Se acaba el verano y no has hecho ninguna de las cosas que creías que ibas a hacer

Los seres humanos somos muy simples, muy basiquitos y muy iguales los unos a los otros. Es duro reconocerlo y es muy fácil no aparentarlo pero es así, chavales. Y es hasta bonito: “todos estamos hechos del mismo polvo de estrellas”, como dijo alguna vez algún azucarillo. Por eso al final a todos nos gusta lo mismo y todos leemos, escuchamos, vemos y pensamos lo mismo. Seamos quienes seamos todos.

Por eso existen los lugares comunes, esos espacios, materiales o inmateriales que trascienden a las etnias, las religiones y las orientaciones sexuales: las resacas de los domingos, los perfect al cagar o los propósitos de verano. Pero detengámonos en estos últimos, porque el verano toca su fin y no has hecho nada de lo que habías pensado que harías. Ni tú ni nadie. Y esa es otra demostración de que al final, todos somos uno.

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Como ocurre en año nuevo, en verano uno se hace propósitos. Uno piensa que va a hacer muchas cosas, que al fin tendrá tiempo, gracias a las horas de sol, al horario de verano y a las vacaciones, para llevar a cabo todo lo que durante el año le ha sido imposible. Uno sabe, cuando llega junio, que le ha pillado el toro con lo de ahorrar parte de los míseros novecientos y pico euros que gana y que este año tampoco podrá ir a Tailandia (¿veis como al final todos somos muy basiquitos?), uno sabe que se tendrá que conformar con pasarse una semana remojándose en algún punto del Levante, pero aún tiene esperanza. Esperanza en invertir las dos semanas que se pasará en casa (porque sólo tiene pasta siete u ocho días de estancia en ese punto del Levante y le sobran dos) “aprovechando el tiempo”.

Uno piensa “este año sí, este año leo todos esos libros que me he comprado solo para lavar mi conciencia porque desde 2016 solo leo hilos de Twitter”, pero al final se sorprende a sí mismo haciendo scroll a las tres de la mañana, pendiente de una discusión sobre si un chuletón que se siente lechuga es o no apto para veganos y si rechazar ese concepto es transfiletófobo.

Así que cierra Twitter y abre el Instagram, y hace scroll porque no tiene nada que subir. Algo normal, por otra parte: ni se ha ido a Tailandia ni ha cumplido ninguno de la serie de propósitos veraniegos que potencialmente se podrían compartir en una red social: aprovechar las tardes para ir a ver exposiciones, por ejemplo, o arreglar el tocadiscos para poder escuchar vinilos más por chulear de que uno tiene vinilos que por gusto, o cenar pokes de esos que quedan muy vistosos en lugar de pan con longaniza… todo mal.

Tampoco ha cumplido, por supuesto, lo de estar más con la familia: al tercer día en el pueblo tuvo que volverse porque si no acabaría matando a alguien. Ni lo de no perder ni un minuto más discutiendo sobre lo de Rosalía, ni sobre lo de los lacitos, ni sobre lo de la diversidad ni sobre si se le debería poner o no parcela a la risa.

Por supuesto, no ha salido a correr en todo el verano, así que la lista de tienda del Berskha y la riñonera que se pilló en la feria durante tres días que aguantó en el pueblo para meter las llaves y el móvil se han quedado intactas, como intacta ha quedado también la intención de ver menos series y follar más. De superar esa actitud del “venga, un capitulillo y unas cosquis”. O de encontrar a alguien con quien follar para ver menos series si no se disponía de ese alguien.

Ni lo de ver más a los colegas, ni lo ve beber menos birra (que, por otra parte, eran incompatibles), ni lo de ordenar el armario ni lo de pedirle al vecino la taladradora para colgar el cuadro que lleva en el suelo desde el año 2011.

Así que llega el verano y no ha habido ni aventura ni follet, ni tardes y tardes leyendo ni deporte cuando cae el sol ni fotos guapas sin dedos en las esquinas ni conversaciones sobre el sentido de la libertad en la posmodernidad en lugar de discusiones a voz en grito sobre si Rosalía puede o no decir “trá trá”. Solo ha habido un jueves que ha durado dos meses, más de 60 días encadenando resacas y curro, resacas y curro. Y ahora, lo que hay ahora son remordimientos, claro.

Porque es jodido asumir que ni la vida ni la voluntad de uno son extraordinarias, y que al final nadie hace nada de eso en verano, joder. Que al final somos todos la misma mierda, y que quizá sería más fácil aceptarlo, y aceptar también que si no leemos mas que hilos de Twitter, que si no follamos más ni hacemos más deporte ni vemos nuestra a nuestra familia casi nunca es porque no queremos, porque no nos apetece. Ahora en septiembre tenemos la oportunidad de volver a ilusionarnos, como hicimos en junio, de que algo cambiará en nosotros y en nuestras vidas. Y en octubre, amigos míos, en octubre volveremos a darnos esta misma hostia. Porque somos una mierda de persona. La misma mierda de persona todos, seamos quienes seamos todos.