‘En el mejor de los casos tendrás secuelas de por vida’: ser preso y enfermo en las cárceles españolas

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En el año 2018 murieron 210 personas en España mientras cumplían su condena en prisión y, el año pasado, el informe del Mecanismo Nacional para la Prevención de la Tortura reflejaba 158 fallecimientos, cifra que continuó aumentando en las últimas semanas del año. Si bien las causas de las muertes son diversas, uno de los factores imposibles de obviar es la sanidad, o la falta de ella.

Honorio Gómez, a quien de cariño llaman Pope, de ideas libertarias y espíritu revolucionario, se ha movilizado desde hace años tanto dentro como fuera de la prisión para denunciar las violaciones de derechos humanos y exigir que estos se garanticen para las personas presas en España, sobre todo en el ámbito en el que más busca incidir es en el sanitario.

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Se fue de su casa a los 9 años y en ese momento comenzó una vida que pasó entre la libertad y el cautiverio: Honorio ha pasado 25 años y tres días de ella en la cárcel. A finales de 2014, Pope terminó de cumplir su condena.



“En 1985, cumplí 16 años y eso ya me daba la mayoría de edad penal. Estuve en la prisión de Albacete en un módulo con gente mayor, ya que no tiene modulo para niños. Luego en Madrid, en 1987, empezaron las revueltas estudiantiles, participé en varias acciones y me sentenciaron. Entré en un círculo vicioso: estás huyendo de la justicia y todo en lo que te mueves es clandestino y lo clandestino es ilegal. Cada vez que te mueves te saltas un montón de leyes y para sobrevivir a veces tienes que cometer delitos“.

“En la clandestinidad no podía ir al médico, utilizaba morfina y heroína para los dolores”

Tras cumplir su condena regresó a su Albacete natal, yendo a vivir en una pedanía llamada Sierra en la que con Inmaculada, su pareja, atiende un bar, que es también el único negocio del pueblo. En el salón de su casa, habitado por gatos de todas edades y colores, Pope tiene una enorme bolsa llena de papeles, es el archivo de todos los registros burocráticos a los que ha recurrido para recibir atención médica durante los años que estuvo preso. Las manos de Pope se sumergen entre denuncias a las instituciones estatales, constancias de huelgas de hambre, comunicados de Derechos Humanos y centenar más de papeles de todo tipo de conflictos legales.

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“En 1987, en la prisión de Carabanchel, empecé a tener dolores. Me hicieron pruebas y vieron que tenía cálculos renales y salí en libertad. En la clandestinidad no podía ir al médico, utilizaba morfina y heroína para los dolores, es un opiáceo y no tenía nada más. Empecé a pasar largos períodos en prisión y la piedra creció. Me producía cólicos, vivía 24 horas al día con dolor. Me daban morfina y había momentos en los que ya no me hacía nada. El dolor era inmenso y atacaba al sistema nervioso”, explica.

“Luego vinieron los problemas de hepatitis C”, continúa, “afectaron al hígado y se deterioró hasta que me encontré en fase tres. El Sovaldil, es una medicación carísima que realmente necesitaba, me separaba de vivir o morir. Año tras año iba a peor, llegué a pesar 37 kilos, hoy peso 65. Con 51 años, estoy mejor que cuando tenía 20, me he visto con 30 años doblado como si fuera un anciano”.

“Seguí protestando y cada vez que tenía pendiente una cirugía, me trasladaban misteriosamente por razones de seguridad”

La única vez que Pope fue operado estando preso, fue del apéndice, después de 48 horas de inmenso dolor. La siguiente operación fue estando en libertad, ocasionada por una enfermedad llamada Dupuytren, en la que se retraen los tendones.

“Le conté a los médicos de prisión la enfermedad que tenía y vieron que era necesario operar. En Herrera de la Mancha, insistí para que se me opere y jamás se aprobó. Esto empeoraba, yo soy artesano y necesito trabajar con las manos. Seguí protestando y cada vez que tenía pendiente una cirugía, me trasladaban misteriosamente por razones de seguridad”.

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Después de muchas denuncias, en 2014 en Sevilla, médicos del hospital Universitario Virgen del Rocío se interesan por su caso. La enfermedad había avanzado lo suficiente que cuando los médicos intervinieron ya sólo les quedó un recurso: amputar el dedo. Tal y como explica Pop, la amputación era para él un grave problema, pues es artesano.

En el patio trasero de su casa, territorio de su cerdo Lui, Pope tiene un pequeño horno para cocinar la cerámica que fabrica en el ático, conocimiento que tiene la oportunidad de compartir cuando imparte los ocasionales talleres a jóvenes.

“La única herramienta de defensa que te queda en la cárcel es la huelga de hambre”

Pope, que a sí mismo se considera un preso reivindicativo, exigió que se le atendiera, cuando las demandas no fueron efectivas, como muchos otros presos, vio necesario recurrir en varias ocasiones a las huelgas de hambre.

“La única herramienta de defensa que te queda en la cárcel es la huelga de hambre. Cada vez que hacía una huelga, repartía escritos a Derechos Humanos, a la Coordinación para la Prevención de la Tortura y al Comité Europeo para la Prevención de la Tortura o el Tratamiento Degradante. A través de las huelgas de hambre y las denuncias, conseguí sacar algunos casos a la luz y que se prestara un poquito de atención”.

Este método es utilizado a menudo en España por personas presas que defienden sus derechos. El pasado septiembre se inició una una huelga de hambre rotativa, donde los presos en diversas cárceles del país, se organizan en turnos de 10 días para exigir la excarcelación de personas con enfermedades graves.

Pope también se ocupa de los casos de algunos de sus compañeros. “Hago el seguimiento de algunos presos que son compañeros, o lo han llegado a ser a lo largo de los años. También voy con grupos de apoyo a las prisiones y doy conferencias para explicar las condiciones en las que están viviendo tanto enfermos como no enfermos”.

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Familiares y colectivos se dan cita en las cárceles donde se efectúa la huelga, para animar y mostrar su solidaridad con la persona dentro. Es el caso de Noelia Acedo, que a finales de septiembre, rodeada de su colectivo y familiares, gritaba con un megáfono fuera del penal de Picassent en Valencia.

De este mismo recinto salió su hermano Luis en 2014, dos meses y medio después, murió de cáncer de páncreas. En la prisión no fue tratado. “En dos meses perdió 30 kilos, tenía dolores que no podía andar. Seguía llevando una vida de preso, él se tenía que levantar por la mañana, bajar a desayunar y los compañeros le tenían que ayudar”, cuenta Noelia.

Tras su pérdida Noelia y su madre fundaron la asociación Familias Frente a la Crueldad Carcelaria’ a través de la cual hacen diversas acciones en apoyo a presos, y como Pope dan a conocer la situación en la que se encuentra la institución penitenciaria y acompañan a familias. “Para nosotros es fundamental el apoyo a las familias”, afirma Noelia, “tu ya has pasado por donde esa persona está pasando. No es lo mismo, si mi hermano hubiera muerto de una enfermedad, que murió de una enfermedad, pero cuando hay tanta violencia por medio, las familias se vuelven locas, se quedan destrozadas. Es una impotencia muy grande de no haber podido hacer nada.”

“Cuando hay tanta violencia por medio, las familias se vuelven locas, se quedan destrozadas”

Pope, como Noelia, aprovecha su experiencia para también visibilizar que a menudo la sanidad es utilizada por los funcionarios de prisiones como método de control.

“Cuando por mis dolencias yo tocaba el timbre o pegaba a la puerta para que viniera el carcelero y me llevara a la enfermería, este me amenazaba. El hecho de que tu los despiertes por la noche les pone de una mala hostia increíble. Los presos en lucha son mayoritariamente personas que llevan muchos años en prisión, casi todos están en aislamiento precisamente por rebeldes y por denunciar. En el momento que denuncias, te vas pa’ aislamiento directamente, como si fueses un preso peligroso”.

Sigue a Pau González en @pau.gonzalez.g