¿Me lo parece a mí o se está moviendo el barco? Es imposible saberlo. Lo cierto es que resulta muy fácil disimular la borrachera en el bar del ferry que cubre el trayecto de Dinamarca a Suecia y vuelta.
A medida que nos acercamos a Suecia, cruzando el estrecho de Øresund, fijo la mirada en el puerto de Helsingborg y sus agujas medievales junto a estructuras más modernas y funcionales. Como soy ciudadano danés y me he dejado el pasaporte, no bajaré aquí. Este pub navegante es más que eso, la verdad. El ferry pertenece a una flota de embarcaciones para el transporte de pasajeros de la empresa Sundbusserne, o “los buses del puerto”, una alternativa a menor escala a los barcos de mayor tamaño de Scandlines.
Videos by VICE
Este modesto barco cubre a diario el trayecto entre dos ciudades: Helsingborg, en Suecia, y Helsingør, en Dinamarca. Un trayecto de ida dura 20 minutos y el servicio funciona hasta las 22:00. Sin embargo, muchos de los pasajeros no suben al barco para ir de A a B, sino para estar de fiesta. Tras comprar un billete diario por 69 coronas (10 euros), subo a bordo para ver qué ambiente se respira cuando daneses y suecos se encuentran en aguas de nadie, para ver a dos culturas unidas por la cerveza, las salchichas y los temas de ABBA.
“Llevo cogiendo el ferry todos los viernes y sábados desde hace 20 años”, dice Lennart Peterson, sueco de 71 años. “Subo a las 17:00, bebo y bailo y luego me bajo a las 21:00 en Helsingborg”, añade. Lennart está sentado a una de las numerosas mesas que ocupan la gran sala de banquetes, donde una banda lleva más de una hora tocando versiones. Una mujer con pantalones de cuerpo baila al ritmo de “Proud Mary”, a la que sigue “Dancing Queen”, de ABBA, y “This Is My Life”.
En el restaurante, me uno a un grupo de suecos que parecen estar pasándoselo muy bien. “He hecho muchos amigos daneses en este barco”, me cuenta Lennart.
“Los daneses son buenos bebedores”, señala un sueco de nombre Glenn Sillrén. “Me da igual de qué país seas, somos todos hermanos. Brindamos unos por otros y nos lo pasamos bien”. Glenn hizo su primer viaje en este ferri en 2010, “pero no empecé a venir regularmente hasta hace tres años”, recuerda.
Lo único que los suecos echan siempre en cara a los daneses es que no entiendan el idioma de sus vecinos, teniendo en cuenta que la distancia lingüística y geográfica entre ambos países no podía ser menor. “Es como si vosotros no quisierais entendernos, pero nosotros entendemos el danés”, me cuenta Per-Eric Henningsson, que aprendió danés viendo películas de pequeño. “Seguramente será porque somos vuestro hermano mayor y tenéis complejo de hermano pequeño”.
La conversación pasa al campo de la política.
Hablan del anterior primer ministro danés, cuyas políticas de inmigración y refugiados son más duras. Los suecos coinciden en que lo prefieren al suyo.
Resulta un tanto irónico que estemos pasando el rato con suecos amantes de la cerveza que se muestran recelosos respecto a la inmigración. Según los estereotipos, los daneses somos presuntuosos y nacionalistas, y decimos lo que nos apetece. Muchas veces, los suecos acusan a sus vecinos del sur de ser machistas y se jactan de ser más sensibles ante temas como la desnudez pública.
Por su parte, los daneses consideran a los suecos políticamente correctos hasta el extremo y los acusan de ingenuos por haber admitido a refugiados en su país. Y luego está Systembolaget, un establecimiento propiedad del Gobierno que tiene el monopolio de las bebidas de alta graduación.
Los habitantes de Copenhague se mofan de los “suecos borrachos” porque estos hacen el viaje a la capital danesa solo para emborracharse. A diferencia de Suecia, en Dinamarca está permitido beber en la calle, y no hay kiosco, 7-Eleven o bar en el que no puedas repostar combustible para seguir la noche. Además, pocas veces piden a los clientes el documento de identidad. Por eso hay más suecos que daneses a bordo del ferry.
Varios pasajeros se toman un descanso y bajan a la que antes era la sala para fumadores, que también tiene un bar. Una pareja de daneses disfruta de un par de Tuborgs apartados del jaleo. Hacen este viaje a menudo para relajarse y pasar un rato agradable. “Venimos siempre que podemos, al menos una vez a la semana. A veces simplemente hacemos el viaje de ida y vuelta y volvemos a casa”, señala Dorte Petersson. Vivió en Suecia muchos años, durante los que tomaba el ferry a diario para acudir a su trabajo de informática. Su marido, Michael, trabaja en la construcción. “Nos encanta viajar en ferry. Hay buen ambiente y música en directo los fines de semana. Es fantástico. Es mejor que ir a cualquier pub antiguo, eso seguro. Y al final, todo el mundo se conoce”, apunta Michael. “Yo tendría unos dos o tres años cuando crucé por primera vez el estrecho con mis abuelos”, recuerda.
La fortaleza también simboliza una época en la que Dinamarca y Suecia fueron reinos enfrentados. Desde la temprana Edad Media, ambos pueblos lucharon por el control del sur de Suecia, la región llamada Skåne, que acabó siendo danesa hasta 1658. El elemento común a todas aquellas guerras fue que los suecos siempre ganaban.
Desde las guerras napoleónicas, en las que Suecia recuperó Noruega de manos de los daneses en 1814, ha habido paz entre ambas naciones. Una de las historias que más veces se ha contado a ambos lados del estrecho es la de cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, muchos judíos daneses escaparon de su país, ocupado por los nazis, huyendo a Suecia en barcos pesqueros.
La pareja de daneses con los que hablo no cree que haya tantas diferencias entre ambos países. “La imagen caricaturizada de los suecos se aplicaría más a los habitantes de Estocolmo”, opina Dorte. “En Skåne no existe, realmente. Hemos sido un mismo país durante mucho tiempo y todavía sentimos que somos parte unos de otros”, y añade que nunca ha vivido ningún conflicto a bordo del ferry.
“Nunca hay problemas. A veces alguien salta por la borda, pero eso es lo peor que ha pasado”, asegura Michael.
Es hora de comer.
En la sala de baile alargada, unas 200 personas comen platos que han pedido previamente: dos røde pølser (salchichas hervidas) con pan por un precio de 39 coronas (5 euros). Un plato deluxe cuesta 139 coronas (18 euros) e incluye una variedad de sándwiches abiertos. Es smørrebrød (pescado o cerdo sobre una rebanada de pan de centeno intergral. Una botella de Tuborg, la segunda marca más importante de Dinamarca, cuesta 28 coronas (3 euros).
Entre los pasajeros está Hanne Melchior, de 83 años, y Annike Salomonsen, de 84. Ambas nacieron en Suecia, pero viven en Dinamarca con sus maridos. Conocen bien ambos países y creen que los suecos son más hospitalarios.
Pia Vexmar coge el ferry a menudo y hoy ha venido con su amiga, Lotte Andersson. “Me gusta coger el ferry porque es mucho más barato salir de marcha en Dinamarca”, dice Pia. “En Suecia es carísimo”.
“Los daneses siempre están medio pedo”, añade Pia, “mientras que los suecos solo beben de vez en cuando, aunque cuando lo hacen, pillan pedales impresionantes”. Es precisamente lo que piensan hacer varios de los pasajeros suecos en cuanto lleguen a Helsingør. Varias personas me invitan a ver una banda que versiona canciones de Kim Larsen en un bar de Helsingør. Mientras, atracamos en el puerto danés por lo que me parece la décima vez. Como no estoy seguro de las veces que hemos cruzado el estrecho, pregunto a la tripulación. Me informan que esta es la última parada.
Corro al interior para avisar a mi fotógrafo y los dos salimos del barco justo a tiempo. Lo veo alejarse en el horizonte en dirección a Suecia, donde pernoctará.
Encontramos el bar donde actúa la banda de la que me han hablado: está a tope de daneses y suecos, muchos de ellos pasajeros del ferry. Todos cantamos al unísono ⎯en danés⎯ los clásicos de Kim Larsen, uniendo nuestras voces en una sola, que resuena en el aire nocturno.