¿En serio manejás moto?

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Artículo publicado por VICE Argentina

En la foto estoy sentada en una Mint roja. Es una scooter Yamaha de 50 cilindradas y está estacionada con las llaves puestas en la entrada de la quinta de mis viejos en Pilar, provincia de Buenos Aires. Tendré cinco o seis años, unas alpargatas marineras, un short cuadriculado y una remera azul. Me agarro del volante y giro la cabeza para mirar a cámara y sonreír. La foto la saca mi padre que, casi 20 años después, se obsesiona con exigirme que tenga cuidado cada vez que saco la Vespa 150 a la calle, repite que por favor no maneje rápido, que mire a los costados y que, si me pasa algo, se muere. Cuando le pregunto por qué no le dice lo mismo a mi hermano que también maneja moto, contesta, ciego del contexto, “porque sos mujer”.

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De las ocho mil licencias clase A otorgadas en la Ciudad de Buenos Aires en 2018, siete mil fueron a varones y mil a mujeres. El número creció un 27 por ciento con respecto al 2017, según cifras difundidas por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y, aún así, está bastante lejos de ser parejo. Parece que el espacio motoquero es otro más por el que las mujeres tenemos que luchar. Por eso desde VICE decidimos hablar con mujeres que se mueven en moto para ilustrar la situación de desigualdad en la arena motoquera.

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B maneja una Guerrero Econo G90 hace seis años. La elige porque es económica, dinámica y porque “el viento en la cara es lo más grande que hay”. Cuando le pregunto por la necesidad de visibilizar el abuso que vivimos las mujeres detrás del volante, aclara que la importancia reside en que “más mujeres puedan sumarse a tener su propio transporte sin depender de otras personas”. Habla de la posibilidad de moverse en moto como la de tener independencia y explica: “Históricamente quienes llevaron a las mujeres fueron hombres. Hace muy poco que, por fin, se está rompiendo con esto y aparecen mujeres ocupando esos espacios. Antes, dependíamos de ellos para llegar a todos lados: eso es control”.

“Sí, sí, no te han mentido, soy mujer / por los anillos podés verlo / ya que no ves mi cara / cubierta por el casco”, expresa la poeta Consuelo Fraga en un poema que integra Motos y Reinas, publicado por Ediciones en Danza, que ilustra una reacción que se repite. “Como mujer obviamente es distinto manejar cualquier cosa, somos subestimadas de cualquier manera. Siempre la reacción es “¿en serio manejás moto?” Dice Martina Freier , que maneja una Zanella Styler 125 desde que tiene 19 años, “sigue sorprendiendo más si sos mujer cuando decís que manejás moto”.


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Desde hace meses que le saco una foto a cada mujer en moto que me cruzo en las esquinas porteñas. Hace unas pocas semanas nació la idea de que una cuenta de Instagram funcionara como vidriera del proyecto “Mujeres en moto”. La consecuencia fue descubrir una comunidad de pibas con necesidad de hablar de lo que les pasa en la calle, en las estaciones de servicio, en los talleres y en los semáforos.

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Para Camila Simiani, 24 años, dueña de una Suzuki Ax 100, tener su propia movilidad también implica una gran independencia, es por eso que cree que “ese es todavía un derecho que tenemos que exigir”. “En los talleres me cagaron siempre y hasta no han querido debatir conmigo por ser mujer y tuvo que ir mi papá”, agrega, “finalmente encontré uno que da talleres de mecánica y es super amable y abierto y por suerte hay muchas pibas”. Y sí, también son cada vez más las pibas que quieren saber cómo arreglar sus máquinas. Hace poco más de un mes, se llevó a cabo el taller de mantenimiento de moto “Nosotras lo arreglamos” en Feliza, un espacio cultural feminista en el barrio de Palermo que promueve propuestas para la comunidad LGTBQI.

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“Hace unos meses, quedé varada con la moto y llegué caminando hasta una estación de servicio. Yo sabía lo que le pasaba. Venía teniendo problemas con la bujía. No importó cuánto insistiera, un grupo de tres, cuatro hombres se puso a opinar al respecto sin escuchar lo que les decía. La toquetearon por todas partes, y por supuesto, la moto no arrancó”, cuenta Alana Ferreiras, dueña de una Zanella Styler 150. “En los semáforos, por lo general se mezclan gestos de asombro y aires de superioridad masculina, y no importa a qué velocidad vaya, me quieren en el costado, como una bicicleta. Les molesta que vaya por el centro, me han pasado raspando al grito de un “Dale, nena”.

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Entre los testimonios, las actitudes de mansplaining, hábito que tienen los hombres de explicar cuando no se les pregunta, se multiplican. “Cómo tengo que usar los espejos, qué es un carburador, cómo se estaciona, qué ropa es mejor usar. Por supuesto que todo lo que me opinaron fue en modo de opinión no solicitada”, explica Sofía Roatta, al mando de una Beta Boy 100. “En la estación de servicio siempre quieren abrir y cerrar el tanque. Piensan que lo hacen por “caballeros“ pero en realidad creen que yo no tengo fuerza. Otros varones me dicen siempre por dónde ir porque creen que no conozco la ciudad”, comenta B, por otro lado.

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Mientras juntaba testimonios, busqué “cascos de mujer” en Mercado Libre y se me llenó la pantalla de semi círculos rosas estampados y lisos. La oferta de ropa y accesorios también se queda corta. Camila lo explica desde su experiencia: “Me parece una gran falencia. Es muy difícil siendo mujer tener ropa buena acorde y que no te sientas una bolsa de papa. Cuando vas a un local te muestran una prenda que tiene una línea rosa y solo por eso ya creen que es de mujer. La última vez terminé yendo a comprar a casas de ropa de nieve”.


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Es uno de los primeros días de mayo, el otoño se empieza a sentir con el frío que entra por los tobillos si las medias están bajas. Hablamos por el grupo de whatsapp y quedamos en encontrarnos en la esquina donde empieza la obra que rodea el cementerio de Chacarita. El proyecto se me fue de las manos hace rato, como una botella que tiré al mar subestimando la intensidad de la corriente. Una de las chicas llega primera y avisa. Dos fallan. En la paradoja más ridícula de la semana, llego caminando porque hace cinco días a la Vespa le falló el arranque y me dejó tirada en Plaza Miserere un martes a las 8 pm. Llegan las otras tres en sus naves de dos ruedas y parecen las Power Rangers feministas. Los caños de escape dejan de rugir, ellas se bajan, se sacan los cascos, y saludan, sonríen. Preguntan cómo vamos a hacer las fotos, dónde, abro la posibilidad de que elijan. Les digo que voy caminando, que tener la moto parada me vacía, todavía no se que un par de días después la voy a tener que remolcar en una grúa en hora pico.

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Hacemos las fotos en el único espacio de paredón que está despejado. Las chicas proponen, posan y se quejan cuando hablamos de que ser piba y manejar en la ciudad son dos grados de exposición, que al miedo de poner el cuerpo se le suma la condición de ser mujer. Con las fotos buscamos encontrar un equilibrio, escaparle a lo porno y salir de la foto de revista de mujer light que toma el té con sus amigas. Queremos que reflejen que manejamos hace tiempo y que sabemos lo que hacemos. Queremos que nos vean y nos dejen de explicar cómo hacer las cosas. Queremos ser más en las esquinas. Queremos manejar nosotras, a la velocidad que nos de la muñeca, porque, como dijo una de las pibas, “hay que visibilizar el abuso que vivimos y seguir luchando para ganarnos el lugar que nos pertenece”.

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