Identidad

Este hombre entrenó a activistas feministas catalanas en los 70

Carlo Frabetti colectivo LAMAR

28 de septiembre, Barcelona, 1977. Si abrimos el periódico La Vanguardia de aquel día podremos ver, en el espacio publicitario de la revista Interviú, este anuncio: ‘Buscamos mujer violada. […] Preferiblemente embarazada a consecuencia del acto. Máxima discreción. Altos honorarios’. Este acto de insolencia venía ya agravado por otros reportajes sensacionalistas de la publicación. Un ‘periodismo’, por llamarlo de alguna manera, que huía de toda la represión que se había mantenido durante el franquismo en España, y que lo único que conseguía era alimentar el machismo.

Oriol Maspons, fotógrafo conocido de la época, se ocupaba de documentar gráficamente estos reportajes, con el periodista Luis Cantero como eterno tándem en la redacción.

Videos by VICE

En plena segunda ola del feminismo no se concebía que algo así pasara desapercibido. Echando un vistazo a la hemeroteca de El País, me encuentro con que unos días después de la publicación de este anuncio repugnante, el diario publicó un -breve- artículo en el que contaba que un grupo de feministas había asaltado la sede de Interviú. Entraron en actitud violenta, quemaron ejemplares en la calle, agredieron a Luis Cantero y llenaron toda la redacción de pintadas con spray.

Pero, ¿quiénes eran estas chicas? ¿Cómo dieron el paso de asaltar la redacción? ¿Sabían realmente cómo afrontar este tipo de situaciones cargadas de violencia? 

Casualidades aparte, la vida me puso en el camino a Carlo Frabetti, artífice de la ficción, divulgador matemático y una persona de valores férreos. Fue él quien me contó sobre el colectivo LA MAR, (Liga Antipatriarcal de Mujeres Antiautoritarias y Radicales), surgido en 1975 de la escisión del Colectivo Feminista de Barcelona (futuro Partido Feminista). Efectivamente, el grupo de chicas que asaltaron la sede de Interviú en el 77. Llenaron las calles de pintadas como ‘contra violación, castración’ y tradujeron y editaron Manifiesto SCUM, de Valerie Solanas -la feminista que le pegó un tiro Andy Warhol.- 

Pero había algo más en toda esta historia. Era él, Carlo, quien entrenaba a este grupo de chicas en un ático de la calle Carmen, junto a las Ramblas en Barcelona. Fue él quien les enseñó defensa personal y técnicas japonesas que luego utilizarían para combatir las injusticias que sacudían al feminismo en la época post-franquista. Así me lo cuenta: 

¿Cuándo es la primera vez que escuchas sobre el colectivo LA MAR? ¿Cómo entras en contacto con ellas?

A mediados de los años setenta publiqué en la revista El Viejo Topo un artículo titulado “Kárate y fascismo”, harto de que algunas personas, al enterarse de que practicaba artes marciales, dijeran que eso era propio de fachas -término peyorativo para referirse a personas de ideología fascista-. En el artículo decía, entre otras cosas, que las artes marciales orientales, al primar la habilidad y la técnica sobre la fuerza bruta, eran especialmente adecuadas para que las mujeres y los niños pudieran defenderse de los abusos de personas más fuertes. Poco después se presentó en la redacción de El Viejo Topo un par de chicas que dijeron que querían hablar conmigo. Quedé con ellas y me pidieron que les indicara dónde podían aprender técnicas de defensa personal. En aquella época había muy pocos dojos, y ninguno de los que yo conocía quiso aceptar a “una pandilla de locas”, por lo que al final, abochornado por el machismo de mis colegas, me ofrecí a entrenarlas yo mismo en su local social, que era un amplio piso de Las Ramblas próximo al puerto.   

¿Cómo era un día de entrenamiento?

El inicio era convencional: calentamiento y técnicas básicas. Y luego yo me forraba de protecciones y, una a una, repelían mis ataques (agarres, golpes, intentos de estrangulación, etc.). Acababa molido. Entrenarlas fue el mejor entrenamiento.

¿Qué les enseñabas exactamente? ¿En qué consisten las técnicas de tanbō y nunchaku?

Llaves y golpes básicos, sin armas o con armas improvisadas (llaveros, lápices, etc.). El tanbō es un palo corto (de unos 65 cm) especialmente versátil y fácil de manejar con una sola mano. El nunchaku es un arma tradicional china y japonesa formada por dos palos de unos 20-30 cm unidos por una breve cuerda o cadena; bien manejado puede mantener a raya incluso a un hombre armado de un cuchillo o un hacha.

Cuando las entrenabas, ¿sabías que luego utilizaban las técnicas para defender a mujeres maltratadas o para asaltar la redacción de periódicos que promovían el machismo, o de repente te lo encontraste? 

Lo primero lo sabía y me parecía muy bien; lo segundo me lo encontré de repente e hice lo posible para disuadirlas de emprender acciones ofensivas o de represalia.

¿Cómo recuerdas esos días?

Para mí fueron días de intenso aprendizaje. Gracias a las chicas de LA MAR, que me permitían asistir a sus reuniones, cobré conciencia de lo generalizado que estaba el machismo en todas sus manifestaciones, incluso en el seno de la izquierda (y en mi propia conducta, por supuesto).

Además del asalto al estudio del fotógrafo Oriol Maspons, ¿qué otras acciones recuerdas del colectivo?

También le dieron un buen susto a Adolfo Marsillach (por sus artículos machistas en Interviú) y a algún que otro famosillo. Solían acompañar a mujeres amenazadas por sus exmaridos, y en alguna ocasión le hicieron una visita disuasoria a alguno de ellos. También ayudaron a organizarse y a luchar por sus derechos a las trabajadoras sexuales del barrio chino de Barcelona. Una de sus intervenciones más visibles y polémicas fue llenar las calles con la pintada “Contra violación castración”. Y algunas participaron en la batalla campal de la Plaça del Pi que, en 1977, acabó con los Guerrilleros de Cristo Rey [un grupo de ultraderecha] en Barcelona.

¿Cómo acogía tu círculo cercano el hecho de que fueras el entrenador del colectivo? ¿Qué decían tus amigos?

Yo procuraba mantenerlo en secreto, pero cuando la cosa trascendió recibí muchas críticas, incluso algunas amenazas.

Podríamos decir que estabas en la primera fila de la segunda ola feminista de los ‘70. Siendo un hombre, ¿cómo te hacía sentir eso? 

Me sentía muy afortunado por poder asistir de cerca a la gestación de una de las grandes fuerzas transformadoras de nuestro tiempo, como es el feminismo radical (es decir, “antisistema”, como dicen los reaccionarios). También sentí vergüenza por no haberme dado cuenta antes de cosas muy básicas (por ejemplo, de lo machistas que eran las organizaciones supuestamente de izquierdas).

Y echando la vista atrás, ahora, ¿cómo te hace sentir?

Siento que fue un gran privilegio conocer a aquellas mujeres tan valientes y combativas. Mi formación ética y política les debe muchísimo.

Si el colectivo existiera hoy, ¿cómo sería y por quién estaría formado?

Lo más parecido a LA MAR que he conocido en tiempos recientes ha sido el colectivo Hetaira, creado a finales del siglo pasado por un grupo de feministas históricas, como Empar Pineda y Cristina Garaizabal, y disuelto recientemente. Defendían los derechos de las trabajadoras sexuales y las protegían en zonas de riesgo, como la Casa de Campo. Mientras vivía en Madrid tuve bastante relación con ellas y me beneficié de su discurso esclarecedor y de su ejemplo. No sé si ahora mismo hay algo parecido, pero debería haberlo: hace mucha falta en estos momentos de repunte del machismo de extrema derecha. ¿Por quién estaría formado? Por mujeres luchadoras, generosas y valientes, dispuestas a enfrentarse tanto a la derechona como a la seudoizquierda y al seudofeminismo burgués; mujeres como las de LA MAR, como las de Hetaira.