Buck Angel es productor y actor de películas eróticas, así como orador motivacional sobre temas de autoaceptación, fluidez de género sexualidad en personas trans.
El sexo como mujer nunca me había parecido adecuado. Odiaba mi cuerpo. No me sentía bien estando físicamente dentro de él. Sin embargo, conservaba mi apetito sexual. Y busqué satisfacerlo, a menudo consumía drogas y alcohol solo para dejar que alguien me tocara. Pero después de alcanzar el éxtasis, caía a un nivel extremadamente bajo. No tenía idea de por qué.
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En aquel entonces, yo era una persona triste, irritable y solitaria. Ser “mujer” me incomodaba. Trataba de disfrazarme usando la ropa más masculina que podía encontrar, pero eso solo funcionaba hasta que empezaba a hablar; mi voz era poco convincente.
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No fue hasta que comencé mi transición a los 28 que empecé a ver la luz al final del túnel. Las cosas que siempre había anhelado en la vida finalmente estaba al alcance de mi mano: mis músculos crecieron, me brotó vello en la cara y mi voz comenzó a ser más grave. Me estaba convirtiendo en la versión de mí mismo que siempre había imaginado.
No obstante, cuando llegó el momento de considerar la operación de reasignación de sexo, me detuve. No me malinterpretéis: deseaba ansiosamente tener un pene. Quería practicar sexo con un pene. Quería masturbarme teniendo un pene. Pensaba que un pene me completaría.
Pero lograr tener un pene no es fácil, y no lo era especialmente hace dos décadas. Me dijeron que implicaría quitarme tendones del antebrazo para unirlos al clítoris, luego cogerme piel del trasero y moldearla para que se pareciera a un pene. Pero el factor decisivo para mí fue que dijeron que probablemente ya nunca podría tener un orgasmo. Y que mi nuevo pene tampoco tendrá una erección por sí solo. (Debía colocar una varita en la uretra para tener una erección).
Deseaba ansiosamente tener un pene. Quería practicar sexo con un pene. Quería masturbarme teniendo un pene. Pensaba que un pene me completaría
Decidí no someterme al procedimiento. No me imaginaba con un pene así, y me entristeció profundamente que fuera mi única opción si quería convertirme en un hombre completo, o eso creía en ese momento.
De hecho, no llegué a alcanzar mi hombría plenamente hasta que aprendí a amar el sexo con mi vagina.
No tenía idea de cómo practicar sexo con mi nuevo cuerpo. ¿Cómo podría tener relaciones sexuales como hombre con una vagina? Anhelaba la interacción humana. Pero asumí que nadie querría acostarse conmigo. Me sentía como un monstruo de la naturaleza. Y temía parecer un fraude ante mis posibles parejas, como si intentara engañarlas para tener relaciones sexuales con un cuerpo con características inesperadas.
Finalmente, me obligué a ir a un bar. Era la primera vez que salía a ligar como hombre que buscaba relacionarse con un hombre, un hombre gay. Fue como comenzar de nuevo. ¿Cómo debía mover los hombros? ¿Cómo debía caminar? ¿Cómo debía ligar? No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Nadie me había explicado cómo hacerlo. En ninguna parte había información para chicos trans que quisieran ligar con otros hombres.
Pero fui al bar. Y, para mi sorpresa, nadie me miró raro. No, ellos me deseaban. Todo está en los ojos, recordé. Me senté a la barra. Conocí a un chico. Hablamos y flirteamos. Él no sabía nada. Luego, me preguntó si podía lamerme las botas. Noté una oleada de excitación en mi interior. Comenzó por la parte inferior y lentamente fue ascendiendo hasta que su cabeza llegó a mi entrepierna. Mi corazón estaba acelerado. Estaba aterrorizado por lo que estaba a punto de suceder.
Impulsivamente, acerqué su cara a la mía y lo miré a los ojos. “Tengo vagina”, dije.
Él parecía confundido. Lo dije de nuevo, buscando un destello de ira en sus ojos, cualquier cosa que confirmara mi odio a mí mismo.
Temía parecer un fraude ante mis posibles parejas, como si intentara engañarlas para tener relaciones sexuales con un cuerpo con características inesperadas
“No lo entiendo, señor. Eso no me importa. Me pones cachondo y eso es lo único importante”.
Me sorprendió y me sentí aliviado, pero sobre todo excitado. Seguimos a lo nuestro mientras otros hombres miraban. En ese momento, yo era el hombre sexual que siempre había soñado ser. Yo era el G.I. Joe en el bar de hombres gay. Lo logré.
Antes de aceptar mi vagina, nunca me había puesto los dedos dentro de mí. Era algo demasiado femenino, embarazoso, incluso. Tan solo la idea de tocarme así me hacía sentir que era un hombre falso, que si lo hacía y tenía un orgasmo, eso demostraría que en realidad era una mujer. Durante mucho tiempo no pude olvidar la idea de que las vaginas eran femeninas; de que mi cuerpo no era realmente mío. El lavado de cerebro es muy, muy profundo.
Pero estaba cansado de nunca sentirme como una persona completa, como un hombre completo. Y entonces me arriesgué y me toqué de la forma en que sabía que realmente lo necesitaba. Y eso cambió todo. Una vez que acepté el placer, finalmente sentí que tenía la libertad de ser. Empecé a sentirme conectado con mi cuerpo por primera vez.
Antes de aceptar mi vagina, nunca me había puesto los dedos dentro de mí. Era algo demasiado femenino, embarazoso, incluso
Finalmente, sentí que no necesitaba esconderme más. Y ya no tenía miedo de que nadie me fuera a querer. Toda la vergüenza que se había acumulado en mi cerebro, inculcada por la insistencia de la sociedad en decidir quiénes hemos de ser, se hizo añicos con mis extáticos orgasmos. Tanto que quería gritarlo, decirle a todos mis hermanos y hermanas trans que es posible conectarte con el cuerpo que una vez rechazaste, que es posible a través del sexo y la masturbación.
Honestamente, todo fue como un milagro para mí. ¿Y cómo podría no compartir un milagro con los demás? Entonces, hace 18 años, comencé a hacer pornografía como una manera de ampliar mi perspectiva sobre la sexualidad trans. Los hombres como yo no eran visibles en la pornografía en ese entonces. Y sabía que mostrarme masturbándome o teniendo sexo me ayudaría a transmitir la idea que buscaba expresar: que toda esa basura que te enseñan sobre quién se supone que debe estar equipado con qué es falsa.
Es válido querer tener genitales diferentes, pero también está bien que te ames a ti mismo y practiques sexo ardiente y placentero si tu cuerpo no encaja en las categorías perfectamente definidas, como el mío. Hacerlo puede incluso alejar el miedo y el dolor de preguntarte si alguna vez serás una persona realizada, si alguna vez tendrás un amante, si alguna vez te enamorarás.
Para mí, la transición no solo significa cambiar físicamente. También significa conectarte con tu cuerpo, el cual ahora tienes la oportunidad de amar como si no hubiera un mañana, que finalmente es todo tuyo. Para algunos, eso requiere de cirugía. Para mí, requiere de sexo.
Pero en la comunidad trans no hablamos de manera positiva sobre el sexo. Lo desdeñamos, debido a años de escuchar que los genitales determinan tu sexo; años de sentir que el mundo entero solo se enfoca en los genitales de las personas trans, y que si somos abiertos acerca de nuestros cuerpos, seremos fetichizados por ello. Ese silencio resulta increíblemente dañino.
Si somos abiertos con respecto al sexo, nuestros cuerpos y las formas en que experimentamos placer, podemos ayudarnos unos a otros a alcanzar nuevos niveles de autenticidad. ¿No es de eso de lo que trata la transición?
Este artículo apareció originalmente en VICE US.