Si algo nos dejó el pasado terremoto en México, es la solidaridad inmensa (y organizada) de la población civil. Y aunque en muchas zonas críticas del desastre siguen haciendo falta palas y picos, ninguna fuerza bruta puede lograr una proeza con el estómago vacío y la boca seca.
Miles de personas, solas o en grupo, han vaciado sus alacenas y cocinado por horas para compartir con rescatistas y damnificados un poco de alimento y bebida, desde que la tragedia se dio por inaugurada.
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Si alguien aún duda que la comida es un legítimo gesto de amor, tiene que leer lo que nos platicaron —con cazuela y cucharón en mano— estas mujeres y hombres que sin pedir nada a cambio están fortaleciendo el músculo de rescate en esta cuarteada y herida ciudad.
Luego de testificar las muestras de fraternidad que surgen por todas partes en la capital del país, no queda más que unirse a la cadena de ayuda para hacerla más robusta. Estos ciudadanos nos están enseñando a todos que, más que nunca, hoy ser solidarios ya no es opción, sino deber nacional.
César, El Negro, 36 años, cocinero. Derrumbe de fábrica de textiles en la colonia Obrera
Mi hermano Alejandro y yo estamos al frente de un colectivo alimentario llamado El Negro. Usualmente nos contratan para cocinar para staff de filmaciones de comerciales, series y películas, pero esta vez decidimos colaborar con el gobierno de la CDMX y estamos preparando alimentos, calentando los que vienen a donar y organizando su repartición.
La gente llega con muy buena intención de regalar comida, pero si no sabemos ponernos de acuerdo, hasta se puede echar a perder porque se va amontonando y nadie la reparte.
Hace 20 años que nos dedicamos al rubro y en grabaciones nos hemos podido adaptar a terrenos de playa, montaña y hasta desierto. Nunca nos habían tocado las condiciones de un terremoto, pero hoy todo ha estado bien. Le dimos de comer a casi dos mil personas y siguen llegando refuerzos.
Bastó con montar una carpa y unas mesas, para que voluntarios y personas damnificadas empezaran a probar lo que ha estado saliendo de nuestras parrillas: huevos con nopal, huevos con salsa roja y pedazos de chorizo, alambre, atún a la vizcaína, unos frijoles refritos sencillísimos pero deliciosos, quesadillas, chicharrón en salsa roja y hasta fruta picada.
Nuestra misión es lograr que con lo que podamos brindarles se sientan al menos un poquito mejor, incluso teniendo todo en contra.
María, 63 años, comerciante de tianguis. Inmediaciones del metro Doctores, cerca del derrumbe de la fábrica de textiles
Trajimos arrocito, frijoles con chile verde, agua de limón y de jamaica. Nos cooperamos entre mis dos hijos, mi yerno, mi nieta y yo. Venimos de la colonia La Chacona, en Naucalpan, Estado de México, y para poder traer esto nos levantamos a las cinco de la mañana. Son 10 kilos de arroz, cinco de frijoles y cuatro cubetas con aguas frescas. Ahí para lo que se ofrezca.
Por mi casa no pasó nada grave, pero cuando en la radio escuché hablar de acá, dije “¡pobre gente!, hay que hacer algo”. Allá donde vivimos hay puro tepetate (un tipo de suelo que tiene propiedades similares a las de la roca), así que casi no lo sentimos.
Soy comerciante. Vendo jarciería, miel, zacate y demás cositas en distintos tianguis sobre ruedas en la ciudad. Hoy me tocaba trabajar, pero preferimos venir a dejar esto. Todavía ni hemos hecho cuentas, pero vamos a estará acá cuantas veces sea necesario. Ha de ser feo perderlo todo. Aunque sea con un vaso de agua o un refresquito, pero no los vamos a dejar solos.
María de los Ángeles, 55 años, predicadora cristiana. Glorieta de los Insurgentes
Todos los miércoles por la tarde, mi esposo y yo nos venimos a predicar la palabra de Dios con los jóvenes indigentes y con la gente de los alrededores que no tienen casa. Pero esta vez es especial.
La tragedia que azota la ciudad nos hizo venir con más fervor, más guisos y ganas de rezar por todas las personas que están mal y tristes por sus seres queridos tras el terremoto.
Cada semana —desde hace 15 años— cambio los guisos, pero creo que estos días en que estaremos apoyando voy a estar trayendo los mismos de hoy. Mira, ¡ya casi se los acabaron!
Hoy cociné bisteces en salsa de tomate, calabacitas, arroz rojo, nopales y espagueti. Y claro, no podían faltar las tortillas. El menú que ofrezco es sencillo, pero está rico y esperamos que sirva de algo y no sólo alimente sus estómagos, sino también sus almas.
Ya nadie puede negarlo: México necesita mucha oración.
Arminda, 53 años, decoradora de interiores. Derrumbe en la calle Concepción Béistegui y Yácatas, en la colonia del Valle
Vengo de la delegación Iztacalco con mi vecina, una amiga y mi sobrina. Desde ayer en la noche nos pusimos de acuerdo, hoy preparamos las cazuelas desde temprano e intentamos ir a algunos puntos de la colonia Roma y de Tlalpan, pero no nos dejaban arrimarnos.
Fue hasta que llegamos a este lugar, que nos acomodamos en un lugarcito libre de la banqueta y empezamos a darles tacos de guisado y aguas a quienes quisieran.
Trajimos cinco kilos de arroz, seis kilos de huevos duros, 12 kilos de tortillas y cinco garrafones de agua simple y de sabor. Igual hay bolsitas con fruta y con sándwiches, de las donaciones que han traído para que nosotras las repartamos.
Yo creo que gastamos en total unos 500 pesos. No es mucho, pero lo que cuenta es la intención. No tengo idea de cuántos tacos hemos hecho, porque con tanto trabajo y desgaste hay personas que tienen mucha hambre y repiten plato, pero trajimos 200 y estamos cerca de que se terminen.
Hoy ya casi acabamos, pero esto sigue. Así que también hay que seguir.