanzas por nuestro viaje de tres días juntos. Me asegura que ha viajado a las planicies de sal en este auto por años, así que nos fuimos. A penas salimos del pueblo estamos conduciendo en un desierto sin carreteras, pasando un cementerio de trenes de vapor de los días gloriosos de la minería en Bolivia en los años 40 cuando los trenes transportaban oro y plata de un lado a otro del país.

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El salar de Uyuni es cien veces más grande que los salares Bonneville de Utah y el inmenso paisaje es una escena impuesta de planicies infinitas con el reflejo del sol. La cooperativa Colchani maneja la producción y venta, es una de las pocas cooperativas de alimentos en Bolivia que paga decentemente por un trabajo duro. “Todos tenemos una parte en Colchani. No es mucho pero es diferente de la mayoría de los salarios de aquí.” Javier me cuenta mientras empaqueta las hojas de coca – el material bruto usado para hacer cocaína – que ayuda con el mal de altura y de paso te coloca un poco.

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Está lejos de ser un trabajo fácil. Los mineros se levantan a las cuatro de la mañana y se van a las planicies donde la producción íntegra, de principio a fin, se hace manualmente. ” Empezamos cavando hasta que llegamos al agua, luego moldeamos la sal en pilas así se seca”. La sal es luego cargada en camiones y molida con un aparato que funciona a mano. “No suena muy duro”, sonríe, “pero lo hacemos de la mañana a la noche.”

Pasamos nuestra primera noche en un hotel de sal construido a mediados de los años 90. Cuando llegamos, Javier me cuenta que la sal de las planicies bolivianas es la mejor del mundo – ¡esos brasileros son exigentes! – Es difícil imaginar un edificio hecho de sodio, pero este es el lugar, con un mini museo y banderas de todos los países de los que han venido visitantes. Las noches son frías aquí y todo el mundo se va dormir antes de que baje el sol.

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La vida diaria de Javier es repetitiva. Él y sus compañeros de trabajo están en los departamentos seis días a la semana, alimentándose con cenas y almuerzos caseros. Resulta que Javier es un muy buen chef. Hace todo en la cocina del hotel y luego lo guarda en recipientes de metal, tenemos quinoa y caldo de patata, carne de alpaca, escalopas de pollo y panqueques frescos para el desayuno.

“Nos gusta cocinar. No hay nada por aquí en ninguna dirección y cocinar es algo que hacemos juntos,” me cuenta mientras ponemos la comida en la cajuela de su auto. En el segundo hotel en el que nos quedamos las cosas no son tan lindas. Los cristales de sal y las coloridas telas bordadas a mano son remplazadas por una hora de electricidad y un baño que se desborda. Decidí que es hora de probar las hojas de coca.

Bajo los metros de sal, el salar de Uyuni guarda la cantidad más grande de litio del mundo. En los últimos años los fabricantes de autos han llegado al territorio haciendo varias ofertas por la tierra. El gobierno de Bolivia está determinado en mantener el salar de Uyuni en manos bolivianas y la sal fina en las mesas brasileñas. ” Todo lo que se necesita es que vengan un par de compañías y nos quedamos sin trabajo,” dice Javier. “La gente de aquí han sido mineros de sal no por unos años, si no por siglos”.

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Al día siguiente cruzamos desde Bolivia al desierto de Atacama en Chile, pasando por una isla de cactus la que en realidad es el pico de un antiguo volcán. Los minerales de la sal significa que la tierra es buena para la vida salvaje, particularmente para los flamengos rosados. Cuando llegamos a Chile, un oficial de inmigración tomó mi pasaporte y lo selló con una fecha rara de entrada, demandándome que le pagara una cuota inventada. “Cosas como esa pasan todo el tiempo aquí en las planicies, sólo tienes que hacerlo”. Se disculpa Javier.

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Y con eso nos despedimos – él con recipientes vacíos de comida y yo con un pasaporte sellado con un flamingo en la mano.