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Bryan Pérez, el surfista más exitoso de El Salvador

Bryan Pérez limpia su tabla después de su participación en un campeonato de surf en las costas de El Salvador. Foto: Carlos Barrera

La vida del surfista salvadoreño Bryan Pérez está marcada por la suerte: la buena de haber nacido en una costa con unas de las mejores olas del mundo, y la mala de que esa costa estuviera controlada por pandillas. Esa mezcla, asegura, trastocó su vida y le ha permitido ser quien es hoy: el surfista más exitoso de El Salvador, cuatro veces mundialista. “Lo único que me salvó de ser pandillero fueron mis papás y el surf. Pero a muchos de los mejores surfistas, incluso algunos mejores que yo, se los tragaron las pandillas”, dice.

Bryan Pérez es, para dimensionarlo, un Messi salvadoreño, pero en versión surf. A sus apenas 21 años de edad, y en un país donde el Surf es un deporte ignorado desde siempre hasta hace muy poco, Pérez ha logrado llevar la bandera salvadoreña a cuatro mundiales y ha visitado al menos 15 países de tres continentes en distintas competencias. Pero no todo el tiempo fue así.

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Pérez nació en el seno de una familia humilde en una comunidad pobre de la costa del Pacífico salvadoreño llamada “Punta Roca”, un lugar con unas de “las mejores olas del mundo”, según surfistas reconocidos internacionalmente como Gabriel Medina y Adriano de Sousa. Ahí, Pérez vivió su niñez horneando y vendiendo pan en los mercados y en las calles, junto a sus padres y sus tres hermanos. Luego, cuando ya era adolescente, empezó a cuidar y lavar los carros de los turistas que llegaban a surfear.

“Mi papá me enseñó a surfear a los 8 años. Él tenía una tabla vieja y ahí me enseñó la primera vez. Esa vez, de hecho, una ola casi me ahoga. Tuve miedo. Pero rápido se me pasó, y después yo sacaba la tabla de mi papá a escondidas y me iba a surfear en lugar de ir a la escuela. Siempre me regañaban porque se daban cuenta que me iba a las olas en lugar de hacer pan”, relata.

Bryan Pérez durante una competición en la playa Mizata, El Salvador. Foto: Carlos Barrera
Bryan Pérez durante una competición en la playa Mizata, El Salvador. Foto: Carlos Barrera

Un día, cuando Pérez tenía 9 años, un turista a quien le cuidaba su carro le regaló un pedazo de tabla de surf. “Reparar una tabla es muy caro, así que yo agarré ese pedazo de tabla y esa era mi tabla”, recuerda.

Para aquel entonces, 2008, las pandillas en El Salvador, principalmente la Mara Salvatrucha-13 y las dos facciones del Barrio 18 ya controlaban la mayor parte del territorio nacional. Incluyendo la comunidad donde creció Pérez. En 2015, el Gobierno salvadoreño calculó que había 60,000 pandilleros activos en el país donde el total de sus habitantes ronda los 6.7 millones. Es decir, el Gobierno calcula que casi el uno por ciento de la población son pandilleros activos, sin contar a sus colaboradores y miembros de menor rango.

“Ahí teníamos el camino de ser pandillero o ser surfistas. Todos mis amigos eligieron el camino de ser pandilleros. Fuimos pocos los que nos quedamos. A algunos los mataron, otros andan huyendo. Una vez vi a uno de ellos que de pequeño fue mi amigo. Ya se había vuelto pandillero”, cuenta Pérez.

“Yo tenía un amigo que siempre me ganaba cuando competíamos en las olas. Tenía mi misma edad. Siempre íbamos a la final juntos. Siempre me ganaba. Todos los surfistas viejos decían que él iba a ser muy bueno. Luego se metió en las pandillas y terminó huyendo del país. La mamá se lo llevó porque se lo querían quebrar (matarlo) aquí. Miguelito se llamaba. De hecho, nos parecíamos, éramos sequitos (delgados) los dos”, recuerda Pérez.

A sus 14 años, Pérez empezó a competir en serio y el surf dejó de ser para él un entretenimiento y pasó a convertirse en su pasión. “A esa edad competí en la categoría de menores. Empecé a entrenar con mi mánager, Marcelo, y quedé campeón. De ahí dije yo: esto es lo mío”.

Entre sus entrenamientos y campeonatos, Pérez seguía viviendo en la pobreza y vendiendo pan. “Yo recuerdo que cuando iba a competir, mi mamá me ponía una especie de lonchera: pan dulce o panes con frijoles de los que ella misma hacía para comer porque no teníamos dinero”, recuerda.

Bryan Pérez, derecha, se retira de la competición luego de terminar con su ronda en la playa Mizata en La Liberta, El Salvador. Foto: Carlos Barrera
Bryan Pérez, derecha, se retira de la competición luego de terminar con su ronda en la playa Mizata en La Liberta, El Salvador. Foto: Carlos Barrera

A esa corta edad empezó a triunfar y a competir en otros países del mundo, algo que nunca había imaginado. “El surf te lleva a lugares locos… ¡a Japón! ¡Al otro lado del mundo! También he ido a Indonesia. Si alguien me hubiera dicho, cuando yo estaba pequeño, que el surf me iba a llevar al otro lado del mundo le hubiera dicho que estaba loco”, dice Pérez, sonriendo.

Pero la mala suerte seguía ahí. En 2014, cuando Pérez tenía 15 años, dos grupos de pandilleros se enfrentaron a tiros en las cercanías de su casa y una bala perdida atravesó el techo impactando directamente a su hermana menor y matándola en el instante. “Ella era una bebé. Apenas iba a cumplir dos años. El ataque no era para nosotros, pero… la mató. Yo siempre pienso en ella. Esa es una parte dura de mi vida. Creo que la más dura que he vivido”, cuenta Pérez.

“Ese año yo estaba cerca de quedar campeón del circuito del año y pasó eso. Después ya no quería competir, ya no quería hacer nada. Dejé de surfear dos semanas. Pero luego me motivé y competí duro hasta llegar a la final de ese evento. Y llegué a la final y gané. Por eso mi nombre en todas mis redes sociales es 14. BryanPerez14. Porque es un año que me marcó”, recuerda.

Después de aquel año fatídico, Pérez se mudó a vivir lejos de su comunidad junto a su mánager, Marcelo Castellanos, quien para entonces había fundado la primera academia de surf del país y la única hasta hoy. El entrenamiento diario y su talento lo llevaron a Japón, Indonesia, Chile, Perú, Costa Rica, Panamá, Nicaragua, Guatemala, Argentina, Estados Unidos, España, Brasil, Marruecos, Portugal, por mencionar algunos países que ha visitado en competencias.

“Yo he surfeado en muchas olas grandes, he montado las olas más grandes del mundo. Aquí hay olas grandísimas, como de 25 pies (7 metros). Pero las más grandes que he agarrado son en Puerto Escondido, en México, y en Hawaii. Cuando una ola grande te hunde tenés que tranquilizarte. Porque si te desesperás gastás energía y oxígeno… e imagínate si viene otra ola… te ahogás. Yo por eso cuando una ola me hunde dejo que me haga un masaje y ella sola me saque para arriba. Si comenzás a pelear con el mar perdés. Al mar se le domina sin pelear con él”, dice Pérez.

Ahora, Pérez está convencido de que el surf cambió su vida, lo alejó de la violencia. Por eso también se ha convertido en instructor. Enseña a niños de su comunidad a surfear para alejarlos de la violencia de pandillas. “El surf y cualquier deporte, pero más el surf, te aparta de eso. Porque el surf no solo es un deporte, es un estilo de vida que tiene muchas oportunidades de crecer. Te enseña a ser mejor persona y a ser muy agradecido”, dice Pérez.

Salvador Castellanos, surfista y emprendedor social que lidera una organización que ayuda a jóvenes y adolescentes pobres en riesgo de caer en pandillas en las costas salvadoreñas bajo el programa “Compartiendo Olas,” dijo que Pérez es un ícono para los jóvenes y adolescentes locales.

“Él cuando era niño vivía en una casa de láminas en una comunidad marginal, a la orilla de un río. Pero a diferencia de muchos de sus amigos que se volvieron pandilleros, de los cuales muchos ahora están muertos o adictos a la piedra, Bryan quiso algo diferente para su vida. Y ahora es, sin duda, el mejor surfista de El Salvador.”