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Supon que estás en Corea del Sur y quieres hacerte un tatuaje. Buscas por internet y das con un artista que te gusta. Para acceder a él tendrás que hablar antes con un intermediario, que te hará preguntas algo alarmantes: cómo le has encontrado, a qué te dedicas, cuánto tiempo estarás en el país.
Si has respondido satisfactoriamente, el intermediario te dará la dirección de un sótano. Si consigues encontrar la puerta, verás que una cámara te está enfocando y que no te abrirán hasta que se hayan asegurado de que no eres policía. Bienvenido al país de los tatuadores ilegales.
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En Corea del Sur, los jóvenes tatuadores deben debatirse entre mostrar su arte al mundo y evitar la cárcel. En 2001 la Corte Suprema de Corea decidió que sólo los doctores — quienes representan un lobby muy poderoso en el país asiático — podían realizar tatuajes, que pasaron a ser considerados un procedimiento médico. Sin embargo hay muy pocos médicos que se dediquen a esta actividad, considerada socialmente como algo inmoral.
Años atrás, los únicos coreanos con la piel marcada eran los marginados, objetores del servicio militar obligatorio o mafiosos, como los gángsters de Gangpae, la Yakuza surcoreana.
Ahora, una nueva generación de coreanos influenciados por fenómenos de masas como el K-Pop, los deportistas y programas de la televisión, ve los tatuajes como algo atractivo y de moda, pero la prohibición sigue vigente.
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Los tatuadores trabajan en la clandestinidad, un submundo de tinta que recorre los bajos de los edificios de barrios de Seúl como Hongdae, cuna del arte y las nuevas tendencias del país, donde pueden encontrarse hasta 300 estudios en unas pocas calles.
Según fuentes del gobierno hay 20.000 tatuadores clandestinos en Corea del Sur. Las penas pueden ir desde un aviso acompañado de sanción económica hasta 20 años de cárcel por un delito contra la salud pública.
Todas las imágenes son de Guillem Sartorio para VICE News.
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