En uno de los famosos embotellamientos de las carreteras al sur de California ocurrió que un hombre decidió hacer algo trascendente. Con el tráfico detenido, los autos apagados y algunos conductores fuera de sus autos, este iluminado escuchó el llamado del balón.
Sacó de la cajuela de su camioneta a la redonda —una de basquetbol, para ser precisos— y comenzó una rutina de crossovers, y dribles por en medio de las piernas. Al inicio, era torpe y casi tiene que ir a recoger el balón debajo de un camión parado junto a él. No fue, digamos una exhibición de técnica precisa, de talento depurado; más bien eran los esbozos de un logro futuro, el borrador de una nueva habilidad.
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El llamado del balón es imperativo, es sutil pero enfático, no perdona. Cuando uno lo escucha, más vale hacer caso, obviar al público y jugar como si nadie estuviera mirando. Sucede en este caso que el helicóptero de la NBC Bay Area, un canal local pasaba por ahí y capturó la imagen de comunión entre hombre y balón en estado natural. El llamado del balón es caprichoso y elusivo. Quizá estamos ante el inicio de una tendencia; más y más personas, atoradas en embudos de autos infernales escucharán el llamado del balón, se sacarán la vergüenza y recuperarán el asfalto para el juego.
O quizá solo era un compa harto y acalorado que iba tarde para la cáscara de los viernes y pensó en sacar su frustración con unos cuantos quiebres a los tobillos imaginarios del equipo contrario.
