Artículo publicado por VICE México.
La Frikiplaza del Centro de la CDMX es un templo del anime, los videojuegos, cómics y todo lo coleccionable al respecto. No obstante, su sección de comida en el segundo —de los cuatro pisos que conforman el edificio— es un mundo insondable de comida oriental, donde desde hace tres años reina una opción no oriental: la pizza-hamburguesa.
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Es común ver que jugadores profesionales de cartas de Yu-Gi-Oh, maestros Pokémon en ciernes, o chicas vestidas de Sailor Moon frecuenten la infinidad de puestos donde venden ramen, sushi, rollitos primavera, yakimeshis, udones, bebidas con Calpis, bubble teas humeantes y de color neón.
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Pero las pizzas Colchon’s son la atracción principal. La razón está a la vista de todos, a pesar de que el sitio no tiene más que seis metros cuadrados de superficie. En el mostrador, tras el que siempre hay filas de gente esperando turno, están exhibidas en charolas metálicas todas sus creaciones. Son monstruosas, pero se venden como pan caliente. Parecen porciones estrafalarias de lasaña, pero están lejos de serlo.
Se trata de pizzas de varios niveles, rellenas de carne para hamburguesa. Todas llevan por nombre un tamaño de colchón: hay individuales, de un piso; matrimoniales, de dos; king size, de tres, y hasta una opción ocasional de cuatro, que no tiene nombre, ni perdón.
También hay opción de elegir pizza normal, sin relleno. Pero para comer eso no hace falta internarse en la penumbra —sin aire acondicionado— de la concurrida Frikiplaza. Eso se encuentra en cualquier otra parte.
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Luis de la Fuente es el creador de la idea que hace babear a toda la comunidad otaku, con rebanadas que van entre los 250 gramos y un kilo de peso. ¿La razón? El hambre, que todo lo puede.
“Mi hijo siempre fue de buen diente y era amante de este tipo de comida desde que era niño. Luego, un amigo suyo le enseñó a hacer pizza y él no dudó en meterle carne entre varias capas. Todo surgió porque un día se le antojó y simplemente supo que lograría hacer de su receta un éxito”, dice Patricia, su madre, quien atiende en el lugar de lunes a domingo, con otras cuatro personas.
La anatomía de esta indecencia de varias capas es sencilla y abarcadora. Primero va el basamento de masa para pizza. Luego la salsa a la boloñesa. Una capa de carne. Queso Oaxaca, mozzarella, parmesano y manchego. Unos trozos de piña en almíbar, cuando así lo amerita. Luego va al horno.
Y así se repite la fórmula verticalmente, hasta que el cocinero en turno considere que ya fue suficiente, y que es momento de terminarla con una superficie de peperoni, hawaiana o barbecue.
“Lograr una de cuatro pisos, por ejemplo, implica una espera de cerca de 20 minutos, en lo que se termina de cocer todo. Pero la gente es paciente. Aunque cuando ya la tienen en sus manos a veces no pueden ni abrir la boca lo suficiente como para morderla, siempre les gana el morbo y lo intentan”, asegura Patricia.
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Eso se nota en la velocidad con que se acaban pizzas. Una no dura íntegra ni 10 minutos. En un día de venta normal preparan unas 15 de distintos tamaños, y en fines de semana el número puede llegar hasta 40. Los sábados, cuentan los cocineros, llegan familias exclusivamente a comprar las charolas enteras para llevárselas a casa, o a fiestas.
Los puristas de la gastronomía italiana estarían soltando improperios y los catadores profesionales de hamburguesas, incendiando banderas. Pero a ¿quién le importa? En la guerra, en el amor, en la gastronomía y en la Frikiplaza, todo se vale.