El Zipper: sexo gay clandestino en la Colonia Obrera de la CDMX

Usando sólo calzones, calcetas, gorra y tenis, comienzo a fisgonear el lugar. Hay una pantalla con una película porno, donde los actores están en pleno mete y saca. Hay varios sillones viejos, donde algunos asistentes, también semiencuerados, relajan el cuerpo. Un chavo flaquito de unos 19 años, pasa totalmente en pelotas. Otro de unos 21 pasa en calzoncitos ajustados. “Ah entonces sí funciona lo de la promo de chavitos”, pienso. En uno de los muros hay un anuncio: “poppers 250 pesos”; el ofertón para los que les cuesta trabajo el sexo anal o les gusta experimentarlo de forma más intensa.

“Martes de diversión en ZIPPER, chavos de 18 a 23 entran gratis de 4 a 5 PM, los de más edad cooperación de 60 pesos de 4 a 5 PM. Después, todos cooperación de 110, incluye acceso, guardarropa, barra libre y condones. A dos cuadras del Metro San Antonio Abad y Doctores”.

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Este es el mensaje que ‘Dante’ manda por WhatsApp a quienes desean conocer el ZIPPER, un lugar clandestino de sexo gay en la Ciudad de México. El modus operandi de estos cogederos es sencillo: se anuncia en redes sociales, donde dejan un teléfono de contacto por si quieres más información: nada de direcciones, si quieres saber más, todo es por whats.

El ZIPPER tiene casi a 7,000 followers en Twitter y una fanpage con alrededor de 3 mil likes en Facebook. Además existe el ZIPPER Friends, un grupo cerrado al que hay que solicitar unirse y que tiene cerca de 5,000 miembros. Como la curiosidad mató al gato, se me ocurrió entrar a ver si tengo amigos inscritos ahí. Verga. 96 de mis cuates ya son asiduos visitantes de este putero y yo sin conocerlo. Me dolió en el honor.

‘UN CALENDARIO, UN CALENDARIO DE AMOOOR’

En ZIPPER los eventos están muy bien calendarizados. Los lunes, por ejemplo, son día de mañanero: “ven a empezar bien la semana en nuestra reunión mañanera de 11 am a 6 pm”. Los martes, es el día en que los chavitos entran gratis la primera hora. Los jueves son al desnudo: nada de calzones, este día es para los desinhibidos que no tienen pedos en andar encuerados frente a la concurrencia (como si de todas formas no fueran a acabar empinados, mamando o siendo mamados, cogiendo o siendo cogidos). Los viernes, la bonita oferta, la bonita promoción: “ven con tu pareja, amigo o roommie, entran dos y paga sólo uno”. El sábado se vuelve after de cogedera: se llega a las 10 de la noche y se sale hasta las 7 de la mañana del día siguiente. Finalmente, el domingo es de ir a presumir tus calzones más chingones: la fiesta underwear comienza a las 4 de la tarde y termina a las 11 de la noche.


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Como en todo templo que se respete, hay un día de guardar: el ZIPPER no abre los miércoles. El precio de entrada (110 varos) no es precisamente barato, al menos en comparación con otros lugares donde se va a lo mismo. ¿Dónde está la diferencia? Mientras en otros ‘sitios de encuentro’ el negocio está en la venta de bebidas, aquí hay barra libre que incluye vodka, ron, tequila, refresco y agua. Los sábados, por 50 varos extras, la barra libre también incluye cervezas. Barato como carne de gato, si el plan es coger y empedar.

MARTES DE CHAVITOS

—¿Qué onda, me acompañas?

—Claro, va a estar chido conocer.

A huevo, ya se armó: invité a un güey que me gusta y en cuanto le conté el teje y maneje del lugar, lejos de espantarse o de hacerse de la boca chiquita, se apuntó al plan con entusiasmo. Le comenté que me interesaba asistir el martes de chavitos, no tanto porque sean mi hit, sino por comprobar que en efecto, los morros calenturientos y los fans de la carne fresca acuden especialmente este día para aprovechar la promo.

Traté de ataviarme lo más low profile posible, para que la clientela o los propietarios no imaginaran que iba de metiche. Llegó mi acompañante a mi depa y nos fuimos al metro: según el santo y seña, el lugar está cerquita de la estación San Antonio Abad.

Son aproximadamente las ocho de la noche y agradezco venir a dueto, porque la zona no está precisamente turisteable: vecindades, bodegones abandonados, unidades habitacionales, prostitutas con “palanca al piso” son la parte de la escenografía habitual de la Colonia Obrera.

Llegamos al lugar y es justo como en la descripción del mensaje de WhatsApp: un portón negro con el número 101 el que nos espera. Dudamos que sea el lugar correcto, porque en el mensaje dice claramente “timbre uno” y aquí sólo hay un timbre. Pero es la única puerta negra en los alrededores, así que sin más, tocamos el timbre. Un vato nos abre el portón y nos hace señas de “pasen”. Entramos a la primera puerta a la derecha, pero antes echo un ojo rápido al resto del edificio: es una casa grande de dos plantas con un patio central que se parece a la vecindad del Chavo. “Sólo que en vez de barril hay un tinaco Rotoplás”, bromeo para mis adentros.


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Ya dentro del depa, nos reciben en una barra los dos güeyes que están a cargo. Nos cobran el cover y nos piden que anotemos nuestro nombre en una libreta, donde también se nos asigna un número. Me pongo Pablo y me toca el número 24. Mi acompañante es el 25. Nos dan un vaso de plástico numerado para hacer uso de la barra libre y una bolsa verde para guardar nuestras cosas de valor. Mientras me encuero y guardo mis cosas en el costal de tela, no puedo evitar recordar aquella ocasión en que pasé la noche arrestado en los separos de Valle de Chalco.

UN SHERLOCK MUY COGELÓN

Después del área de recepción, el ZIPPER tiene dos cuartos semioscuros y uno totalmente en penumbras. Mientras pasamos frente al mingitorio largo que antecede al baño, mi acompañante hace una observación: “mira, tiene llaves de agua a altura de la verga, seguro es para que te la laves si te ensucias”. Primero me muestro incrédulo, pero suena lógico: en un lugar donde en ocasiones se arman fiestas sin condón, seguro más de un pito ha salido con premio.

Entramos al baño y seguimos echando ojo: “mira estas barras de metal empotradas” me dice, “son para agarrarse mejor al momento de bañarse o ir al sanitario. Seguro antes este baño era el de una persona mayor”. Todo un Sherlock Holmes mi compañero de aventuras.

Hasta el momento las únicas cogidas que hemos visto son las de la peli porno, pero en el cuarto oscuro al fin encontramos a güeyes dándole gusto al cuerpo: uno en cuatro patas sobre la cama, otro muy concentrado comiéndole el ano. Verlos tan entrados en la delicia del beso negro nos pone calientes. “¿Qué pedo, quieres?”, le pregunto. Y sin más preámbulos comenzamos a cachondearnos. Nos besamos largo y pausado mientras nos metemos mano, masajeándonos mutuamente la verga y el culo. Después de unas buenas mamadas, comienza la cogida: primero él se abre paso entre mi carne mientras yo me recargo en un muro, luego soy yo el que le da sus buenas embestidas mientras él se empina para recibir mejor mi verga.

Nuestra fiesta de gemidos atrae a varios más, que se acercan con el miembro erecto en la mano, jalándosela cerca de nosotros. Uno de ellos intenta meterle mano a mi compa, pero él se la quita: este juego es de ver y no tocar. Si quieren chaquetearse mientras nos ven coger no tenemos pedos, pero no venimos en plan de grupo o de intercambio. El güey entiende a la primera y sigue frotándose a una distancia prudente. Después de un buen rato de bombeo y de sentirnos las estrellas porno de la noche, decidimos que ya estuvo bueno. Tiramos los condones usados al suelo y salimos de ahí, no sin antes darnos unos últimos besos cómplices.


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Damos un paseo final por la salita que hace de recepción y vemos que cada vez somos menos: un ñor en calzones incluso está ya jetón, todavía con su vaso de plástico numerado en la mano. “Esto sí ha de ser negocio”, me dice mi compa. “Este vodka y este tequila son de los más chafas, está bien culeros”. Me sirve un vaso de Big Cola, mientras nos reímos y decidimos que ya estuvo bueno. Vamos a la barra y pedimos nuestras cosas. Nos entregan nuestros costales verdes y nos vestimos mientras le hacemos la plática a los encargados.

—¿Qué días son los que se ponen más chidos?—, pregunto.

—Vénganse los jueves y los sábados, son los que se ponen mejor.

Ya casi nos vamos cuando uno de ellos nos alcanza:

—Tengan, dos cortesías porque el día de hoy estuvo medio flojón. Pueden venir cualquier día a repetir.

—¡Chingón, muchas gracias!

Afuera, en la calle, la cotidianidad del barrio continúa con su inercia habitual. Una señora saca su puesto de quesadillas mientras las trabajadoras sexuales siguen con sus ires y venires a la caza de clientes. Nosotros, atascados como somos, nos prometemos un segundo round al llegar a mi casa.

@PaveloRockstar