Fui de acompañante de mi primo a ‘Cámbiame’



Imagen de la autora

Hola, mi nombre es Marta y participé en el programa ‘Cámbiame’ de Telecinco. Vale, esto no es del todo verdad. La verdad es que asistí como acompañante de un concursante, pero a fin de cuentas, mi experiencia fue más o menos la misma, porque al final del día también me habían hecho esperar durante horas en una sala, me habían alimentado con un triste bocadillo y me habían maqueado – aunque no tanto como a los participantes – y eso es lo que importa.

Todo comenzó a principios de verano, cuando mi primo Gustavo me comentó que quería ir a participar, que necesitaba un cambio y que la mejor forma de hacerlo era plantándose en medio de un plató de televisión para que los estilistas del famoseo patrio lo dejasen bien arreglado. No pasa nada primo, te quiero igual, un abrazo.

Videos by VICE

Ante estas declaraciones, le monté un pollo. Quizás no tenía mucho sentido, pero qué sé yo, para mí eso no era más que un programa de frenos, ¿para qué demonios quería ir él allí? Desgañitarme no sirvió de nada, le entró por un oído y le salió por el otro y me dejó con la rabia corroyéndome las entrañas – sí, soy una de esas personas que no se quedan tranquilas si no le dan toda la razón.

A principios de agosto volví a tener noticias sobre el asunto. Gustavo había pasado la selección y sería uno de los candidatos que desfilarían por la cinta de supermercado (a la que llaman pasarela) mientras contaba porqué tenía tantas ganas de cambiar de look.

Reconozco que nunca pensé que fuera a conseguirlo, así que no me preocupé. Pero al final – como es evidente porque si no no estaría escribiendo esto – los tres coaches lo eligieron y yo me comí mis palabras, amargas como espárragos. La maquinaria del cambio se había puesto en marcha y tras sus infernales mandos se encontraría Pelayo Díaz.

La cosa no habría ido a mayores (al menos para mí) si no fuese porque Gustavo decidió elegirme como una de las personas que le acompañarían en el programa y que le esperarían al final de pasarela-cinta del súper con el único objetivo de llorar y decirle lo guapo que lo habían dejado. Dije que sí. Al día siguiente recibí de nuevo un WhatsApp de mi pariente preguntándome si lo de acompañarle iba en serio o es que le contesté totalmente borracha, “que va, ayer fui a aguas”, le dije. Mentí.

Probablemente respondí presa de entusiasmo etílico del que suelo hacer gala. Pero bueno, dentro de lo malo, el programa se grabaría el viernes y los viajes en AVE y el hotel correrían a cargo de Paolo Vasile.

El problema volvió a presentarse frente a mí cuando la grabación pasó a hacerse el lunes. Puto karma. Aun así acepté, porque una tiene palabra.

LLEGÓ EL DÍA

Bajé al andén 5 de la Estación Delicias coqueteando con la posibilidad de coger por ‘error’ el AVE dirección Barcelona. Pero además de ser mujer de palabra, sobre todo soy cobarde y gallina.

A las 14:00 estaba como un clavo en Gran Vía con San Bernardo esperando al coche donde vendría la otra acompañante, Clara. Caían 40 grados a la sombra, y los zapatos me habían hecho una rozadura que consentí esperando que se me gangrenase y en ‘Cámbiame’ me cambiasen el pie por una bonita pata de palo. No pasó nada de eso.

Una vez subí al coche, eché el pestillo por si se apoderaba de mí el sentido común que nunca debí perder. Clara, en cambio, aunque nerviosa, estaba claramente emocionada.

Ya en Mediaset me sentí como Ismael Beiro al ganar Gran Hermano 1 ¿Os acordáis de ese tipo? Por favor decid que sí o me sentiré jodidamente vieja. El caso es que una chica guapísima nos estaba acompañando para hacernos de cicerone camino de una sala de espera donde perdí la noción del tiempo, un tiempo que medía según los programas que pasaban en un televisor (sin mando) donde emitían Telecinco en bucle. Estoy bastante segura que en algún país eso debe ser considerado tortura. Por esa sala, fueron pasando personajes que bien podrían estar esperando a salir al Diario de Patricia. Una de ellas nos contó cómo había contado delante de TODA ESPAÑA que su hija era lesbiana. Ese era el nivel.

Un bocata de mortadela y una manzana más dura que la ruta del Bacalao fueron las viandas con las que nos agasajaron por la espera-encierro, que insisto, pudo durar décadas. Por fin, una redactora entró para leernos el guion a seguir. Acostumbrada quizá a la fauna selvática de ‘Mujeres y Hombres y Viceversa’, insistió en repetirnos de nuevo lo que debíamos decir, muy lentamente, por si no lo habíamos comprendido.

Dos lustros después, volvió de nuevo nuestra guía para llevarnos al taller de chapa y pintura. Conforme caminaba por los archiconocidos pasillos de Telecinco, los cuadros de Mercedes Milá, Sandra Barneda y Pedro Piqueras parecían cobrar vida para agrandar mi vergüenza torera: “Eres una jodida freak, eres de los nuestros”, me susurraban al cogote.

Pero, oigan: en esa sala sí se produjo el verdadero cambio. Entré como Paz Padilla y salí como Sara Carbonero. El paseíllo de vuelta no me pareció tan tortuoso con mi máscara de belleza.


Verborrea imparable. Imagen vía Telecinco

Volvimos a nuestro zulo y allí aprovechamos para hacernos un montón de selfies poseídas por nuestro recién estrenado estatus de belleza y tontería; ya sabéis lo que dicen de que todo se pega. Cuando vinieron a rescatarnos para ir a plató sentí como el reo que se libra del corredor de la muerte: pronto volvería a ver el cielo y a oír cantar a los pajarillos.

En la trastienda del plató nos microfonaron y para dentro. Dos sillas vacías nos esperaban.

Marta Torné, la conductora del programa, además de guapa, estuvo amable, y se nos acercó a preguntar por los nervios. Parca en palabras me limité a ser correcta, una aptitud que perdí cuando el piloto de la cámara se puso rojo. La incontinencia verbal se apoderó de mí, y la ‘sugerencia’ se me olvidó como cuando se me olvidaron como se olvidan las respuestas que te sabes de un examen.

Que si mi primo parecía recién salido de Génova así vestido, que si le gustaban las folclóricas pero que ya quedaban pocas porque estaban muertas o en la cárcel, que si le encantaría que apareciera Bárbara Rey a lomos de un elefante… en fin, que en vez de bocata de mortadela, parecía que lo había comido de lengua.

Ferretería Gustavo, ¿dígame?

“La puerta del cambio se abre para recibir al nuevo Gus”. Salió más humo que en ‘Lluvia de Estrellas’, un humo que debió haberle cubierto para siempre. Joder, qué cambio.


Gustavo antes y después. No se cual es peor. Imagen vía Telecinco

Mi primo pasó de ser un pijo de Génova a un mamarracho de barrio chungo. Me quedé paralizada de epidermis para dentro. Mis primeras palabras fueron: “de qué ferretería lo habéis sacado”.

Error. Porque Pelayo Díaz, el influencer/coach/estilista que tomó las riendas del cambio de mí pariente vio tocado su orgullo por una muchacha de provincias que pensaba que Jimmy Choo se escribía Yimmy Cho y era un restaurante chino. Por suerte, luego hicimos las paces.


Al final nos hicimos colegas. Imagen cortesía de la autora

La verdad es que mi primo estaba para verlo. No había visto semejante despropósito desde aquella vez que convertí a Ramón J. Sender en Ramón J. Surrender sin querer en un trabajo pensando en la canción de Laura Pausini.

Afortunadamente, las redes sociales ardieron como un polar de poliéster ante ese fracaso estilístico y en ese momento todos los males se hicieron pequeños y me sentí no solo ”la prima de Gustavo”, sino la prima de España entera. La gente me paraba para alabar mi valentía. En fin, por suerte para mí todo eso ha quedado ya en el olvido, y también para mi primo, que volvió a vestir como un pijo de Génova para alivio de toda la familia. El mal menor siempre es preferible.