Dan Saunders, de 29 años, estaba tomando algo en Wangaratta, su ciudad natal, a tres horas al norte de Melbourne, cuando dio con un fallo informático que, en muy poco tiempo, le permitió hacerse rico. Había salido del bar para sacar dinero y descubrió que el cajero le permitía sacar mucho más de lo que tenía en la cuenta. Después de un poco de ensayo y error, Dan se dio cuenta de que había encontrado un error informático y lo explotó.
En un periodo de desfase que duró unos cinco meses, Dan se pulió unos 930 000 euros del banco. Montó fiestas superlujosas, alquiló aviones privados y pagó las tasas universitarias de sus amigos, hasta que ⎯como era de esperar⎯ lo pilló la policía.
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Hablamos con Dan para que nos contara cómo fue eso de convertirse en millonario de chiripa y qué tal lleva lo de volver a ser camarero y cobrar 12 euros la hora.
VICE: Hola, Dan. Háblame de cómo empezó todo. ¿Qué te hizo sospechar de que pasaba algo?
Dan Saunders: Pues fue una noche en la que había salido. Quería sacar el saldo de mi cuenta y no paraba de salirme el mensaje “saldo no disponible en este momento”. Ingresé 200 dólares (australianos) de mi cuenta de crédito a la de ahorros y el cajero me decía “Transacción cancelada” y me devolvía la tarjeta. Como me parecía muy raro, intenté sacar 200 dólares de la cuenta de ahorros para ver qué pasaba. Me dio el dinero, volví al bar y seguí bebiendo.
Cuando salí del bar, de camino a casa, pasé por delante del mismo cajero. Le había estado dando vueltas al asunto y decidí probar de nuevo. Hice otra transferencia de 200 y saqué el dinero. Luego 500, y después 600, por curiosidad. Entre que iba medio contentillo y estaba aburrido, seguí intentándolo. Era como un truco de magia.
Entonces, ¿qué pasaba?
Supongo que a la mañana siguiente todo me debió de parecer un sueño, pero no, el dinero estaba ahí, en la cartera. Llamé para que me dieran el saldo de la cuenta de ahorros, que en ese momento tenía una deuda de 2000 dólares. Supuse que había cierto desfase de tiempo entre las extracciones que hacía en el cajero y el saldo de mi cuenta, lo que significaba que la cantidad que gastara podría cubrirla haciendo una transferencia cada noche entre la cuenta de crédito y la de ahorros. Podía “crear” el dinero haciendo una transferencia entre la una y las tres de la madrugada, que era cuando me percaté de que los cajeros no estaban conectados a la red.
Entonces, ¿siempre tenías que ir un día por delante?
Eso es. El primer día me gasté 2000 dólares, pero al segundo hice un traspaso de 4000, para asegurarme de que el saldo no salía negativo. La transferencia se hacía efectiva por la noche y se revocaba un día después. Pero si ibas por delante de esa revocación haciendo otra transferencia, podías hacer creer al sistema que tenías millones. Luego fui al banco y me dijeron que mi saldo era de un millón de dólares. Los números subían y bajaban en la pantalla como un yoyó.
¿Qué fue lo primero en lo que te gastaste dinero?
Primero le di a mi mujer unos 1000 dólares para nuestra cuenta común e invité a varias rondas. Era muy adictivo saber que con solo pulsar una tecla podías hacer que tu saldo aumentara millones; me sentía como un cavernícola que acababa de descubrir el fuego.
¿Y eso de pegarse fiestas a lo grande es tan guay como la gente cree?
Sí. Si tienes imaginación y dinero, puedes ayudar a la gente a cumplir sus sueños más locos. Es muy adictivo, sobre todo cuando el dinero sale de la nada.
Cuando saben que tienes dinero, te tratan de forma distinta. Si un tío se entera de que tienes mucha pasta, te vendrá a venderte alguna idea para ganar más. Y atraes a más gente del sexo opuesto. Por ejemplo, recuerdo que fui al banco a sacar y que, cuando la chica que me atendía vio mi saldo, cambió de actitud. De repente miraba con admiración a ese tío que tenía millones en la cuenta. Así viven los ricos. La gente cambia su manera de pensar y su actitud hacia ti.
¿Y tus amigos? ¿Qué pensaban de todo esto?
Algunos me decían que no debería hacerlo y que no querían tener nada que ver, pero la mayoría no dijo nada. Muchos pensaban, “Ah, eres de esos a los que les gusta ir en la cresta de la ola. Ya veo lo que haces y me voy a subir un rato contigo”. Otros no paraban de sugerirme cosas que podía hacer.
¿Se lo contaste a tu familia?
No. Me habrían echado bronca. Le conté a un montón de gente que trabajaba en inversiones o en el mercado inmobiliario. Habré contado infinidad de versiones porque conocí a tantas personas que ya ni me acuerdo. Pero bueno, a nadie le importaba demasiado. Sabían que tenía dinero y les daba igual de dónde salía.
Es increíble que los del banco tardaran cuatro meses y medio en darse cuenta. ¿No te preocupaba que te pillaran?
Sí. Incluso soñaba con eso. Una noche tuve una pesadilla en la que un equipo de los SWAT me estaba esperando frente al hotel en el que me alojaba. Recuerdo que me desperté empapado de sudor y en ese momento sonó el timbre de la puerta. Ya está. Se acabó. Vienen por mí, pensé ⎯lo cual habría sido un alivio, la verdad⎯, pero resultó ser la camarera de habitaciones, que quería saber si necesitaba toallas limpias.
Cuando llevas la mayor parte de tu vida haciendo las cosas “bien” y de repente empiezas a hacerlas “mal”, te acojonas. Empecé a sufrir ataques de pánico. Cada vez que sonaba el teléfono, lo cogía yo. Creo que una pequeña parte de mí quería que aquello se acabara, pero ya había superado el punto de no retorno. Mi vida había dado un cambio radical. En el banco me preguntaban si había estado en tal sitio o tal otro. Yo les decía que sí y me aseguraban que no había de qué preocuparse, que solo estaban comprobando que era yo. Era muy raro, todo.
¿Por qué decidiste entregarte?
Al poco tiempo empecé a preguntarme: ¿Quién eres? Llevas un tiempo arriesgando, pero ¿quién eres, en realidad? ¿A quién representas? ¿Eres Dan, de Australia, o como ese tío de las películas que un día desaparece con los millones? No quería desaparecer y que mi familia no supiera nada más de mí.
Nunca llamé a la policía. Simplemente, dejé de hacer las transferencias y en junio y julio de 2011 contacté con el banco. “Ahora está en manos de la policía y nosotros no podemos hablar con usted. La policía le llamará, pero se ha metido en un lío muy gordo”, me dijeron. Y eso fue todo. Todo lo que pensaba decir era que tenía 80 000 dólares en una bolsa de lavandería del Hilton y que podían venir a cogerla. Estuve dos años sin saber nada de ellos. Yo no podía seguir con mi vida porque siempre tenía el tema presente, de alguna forma. Es que, a ver, ¿quién roba dinero así y luego no hace nada?
Entonces, ¿cómo entró en escena la policía?
Yo estaba yendo al psiquiatra porque no podía más con el sentimiento de culpabilidad y la ansiedad. Sentía la necesidad de hablar de ello con alguien. El primer psiquiatra al que fui me dijo, “No estoy cualificado para hacer esto”, y yo le dije, “A ver, colega, eres psiquiatra, claro que estás cualificado”. Pero luego encontré a otro que era un poco más razonable. No me dijo lo que tenía que hacer ni nada de eso, pero me hizo ver que era importante que me entregara, para poder limpiar mi conciencia y pasar página.
Así que, en un esfuerzo por resolver las cosas, fui al Herald Sun y a otros medios de comunicación. Incluso me hicieron una entrevista en vídeo. Al final, hicieron falta tres artículos en prensa y una aparición en la televisión nacional para que me tomaran en serio.
¿Cuál era tu plan de escape, si descartabas la opción de entregarte?
Me habría mudado a España, quizá a Mallorca. Imagino que habría puesto el dinero no en bancos, sino en casinos, porque muchos casinos no te hacen preguntas si depositas dinero.
¿En algún momento pensabas que estabas robándole a alguien al hacer esto?
Es que creo que el dinero realmente no existía hasta que compraba algo con él o lo traspasaba a otro sitio. Hasta ese momento, no eran más que cifras en una pantalla. Sabía que nadie lo echaba de menos, lo que me llevaba a pensar que no existía. Por tanto, según mi razonamiento, no estaba robándole a nadie.
¿Cómo fue el juicio?
Pensé que me iban a machacar, pero fue muy raro porque nadie entendía muy bien lo que había hecho, ni el juez, ni el fiscal. Vi muchas caras con los ojos en blanco; los del banco aportaron muy pocas pruebas, con lo cual fue más bien como una regañina. Me declararon culpable, cumplí un año de prisión y luego me dejaron en libertad bajo 18 meses de servicios comunitarios.
¿Qué se siente al volver a trabajar en el bar, cobrando 12 euros la hora, después de haber sido millonario?
He aprendido que, ante la tentación, es fácil olvidarte de tus principios, pero poco a poco estoy volviendo a la normalidad. Me siento como Macaulay Culkin en Solo en casa 2. Sí que hubo un periodo de resaca en el que me arrepentí un poco de no haberme ido a España.
Este artículo se publicó originalmente en VICE Australia.