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Toni Nikushevski contemplaba con seriedad los dos camiones viejos de basura que subían dando tumbos por las colinas que van hacia el vertedero de Drisla, uno de los más grandes de Europa, para depositar la carga diaria. Un hilo de basura, desde botellas y latas hasta bolsas de plástico y pañales sucios, se extendía cuesta arriba.
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Nikushevski era uno de los alrededor de cien ecologistas que se habían reunido esa mañana de febrero de 2019 para denunciar las laxas normas de seguridad, la falta de transparencia de la gestión y la contaminación que emitía el vertedero en los alrededores de Skopie, la capital de Macedonia del Norte.
“Pedimos un cambio inmediato en el tratamiento de residuos de esta institución”, decía Nikushevski a los reporteros. “Drisla es uno de los lugares más contaminantes de la ciudad y del país”.
Dos semanas antes, Skopie había registrado unos niveles peligrosos de contaminación atmosférica, 8,6 veces más altos de lo que las autoridades de la salud mundial consideran saludable, sobrepasando a Nueva Deli en la India y a Daca en Bangladés y convirtiéndose en ese momento en la ciudad más contaminada del mundo.
Este año, mientras que los niveles de contaminación de Europa caían drásticamente debido a las estrictas medidas implementadas para controlar la pandemia de la COVID-19, Macedonia del Norte sobrepasaba los límites establecidos en varias ocasiones. La contaminación atmosférica del país, que acabó con la vida de 3580 macedonios en 2019, podría ser incluso más letal de lo que se cree, según unos investigadores de la Universidad de Harvard que la relacionan con las altas cifras de hospitalizaciones y muertes por la COVID-19. La tasa de mortalidad del coronavirus en Macedonia, un 4,4 por ciento, está entre las más altas de la región.
En las últimas tres décadas, Macedonia del Norte no solo ha combatido la contaminación del aire, sino también los problemas de un proceso de democratización lento y a veces incluso doloroso. Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, una ola de liberación política y económica arrasó en el sureste de Europa y Macedonia del Norte emergió de la Antigua Yugoslavia como una república independiente. Mientras trataba de hacerse un hueco en el mundo, el Gobierno macedonio no tenía ni la capacidad ni los recursos para asegurar unas prácticas sostenibles que fuesen efectivas, dejando así muchas instituciones públicas, como Drisla, desatendidas.
El vertedero de 78 hectáreas es el único regulado oficialmente en todo el país, lo que quiere decir que, de entre los 3000 vertederos de Macedonia del Norte, es el único que opera con alguna medida de seguridad.
Sasho Todorovsk, gerente de Drisla desde su apertura en 1994, se siente orgulloso de su labor. “Hay que tener en cuenta que somos el único vertedero de Macedonia del Norte en el que se utilizan procesos tecnológicos”, decía.
Los trabajadores amontonan los residuos sólidos, los comprimen y los cubren de arcilla para aislar los posibles contaminantes y evitar que huelan. Drisla recoge, identifica, pesa y procesa la mayor parte de los materiales nocivos del país y recoge y quema la mitad de los residuos sanitarios.
La gestión de los residuos nocivos de Drisla ha provocado la ira del público. Los trabajadores recogen jeringuillas, medicamentos caducados, guantes desechables y cosas por el estilo, los ponen en bolsas selladas que se cortan en piezas lo más pequeñas posible y se tiran a la incineradora que Reino Unido les regaló en 2001. El aparato, que fue donado como “ayuda humanitaria”, era extremadamente contaminante y no cumplía las normas de la Unión Europea. Unas piezas extras habrían hecho de la incineradora mucho más sostenible, pero el precio estaba fuera del alcance de Macedonia del Norte.
Fueran cual fuesen los problemas del incinerador de Skopie, era mucho mejor que las prácticas que se llevaban a cabo antes, como amontonar los residuos tóxicos en mitad del vertedero y prenderlos fuego. Dijana Veljanoska, jefa del personal, reconocía los fallos del vertedero. “No cumple con todas las normas”, decía. “Pero es lo mejor que tenemos”.
En los últimos 30 años, Drisla se ha mantenido en pie con presupuestos muy ajustados que han dificultado el correcto funcionamiento del vertedero. Cuando la incineradora llegó por primera vez, Drisla estaba bajo control municipal. Sin embargo, pronto se vio que la gestión de la ciudad era pésima: ni siquiera podían llevar a cabo uno de los procesos más básicos de gestión de residuos: separar la basura en categorías como orgánica, sólida o reciclable. Veljanovska decía que por aquel entonces no había ningún tipo de control.
En los siguientes años, Drisla cambió de gestión repetidas veces. Entre 2009 y 2010, el vertedero fue una exitosa entidad privada autofinanciada hasta que un proyecto costeado por el Banco Mundial sugirió que se convirtiera en una sociedad mixta: una empresa de gestión de residuos internacional poseería el 80 por ciento de las acciones e invertiría constantemente, mientras que la ciudad gestionaría el otro 20 por ciento y mantendría la supervisión institucional.
Lo que se suponía que sería el comienzo de un futuro mejor y más ecológico para Drisla, resultó ser todo lo contrario. La empresa seleccionada para gestionar Drisla fue FLC Ambiente, una compañía italiana desconocida que fue elegida frente a dos de las principales empresas de gestión de residuos de Europa, la alemana Scholz AG y la austriaca Asa International Environmental Services. El sitio web Balkan Insight reveló que FCL Ambiente se había creado tan solo tres días antes de la fecha límite de licitación, a pesar de que las compañías interesadas debían demostrar que las ganancias anuales eran al menos de 21,7 millones de dólares y un despegue de al menos 271 millones de dólares en los cinco años anteriores. La sospecha de irregularidades y actos ilegales en la licitación originaron una extensa batalla legal. En los siguientes diez años, FCL Ambiente utilizó los juicios como excusa para no invertir los 86,1 millones estipulados en el contrato.
“Los meses siguientes a la batalla legal fueron decisivos para Macedonia del Norte. Durante el invierno de 2014, hubo una ola de protestas por el medioambiente que avivaron el debate nacional sobre la contaminación atmosférica. Gorjan Jovanovski, ingeniero de software y creador de la conocida aplicación de control de la calidad del aire AirCare, admitió que por aquel entonces él no conocía lo grave que era la situación de la contaminación atmosférica del país. “Decíamos que era el olor del invierno. No sabíamos que ese olor a humo era una nube enorme de contaminación”.
Ese olor químico a ceniza tan característico de Skopie se debe a las partículas en suspensión, unas partículas tóxicas microscópicas que pueden ser sólidas o líquidas y que quedan suspendidas en el aire. A pesar de su tamaño, son partículas pesadas. En invierno, el aire caliente empuja el aire frío hacia el valle, atrapando las partículas en suspensión y creando una capa gruesa de niebla y polución.
Las escarpadas montañas que protegen a las ciudades de Macedonia del Norte ofrecen las condiciones perfectas. Estas murallas naturales impiden el paso a las ráfagas de viento que normalmente se llevarían las partículas en suspensión. Lo único que alivia la situación son los días cálidos de lluvia en primavera.
Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, la contaminación atmosférica es uno de los mayores peligros para la salud, puesto que las partículas en suspensión dificultan el correcto funcionamiento del sistema inmune y empeoran condiciones como el asma o la hipertensión arterial.
Petre Nikolovski, ingeniero eléctrico retirado, es un macedonio que ha experimentado cómo su salud se veía afectada permanentemente por la contaminación del país. Nikolovski se pasó mucho tiempo trabajando cerca o para complejos industriales, en su mayoría sin regular, con niveles de contaminación extremadamente altos. A finales de los 90, Nikolovski y su familia atravesaron sin querer una nube tóxica de cloro que se había formado por una explosión de una tubería de gas cerca de su casa. El accidente le redujo considerablemente la capacidad pulmonar, que ya de por sí era baja.
“Me cuesta mucho respirar ahora”, decía. “A veces siento que voy a explotar. Es como si tuviera a alguien sentado en el pecho. Esa sensación no solo me produce dolor, sino también pánico”.
Nikolovski se mudó a las afueras de Skopie con la esperanza de que la concentración de partículas en suspensión fuese menor en los límites de la ciudad. Sin embargo, en los últimos dos años, ha notado cómo la niebla grisácea se acerca cada vez más a su casa.
Tanto la UE como la OMS han fijado unos límites para las partículas en suspensión. Pero, en los últimos años, las deterioradas 18 estaciones oficiales de control de calidad del aire de Macedonia del Norte registraron niveles que los superaban ampliamente.
El subsecretario del Ministerio de Medioambiente y Ordenación Territorial, Jani Makraduli, apoya el plan del Gobierno de invertir principalmente en identificar y eliminar posibles contaminadores, en vez de en un sistema de control nuevo. “Estamos centrándonos en los orígenes de la contaminación”, decía Makraduli. “Y según la información que tenemos, viene de las calefacciones. Es ahí donde tenemos que buscar una solución”.
Los sistemas de calefacción y los gases de escape de los vehículos son una de las principales razones de los niveles tan peligrosos de contaminación atmosférica, puesto que, en un país con salarios medios que rondan los 450 dólares, muchas familias no pueden permitirse un coche nuevo o cambiar a un sistema de calefacción sostenible.
Sin embargo, para Macedonia del Norte, uno de los principales problemas es la falta de precisión y regularidad en los datos sobre contaminación atmosférica. Hoy en día, el país sigue utilizando algunos de los primeros sistemas de control que recibieron en 1998. Estos aparatos viejos son difíciles de mantener y reparar y a menudo se utilizan solo un par de meses. Por esta razón, las mediciones no son siempre completamente fiables y precisas.
Además, el ministerio es la única institución acreditada y por lo tanto la AEMA y la OMS solo reciben datos del Gobierno macedonio.
Jovanovski también utiliza esta información para su aplicación. “Aunque la contaminación venga de la calefacción y los coches viejos, no son los únicos que contribuyen hasta ese punto”, decía Jovanovski. “El problema real es ignorar de dónde viene de verdad la contaminación atmosférica. Viven en un mundo sin datos”.
Makraduli reconoció las preocupaciones y dijo que las estaciones de control siempre se arreglan tan pronto como se puede. Además, cree que una renovación sistemática, como proponen los ecologistas, requeriría muchísimo dinero. “Las peticiones de los activistas están presentes de una forma o de otra en los documentos del ministerio”, decía. “Nadie está en contra de este tipo de proyectos, pero son demasiado caros”.
Al igual que en el resto del país, el sistema de control de Drisla funciona de vez en cuando. Veljanoska dice que sería imposible tener el aparato constantemente en funcionamiento. “Sería demasiado caro, no nos engañemos”, decía.
El dinero es la principal excusa para evitar el tema de la contaminación atmosférica. “En países pobres, como Macedonia del Norte, es muy difícil estar al frente de la lucha por el medio ambiente”, decía Makraduli. “Lo que debemos hacer como país es juntarnos y preguntarnos: ¿cómo se mantendrá energéticamente Macedonia del Norte en el futuro? ¿Cómo vamos a equilibrar el desarrollo económico con la protección medioambiental?”.
Mantener ese equilibrio es extremadamente difícil. Pero el Acuerdo de París estipula que los Gobiernos de los países en desarrollo deben comprometerse a una “reconversión justa”. Makraduli lo ve como uno de los aspectos más importantes de su labor. Cree que, como la transición a un sistema sostenible acarrea la pérdida de trabajos, se debería hacer de forma estratégica.
De momento, Drisla no tiene la capacidad de transformar los residuos en energía. Pero Markraduli y Nikushevski están convencidos de que esa es la vía del progreso. Una renovación total requeriría mucha más transparencia, inversión y compromiso de las instituciones gubernamentales, de los ecologistas y de los ciudadanos.
En los últimos meses, ha habido un progreso considerable tanto en Drisla como en el resto del país. En enero, finalmente se rescindió el contrato de Drisla con la compañía italiana y en junio se deshicieron de la incineradora. En su lugar, adquirieron una nueva esterilizadora que mejoraría el tratamiento de los residuos sanitarios. En marzo, tras treinta años de incertidumbre, el país se convirtió finalmente en el miembro número 30 de la OTAN y ha retomado las conversaciones para acceder a la UE.
“Entrar a la Unión Europea nos ayudaría mucho”, decía Makraduli. “Es algo que nos impulsaría mucho más, con mayores estándares. No es que no sepamos lo que hay que hacer o que no queramos. Sino que cuesta dinero. Tengo la esperanza de que la entrada en la UE cambie por completo nuestra sociedad. No habrá excusas ni pretextos. Solo trabajo”.
Jana Cholakovska es una periodista radicada en Nueva York y especializada en el cambio climático, la política y el este de Europa. Síguela en Twitter.