Medio Ambiente

‘Expedición Tribugá’: este documental muestra el valor de la biodiversidad

Golfode Tribugá

El documental colaborativo Expedición Tribugá estaba planeado para estrenarse en abril de este año agotador. En él se registra y se relata la riqueza socioambiental de una de las regiones más singulares y menos conocidas de Colombia  —ni qué decir de América Latina—: el golfo de Tribugá, al norte del Chocó biogeográfico. El golfo está escudado por la serranía del Baudó; doscientos cincuenta kilómetros de montañas selváticas que se precipitan sobre el litoral desde Cabo Corrientes hasta el Darién. El Chocó biogeográfico designa a su vez un inmenso territorio tropical que va desde las costas occidentales de Panamá, pasa por la costa pacífica colombiana y baja hasta el litoral ecuatoriano.

La emergencia sanitaria, que sacudió el mundo, postergó también los planes de lanzamiento y distribución del documental al tiempo que hizo más urgentes todos los esfuerzos conservacionistas que este muestra. En el fragor de esa urgencia, el documental será presentado al público a través de la página web de Expedición Tribugá a partir del domingo 22 de noviembre, 11 de la mañana hora de Colombia (10:00 a.m. México, 1:00 p.m. Argentina, 5:00 p.m España). Estará allí para acceso libre durante dos semanas; y estará allí, sobre todo, con la esperanza de que nosotros los espectadores del mundo nos lancemos a verlo, a vivirlo y a hacerlo viral. 

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Expedición Tribugá acota, en una geografía social concreta, la comprensión de todo lo que está en juego cuando expandimos nuestra frontera de destrucción de hábitats —lo cual provoca enfermedades zoonóticas—, matamos la biodiversidad alucinante y excepcional de nuestro continente —un valor que  la economía apenas empieza a imaginar cómo calcular—, y lo hacemos en beneficio de un modelo de desarrollo extractivista. En el caso particular de Tribugá, este modelo quiere aprovechar las aguas profundas del golfo para levantar un megapuerto que haga más fácil la venta y fuga de recursos naturales que el Estado colombiano tendría que proteger. Y no protege. 

El grupo núcleo de directores y productores del documental también decidió lanzarlo de manera independiente, a través de una página web propia —con la colaboración del Festival Independiente de Cine de Bogotá—, porque allí en su página y en la historia del documental confluyen cada vez más proyectos locales de comunidades del golfo que necesitan de apoyos ciudadanos nacionales e internacionales que los documentalistas aspiran a hacer visibles y factibles. Y quieren que nos informemos y consideremos actuar al respecto: sacar la basura que allí se produce, y que crece con el ecoturismo, con una menor huella de carbono; ampliar la comunicación entre el conocimiento que los científicos de universidades colombianas se han volcado a construir alrededor del golfo en los últimos cinco años, con las economías y saberes locales que las comunidades afro y los pueblos indígenas han venido practicando, entre otras cosas.

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Las razones por las que los ecosistemas complejos que se encuentran en el golfo de Tribugá y la serranía del Baudó han sido conservados como pocos otros lugares en el mundo son varias. Una de ellas es, sin lugar a dudas, el cuidado y aprovechamiento sostenible de esos ecosistemas que los nativos han luchado por hacer posible. Ese entramado complejo de economía solidaria, política comunitaria y excepcionalidad biológica es lo que el documental registra y nos ofrece a los espectadores para nuestra experiencia y comprensión. Y lo hace dejando a un lado el camino de la denuncia y enfatizando la riqueza de sonidos, tipos de manglares, olores, aguas, profundidades, nutrientes, especies endémicas de plantas, vientos y animales singulares que aún están allí vivos.

El documental es la angustia de imaginar que tal grado de riqueza socioambiental y cultural pueda ser destruida y la esperanza al tiempo de una realidad incontestable: esa geografía, ese lugar biodiverso como ningún otro lugar en el mundo, sigue existiendo —palpitando—; sus ecosistemas están estables, pueden incluso contribuir a la reconstrucción de más ecosistemas aledaños; la protección de esa riqueza no puede ser responsabilidad exclusiva de los nativos que allí viven porque ya ahora todos vivimos en la misma emergencia climática; la acción nacional y global son urgentes; muchos saberes están allí en juego y en lucha y el documental es la suma de un saber más crucial: el saber del periodismo y del arte —alguien tiene que dar cuenta de la tragedia en curso y tiene que ser capaz de poner esa tragedia en clave de experiencia emotiva. 

Eso hace Expedición Tribugá: un montaje de luces impecable; un tejido de discursos y voces que pasa por líderes territoriales que son autoridades sociales y políticas, y llega hasta doctores en botánica y bioingeniería asombrados con la geografía que se despliega ante sus cerebros; una música que honra esa geografía y un registro subacuático, aéreo y de trocha que hace lo que nuestros ojos, si estuvieran allí presentes en el territorio, no alcanzarían a hacer: totalizar la maravilla de la vida. Expedición Tribugá nos estremece con la complejidad de lo que está en juego como bien han sabido hacerlo las grandes obras de arte de la humanidad: hasta las lágrimas.

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La guerra de más de medio siglo en Colombia ha producido y sigue produciendo toneladas y toneladas de dolor. La emergencia climática es el testimonio del daño del hombre en la Tierra y un caudal creciente de desplazamientos de comunidades rurales a lo largo y ancho del planeta. No hay un continente en el mundo más peligroso y mortífero para los defensores y líderes ambientales que América Latina. 

De acuerdo a la ONG Global Witness, en 2019 fueron asesinados 212 activistas ambientales en el mundo, 148 de ellos en diez países latinoamericanos; 64 de ellos en Colombia, cuyo Congreso —presionado por empresarios extractivistas de distinto tipo— lleva todo el segundo semestre de 2020 dándole largas a la ratificación del Acuerdo de Escazú.

Este “Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe” fue adoptado en 2018 en Escazú, Costa Rica, por parte de veinticuatro Estados del continente, y se hizo con el propósito de garantizar el derecho de todos los pueblos a vivir en un medio ambiente sano, lo que cada vez más se desdobla como el equivalente a la noción de derechos humanos desarrollada en el siglo XX. El Acuerdo de Escazú es el primer tratado regional ambiental de América Latina y el Caribe, y es el único de su tipo en contener disposiciones específicas para la protección de los defensores de derechos ambientales. 

El hecho de que los líderes políticos de los centros urbanos en Colombia no consigan que el Estado lo ratifique —es decir, que entre a hacer parte de la normativa nacional— demuestra la imposibilidad trágica de un consenso mínimo: no somos capaces de ponernos de acuerdo en el valor del desarrollo sostenible; no somos capaces de estar de acuerdo en la necesidad de proteger las fuentes de oxígeno y agua limpia; no conseguimos ver como propósito común la defensa de la vida de aquellos individuos y aquellas comunidades que luchan por la conservación de ecosistemas cruciales para el sostenimiento de la biodiversidad de la Tierra amenazada.

¿Y si no somos capaces de esa lucha común, si no somos capaces de formular un consenso mínimo alrededor de la vida, de qué somos capaces entonces?

Esta pregunta, como decenas más de preguntas cruciales alrededor de la identidad nacional, el significado y alcance de los saberes tradicionales de las comunidades del litoral Pacífico colombiano, o nuestras ignorancias sustanciales sobre el papel democrático de los líderes territoriales, quedan planteadas con rigor científico y emotividad narrativa allí en Expedición Tribugá, un documental conmovedor convertido hoy en movimiento ciudadano.

Como lo sugieren Wade Davis (renombrado etnobotánico) y Fausto Moreno (líder comunitario de Coquí) —voces ambas que abren y cierran la película—, no es solo que nuestra vida dependa de la naturaleza; es que nuestra experiencia estética y política del mundo debe volver a la naturaleza o nunca más volverá a ser experiencia del mundo.

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