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Este artículo fue publicado originalmente en Motherboard.
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Este marzo me sumé a la expedición a la Antártida 2041. Se trataba de una misión liderada por el explorador polar Robert Swan con la intención de aprender sobre el cambio climático y de contemplar el continente de primera mano. La Antártida está actualmente protegida por un protocolo medioambiental que expira en 2041, una fecha en la que se podría abrir la veda de la explotación del continente más deshabitado del planeta.
Viajamos a bordo del Ocean Endeavour y zarpamos desde Ushuaia, en Tierra del Fuego, el puerto más meridional de Argentina. La tripulación estaba integrada por 140 personas de 30 países distintos. Habida cuenta de lo costoso que es sufragarse el pasaje (solo el viaje cuesta 15.000 dólares), muchos de quienes viajaban habían logrado reunir el dinero a través de campañas de crowdfunding o de patrocinio empresarial.
Tanto yo como otras tres mujeres conseguimos que nos patrocinara una empresa estadounidense llamada Calvert Investments. Swan quería embarcar a más mujeres en la expedición, especialmente a mujeres procedentes de Oriente Medio y del sudeste asiático, puesto que considera que es importante que gente de aquel lado del planeta conozca lo que es el cambio climático de primera mano.
En imágenes: la base aérea abandonada que está contaminando Groenlandia. Ver aquí.
Yo nací en Irán y he vivido en tres continentes y en cinco países distintos: Irán, los Emiratos Árabes Unidos, Inglaterra, Canadá, Afganistán y ahora en Turquía, donde estoy asentada en Estambul. El medioambiente nunca fue parte de mi educación. No hasta que empezó a afectar personalmente a la vida de la gente que me rodeaba. Por ejemplo, cuando la gente vive bajo restricciones constantes de agua, o cuando contraen enfermedades estomacales porque el agua que beben no es potable, supongo que es entonces cuando te empiezas a preguntar el porqué y si existe algo que se pueda hacer al respecto.
Incluso entonces, cuando veía las consecuencias del cambio climático a mi alrededor, siempre había creído que era responsabilidad de otras personas hacerse cargo de la situación.
A día de hoy trabajo como fotógrafa y como realizadora de vídeos freelance, una profesión que me ha permitido apreciar las pequeñas bellezas que todavía nos quedan en el planeta. Esta ha sido la primera vez en que me he enfrentado de verdad al cambio climático. Cuando tuve la Antártida desplegada ante mis ojos, tuve claro que el camino hacia un planeta más “limpio” es más duro de lo que me imaginaba. El calentamiento global ya está teniendo unos efectos devastadores. La responsabilidad de combatirlo es de todos.
Todas las imágenes por Gelareh Kiazand.
En la Bahía de las Ballenas nos encontramos con una estación de avistamiento de ballenas abandonada, levantada en isla Decepción, en la península antártica. La isla tiene un volcán activo. La última vez que entró en erupción fue en 1970. A principios del siglo XX los cazadores de ballenas convirtieron este lugar en su centro de operaciones. Ahora las focas han reconquistado la tierra que les fue arrebatada. Viven entre los escombros de aquel imperio, y una solo puede imaginarse las carnicerías que se habrían vivido aquí en el pasado. Isla Decepción fue la primera parada en nuestra periplo rumbo a la Antártida en marzo de 2016.
La vista desde mi habitación en el Ocean Endeavour. Las plataformas de hielo que se ven en la distancia se escindieron en 2002 de la barrera de hielo Larsen, que está cada vez más debilitada por los efectos del calentamiento global.
Se cree que Adela Wahdat, vestida con la chaqueta azul, es una de las primeras mujeres de Afganistán en pisar la Antártida. Junto a ella está el líder de la expedición, Robert Swan, quien, a su vez, está siendo entrevistado por un miembro del equipo del cineasta estadounidense Mark Lesher. Wahdat es joyera. Trabaja para la joyería afgana Aayenda. (En 2012, cuando viví en Kabul, tuve la oportunidad de filmar a muchas de sus artesanas). Adela dice que su próxima colección estará basada en lo que ha descubierto en la Antártida.
Un trayecto vespertino en lancha por un cementerio de icebergs. Navegamos y rodeamos grandes esculturas de hielo formadas por la naturaleza. El hielo emite destellos azules y púrpuras. Sus colores parecen variar según la intensidad del brillo del sol sobre su superficie. El mar estaba tan quieto, que se podía escuchar vívidamente el sonido del agua descendiendo por los flancos del hielo.
Un acantilado al oeste de isla Decepción. Para mí, tal fue la primera perspectiva que me confirió, de repente, un sentimiento de familiaridad en la Antártida. Fue el único lugar donde estuve en que no había nieve. Allí el azul del mar se tornaba en un verde Egeo, y formaba olas blancas sobre la orilla rocosa. Me recordó a los mares de Turquía en invierno, una vista desde la que disfruté tanto desde Estambul como desde Irán.
Un pingüino corre para sumarse a su grupo y para buscar un refugio donde protegerse de los fuertes vientos y de la nieve. En la Antártida el tiempo puede cambiar en cuestión de minutos. Entonces un plácido día de sol se puede transformar en una oscura tormenta, con vientos de más de 50 nudos. El cambio climático ha tenido un impacto devastador en la población de pingüinos. El pingüino emperador, sin ir más lejos, se encuentra hoy en peligro de extinción debido al brusco cambio meteorológico y a la imparable escasez de camarón antártico (el alimento principal de su dieta).
Último día de nuestra expedición. Contemplamos las desastrosas consecuencias del desprendimiento de un glaciar en el puerto de Neko. Se podía escuchar el sonido del hielo resquebrajándose desde 10 minutos antes de que se desprendiera, lo que causó una violento oleaje. Hacía un día soleado, con leves ráfagas de viento, solo 20 minutos antes de que tomara la fotografía.
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