El túnel del Chapo no sirve ni a su propia mentira

Este artículo fue publicado originalmente en noviembre de 2015.

Yo nunca entré a la celda número 20 de tratamientos especiales en el Penal del Altiplano. Esa celda de máxima seguridad, en la única prisión con la categoría internacional “super-max” en México en la que falta Joaquín Guzmán Loera, alias el Chapo.

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No creo poder entrar ahí alguna vez y describirla para ti, como sí lograron hacer algunos periodistas internacionales por turnos de 120 segundos. Según la autoridad del penal, ése es tiempo suficiente para inspeccionar la celda donde se encontraba encarcelado el supuesto jefe del Cártel de Sinaloa. Y para entrar, sin pantalones color café o negro, sólo pluma transparente y una hoja de papel, excepciones aparte para una cámara de video o fotográfica.

En julio pasado, después de que el gobierno mexicano anunció la fuga de Guzmán, sólo pude entrar a uno de dos pequeños edificios de ladrillo cercanos al penal. Como pocos periodistas locales, sí logré entrar y recorrer unos metros del túnel por el que supuestamente se fugó. Sí, el túnel existe, y dentro de él hay dos vías y una moto de un motor pequeñísimo acondicionada para correrlas. A partir de ahí, puedo contarte muy pocas cosas que no sabes. Las paredes en el túnel tienen un rastro de excavación muy particular, un patrón hecho por máquinas, no artesanalmente por obreros. Puedo decirte que los camiones de producción de todas las televisoras se atascaron al intentar llegar a la boca del túnel de donde se supone que anteriormente transitaron camiones cargados con toneladas de tierra extraída al cavar un camino de kilómetro y medio hasta el penal, con ochenta centímetros de ancho, y más o menos 1.70 m. de altura.

Como éstas, hay muchas cosas que nunca tendrán explicación en la versión conocida del Chapo escapando a través del túnel. No importa qué tantas otras cosas quiera describir aquí, la verdad no conozco la explicación definitiva, como ningún otro periodista lo hace. Esta vez, como siempre, sólo puedes conocer una fracción de la historia. Y a ningún periodista independiente se le permitió recorrer el túnel. No son celos profesionales, te juro que no son celos. Es que ningún periodista en el que los demás confíen logró entrar a ese lugar. Yo pude ver un pedazo, y otros vieron otros pedazos. A nadie, nunca, le dejan saber la historia completa.

Ese túnel es el principio de la alegoría de cómo te ven los equipos de medios y prensa del gobierno mexicano. Eres un escribano para ellos, que debe reproducir la versión que ellos te explican. Esa debe ser la verdad. El resto puede ignorarse. No tienes derecho a más. Así que, para que puedas inventar a gusto, sólo te presentan una fracción de toda la historia. Como los ochenta volúmenes públicos (de más de cien) de páginas del caso de los desaparecidos de Ayotzinapa que puso a la disposición de los periodistas la PGR. Los nombres, las ubicaciones, las declaraciones (muchos de estos contenidos están tachados en negro con un plumón indeleble) y si se fue algún detalle en esta versión física, es destruido digitalmente antes de que sea una “versión pública”. Luego cientos de páginas duplicadas para llenar espacios de páginas que no sé si existan. Es tan ridículo e increíble que me siento muy pendejo de preguntar si las páginas en serio están duplicadas.

La verdad es que me gustaría creer en la versión del túnel. Es como de prisión de Papillon —el francés encarcelado en la Guyana Francesa a principios del siglo 20—, y quien supuestamente escapó varias veces de los peores lugares. Vaya, es tan buena idea que hasta es ingenua como una novela de un viejito que dice que escapó de todos esos lugares en Sudamérica. Sabes que hay casos tan inverosímiles que no pueden explicarse con el periodismo y los hechos, con los pequeños detalles diarios que al final constituyen un registro de lo contemporáneo. Explicar lo que nos pasa todos los días casi podría ser trabajo de la ficción. Y ni siquiera tenemos que inventar nada, de eso parece que ya se encargan antes otros.