1985
Estoy en algún lugar del Bosque Nacional Ángeles, en California, y alguien dejó abierta la puerta de la locura. Un jolgorio de tres días para religiones alternativas: brujas, hechiceros, satanistas, fantasmas, duendes, yonquis sicodélicos, elfos y chicos que buscan algo más allá de la santa trinidad. Vine con mi amigo Stephen, que está haciendo entrevistas. Yo tomo fotos. Me acabo de echar un poco de mezcalina que le compré a un tipo con tambores y rastas güeras.
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Caminando por ahí mientras tomaba fotos, me encontré a un tipo desnudo que no tenía piernas y que usaba sus brazos para caminar. Su grande y polvoso pene, y también su escroto, se arrastraban por el piso como una bolsa de arena dejando su rastro en la tierra. No le tomo foto, y me arrepiento toda mi vida. Estamos a 32 grados celsius y la gente corre por ahí desnuda. Al final de un camino hay comerciantes vendiendo pociones mágicas, loción, aromas y manualidades. Me llama la atención una peliroja con ojos azules que vende joyería. No hay viento pero su pelo se ve como si estuviera recibiendo ondas de calor en la cara. Empiezo a sentir la mezcalina y mis dedos están en llamas. Me sonríe y luego mueve la boca como si fuera un tigre rugiendo. Sus dientes caninos fueron remplazados permanentemente por unos colmillos de acrílico. “No es algo de Halloween”, me explica. “Tenemos muchos seguidores, y nos tomamos muy en serio nuestras creencias. Bebemos sangre humana”.
Nunca he tenido sexo con un vampiro, así que le digo que creo que es sexy, y contesta que nunca ha tenido sexo con un tipo bronceado. Me dice que es de San Francisco y me da su número, pero me advierte que tal vez no conteste el teléfono.
Me voy con Stephen, que necesita mi ayuda para fotografiar una ceremonia que involucra una chica sin playera con un hacha y un sacrificio humano falso.
Cuando le cuento a Stephen de mi novia vampiro, me recuerda que es 1985, vive en San Francisco, toma sangre y que probablemente debería pensarlo un poco más. La mezcalina corre por mi sangre y se siente como si mi estómago fuera un escusado. Siento la necesidad de ir brincando y vomitando por las flores mientras quito de mi camino cualquier cosa que tenga que ver con el sentido común. Para donde mire, hay gente desnuda.
Después de la ceremonia, voy al coche de Stephen, que es donde voy a dormir hoy. Me quito toda la ropa, menos mi reloj, mis zapatos y la cámara. Me gusta estar desnudo y drogado en el bosque. He estado haciendo ejercicio y me veo mejor que nunca, así que me voy a pasear mi pene por ahí.
En el momento más activo de la noche, una ardiente Wiccan amazona, en una tanga color carne, se hace una con el cosmos, sentada con las piernas cruzadas y abriendo una naranja con las manos. Pongo duros los músculos y aprieto las nalgas antes de preguntarle: “¿Cómo estás, te puedo tomar una foto? Tengo que tomar fotos de la gente en este lugar, aunque me atraen principalmente las mujeres guapas. ¿Cómo te llamas? Yo soy Scot”.
Tiene dientes blancos y piel color caramelo. Está en sus veintes y tiene el cuerpo de una diosa del surf. “Me llamo Sappho”, me dice. “Puedes tomarme unas fotos. ¿Tengo que mirar a la cámara?”.
“Mejor vamos al tipi. El sol se ve mal aquí y la luz de adentro debería funcionar mejor”.
“Creí que solo querías tomar una foto. No vamos a hacer un catálogo”.
“Podríamos, sabes”.
“No, no podríamos. Vamos a hacer esto de una vez”.
Se mete a la carpa y yo la sigo. Me dice que no quiere nada personal. No confía en mí y no quiere que me acerque mucho. Le digo que está bien y me quedo ahí, frente a ella y con el sol a mis espaldas. Posa de lado como Cleopatra. Me excito y empiezo con mi guión automatizado, diciendo, “Muy bien”, y “Perfecto”, “Sigue así”, “Mírame”, “Lámete los labios”. Se detiene, se sienta y se cubre con sus manos. “Eres un cerdo”, me dice. “No más fotos”.
No la culpo. Tengo una erección apuntando en la misma dirección que mi cámara, no tengo pantalones y ella no es mi novia, mi esposa, mi modelo o una prostituta. Intento ponerme flácido, y le digo, “Ehm, está bien, perdón. No quise parecer lujurioso. Gracias por las fotos; si me das tu dirección te puedo mandar una copia cuando las imprima”.
“Gracias, pero no”.
La mezcalina está en su máximo esplendor, y el tipi respira a bocanadas. Se me nubla un poco la vista. Me salgo a un lugar abierto y a unos pasos me encuentro al tipo sin piernas, que ya no está desnudo. Está sentado mirándome. Todavía la tengo parada. Un grupo ceremonial se reúne cerca de mí e incluye a un buen número de mujeres extra grandes. Nadie está desnudo, excepto yo. Ahora me encuentro en mi pesadilla de estar desnudo y tieso como árbol en un bosque lleno de mujeres que no están ahí exactamente para alabar a los hombres. Mi cerebro de frito me dice que nunca estuvieron desnudas y que lo imaginé todo. Ahora tengo prisa por irme a la chingada de ahí, y comienzo a caminar hacia el coche.
Antes de llegar me encuentro con una mujer vestida toda de negro, como si fuera un ataúd con pies. Me asusta un poco, pero le tomo una foto y salgo trotando hacia el coche. Cuando llego, enciendo un cigarro y reviso mi cámara. Solo me queda una exposición, así que le tomo una foto a mi pito, guardo el rollo y le pongo uno nuevo.
Lee más de Scot en nuestra columna Historias Nocturnas.