La frontera entre Tijuana, México y San Diego, California, es la más grande y transitada en el mundo. La misma región tiene una población combinada de cinco millones de habitantes, es la frontera más poblada del mundo, y Tijuana es distinguida por ser la ciudad con más ciudadanos americanos, más de cien mil, viviendo fuera de Estados Unidos.
La mayoría de estos habitantes son mexicano-americanos con nexos en Tijuana. Por lo general viven en la ciudad y trabajan en Estados Unidos, cruzan entre países todos los días, y como hay mucho tráfico vehicular, miles cruzan a pie y usan el servicio metropolitano de transporte (MTS) para moverse en San Diego. La línea azul del tren color rojo, como la sangre, te lleva del centro de la ciudad hasta la frontera internacional de San Ysidro, a unos cien metros, y es la línea más usada de la zona, llena de trabajadores mexicano-americanos que regresan a sus casas en México.
Videos by VICE
En este tipo de circunstancias geográficas y culturales, las palabras, los significados y las intenciones se mezclan inevitablemente. Y un chingo de cosas piratas suceden, la clase de mierda que se obtiene cuando las culturas chocan. Aunque las tranzas, la corrupción, y las ganas de sacarle una lana a todo son costumbres universales y en la línea azul del trolley de San Diego se nota. Un ejemplo es el tráfico de quesos, comprados con la tarjeta del sistema de Transferencia Electrónica a Beneficio (EBT por sus siglas en inglés). El EBT es un apoyo brindado a gente de bajos recursos en EEUU para que puedan comer. Las tarjetas se usan en casi cualquier supermercado para comprar comida. Es gratis. Lo paga papá gobierno gringo.
La tranza en el trolley de San Diego es muy sencilla: compras cosas que son más caras en México (por los impuestos) con la tarjeta EBT y las vendes en el tren, que va lleno de mexicanos y mexicano-americanos dirigiéndose hacia Tijuana. Durante las horas pico el tren va hasta su madre, lo cuál hace que este negocio sea bastante lucrativo.
Pero, ¿qué chingados está vendiendo y comprando la gente en el trolley de San Diego?
Lo único que debe hacer uno para contestar, es subirse al tren de la línea azul rumbo al sur. Veden queso. “Kay-so, kay-so“, grita la chica afroamericana con acento evidentemente gringo, mientras sostiene un bloque de queso Monterrey Jack con ambas manos. “Kay-so, kay-so, barato barato”, repite. El Monterrey Jack es el rey de los quesos en la frontera norteña mexicana (después quizás esté el mozzarella), pero es un queso gringo y se vende caro en los supermercados mexicanos. A pesar de que los quesos mexicanos están bien pinches buenos, y a buen precio, muchos prefieren comprar productos gringos. ¿Malinchismo? Probablemente sí, pero es ahí donde cabe la tranza del EBT.
Es muy difícil que atrapen a uno de estos vendedores ilegales. Hay policías en los trenes, pero no en todos. Hay cámaras de vigilancia en cada tren, pero los vendedores son muy rápidos y discretos, brincan de tren a tren en cada parada. Cada que alguien se sube para vender queso, hay alguien que a huevo les compra. De todas las veces que me he subido al tren de la línea azul, nunca vi a un guardia arrestando a algún vendedor de queso.
Hay más. Mucho más que el delicioso y grasoso queso Monterrey de Wisconsin que se usa en todo Tijuana para hacer quesadillas. Hay café, por ejemplo. Se venden enormes latas de café instantáneo a un dólar con cincuenta centavos. Claro, es café malo, pero lo que rifa es el precio. ¿Vienes de Tijuana y le quieres comprar un chocolate a tu hyna? Eso te va costar un dólar en el tren. Seguro te amará forever la morrita. ¿Hueles feo? Se vende desodorante en el tren. ¿Un poco de shampoo? Encontrarás las esencias frutales a una fracción del costo del súper. No son chingaderas de las tiendas “todo a 99 centavos (de dólar)”, son las mismas cosas chingonas que uno encuentra en los supermercados gringos —y que cuestan un huevo—.
Obviamente, como cualquier persona que hace algo ilegal, ningún vendedor de quesos quiere platicar sobre sus jales. Es raro que los policías arresten a alguien por vender quesos, pero sí los llegan a correr del tren o a poner multas. Por suerte, un chavo sí quiso platicarme de qué se trata. Es un joven tatuado de piel blanca, vestido dos tres como un cool hip guy. Me dijo que lo llamara Alex, “por cualquier cosa”. Él no tiene la tarjeta EBT, pero su socio sí, así que se encuentran en un estacionamiento de alguna estación del trolley, donde se reparten la merca. En un buen día, Alex vende cerca de 20 bloques de queso, y se lleva alrededor de cien dólares de ganancia. Tarda poco más de una hora en venderlo todo, y según él, lo que gana es suficiente sueldo para alguien que vive en “alguna parte del centro de Tijuana”.
Alex, de padre mexicano, es uno de los pocos blancos que se dedican a esto. Dice que no le teme a la policía del tren en San Diego, sino a la policía municipal de Tijuana, pues por ser tener la piel blanca tatuada, y lucir como un malilla de droga, es un constante blanco de los oficiales. Nunca lleva consigo drogas ni ninguna cosa ilegal, pero suele suceder que los policías de Tijuana lo detengan sin razón y le roben sus ganancias del día. Por eso, no trae dinero en sus bolsas, lo pone siempre en su calcetín, lejos de los puercos policías municipales. Una vez Alex volvía del trabajo en el tren hacia Tijuana con un poco del queso que no había vendido ese día. Las autoridades migratorias mexicanas le exigieron un recibo por sus quesos, el cuál por supuesto no tenía. Decomisaron sus quesos. Hasta los migras mexicanos se llevan un tajo del negocio quesero del EBT.
Muchos podrían considerar que la tranza del queso es como ganarle al sistema. Probablemente lo sea, pero no nos enojemos al estilo Donald Trump. El sistema de EBT fue creado para ayudar a gente con graves necesidades, y la gente que vende queso comprado con EBT en el trolley de San Diego es gente con graves necesidades. Además, deberíamos darles puntos extra a la gente con la visión, valentía e ingenio para hacer una cosa como ésta. Creo que las empresas de queso gringo deberían emplear a los movidos vendedores del trolley y darles puestos importantes en su área comercial internacional, pues conocen el mercado y, sobre todo: venden.
¿Tirar a la basura los impuestos de la gente que trabaja? No, amigos. Tener miles de armas que nunca se usarán, encerradas en alguna bodega en Virginia, es malgastar el dinero del pueblo norteamericano. Es mejor seguir ayudando a la gente de bajos recursos. Y si eso significa regalarles tarjetas para que consigan queso gratis al que luego le sacarán provecho vendiéndolo en los vagones del tren, pues bueno, que así sea.
El queso no tiene fronteras.
Ese día le compré una barra de queso Monterey Jack a Alex y me fui a mi departamento en Tijuana. Pero antes pasé al súper, que me queda a dos cuadras. Comparé. El queso que le había comprado a Alex era casi dos dólares más barato que el del súper. Compré tortillas de harina y llegue a casa a hacerme unas deliciosas quesadillas, patrocinadas por papá gobierno gringo.
Nadie murió, todos ganamos, y la frontera sigue siendo un lugar maravilloso, con queso barato para todos.