JUAN MANUEL ROBLES. Lima, Perú, 1978. Cronista y autor de las novelas Lima freak (Planeta, 2007) y Nuevos juguetes de la guerra fría (Seix Barral, 2015). Su artículo “Cromwell, el cajero generoso” fue finalista del Premio Cemex de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
En nuestro Especial de Ficción 2016 participó con la pieza “Elefantes Blancos”.
Videos by VICE
VICE: ¿Para qué “sirve” la literatura?
Juan Manuel Robles: Para vivir otras vidas. O para vivir la misma dos veces. Para detener el tiempo y capturarlo: vivir veinte años en tres días. O tres días en cien páginas. Sirve para aprender a domesticar a los demonios de la ficción: soltar al animal fabulador que todos tenemos dentro y también domesticarlo. Una vida sin literatura —de cualquier tipo, no solo la escrita— es una vida menos entrenada para distinguir la fantasía de la realidad (aunque se piense lo contrario). No creo que la literatura te haga mejor persona, pero suelo oír a tipos con ganas de comprarse una pistola para defenderse de los criminales y pienso: esas personas imaginan con demasiada nitidez el momento en que matan al delincuente de un disparo, como justicieros viriles geniales. No es que hayan leído demasiadas historias de vaqueros. Por el contrario: no hay probado suficiente literatura para saber que la fuerza de los mundos narrativos es una cosa y la complejidad de la vida, otra.
¿Cuál es la mentira que más repite?
Escribir no da trabajo, da placer.
¿Recurre a la literatura para responderse preguntas existenciales? ¿Qué libro le ha sido más efectivo en este apartado?
Nunca responde preguntas. A lo mucho las plantea de una forma tan perfecta que nos deja un estado de tranquila lucidez, como un paraíso momentáneo. A mí El lector, de Schlink, me hizo preguntarme si la culpa histórica no es una construcción de la cultura letrada. Que aprender a leer historias puede hacer que nos despertemos un día y nos reconozcamos como monstruos —o seres de vida monstruosa—. Que por ahí que todos somos Hanna ( spoiler alert), que se cuelga en la celda, al darse cuenta, tras años de lectura, del significado de lo que hizo.
¿Tallerea sus textos? ¿Con quién?
Les doy a leer mis textos a personas muy contadas. Pero cambio según las necesidades, como quien vacía el cuarto del focus group para que entre relevo.
¿Qué reliquia literaria le gustaría poseer?
Ninguna. Las vidas de los escritores me aburren mucho, lo mismo que hacer arqueología de sus vestigios.
¿Pensamiento mágico o rigor científico?
El rigor científico puede hacer magia. La magia es un efecto que se produce por culpa de nuestro cerebro narrativo. Existe por una diferencia inesperada entre el momento 1 y el momento 2. Pues a mí me gusta cuando el rigor científico concibe esas mutaciones alucinantes. La evolución es magia. La química de nuestro cuerpo al matar a otro, también.
Para la escritura, ¿ruido o silencio?
El periodismo tiene el latido del ruido circulante, entre otras cosas por que se volverá también ruido circulante. Por eso, cuando escribo columnas me viene bien el rumor lejano de un café: una discusión entre socios que se pone tensa, una primera cita con torpezas de pavo real, un par de amigas chismosas, una ruptura escénica. A veces tapo todo eso con audífonos pero igual queda algo. Cuando escribo periodismo, o textos muy actuales que se leerán rápido no es problema, pues me da la impresión de que mi propio rumor urgente —el tecleo, el fraseo en voz alta— se suma a todo eso. Sin embargo, para la ficción me gusta el silencio, o unos audífonos con música clásica. Beethoven es un buen fondo para la voz de un fabulador: quien lo dude mire The man who wasn’t there, de los Cohen. Tengo también un programa que le pone ruido a las teclas; me siento un poco idiota usándolo —hacer sonar mi MacBook como una Remington— pero sí funciona.
¿Con qué estimulante atiza a la musa cuando anda lenta?
No hay musas. Hay un músculo que puede endurecerse por la falta de actividad. Me sirve ver muchas cosas: películas, series, obras de teatro, buenas o malas, no importa, la idea es que mi sistema fabulador gire. Cuando quiero inspirarme veo de todo, pero no hojeo libros de narrativa, siento que tienen una forma demasiado acabada, demasiado parecida a lo que quiero hacer, y que me puede arruinar la creatividad. También me funciona escribir poemas que me sé de memoria. Y bueno, el café se da por descontado.
¿Ha usado la trama de alguno de sus libros para ajustar cuentas con algún enemigo? (en caso de que los tenga, porque acá, asumimos, somos todos gente de mucha paz).
No creo en la literatura como ajuste de cuentas, ni personales ni —menos— económicas. A lo mucho, como ajuste de cuentos.
¿Cree en el talento?
Sí, por supuesto. Pero también creo que no hay en él ningún mérito. El talento es una maldición al revés. No es algo que esté bajo tu control. Terminas un texto y, si está muy bello, la única conclusión a la que puedes llegar es que viene de otra parte. Cuanto más talento tengas, ese talento enmascarará en mayor medida tu personalidad. Te succionará. La gente se confundirá, le hablará al artista. Es lo más parecido a una posesión.
¿Qué artículos descansan sobre su mesita de noche?
Lentes. Un libro de poesía. Mi Kindle.
¿Por qué cuesta tanto trabajo escribir bien sobre sexo?
No creo que cueste tanto. Pero creo que todas esas cosas que sabemos los autores —cuándo escribir en escena, cuándo en resumen, cuándo detallar— funcionan distinto en algo como el sexo, que tiene su propia aceleración. El sexo, ni bien se instala como situación, genera una imaginería muy potente. Una química cerebral que se dispara en el lector, quien arma su propio cuadro en segundos. Todo el cálculo de si los detalles sobran o no, deberá recalibrarse. ¿Es mejor ser decimonónico, abigarrado, muy sensorial, o ser crudo explícito?
¿Con que género artístico distinto a la escritura dialoga su obra?
Con la arquitectura. Con la programación de softwares.
¿Cuándo fue la última vez que pensó que iba a morir?
En Nueva York, hace años, en invierno, cuando se arruinó la calefacción en plena madrugada.
¿Qué libro le parece más sobrevaluado?
Varios de Paul Auster.
¿Qué autor o autora le gustaría que nadie más que usted conociera?
Ítalo Calvino, por supuesto.
¿Roba libros? ¿Cuál fue el último?
No robo. Descargo títulos por torrents y hackeo los libros digitales que me compré en Amazon para podérselos regalar a quien me dé la gana.
¿Qué opina de los apoyos del Estado a los autores?
El escritor siempre será un aguafiestas. Pedirá subsidios para ayudar al autor y cuando estos existan dirá que solo sirven para producir mala literatura. Mi opinión es que el Estado debería invertir en bibliotecas, llevar asesores de contenido a las escuelas de pueblos más alejados. Observar quienes tienen vocación de lectores —porque esa falacia de que todos deben ser lectores no nos lleva a nada— y darles lo que necesiten para ampliar su catálogo mental de títulos, temas, autores. Eso haría mucho más por la escritura que algún apoyo puntual, que siempre me pareció como pagarle al escritor el alquiler en su torre de marfil, un apoyo a la rueda de la cultura letrada.
¿Si se le daña el disco duro irremediablemente, lo consideraría una tragedia o un alivio?
En este momento no sería nada, porque todo está en nubes. Ahora, si las nubes —cuyo concepto es muy literario y fantástico pero consisten en muy materiales granjas de servidores que funcionan por subcontrato— se vaciaran completamente, en una lluvia maldita, y al mismo tiempo este disco duro se borrara —creo que es la idea de la pregunta— sería una confirmación de que uno ya no almacena casi nada, de que casi todo lo que va conformando nuestra memoria “individual” podemos googlearlo y hallarlo por fuera. La historia más fascinante del siglo XX, vista desde ahora, es para mí la de Reynaldo Arenas volviendo a escribir, de memoria, su novela perdida. Loquísimo, ¿no?
¿Por qué son tan fallidas las campañas del Estado para promocionar la lectura?
Porque no existe tal cosa como “la lectura”, así en abstracto y en general. Porque promoverla así suena a un “deber”, y ese tipo de aproximación levanta un muro: por aquí los que saben que leer es bueno y por aquí los que tienen ganas de mirar tetas en la televisión y fútbol. Leer es un descubrimiento y una vocación. Es menos efectivo pensar que es para todos —que todos deben hacerlo— que pensar en darle todas las opciones a quienes sí tienen esa inquietud. Detectar esas personas, esos niños, darles bibliotecas, eso hace más por las lecturas (o mejor, por el uso inteligente de contenido). Hay que empezar diciendo algo: nadie tiene por qué sentirse mal por no tener el hábito de la lectura, leer no nos hace mejores personas. Promover la lectura porque no leer es de burros —o eufemismos— solo logra cohibir a ciertos personas que, pudiendo haber leído un par de cosas, sienten que los juzgarán por no haber cumplido la “cuota”.