Empecé a trabajar a los 16 años de camarero y como programador y eso fue lo que me permitió poder independizarme con tan solo 18 años. Dos años después dejé los dos curros por otro que implicase menos tiempo de transporte. Al dejarlos me dieron un finiquito de 3.000 euros. Aquel dinero fue mi perdición. Me lo gasté todo en drogas.
Supongo que por mi inconsciencia de niño, probé las anfetaminas. Al principio empecé drogándome de fiesta, pero al final hasta las desayunaba. Compraba un sábado 3 o 4 gramos de metanfetamina y me la tomaba solo en casa a cualquier hora. Me duraba más o menos hasta el martes o miércoles, y el viernes, volvía a empezar de nuevo. En toda la semana dormía apenas dos horas. Mi familia no sabía nada.
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Con 18 años el cuerpo tiene un límite muy fuerte, pero tiene un límite. Por culpa de la droga empezó mi esquizofrenia. Los médicos dicen que quizás, si no me hubiese drogado, la enfermedad hubiese quedado allí, enterrado como una semilla, y puede que incluso quizás nunca la hubiese desarrollado. Ahora nunca lo sabré.
El que me pasaba la droga era el novio de una amiga. Ella se quedó en silla de ruedas durante un tiempo porque la droga le afectó al sistema nervioso y se le pararon las piernas. Si hubiese sido algo mayor, por ejemplo un tío de 40 años, seguro que me hubiese vengado. Pero era un chaval como yo, un niño también inconsciente.
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La droga me jodió la vida. Me iba a Pont Aeri yo solo a por mi dosis. Ya no importaba el hecho de salir con alguien o no. En esos dos meses perdí a mi pareja y el nuevo trabajo. Ya me hice la peli que todo se iba a la mierda. Me veía solo, pero no lo estaba, tenía a toda la familia detrás, lo que yo por aquel entonces no lo sabía. El resultado de toda la droga fue un trastorno mental en el que quitarme la vida era la solución a todo lo que la estaba liando.
Mi cerebro se deterioró de tal manera que acabé defenestrándome, literalmente. Me tiré por una ventana de un tercer piso. Me desperté en un hospital diagnosticado ya con “esquizo”. Cuando vi que en la habitación había como treinta personas, supe que lo de la soledad me lo había montado yo solito.
Decía cosas sin sentido. Recuerdo que les decía a los médicos: “volvedme a poner las piernas”. Tenía alucinaciones. En la “esquizo” hay más parte de imaginación que de realidad. Pensaba que estaba en una guerra permanente. La vivía en primera persona, pero no era el protagonista, el protagonismo lo tenía la guerra. Hay una línea roja entre controlar las circunstancias o que te controlen ellas a ti, y ahí está la diferencia entre cordura y locura. Los miedos empezaron a hacer trampas.
“En la esquizo hay más parte de imaginación que de realidad. Pensaba que estaba en una guerra permanente. La vivía en primera persona, pero no era el protagonista, el protagonismo lo tenía la guerra”
Estuve tres meses ingresado. Me había roto las piernas y dos vértebras de la columna. Cuando salí de allí tenía que arrastrarme para todo. Necesitaba ayuda incluso para beber un vaso de agua. Solo tenía 19 años y no me podía ni mover. Fue horrible. La “esquizo” es horrible. Tienes a todos los demonios en tu cabeza. Era todo sugestivo. Yo veía la realidad, pero mi tema era que estaba en guerra las 24 hora. En mi mente, a pesar de vivir en el presente, estaba a la vez en el final de la II Guerra Mundial, un periodo en el que coincidían el contraataque ruso y el bombardeo americano, yo era un civil que tenía que huir.
Estuve un año entero en silla de ruedas y tomando muchas pastillas. Recuerdo un día, que mi hermano estaba durmiendo, y yo quería salir sin molestarle. Pillé el ascensor y bajé hasta la puerta de entrada, pero justo al bajar el escalón del portal puse mal la rueda y me caí al suelo. Mi hermano vino rápidamente a buscarme.
En el plano más lógico de la enfermedad yo me sentía solo. Si hubiese pedido ayuda a tiempo quizás no me habría pasado esto. Tengo colegas, por suerte, que han estado allí siempre y que me venían a buscar a casa, porque yo no me podía mover, aunque fuera para darme una vuelta en coche por el barrio. Les debo todo. Los que no han estado son los de fiesta. Los amigos de la fiesta se quedaron en la fiesta.
El segundo ingreso en un psiquiátrico fue a los 22 años, un año después de salir de la silla. Volví a consumir, pero esta vez solo porros. Al medio año volví estar igual, delirando de nuevo. Este segundo ingreso fue en parte voluntario pero una vez en el hospital se convirtió en involuntario. Me puse a chillarle a los Mossos d’Esquadra por alguna de las guerras del momento, la de Irak. Ya lo había hecho más veces y ya me conocían. Para mí era presionar a los cuerpos de justicia en salvarme de lo que era un delirio. Llamaron a la ambulancia y me llevaron a Granollers.
Os tenéis que imaginar unas salas individuales de aislamiento. Allí me empecé a asfixiar y me dio mucha claustrofobia. Hice un arrepentimiento, no quería estar allí. Empecé a insultarlos y me ataron. No culpo ni al médico ni a nadie, la culpa la tiene el sistema económico. Si hubiese más personal no nos tendrían atados, pero si hay uno chillando te atan para que no alteres al resto, que son 30 .
Después de ser atado de aquella forma siempre me he sentido solo. En aislamiento no te puede ver nadie y hasta que un juez no lo apruebe no te dejan ir. Durante tres días estuve sin poder moverme ni ver a nadie. Venían solo para darme algo de comida. Eso me rompió por dentro. Es algo que se te graba. Que no pueda venir nadie y decirte “oye, ¿estás bien?”, me hace sentir solo incluso ahora aunque esté con 3000 personas.
“Ahora no tomo ni un cubata. Me desintegro”
Hay un Juan antes y un Juan después de ser atado. Cuando estuve 72 horas sin que apareciera nadie perdí la esperanza en todo. Aquella experiencia me marcó mucho. Aquel ingreso duró casi dos meses. Los ingresos posteriores han sido voluntarios. Sé que tengo un problema, que pongo en riesgo mi vida y la de los demás y por eso es necesario que se me estabilice.
Las drogas son fatales, por algo están prohibidas. Ahora no tomo ni un cubata. Me desintegro. Náuseas, vómitos… Lo paso fatal. No es que se me vaya de manera alocada, pero sí enfermiza. Igual me despeloto en medio de la calle porque quizás en mi cerebro estoy en la playa y busco el mar para tirarme de cabeza. Es una alucinación.
Tengo la gran suerte que en este pueblo me han acogido mucho, me han visto hasta incluso despelotado y han avisado a mi familia y a los míos. Se lo han currado. Ahora vivo curatelado, es decir tutelado por psicólogos y son ellos los que controlan mi dinero, porque sino me lo gasto en cualquier cosa. Cobraba el día 25 y el 26 ya lo había quemado todo. Era una falsa filosofía de vivir a tope. La teoría la tengo, la clave es ahorrar porque así el dinero te salva el pellejo el día de mañana, poco a poco vamos trabajando este tema.
Hace muchos años le dije a una enfermera: es absurdo morir sano. Ella me contestó que lo absurdo era no vivir sano. Aquello me quedó grabado. Las drogas me jodieron a mí y a mi familia. He conseguido con la droga que se tenga que drogar mi abuela para poder soportarlo. Todo lo que me ha pasado dejó a los míos en shock.
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