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La única growshop que existe en Uruguay mide menos de dos metros cuadrados. Tiene vidrios de cristal y está llena de carpas, focos, fertilizantes, kits para cultivar mariguana… Se encuentra al lado de una tienda de vinilos, en un pasillo de locales comerciales no muy populares en el centro de Montevideo. No tiene ningún anuncio, sólo unos cuantas estampas del movimiento cannábico. Detrás del mostrador, se encuentran Juan Guano y Manolo, armando un porro. El año pasado, cuando el presidente uruguayo, José Mujica, habló por primera vez de la posibilidad de la regularización del comercio y cultivo de la mariguana, estos jóvenes de 24 años decidieron montar junto con otro amigo su propio negocio. Renunciaron a sus trabajos para dedicarse al cien por ciento a su verdadera pasión: la mariguana.
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La semana pasada la Cámara de Diputados del Uruguay aprobó la ley que todavía tiene que pasar por el Senado. Sus impulsores, la mayor parte del Frente Amplio, la coalición de partidos en el Gobierno, prevén que a finales de año, Uruguay se convierta en el primer país de América Latina que acaba con la política prohibicionista.
Por eso Juan y Manolo decidieron anticiparse. En un país con 120 mil consumidores, en donde fumar mariguana es legal desde hace casi 40 años —también lo es consumir otro tipo de drogas—, había que prepararse. Ambos cultivaban desde los 15 años con permiso de sus padres en su propia casa. Preferían evitar comprarla en las bocas de humo (centros de distribución de droga), que eran peligrosos y tenían cannabis de mala calidad, prensado y en su mayoría, proveniente de Paraguay.
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“Sabíamos que era el momento de abrir el local. No queríamos una mega empresa, pero si vivir de esto y a la vez, contribuir a generar una cultura de plantar indoor”, explica Juan. Actualmente es ilegal el autocultivo, sin embargo, hay unos 12 mil cultivadores, según la Asociación de Estudios del Cannabis de Uruguay (AECU). Una vez aprobada la ley, se prevé que el número ascienda a los 25 mil. También ya existen unos seis clubs de cannabis.
A pesar de la ilegalidad actual, los autocultivadores se unieron como una manera de luchar contra el crimen organizado. “Creemos que el autocultivo es la mejor manera de atacar al narcotráfico. En lugar de comprarles a ellos tenemos nuestra propia producción”, asegura Juan Baz, fundador de AECU.
Hace tres años fue encarcelado por 11 meses. Como casi todos los autocultivadores que llegan a prisión, una persona lo denunció. “Alguien hace una llamada anónima y viene la policía a tu casa, te registra, te incauta las plantas y te detienen”, dice Juan en sus oficinas luego de sacar del congelador una muestra de hachís que entrará a un concurso. Desde que salió en 2010, se ha encargado de asesorar con la ayuda de un abogado a otros autocultivadores que han pasado por lo mismo. Desde que el debate por la ley aumentó en el último año y medio, nadie ha acabado tras las rejas, afirma el abogado, Federico Álvarez.
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Con la nueva ley se prevé que el Estado otorgue licencias para la producción y distribución, que cada cultivador posea un máximo de seis plantas, la creación de clubes de cannabis con hasta 45 miembros y 99 plantas y que cada usuario tenga derecho a 40 gramos mensuales para el consumo propio que podrá adquirir en las farmacias.
A la tienda de Juan y Manolo llegan señoras con esclerosis múltiple en busca de mariguana o al menos, semillas para empezar a plantar. Ellos no pueden vender. Sólo comercializan todo lo que se necesita para cultivar y mantener una planta. A los interesados en conseguir semillas o mariguana sin tener que ir a la boca de humo, los remiten a la AECU para tener más información. Un kit estándar para comenzar a plantar cuesta unos 120 dólares.
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En el pequeño estante en el que se encuentran unas cuantas pipas luce el trofeo que Juan ganó el año pasado en la primera Copa Cannábica del Uruguay. En mayo, cuando sale la mayor cosecha del año, se celebró la segunda de la cual Juan fue juez. Todos los integrantes de la AECU y decenas de autocultivadores más se reunieron en un bar de Montevideo, en secreto, para que las autoridades no supieran qué estaban haciendo.
“No se puede decir el lugar porque sabrían que somos cultivadores y podríamos tener problemas. Nosotros no nos sentimos como delincuentes, sabemos que tarde o temprano se legalizará y mientras tanto sólo tenemos precaución”, dice Nelly Santos, una señora de 57 años, que empezó a cultivar hace tres para evitar que su hijo fuera a las bocas de humo.
La Copa Cannábica es más que solo plantitas. Los participantes se dedican todo el año a que su marihuana sea la mejor. Pasan noche y día a lado de ella, observándola con microscopio, viéndola crecer hasta que esté lista para mandarla al jurado que la analizará durante dos semanas. Escoger la mejor planta implica verla, tocarla, olerla, manipularla y por supuesto, probarla. “El corte tiene que hacerse justo cuando esté entre lechosa y ámbar”, comenta Juan Guano. A su lado está una caja perfectamente empaquetada que contiene la última muestra que enviará a la Copa Cannábica de Argentina.
Anteriormente:
Uruguay avanza por la legalización y deja chica a Ámsterdam
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